El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 218. Cuentos de Hombres Lobos
La Sombra de la Devoción.
Mientras María, Tatiana y Olfuma lidiaban con las cicatrices del pasado, Julián y Fabián esperaban tensos en el Parque de las Heras, en la plaza central. El aire estaba cargado de incertidumbre. Ambos hombres de fe sabían que lo que estaba por venir no sería fácil. La misión encomendada por Vambertoken les pesaba en el alma: un encuentro con Andrés Rojas, cazador de lo sobrenatural y un devoto tan obsesionado que su fe rozaba la locura.
—”Esto no me gusta, Fabián,” —murmuró Julián, su mirada recorriendo el parque, buscando señales de peligro. Todo parecía en calma, pero algo en el ambiente estaba mal—. “Andrés es un fanático… y eso lo hace impredecible.”
Fabián asintió, pero su semblante permanecía sereno, aunque en su interior la incertidumbre lo corroía. Sabía lo que estaba en juego. Andrés Rojas había sido el maestro de Stephen Gordon, su antiguo escudero, y ahora, esa conexión les ofrecía una oportunidad para acercarse a él sin levantar sospechas. Pero, ¿sería suficiente?
—”Lo sé,” —respondió Fabián en un tono bajo—. “Pero si hay una forma de redirigirlo, tengo que intentarlo. No puedo repetir el error de Stephen… no otra vez.”
Julián soltó un suspiro, pero antes de que pudiera replicar, divisaron la figura imponente de Andrés Rojas acercándose a ellos. Alto, corpulento, con una presencia intimidante y ojos que irradiaban un fervor casi inhumano, Andrés caminaba con seguridad hacia los dos hombres, una amplia sonrisa iluminando su rostro.
—”¡Caballero Santo Fabián!” —exclamó Andrés, su voz profunda y llena de admiración—. “Es un honor conocerte en persona. ¡Eres un verdadero guerrero de la fe!”
Fabián apretó la mandíbula por dentro, pero mantuvo una sonrisa modesta en su rostro. Esa admiración ciega era peligrosa, lo había aprendido con Stephen. No podía permitirse el mismo error.
—”Solo llámame Fabián,” —dijo con calma—. “No soy más que un siervo humilde, cumpliendo mi deber.”
—”¡No seas tan modesto, Caballero Santo!” —respondió Andrés, ignorando la petición de Fabián—. “¡Tus acciones hablan por sí solas! Los artículos que he leído sobre ti, la dedicación, la humildad… Nunca has solicitado honores ni descansos, siempre en el campo de batalla, purgando la oscuridad. ¡Es por eso que estoy aquí!”
Fabián sintió una presión en el pecho. Todo esto le sonaba demasiado familiar. Los elogios, la devoción… Había visto el mismo fervor en Stephen, y el resultado final fue la muerte de su antiguo escudero. No podía permitir que eso volviera a suceder.
—”Gracias por tus palabras, Andrés,” —dijo Fabián con una sonrisa medida—, “pero debo decirte que las cosas son mucho más complicadas de lo que parecen.”
—”¿Qué quieres decir?” —preguntó Andrés, intrigado.
Fabián miró a Julián por un momento, como si buscara su apoyo antes de tomar una decisión difícil. Entonces, se volvió hacia Andrés y habló en un tono más bajo, conspirativo.
—”Estoy inmerso en una misión secreta encomendada por el Vaticano,” —empezó Fabián—. “Una misión en la que debo fingir estar bajo el control de Vambertoken para descubrir sus secretos. Es peligroso, y no puedo hacerlo solo. Necesito alguien en quien confiar… alguien que esté dispuesto a sacrificarlo todo por esta causa.”
Los ojos de Andrés se abrieron con admiración y asombro. Era justo lo que había imaginado. ¡Fabián era un verdadero héroe, infiltrado en las entrañas de la oscuridad!
—”¡Por supuesto!” —exclamó Andrés, con el fervor de un devoto—. “Estoy dispuesto a dejar que Vambertoken me corrompa si es necesario. ¡Todo sea por la misión! ¡Yo te seguiré, Caballero Santo, ¡hasta el final!”
Julián observaba en silencio, sintiendo una mezcla de inquietud y preocupación. Este plan era extremadamente peligroso. ¿Estaban arriesgando demasiado?
—”¿Estás seguro de esto?” —murmuró Julián a Fabián cuando Andrés se alejó momentáneamente—. “Esto es jugar con fuego. Tal vez deberíamos informar a Vambertoken antes de que esto se nos salga de las manos.”
Fabián asintió, sabiendo que Julián tenía razón. Sacó su teléfono y, con una sensación de incomodidad, marcó el número de Vambertoken. La voz fría del vampiro no tardó en resonar en la línea.
—”Archicón,” —dijo Fabián, controlando el nerviosismo—. “He hablado con Andrés Rojas. Está dispuesto a unirse a nosotros bajo la creencia de que estamos trabajando en una misión secreta del Vaticano. Quiere ayudarme a infiltrarse en las filas de Vambertoken.”
El silencio que siguió fue helado, y Fabián contuvo el aliento, esperando la respuesta del vampiro.
—”Interesante,” —respondió finalmente Vambertoken, con un tono de satisfacción—. “Muy bien, Fabián. Parece que estás demostrando ser más valioso de lo que pensaba. Que Andrés Rojas se una. Esto solo refuerza mis planes.”
Fabián colgó, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. Nunca había esperado una aprobación tan rápida y positiva de parte de Vambertoken.
—”Seguimos adelante,” —dijo a Julián, su voz firme, pero con un destello de incertidumbre—. “Y ahora… tenemos que ver hasta dónde llega esto.”
Ambos hombres sabían que lo que se avecinaba no sería sencillo. Andrés Rojas, con su fervor desmedido y su devoción ciega, era tanto un arma como una bomba de tiempo. Fabián y Julián tendrían que caminar con cuidado, sabiendo que cualquier paso en falso podría llevarlos a una catástrofe.
Y en lo profundo de su ser, Fabián se preguntaba si realmente estaba haciendo lo correcto o si, al igual que con Stephen Gordon, estaba encaminando a Andrés hacia un destino que no podría controlar.
Fabián colgó el teléfono después de recibir la inesperada aprobación de Vambertoken. El alivio y la tensión se mezclaban en su rostro mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Andrés Rojas, cegado por su devoción hacia Fabián, se mantenía firme frente a él, esperando las instrucciones de su nuevo maestro.
—”Andrés,” —dijo Fabián, adoptando un tono más autoritario—. “Debes entender que la única razón por la que Vambertoken no te eliminará es si cree que te tiene bajo control. El error que cometió Stephen Gordon fue no dejarse corromper. No cometamos el mismo error.”
Los ojos de Andrés se abrieron más de lo que ya estaban, la devoción en su mirada brillando con intensidad. Todo esto le encajaba perfectamente en su mente. El sacrificio de Stephen Gordon no había sido en vano; había servido como una lección para Fabián, su nuevo héroe. Cada palabra que escuchaba de Fabián solo reforzaba la imagen de este como el hombre más fiel y comprometido que jamás había conocido.
—”Lo entiendo, Caballero Santo,” —respondió Andrés, bajando la cabeza ligeramente en señal de respeto—. “Haré lo que sea necesario. Pero dime, maestro… ¿qué pecado puedo confesar para que el vampiro me acepte y me controle?”
Fabián sintió un escalofrío recorriendo su espalda. El fervor y la ceguera fanática de Andrés le recordaban demasiado a Stephen. No podía dejar que esto siguiera el mismo curso. Pero la situación requería astucia, y Fabián, aunque renuente, sabía que debía seguir adelante.
—”Te contaré lo que hice,” —dijo Fabián, su voz más baja, casi como un susurro—. “Rompí mi voto de castidad. Encontré una mujer, y fue la única manera de hacer que el vampiro confiara en mí. El Vaticano entiende que, en esta misión, algunos votos deben ser sacrificados por un bien mayor.”
Andrés se quedó helado, sus ojos fijos en Fabián. No podía creer lo que acababa de escuchar. Fabián, su maestro, su modelo a seguir, había roto uno de los votos más sagrados… y lo había hecho por la misión. Esa revelación no debilitaba su fe en Fabián, sino que la fortalecía aún más. Fabián no era solo un hombre de fe, era un verdadero mártir, dispuesto a sacrificarlo todo por su misión divina.
—”Eres más increíble de lo que jamás imaginé,” —murmuró Andrés, su voz reverberando con admiración—. “Estás dispuesto a hacer lo impensable para cumplir con tu deber. Lo seguiré, maestro. Estoy listo para confesar mis propios pecados… tengo mucho que el vampiro podría controlar.”
Julián, quien había permanecido en silencio durante la mayor parte de la conversación, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que Fabián había sido atrapado en un juego peligroso, uno que ya estaba fuera de control. El fanatismo de Andrés estaba desbordado, y su ceguera le impedía ver la verdad. Ahora, Andrés estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para ganarse la confianza de Vambertoken, incluyendo sus propios sacrificios morales.
—”Esto es peligroso, Fabián,” —murmuró Julián, alejándose unos pasos para asegurarse de que Andrés no lo escuchara—. “Estamos jugando con fuego. ¿Estás seguro de que puedes manejar esto?”
Fabián asintió lentamente, aunque no había total convicción en su mirada. Sabía que estaban en terreno resbaladizo, pero ya no había vuelta atrás. Vambertoken había dado su aprobación, y Andrés estaba completamente entregado a la causa.
—”No tenemos otra opción,” —respondió Fabián en voz baja—. “Solo puedo rezar para que esto no se nos salga de las manos.”
Mientras Fabián y Julián compartían su preocupación en silencio, Andrés, ahora imbuido de una nueva devoción, comenzó a planear sus próximos pasos. Para él, el plan ya había comenzado. Estaba dispuesto a todo. Estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de ser el instrumento que su maestro, Fabián, necesitara para destruir desde adentro a Vambertoken.
—”Confesaré lo que he hecho,” —dijo Andrés, su tono solemne, buscando la aprobación de Fabián—. “Confesaré todos mis pecados al vampiro, aquellos que la Iglesia nunca supo. Eso lo hará confiar en mí. No hay límites cuando se trata de la fe.”
Fabián lo observó en silencio, mientras sentía el peso de sus decisiones sobre sus hombros. Julián lo miró de reojo, sabiendo que no había marcha atrás.
El plan estaba en marcha… pero las consecuencias de este engaño, tanto para Fabián como para Julián, aún estaban por verse.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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