Era un día especial en la Escuela Primaria Benito Juárez: los estudiantes de quinto y sexto grado estaban listos para una excursión al Parque Nacional El Chico, un lugar lleno de bosques, montañas y senderos perfectos para una aventura. Los autobuses escolares estaban estacionados afuera, y los niños subían emocionados con sus mochilas cargadas de bocadillos, botellas de agua y linternas. Para muchos de ellos, esta era la primera vez que salían de la ciudad en una excursión escolar, y las expectativas eran altas.
Entre los estudiantes se encontraba Diego, un niño de once años conocido por su gran entusiasmo y su amor por la naturaleza. Siempre había soñado con explorar el bosque, buscar animales y descubrir nuevas plantas. Sin embargo, Diego también tenía un pequeño problema: a menudo se dejaba llevar por su entusiasmo y no siempre pensaba en los demás. Le gustaba ser el primero en todo y, aunque no lo hacía con mala intención, a veces podía ser un poco brusco con sus compañeros.
Por otro lado, estaba Daniela, una niña callada y tímida, que prefería mantenerse al margen de las travesuras y juegos bulliciosos. A Daniela le gustaba observar y escuchar, y aunque a veces deseaba tener más amigos, se sentía cómoda en su propio espacio. Sin embargo, a menudo era blanco de bromas debido a su carácter reservado y su dificultad para hacer amigos. Diego, sin darse cuenta, a veces era parte de esas bromas, simplemente porque pensaba que era gracioso.
La maestra Ruiz, encargada de la excursión, organizó a los niños en grupos para asegurarse de que nadie se perdiera. Diego, emocionado, fue asignado al grupo de Daniela junto con otros tres estudiantes: Luis, un niño muy curioso con una cámara para documentar todo; Fernanda, la niña más extrovertida de la clase; y Mauricio, conocido por su risa contagiosa. Daniela, al ver que estaba en el mismo grupo que Diego, suspiró, temiendo que el día no fuera tan agradable.
“¡Vamos a ser el mejor grupo de todos!” exclamó Diego mientras tomaba la delantera. “Sigamos este sendero, parece que lleva a una cascada.”
“Diego, no tan rápido,” le advirtió la maestra Ruiz. “Recuerda que debemos ir todos juntos y con cuidado.”
Diego sonrió y asintió, aunque no pudo evitar acelerar el paso. Daniela, con su ritmo más pausado, se quedó rezagada junto a Mauricio, quien también prefería no apresurarse demasiado. Mientras caminaban, Daniela se mantenía en silencio, observando las copas de los árboles y disfrutando del canto de los pájaros.
“¿Te gustan las excursiones?” le preguntó Mauricio en un intento de iniciar una conversación.
“Sí, pero prefiero caminar despacio y ver todo a mi alrededor,” respondió Daniela tímidamente.
Mientras tanto, Diego y Fernanda se adelantaron al grupo. Luis, ocupado con su cámara, intentaba tomar fotos de todo lo que veía, desde hongos en el suelo hasta mariposas volando cerca. Diego, con su energía inagotable, señalaba cada cosa interesante que encontraba, sin darse cuenta de que no todos podían seguir su ritmo. De repente, encontraron un claro con una gran roca que parecía perfecta para trepar.
“¡Miren esto!” exclamó Diego. “¡Vamos a escalarla!”
Fernanda se unió de inmediato, pero Daniela dudó. La roca parecía alta y un poco resbalosa. “No estoy segura de que sea una buena idea,” dijo, pero Diego ya estaba trepando con entusiasmo. En su afán por llegar primero, no se dio cuenta de que Fernanda había perdido el equilibrio y resbalado, raspándose la pierna.
“¡Ay!” gritó Fernanda, sentándose en el suelo y examinando su herida. Diego se giró, un poco sorprendido. “¡No pasa nada, solo es un raspón! ¡Sigue intentándolo!” dijo sin mucha preocupación.
Pero Daniela, al ver a Fernanda herida, se acercó y sacó un pequeño botiquín de su mochila. “Déjame ayudarte,” le ofreció mientras sacaba una toallita y una tirita. Fernanda, aunque molesta por la caída, aceptó la ayuda. Daniela limpiaba la herida con cuidado, mostrando una amabilidad que Fernanda no esperaba.
“Gracias, Dani,” dijo Fernanda, un poco avergonzada por haber sido tan impulsiva.
Diego, desde la cima de la roca, observó la escena y, por primera vez, se dio cuenta de que tal vez su entusiasmo no siempre era la mejor manera de hacer las cosas. Bajó lentamente y se acercó a Fernanda y Daniela. “Perdón, no pensé que alguien pudiera caerse,” admitió, rascándose la cabeza. “Solo quería que nos divirtiéramos.”
“Está bien,” respondió Daniela, sonriendo levemente. “Pero a veces es mejor ir con calma y asegurarnos de que todos estén bien.”
La excursión continuó, y Diego hizo un esfuerzo consciente por moderar su ritmo. Mientras caminaban, empezaron a hablar más y a conocerse mejor. Daniela les contó sobre los animales que le gustaba dibujar y los libros que leía en su tiempo libre, y pronto los otros comenzaron a verla con nuevos ojos. Incluso Diego, quien se dio cuenta de lo interesante que podía ser escuchar en lugar de solo hablar.
Llegaron a un área de picnic donde la maestra Ruiz les indicó que era hora de descansar y almorzar. Los grupos se sentaron juntos, y Diego, esta vez, se aseguró de que todos tuvieran espacio para sentarse cómodamente. Sacó un par de sándwiches y los repartió con sus compañeros, mostrando un gesto de amabilidad que era raro en él.
Mientras comían, comenzaron a oír un ruido fuerte. Al mirar hacia el bosque, vieron que un grupo de monos se acercaba, atraídos por la comida. Los niños comenzaron a reír, pero Daniela notó que uno de los monos tenía una pata herida. Sin dudarlo, tomó un poco de fruta de su almuerzo y se la ofreció al mono herido, manteniendo una distancia segura.
Los demás observaron en silencio, impresionados por la valentía y la bondad de Daniela. Los monos tomaron la fruta y se alejaron lentamente, sin causar más alboroto. Diego, al ver la acción de Daniela, se sintió inspirado. “Oye, Dani, eso fue increíble,” dijo. “Creo que nunca había visto a alguien tan amable con los animales.”
Daniela se encogió de hombros, un poco avergonzada pero contenta de haber ayudado. “Siempre es bueno ser amable,” respondió. “Con los animales, con las personas… con todos. Nunca sabes cuándo alguien puede necesitar una mano amiga.”
Diego asintió, sintiendo que había aprendido algo importante ese día. A lo largo de la excursión, trató de ser más consciente de los demás, ayudando a quienes se quedaban atrás y asegurándose de que todos se sintieran incluidos. Al final del día, cuando regresaron a los autobuses, Diego se dio cuenta de que ser amable no solo hacía que los demás se sintieran mejor, sino que también lo hacía sentir bien a él.
Daniela, por su parte, se fue a casa sintiéndose aceptada y valorada. Gracias a la excursión, había demostrado que la amabilidad y la paciencia eran virtudes poderosas, capaces de cambiar la dinámica de un grupo y de enseñar a los demás el verdadero significado de ser un buen amigo.
Un Desafío que Pone a Prueba la Amabilidad
Después del almuerzo, los estudiantes se prepararon para la siguiente parte de la excursión: una caminata hacia un mirador con vistas espectaculares del valle. La maestra Ruiz dividió a los estudiantes en grupos más pequeños para facilitar la caminata, y cada grupo recibió un mapa y una brújula. La tarea era seguir el sendero correcto hasta el mirador, y los primeros en llegar tendrían la oportunidad de elegir primero sus puestos para una actividad de observación de aves.
Diego, emocionado por el desafío, se apresuró a tomar el liderazgo del grupo. “Esta vez no nos quedaremos atrás,” dijo, mirando a sus compañeros. “Vamos a ser los primeros en llegar.”
Fernanda y Luis parecían animados por la idea, pero Daniela frunció el ceño. “¿No deberíamos tomarlo con calma? Es un bosque y podríamos perdernos si no seguimos bien el mapa.”
Diego hizo una mueca, pero recordó cómo Daniela había ayudado a Fernanda más temprano y cómo su amabilidad había mejorado la situación. Suspiró y asintió, aunque con cierta impaciencia. “De acuerdo, iremos despacio, pero no podemos perder mucho tiempo.”
El grupo comenzó la caminata, y al principio todo fue bien. Siguieron el sendero marcado en el mapa, disfrutando de la naturaleza a su alrededor. Daniela se aseguraba de que todos estuvieran cómodos con el ritmo, mientras Luis seguía tomando fotos de todo lo que veía. Diego intentaba mantenerse al frente, pero cada vez que miraba a Daniela, recordaba ser paciente.
A mitad de camino, llegaron a una bifurcación en el sendero. El mapa mostraba dos rutas posibles, una más larga pero segura, y otra más corta pero con un aviso de precaución por terreno difícil. Diego, con su deseo de ganar, miró ambas opciones y sugirió tomar el camino corto.
“Si tomamos el más corto, llegaremos primero,” dijo Diego, señalando el sendero. “Podemos manejarlo, ¿no?”
Daniela estudió el mapa y miró a su alrededor. “Este camino tiene una advertencia. Tal vez no sea seguro para todos.”
“¡Oh, vamos!” dijo Fernanda, apoyando a Diego. “Estamos en una excursión, no puede ser tan peligroso.”
Luis, que no era fanático de las decisiones arriesgadas, dudó. “Quizás deberíamos seguir el camino largo. No estamos compitiendo realmente, y no quiero que nadie se lastime.”
Diego miró a Daniela, esperando su aprobación, pero ella seguía escéptica. Finalmente, Daniela cedió, sintiendo la presión de no querer ser la que frenara al grupo. “Está bien, pero vayamos con cuidado,” dijo. “No hay prisa.”
El grupo tomó el sendero corto, y al principio, todo parecía ir bien. Sin embargo, a medida que avanzaban, el terreno se volvió más empinado y rocoso. Los árboles eran más densos y, pronto, el sendero dejó de ser tan claro. Diego intentó mantener la calma, pero era evidente que habían elegido un camino más difícil de lo previsto.
De repente, Fernanda tropezó con una raíz sobresaliente y cayó, torciéndose el tobillo. “¡Ay, me duele!” exclamó, sentándose en el suelo y agarrándose el pie. Diego y los demás se detuvieron, preocupados.
“¿Estás bien?” preguntó Diego, arrodillándose junto a Fernanda. “Lo siento, no pensé que fuera tan complicado.”
Daniela se apresuró a revisar el tobillo de Fernanda. “Parece que solo está torcido, pero no deberías caminar mucho más,” dijo. Miró a Diego y agregó: “Deberíamos haber tomado el otro camino.”
Diego, sintiéndose culpable, asintió. “Tienes razón, Dani. No pensé en cómo esto podría afectarnos a todos.”
Luis, quien había estado tranquilo hasta ahora, propuso regresar por el mismo camino. “Podemos llevar a Fernanda de vuelta y tomar el otro sendero.”
Sin embargo, Daniela sugirió algo diferente. “Estamos casi a la mitad de ambos caminos,” dijo, mirando el mapa. “Podríamos seguir hacia adelante, pero a un ritmo más lento, ayudando a Fernanda a caminar. Si tomamos turnos, podemos asegurarnos de que llegue sin empeorar su tobillo.”
Diego y los otros estuvieron de acuerdo. Con Diego y Luis ayudando a Fernanda a caminar, y Daniela liderando con el mapa, el grupo avanzó con más cuidado. Durante el trayecto, Diego reflexionó sobre su actitud. Recordó las palabras de Daniela y cómo ella siempre pensaba en los demás antes de tomar decisiones. Se dio cuenta de que, aunque había querido liderar, ser un buen líder también significaba ser considerado y amable.
Mientras caminaban, el grupo comenzó a hablar más y a disfrutar del tiempo juntos. Daniela compartió algunas historias de sus excursiones familiares y cómo siempre había aprendido a respetar el ritmo y las necesidades de los demás. Diego, por su parte, contó algunas de sus travesuras y cómo a veces sus acciones impulsivas lo habían metido en problemas, pero que estaba aprendiendo a ser más paciente y considerado.
Finalmente, después de un trayecto que pareció eterno, llegaron al mirador. La vista era impresionante, con el valle extendiéndose bajo ellos y las montañas en la distancia. A pesar del cansancio, todos se sintieron recompensados por el esfuerzo. Diego, mirando el paisaje, se volvió hacia Daniela.
“Gracias por ayudarnos a llegar aquí,” dijo con sinceridad. “Y por enseñarnos a ser amables en el camino.”
Daniela sonrió, agradecida por las palabras de Diego. “Todos podemos aprender de nuestros errores,” respondió. “Lo importante es estar ahí para los demás.”
Los demás grupos comenzaron a llegar poco después, y aunque no fueron los primeros, Diego y su equipo no se sintieron decepcionados. Habían aprendido una lección mucho más valiosa que simplemente ganar una carrera: la importancia de la amabilidad y el trabajo en equipo.
La maestra Ruiz, al ver a Fernanda con el tobillo torcido, se acercó para ayudar y escuchar lo que había pasado. Al enterarse de cómo el grupo había manejado la situación, sonrió con orgullo. “Ustedes hicieron lo correcto al ayudarse mutuamente,” les dijo. “No siempre es fácil tomar la decisión amable, pero es la correcta.”
De regreso a los autobuses, Diego caminó al lado de Daniela. “Creo que voy a intentar ser más como tú,” le dijo. “Pensar antes de actuar y asegurarme de que todos estén bien.”
Daniela rió suavemente. “No tienes que ser como yo, solo sé la mejor versión de ti mismo,” le aconsejó. “La amabilidad no siempre es fácil, pero siempre es la mejor opción.”
Mientras los autobuses volvían a la escuela, Diego y sus amigos se sintieron más unidos que nunca. La excursión les había mostrado que, más allá de ganar o perder, lo que realmente importaba era cómo se trataban unos a otros. Y con esa lección grabada en sus corazones, supieron que la amabilidad sería su mejor guía en cualquier aventura que emprendieran.
La Recompensa de Ser Amable
De vuelta en la escuela, la maestra Ruiz organizó a los estudiantes para una última reunión en el salón de actos antes de que sus padres llegaran a recogerlos. Los alumnos estaban cansados, pero contentos después de la excursión. Mientras todos se acomodaban en sus asientos, la maestra Ruiz tomó el micrófono y sonrió a sus alumnos.
“Hoy, todos ustedes demostraron algo muy importante,” comenzó. “Más allá de seguir un mapa o llegar primero al mirador, lo más valioso fue cómo se cuidaron unos a otros. Y quiero reconocer especialmente al grupo de Diego, Daniela, Fernanda, Luis y Mauricio, que enfrentaron un desafío inesperado y lo superaron con amabilidad y trabajo en equipo.”
Diego sintió un calor en su pecho mientras la maestra hablaba. Por un momento, temió que el incidente del sendero corto pudiera haber sido un problema, pero en cambio, la maestra estaba elogiando la manera en que se habían unido para ayudar a Fernanda. Los otros estudiantes aplaudieron, y Diego miró a Daniela con una sonrisa de agradecimiento.
“Ahora, quiero invitar a Daniela a que comparta su experiencia,” dijo la maestra Ruiz. “Porque a veces, ser el líder no significa estar al frente, sino saber cuidar a los que están a tu lado.”
Daniela se sonrojó un poco, pero se levantó con confianza. Caminó hasta el frente y tomó el micrófono, respirando hondo antes de hablar. “Hoy aprendimos que ser amable siempre es la mejor opción,” comenzó. “No importa si estamos en una excursión, en la escuela, o en cualquier otro lugar. Cuando tomamos decisiones pensando en los demás y no solo en nosotros mismos, todos ganamos.”
La maestra Ruiz asintió, satisfecha con las palabras de Daniela. “Gracias, Daniela,” dijo mientras los estudiantes aplaudían de nuevo. “Espero que todos recuerden esta lección. No solo en los viajes o en la escuela, sino en la vida diaria. La amabilidad es algo que podemos practicar en cada momento, y su impacto puede ser mucho mayor de lo que imaginamos.”
Después de la reunión, los estudiantes comenzaron a recoger sus mochilas y a salir del salón para encontrarse con sus padres. Diego, sintiéndose inspirado por las palabras de Daniela, decidió que quería hacer algo especial. Se acercó a Fernanda, quien todavía cojeaba un poco, y le ofreció llevar su mochila.
“Déjame ayudarte,” le dijo, tomando la mochila sin esperar una respuesta. “No quiero que te esfuerces más de lo necesario.”
Fernanda sonrió, sorprendida por el gesto. “Gracias, Diego,” respondió. “Eres un buen amigo.”
Mientras caminaban hacia la salida, Diego vio a otros compañeros ayudándose mutuamente, ya fuera llevándose las mochilas, compartiendo botellas de agua o simplemente animándose con palabras de apoyo. Era como si la excursión hubiera encendido una chispa de amabilidad que se extendía por toda la clase.
Afuera, los padres esperaban ansiosos para escuchar cómo había ido la excursión. La mamá de Diego lo abrazó y le preguntó cómo había sido su día. Diego, sonriendo, relató con entusiasmo los eventos, omitiendo los errores que había cometido, pero destacando cómo su grupo había trabajado junto para superar las dificultades.
“Mamá, creo que aprendí algo muy importante hoy,” dijo Diego con seriedad. “A veces, ser amable es más importante que ser el primero o el mejor. Y eso hace que todos nos sintamos mejor.”
Su madre lo miró con orgullo y le dio un beso en la frente. “Estoy muy orgullosa de ti, Diego,” dijo. “Siempre recuerda que la amabilidad es una fuerza poderosa.”
Mientras se alejaban, Diego pensó en las palabras de su madre y en todo lo que había aprendido ese día. Sabía que aún tenía mucho por mejorar, pero estaba decidido a ser más considerado y amable en su vida diaria.
En los días siguientes, Diego puso en práctica lo que había aprendido. En clase, se ofreció a ayudar a sus compañeros con las tareas, y en el recreo, en lugar de competir siempre por ser el primero, comenzó a disfrutar más el tiempo con sus amigos. Notó que las pequeñas acciones amables, como prestar un lápiz, compartir un bocadillo o simplemente escuchar a los demás, tenían un gran impacto en su entorno.
Por su parte, Daniela también notó un cambio en la actitud de sus compañeros hacia ella. Ya no la veían como la niña callada que siempre estaba en segundo plano, sino como alguien en quien podían confiar y de quien podían aprender. Su amabilidad había sido una inspiración para todos, y poco a poco, más compañeros se acercaron a ella para conocerla mejor.
Un día, mientras los alumnos trabajaban en un proyecto de ciencias, la maestra Ruiz les dio una tarea especial: crear un mural en el patio de la escuela que representara los valores más importantes para la clase. Los estudiantes se dividieron en grupos, y cada grupo tenía que pintar una sección del mural.
Cuando llegó el turno del grupo de Diego y Daniela, decidieron pintar un gran árbol con ramas que representaban diferentes valores: respeto, amistad, responsabilidad, y en el centro, una palabra destacaba en letras brillantes: amabilidad. Diego, con un pincel en la mano, sonrió mientras agregaba los últimos detalles a la palabra.
“Creo que esta es la más importante,” dijo Diego, admirando su trabajo. “Es lo que mantiene todo junto.”
Daniela asintió y añadió una pequeña flor al pie del árbol. “Y siempre crece, si la cuidamos bien,” comentó.
El mural se convirtió en un símbolo para la escuela, recordando a todos los estudiantes y maestros la importancia de vivir con amabilidad. Cada vez que pasaban por el patio, Diego, Daniela y sus compañeros se sentían orgullosos de lo que habían aprendido y de cómo lo habían compartido con los demás.
A medida que pasaban los meses, la escuela se llenó de actos de bondad y apoyo mutuo. Los alumnos se ayudaban más entre sí, y la atmósfera en las clases se volvió más positiva. Los pequeños gestos amables que habían comenzado durante la excursión se multiplicaron, demostrando que cuando se elige ser amable, todos salen beneficiados.
Un día, al final del año escolar, la maestra Ruiz les dijo a sus estudiantes: “Este año ha sido especial no solo por lo que aprendieron en sus libros, sino por cómo crecieron como personas. Espero que lleven consigo la lección de que la amabilidad siempre es la mejor opción, sin importar dónde estén o lo que enfrenten.”
Diego, sentado junto a Daniela, sintió que esas palabras resonaban profundamente en él. Sabía que no solo había aprendido algo valioso, sino que también había hecho nuevos amigos y creado recuerdos que llevaría consigo para siempre. Miró a Daniela y sonrió, sabiendo que, gracias a ella y a las experiencias compartidas, había descubierto que ser amable siempre es la mejor opción.
La moraleja de esta historia es que ser amable siempre es la mejor opción.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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