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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 204. Cuentos de Hombres Lobos

Los Ecos del Horror.

La noche había caído sobre Cochabamba, y el apartamento de Fabián y María era un refugio tenue, apenas iluminado por la luz amarillenta de las lámparas de pie. Fabián, Tatiana y Drex se encontraban sentados en silencio, esperando a que María comenzara a hablar. El ambiente estaba cargado de tensión. No solo por la gravedad de lo que estaba por contar, sino también por la incomodidad palpable que envolvía a María.

La mujer, ahora libre de la voluntad de Asha, respiraba profundamente mientras miraba el suelo. Sus manos temblaban ligeramente, como si el peso de las acciones que había realizado bajo el mando de su maestra aún la aplastara. Los gritos de Fabiola resonaban en su mente, una y otra vez, como si fueran parte de su propia piel.

Finalmente, se armó de valor y comenzó a hablar, su voz quebrada pero firme.

—”Lo que hicimos… lo que yo hice… aún me cuesta decirlo en voz alta,” —dijo María, su mirada perdida en un punto distante, evitando los ojos de los demás—. “Asha… ella es un ser más allá de lo que jamás creí que alguien pudiera ser. Verla tan retorcida, tan… entusiasmada con el dolor de otro ser, es algo que incluso a mí me cuesta comprender.”

Drex, apoyado contra la pared, observaba en silencio. Él sabía lo que Asha era capaz de hacer, pero escuchar a María era distinto. Esta vez, la crueldad había pasado por las manos de alguien cercano, alguien que él conocía antes de que todo cambiara.

—”Comenzamos con la dominación de sangre,” —continuó María, sus palabras pesadas—. “Fabiola estaba encadenada, apenas consciente. Asha hizo que su sangre… respondiera a ella. Cada vez que Fabiola tratara de resistirse, de hacer algo en contra de la voluntad de Asha, su sangre herviría por dentro. No solo era dolor físico, era una prisión en su propia carne. No morirá… pero sentirá ese dolor una y otra vez. Siempre.”

Fabián apretó los puños. Aunque sabía que María había estado bajo la voluntad de Asha, escucharla describir la tortura lo hacía sentir impotente. Pero María no había terminado.

—”Luego vino lo peor,” —dijo ella, su voz aún más baja, casi un susurro—. “Asha me ordenó que entrara en sus recuerdos. Me hizo… alterar su mente. Cambié sus recuerdos, los buenos momentos que alguna vez tuvo, los convertí en algo retorcido, los transformé en pesadillas. Asha no quería que Fabiola tuviera algo a lo que aferrarse. Y yo lo hice… yo lo hice.”

Tatiana miraba a su hermana con un nudo en el estómago. Sabía lo fuerte que era María, pero verla tan destruida la hacía sentir un peso que no había sentido en años. Sabía que, de alguna forma, el alma de su hermana había sido dañada ese día.

—”Y lo peor,” —prosiguió María, esta vez mirando directamente a Drex—, “es que le dejamos un solo recuerdo intacto… el de ti, Drex, arrancándole el corazón… 350 veces.”

Drex frunció el ceño, pero no dijo nada. Fabián, sin embargo, no pudo quedarse en silencio.

—”¿Por qué harías eso?” —preguntó Fabián, su voz no cargada de reproche, sino de genuina preocupación.

—”No fue mi decisión…” —contestó María, su voz quebrándose por el dolor—. “Asha quería que ese fuera su único sueño… que lo reviviera cada vez que cerrara los ojos. No tendrá paz… nunca más. Es lo único que le queda. Es todo lo que tendrá para siempre.

María, sintiéndose asfixiada por sus propias palabras, se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro. Su mente, aún perturbada por lo que había hecho, la atormentaba con los ecos de los gritos de Fabiola.

—”Lo peor,” —añadió María, con los ojos vidriosos—, “es que yo misma… yo misma le sugerí a Asha cambiar la forma en que Fabiola recordaba a su familia. Le dije que podríamos hacer que sus padres aparecieran como monstruos que la traicionaron. Y Asha… lo aceptó. Le gustó mi idea. Se emocionó… y me dejó hacerlo.”

Un silencio pesado cayó sobre la habitación. María se detuvo frente a la ventana, mirando la ciudad en la oscuridad, sintiendo que el peso de sus decisiones, aunque bajo la influencia de Asha, seguía siendo suyo.

Tatiana, conmovida por la confesión de su hermana, se levantó y se acercó a ella. Colocó una mano en su hombro y la giró suavemente para que la mirara.

—”María… no fue tu culpa,” —dijo Tatiana con voz firme pero suave—. “Estabas bajo la voluntad de Asha. Sabes que no puedes controlarlo.”

—”Eso no cambia lo que hice,” —respondió María, sus ojos llenos de lágrimas—. “Yo… me vi haciéndolo. Me vi disfrutando, Tatiana. Por un segundo… lo disfruté.”

Drex, con una mirada dura pero comprensiva, se acercó a ambas hermanas. —”Asha es un monstruo, todos lo sabemos,” —dijo Drex—. “Lo que hizo a Fabiola fue enfermo, pero no puedes dejar que eso te consuma, María. Porque si lo haces, entonces ella habrá ganado. No solo sobre Fabiola, sino sobre ti también.”

Fabián, que había estado en silencio, se levantó y se acercó a María. La tomó suavemente de la mano y la miró a los ojos. —”Dios es amor,” —dijo, susurrando—. “Y aunque todo esto parezca oscuro, su amor sigue aquí, entre nosotros. Yo estoy aquí. No estás sola, María.”

María miró a Fabián, y por primera vez desde que empezó a contar lo sucedido, sintió una pequeña chispa de esperanza. Pero los ecos de los gritos de Fabiola seguían allí, retumbando en su mente.

—”No sé si podré olvidar…” —murmuró María, su voz quebrada—. “No sé si alguna vez dejaré de escuchar sus gritos.”

—”No tienes que olvidarlo,” —respondió Fabián con suavidad—. “Solo tienes que aprender a vivir con ello. Y estaremos aquí para ayudarte.”

La noche continuó, y aunque las sombras del pasado seguían presentes, en ese momento, María supo que no estaba sola. Tenía a su hermana, a Drex y a Fabián. Tal vez nunca podría escapar de los ecos de los gritos, pero con ellos, podría soportarlos.

Y en el apartamento, mientras la oscuridad envolvía la ciudad, el tormento de lo ocurrido con Fabiola seguía siendo un peso, pero uno que compartían entre todos.

Tatiana frunció el ceño, claramente desconcertada por algo que María acababa de decir. Se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de una mezcla de curiosidad y preocupación.

—”Espera,” —dijo Tatiana, interrumpiendo el flujo del relato de su hermana—, “¿dijiste que Fabiola… u Olfuma, va a soñar con Drex arrancándole el corazón 350 veces? ¿Eso qué significa exactamente? No entiendo cómo eso se relaciona con todo lo demás.”

Drex, que hasta ahora había estado en silencio, también alzó la mirada al escuchar su nombre. Sus ojos se estrecharon, sabiendo que lo que venía no sería algo fácil de digerir.

—”Es parte del castigo final,” —respondió María, casi susurrando, con los ojos llenos de culpabilidad—. “Asha quería asegurarse de que Fabiola no tuviera descanso ni siquiera en sus sueños. Cada vez que duerma… será arrastrada a una pesadilla eterna, en la que Drex —tú, Drex— le arrancará el corazón una y otra vez, como lo hizo durante el ritual de los 350 corazones.”

Drex tensó la mandíbula, intentando no mostrar la incomodidad que sentía al escuchar que su imagen sería usada de esa manera. —”¿Cada vez que duerma?” —preguntó, su voz baja y peligrosa—. “¿Siempre me verá en sus pesadillas?”

—”Sí,” —confirmó María con una leve inclinación de cabeza—. “Asha me dejó implantar ese recuerdo de forma permanente. No tendrá un solo momento de paz. Incluso cuando cierre los ojos, verá tu rostro, sentirá tus garras… y morirá, una y otra vez.”

Tatiana se estremeció al escuchar la explicación completa. —”Es… macabro,” —murmuró, mirando a Drex—. “Ella no sabrá si alguna vez escapará de esa pesadilla. Cada vez que cierre los ojos, te verá a ti… y será condenada a morir en sus sueños por toda la eternidad.”

Drex asintió lentamente, asimilando lo que eso implicaba. —”No es la primera vez que soy parte de una pesadilla,” —respondió con un tono oscuro—, “pero esta… esta es algo diferente. La condenaron a vivir en el infierno que crearon para ella.”

Tatiana, aún sin digerir del todo la crueldad de esa parte del castigo, entrecerró los ojos. —”María… ¿es esta la obra maestra de Asha o es la tuya?” —preguntó suavemente, sin intención de juzgar, pero buscando comprender el peso que su hermana cargaba.

María tragó saliva, su mirada cayendo hacia el suelo. —”Ambas,” —dijo en un susurro—. “Ambas lo son.”

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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