El sol apenas comenzaba a iluminar las instalaciones de la sede de La Purga en Cochabamba. La brisa fresca de la mañana se movía por los pasillos y el bullicio típico de los cazadores y soldados que se preparaban para otro día de trabajo llenaba el lugar. Sin embargo, en la entrada, todo parecía detenerse por un instante cuando Tatiana y Drex se detuvieron frente a la puerta principal.
Era su ritual de cada mañana: un beso rápido, pero cargado de la pasión contenida de aquellos que saben separar sus funciones y sus sentimientos en el campo de batalla. Tatiana, con una sonrisa, se inclinó y plantó un beso suave en los labios de Drex. —Nos vemos en la tarde —susurró.
—Sin falta —respondió Drex con una sonrisa antes de que ambos entraran y tomaran caminos separados, listos para sumergirse en sus respectivas tareas.
Poco después, llegaron Fabián y María, caminando juntos y riendo por algo que solo ellos comprendían. Como siempre, justo antes de entrar, Fabián tomó a María por la cintura y la besó con dulzura, sellando la promesa de un día más juntos, sin importar las sombras que los rodeaban.
—Nos vemos más tarde —le dijo María con una sonrisa radiante.
—Claro que sí. Y que tengas un buen día —contestó Fabián mientras se separaban, sabiendo que el ritual, por pequeño que fuera, era la manera en que mantenían su vínculo firme y constante.
Fabián se dirigió al patio central de la sede, donde se encontraron con Drex. Los dos caminaron juntos, conversando de manera casual sobre las tareas del día. El aullido de la noche anterior y el ritual de conversión de Olfuma aún resonaban en sus mentes, pero lo disimulaban bien, manteniendo la compostura profesional que se esperaba de ellos.
—¿Impresionante, verdad? —comentó Drex, haciendo referencia al aullido y la intensidad del momento.
—Sí, lo fue. —Fabián asintió—. Esa muestra de poder… fue como si los Andes mismos respondieran.
Sin embargo, la charla se interrumpió de manera abrupta cuando Andrés se acercó a ellos. Andrés no solía hacer estas cosas, no era alguien que buscara compañía o pidiera hablar sin motivo. Fabián y Drex intercambiaron una mirada rápida, y sus cuerpos, por reflejo, se tensaron. Andrés parecía diferente, más frágil, y había una sombra en sus ojos que no era común en él.
—¿Podemos hablar un momento? —pidió Andrés, con la voz apagada.
Drex y Fabián lo observaron en silencio, con las alarmas encendidas en sus mentes, pero asintieron. —Claro, vamos —dijo Fabián, y los tres se dirigieron a un rincón más apartado del patio, donde la gente no solía pasar. El ambiente se volvió más pesado, y ambos cazadores sabían que lo que Andrés iba a decir no sería fácil.
Andrés se apoyó en una de las columnas de piedra, mirando al suelo, evitando los ojos de Fabián y Drex. —Anoche… —empezó a decir, pero su voz se quebró y tuvo que detenerse, apretando los puños con fuerza—. Anoche, después de ese… —se interrumpió, luchando contra las palabras—, ese aullido… sentí que algo en mí se rompió.
Fabián y Drex permanecieron en silencio, dándole el espacio para continuar.
—La pesadilla… —susurró, su voz apenas audible—, la pesadilla fue… más intensa que nunca. —Alzó la mirada, y por primera vez, los ojos de Andrés mostraron una vulnerabilidad que jamás habían visto en él—. Fue como si ese aullido amplificara la tortura que siento cada noche. Como si… —cerró los ojos, tratando de contener la emoción que se apoderaba de él—, como si me quemara por dentro.
Drex dio un paso adelante, colocándole una mano en el hombro. —Andrés, sé que es difícil. Pero lo que sientes ahora no define quién eres. Todos tenemos sombras, todos tenemos algo que enfrentar.
Andrés negó con la cabeza, las lágrimas acumulándose en sus ojos. —No… no puedo más. —La voz se le quebró por completo, y sus hombros cayeron, como si el peso que cargaba fuera demasiado para soportar—. He intentado todo, pero ese sueño… ese maldito sueño de verte arrancándome el corazón 350 veces… —La desesperación se reflejaba en cada palabra—. Y el aullido de anoche… lo hizo peor. Fue como si todo se multiplicara por un millón. No puedo… no puedo seguir así.
Fabián intercambió una mirada rápida con Drex, quien asintió en silencio. —Andrés, sé que estás sufriendo —dijo Fabián con calma—, pero no estás solo en esto. Has sido parte de esta misión, nos has ayudado. No puedes rendirte ahora.
—Eso es lo que más duele —murmuró Andrés, con la voz rota—. Yo… yo vine aquí para expiar mis pecados, para redimirme ayudándolos a ustedes. Pero no puedo… —se detuvo un momento, tratando de controlar su respiración—. No puedo más. Me he roto.
Drex frunció el ceño, sintiendo la intensidad del momento. —¿Qué piensas hacer?
—Seguiré tu consejo, Drex. —Andrés bajó la cabeza—. Quiero que le pidan a Asha que me haga lo mismo que a Olfuma. Que me convierta, que me transforme en uno de ustedes. Tal vez así pueda encontrar algo de paz.
El silencio que siguió fue abrumador. Fabián y Drex lo miraron con una mezcla de dolor y sorpresa. Andrés, quien siempre había sido fuerte, ahora estaba frente a ellos, quebrado por completo. Fabián le puso una mano en el hombro, su voz cargada de compasión.
—Andrés, esto es algo serio. Si decides hacer esto, no hay vuelta atrás. Y aunque Asha acepte, debes estar preparado para lo que conlleva. —Lo miró directamente a los ojos—. Te sugiero que tomes el día para pensarlo bien. Es una decisión irreversible.
Drex asintió. —No tienes que decidir ahora. Tómate el día, y esta noche hablaremos de nuevo. Pero, por favor, piénsalo con calma.
Andrés tragó saliva, su mirada perdida y llena de tristeza. —De acuerdo, pero… —susurró, mientras apartaba la mirada—, no sé si puedo soportarlo otro día.
Fabián apretó su hombro. —Lo que sea que decidas, estaremos aquí. No estás solo en esto, Andrés.
Andrés asintió levemente, pero el dolor en su rostro no se desvaneció. —Gracias… —dijo con voz baja antes de apartarse, caminando de vuelta al patio, solo, con el peso de su decisión sobre sus hombros.
Drex y Fabián se quedaron en silencio, observando cómo su amigo se alejaba. Ambos sabían que el camino que Andrés estaba considerando era uno oscuro y sin retorno. Y aunque estaban dispuestos a apoyarlo, una sombra de preocupación se cernió sobre ellos, consciente de que, a veces, ni siquiera la fe y la voluntad eran suficientes para salvar a alguien de su propia oscuridad.
La luz del sol se iba desvaneciendo sobre la sede de La Purga, y las sombras alargadas cubrían el patio. Andrés, con el peso de la decisión que lo atormentaba, se dirigió a un rincón apartado de la sede, donde sabía que encontraría a Violeta. En el tiempo que habían compartido en la Purga, ella era de las pocas que se atrevía a hablarle, aunque las palabras que intercambiaban nunca llegaban a tocar las capas más profundas de sus respectivas heridas.
Cuando la vio, estaba sentada en una banca de piedra, observando el cielo con una expresión ausente. Sus cabellos oscuros caían sobre sus hombros, y la expresión en su rostro mostraba la misma calma aparente que siempre proyectaba, aunque Andrés sabía que las cosas nunca eran tan simples.
—Violeta —dijo, acercándose con paso lento, como si cada palabra le costara—. Necesito hablar contigo.
Ella giró la cabeza, y sus ojos fríos lo observaron con indiferencia. —¿Y qué se supone que tengo que decirte, Andrés? —respondió con un tono seco.
Él suspiró, sintiendo que el dolor y la vergüenza se mezclaban en su interior. —No vine a pedirte nada… —comenzó, pero luego sus palabras se deshicieron en el aire. Se quedó en silencio un momento, buscando las palabras correctas—. O sí, vine a pedirte perdón. Por todo lo que te hice cuando eras solo una niña. Por todo lo que te hicieron.
Violeta alzó una ceja, su expresión permaneció impasible. —¿De qué me sirve eso ahora? El perdón no cambia nada, Andrés. —Había un filo en su voz, uno que no ocultaba el resentimiento que sentía hacia él—. No me devuelves esos años, ni todo lo que sufrí. Y tú, por lo que veo… sigues atormentado.
Andrés bajó la mirada, avergonzado. —Tienes razón. Nada de lo que diga puede cambiar lo que pasó. Y… es por eso que quiero pedirte otra cosa.
—¿Y qué sería eso? —preguntó ella, con un toque de curiosidad.
—Quiero lo mismo que tú dijiste desear para ti —confesó Andrés—. Quiero que me borren todo, como hicieron con Olfuma. Quiero olvidar este dolor, estas pesadillas… —Su voz se rompió un momento—. No puedo vivir con esto más.
Violeta lo observó en silencio, como si lo midiera. —¿Y crees que eso es lo mejor para ti? —susurró, aunque la frialdad en su voz permaneció—. Olfuma ahora no recuerda quién fue, pero… también ha perdido todo lo que la hacía ella. Eres consciente de lo que estás pidiendo, ¿verdad?
Andrés asintió, con el rostro tenso. —Sí. Lo sé. Es eso o seguir atrapado en este infierno, reviviendo esa pesadilla cada noche. No quiero pasar una noche más así.
Ella lo miró durante un largo instante, y por primera vez, algo parecido a la empatía cruzó sus ojos. —Entiendo. Pero aún así… —Violeta lo miró fijamente—, no tengo nada que ver con lo que decidas hacer. Al final, esto es tu elección.
—No vine solo a pedirte eso —agregó Andrés, intentando mantener la calma—. Vine porque… —tragó saliva, sintiendo la pesadez en su garganta—. No sé si te lo dije, pero puedo hablar con Fabián. Y él… él puede hablar con Asha. Si decides hacer esto también, puedo pedirle que nos ayude a ambos.
Los ojos de Violeta se iluminaron ligeramente al escuchar el nombre de Asha. Por primera vez en toda la conversación, su mirada dejó de ser indiferente. Asha, la figura en las sombras que tenía poder y control sobre tantos en la Purga, era alguien que intrigaba a Violeta. Las posibilidades se extendían frente a ella: desde la libertad de olvidar hasta la oportunidad de ser algo más en ese esquema de poder.
—¿Fabián puede hablar con Asha? —preguntó, su tono ahora mostrando un interés genuino.
Andrés asintió. —Sí. Es algo que le pediré, y si tú también lo quieres… podemos hacerlo juntos.
Ella lo miró en silencio durante unos segundos, como si estuviera calculando cada una de sus opciones. Finalmente, asintió lentamente. —Está bien. Hagámoslo.
Andrés sintió un extraño alivio al escuchar sus palabras. Quizás no era el perdón lo que buscaba, pero tener a alguien que entendiera, aunque solo fuera por conveniencia, era suficiente. —Gracias, Violeta.
—No me agradezcas, Andrés —respondió ella, mientras se ponía de pie—. Esto es tan importante para ti como para mí.
Andrés esbozó una sonrisa, aunque tenue. —Entonces, vamos a hablar con Fabián. No quiero esperar más.
Violeta lo siguió mientras se dirigían hacia donde se encontraba Fabián. Por primera vez, Andrés sintió que había una salida a su tormento, una oportunidad para cerrar el ciclo que lo había arrastrado durante tanto tiempo. Ya no estaba dispuesto a seguir con esas pesadillas, con el peso del pasado.
Cuando llegaron al patio central, Fabián estaba hablando con un grupo de cazadores, pero en cuanto vio a Andrés y Violeta acercarse, su expresión se tornó seria. —¿Andrés? ¿Violeta? —preguntó, notando la determinación en sus rostros.
—Fabián —comenzó Andrés, con la voz firme—. No necesito esperar más. Quiero hablar con Asha, y quiero que Violeta también venga. —Sus palabras no dejaron lugar a dudas—. Hoy.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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