El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 217. Cuentos de Hombres Lobos
Lágrimas en la Oscuridad.
María estaba destrozada, su corazón temblando de angustia mientras las lágrimas corrían por su rostro sin consuelo. En los brazos de su hermana, Tatiana, buscaba la fortaleza que siempre había encontrado en su clarividencia, pero esta vez todo era diferente. No podía ver. No sabía qué estaba ocurriendo con Fabián y Julián en su entrevista con Andrés Rojas. Para María, el no saber era peor que cualquier visión espantosa. Era la sensación de perderlo todo, de que el vacío de la incertidumbre la arrastrara al abismo.
—”Tatiana… no puedo soportarlo,” —sollozaba entrecortada, su voz ahogada en la angustia—. “Siempre he sabido, siempre lo he visto… Pero ahora no puedo. ¡No puedo ver nada! Es como si el futuro no existiera para mí, como si… lo hubiera perdido.”
Tatiana la abrazaba fuerte, tratando de infundirle calma, pero las palabras eran inútiles en ese momento. La incertidumbre que ahogaba a su hermana era algo que ni ella, con toda su lógica y control, podía borrar.
—”Hermana, Fabián es fuerte,” —le decía Tatiana, con una firmeza suave—. “Lo has visto antes. Has visto lo que es capaz de hacer. Él ha resistido lo impensable. No te derrumbes ahora. Confía en él, confía en su fe.”
Pero María no podía escucharla, perdida en su desesperación. Las imágenes en su mente eran un caos; la oscuridad de no saber, de no poder sentir nada más que la ausencia de todo lo que conocía, la aplastaba.
Drex, que estaba a unos pasos de ellas, se acercó en silencio. Había sido amigo de María antes de convertirse en licántropo, antes de que su vida fuera absorbida por la purga, por la bestia, por todo lo que había cambiado. Y ahora la veía destrozada, más vulnerable que nunca. Drex, aún en su forma humana, era una presencia poderosa y firme, pero incluso él, con su fuerza, no podía darle lo que más necesitaba: una visión de Fabián sano y salvo.
—”María…” —comenzó Drex con voz grave pero cálida—. “Fabián ahora es más fuerte que nunca. Lo sabes, lo has visto en acción. Él no es el mismo hombre de antes. Tiene la fuerza para enfrentarse a cualquier cosa, incluso a alguien como Andrés Rojas. No debes dudar de eso.”
María levantó la mirada hacia él, sus ojos llenos de dolor.
—”¿Y si no es suficiente, Drex? ¿Y si no puede esta vez? ¡No lo sé! Y esa es la peor parte… ¡No lo sé!” —gritó, el dolor en su voz reverberando en la sala—. “Siempre he sabido. Siempre he visto lo que iba a ocurrir. Pero ahora… ahora no hay nada. ¿Y si mi poder se ha roto? ¿Y si lo he perdido porque mi miedo lo ha debilitado?”
Drex y Tatiana intercambiaron miradas preocupadas. Sabían lo poderosa que era María, pero también sabían que sus emociones y su clarividencia estaban conectadas de maneras profundas, casi inseparables. Y ahora, ese vínculo se tambaleaba.
En ese momento, Olfuma se acercó tímidamente, queriendo ofrecer apoyo, una sonrisa amable en su rostro renovado. Olfuma, el cascarón vacío que alguna vez fue Fabiola, ahora una creación moldeada por Asha, intentaba comprender el sufrimiento de María. Su personalidad inocente y gentil florecía en medio de las sombras, pero su sola presencia era suficiente para hacer que María se derrumbara aún más.
María retrocedió un paso al verla, su rostro lleno de una culpa insoportable.
—”No… no te acerques,” —susurró María, su voz temblando—. “Yo… no puedo… yo te hice esto. Ayudé a hacer esto. A ti… a Fabiola.”
La mención de Fabiola hizo que Olfuma frunciera el ceño en confusión, como si ese nombre fuera un eco distante que no alcanzaba a comprender del todo. Ella no recordaba nada de su vida pasada, pero el dolor en la voz de María le llegó profundamente, aunque no supiera el porqué.
Tatiana, rápida y firme, intervino antes de que María dijera algo que no debía.
—”¡María, basta!” —dijo Tatiana con autoridad, sujetando a su hermana por los hombros—. “No puedes decirle nada a Olfuma. Ya no es Fabiola, lo sabes. No traigas ese sufrimiento de vuelta. ¡No puedes!”
María, destrozada y quebrada por dentro, asintió débilmente mientras las lágrimas seguían corriendo por su rostro. Sentía que todo se desmoronaba a su alrededor, y que cada palabra que decía solo traía más caos. La culpa por lo que había hecho a Olfuma la carcomía, y la incertidumbre por el destino de Fabián la dejaba sin aire.
Olfuma, aún sin comprender la magnitud de lo que había pasado, extendió la mano, queriendo consolar a María.
—”Está bien, María… yo no recuerdo nada malo,” —dijo con dulzura—. “Solo quiero ayudarte. Somos amigas, ¿verdad?”
Esas palabras, esa inocencia desbordante, desgarraron más a María, que no pudo soportarlo. Todo lo que había hecho, todo lo que había ayudado a crear bajo la voluntad de Asha, ahora estaba frente a ella, tan quebrantada y rota como se sentía por dentro.
—”No, no somos amigas…” —susurró María, su voz rota, mientras apartaba la mirada de Olfuma.
Tatiana la abrazó con fuerza, protegiéndola de su propio dolor, mientras Drex también mantenía su presencia calmante cerca. Era un momento de desbordante tensión emocional, y todos en la sala lo sabían. Lo único que podían hacer ahora era esperar.
El futuro, una vez tan claro para María, ahora era un lienzo en blanco lleno de miedo y dudas.
Y todo lo que quedaba era la incertidumbre.
Olfuma, con su renovada calidez y un deseo inocente de agradar, no se dio por vencida pese a la evidente distancia emocional que mantenía María. Con una sonrisa tímida, pero genuina, se acercó una vez más, extendiendo la mano hacia María con la esperanza de formar un vínculo. Para ella, el deseo de tener amigos y ser aceptada por todos era lo único que tenía para aferrarse a esta nueva vida.
—”María… por favor. No quiero que estés triste. Solo quiero ayudarte, quiero ser tu amiga,” —dijo Olfuma con dulzura, su voz impregnada de sinceridad.
Pero María, atrapada en su propia condena, apenas pudo mirarla. Cada palabra que Olfuma pronunciaba era como un recordatorio constante de lo que había hecho bajo la voluntad de Asha. El cascarón que ahora era Olfuma le recordaba la tortura a la que había sido sometida Fabiola, y cómo ella misma había participado en su destrucción.
Tatiana, que estaba observando atentamente la escena, sabía que su hermana no podía seguir así por mucho tiempo. María era fuerte, pero su conciencia la estaba desgarrando lentamente desde dentro. Si no dejaba ir el peso de Fabiola, si no aceptaba que Fabiola había muerto y que ahora Olfuma era una nueva persona, su mente terminaría quebrándose. Y entonces, María lo confesaría todo. Y eso no podía suceder.
Con un suspiro profundo, Tatiana se acercó, tomando las manos de su hermana en las suyas.
—”María,” —comenzó Tatiana con voz suave, pero firme—, “escúchame bien. Sé que lo que hiciste bajo la voluntad de Asha te está destrozando por dentro. Sé que cada vez que miras a Olfuma, ves a Fabiola. Pero, hermana, Fabiola ya no está. Ella murió. Y lo que ves ahora, lo que queda, es Olfuma. Ella no es culpable de lo que pasó. Ella es solo una nueva vida, buscando amigos, buscando un lugar. Y te necesita, María.”
María levantó la vista, sus ojos llenos de dolor y confusión, buscando respuestas en la mirada de su hermana. No podía dejar de sentir que, de alguna manera, su propia alma estaba rota por haber participado en la creación de Olfuma. Pero al mismo tiempo, sabía que sus acciones no podían ser deshechas.
—”Pero… yo lo hice, Tatiana,” —murmuró María, las lágrimas volviendo a llenar sus ojos—. “Yo ayudé a destruirla. Yo la convertí en esto. ¿Cómo puedo ser su amiga cuando soy responsable de lo que le ocurrió?”
Tatiana apretó con más fuerza las manos de su hermana, forzándola a mirarla a los ojos.
—”Si realmente te sientes culpable por lo de Fabiola, si realmente deseas compensar ese daño, entonces la mejor manera de hacerlo es siendo la mejor amiga de Olfuma. Fabiola está muerta, María. Ese capítulo ya se cerró. Ahora, Olfuma es lo que queda. Si quieres redimirte, si realmente quieres hacer algo bueno, entonces sé su amiga. Protégela. Cuídala. Pero, por el bien de ambas, deja a Fabiola en el pasado. Porque si sigues cargando con esto, te va a destruir. Y todo lo que intentaste hacer bien, se desmoronará.”
María cerró los ojos, dejando que las palabras de su hermana se hundieran en su corazón. Sabía que Tatiana tenía razón. No podía seguir aferrándose a Fabiola, a ese dolor. Necesitaba aceptar que lo que había hecho no podía deshacerse. Lo único que podía hacer ahora era seguir adelante, cuidar de Olfuma, y evitar que el pasado las consumiera a ambas.
Con un tembloroso suspiro, María miró a Olfuma, quien seguía allí, esperando pacientemente, sin comprender la magnitud de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
—”Olfuma…” —dijo María finalmente, su voz quebrada, pero decidida—. “Yo… yo seré tu amiga. Te lo prometo.”
La sonrisa de Olfuma se ensanchó de inmediato, iluminando su rostro con una alegría pura y simple. Sin dudarlo, abrazó a María, rodeándola con sus brazos, como si siempre hubiera esperado ese momento.
—”Gracias, María,” —susurró Olfuma, contenta—. “Te prometo que seremos buenas amigas.”
María, sorprendida por el abrazo, sintió que una pequeña parte de la culpa que llevaba en su pecho se aligeraba, aunque el peso completo aún permanecía.
Tatiana, observando desde un costado, sonrió levemente. Sabía que aún quedaba mucho camino por recorrer, pero este era un primer paso. Si María podía aceptar a Olfuma y dejar de lado la sombra de Fabiola, entonces tal vez podría encontrar algo de paz.
—”Lo hiciste bien, hermana,” —murmuró Tatiana en voz baja, antes de girarse y salir de la sala, dejando a las dos mujeres con su recién formada amistad.
El proceso de curación apenas había comenzado, pero por primera vez en mucho tiempo, parecía que había una posibilidad de redención.
El nombre de Fabiola quedaría enterrado en el pasado.
Olfuma era el presente.
Y lo que vendría, ahora, dependía de cómo forjarían ese futuro juntas.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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