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Era un día soleado en el gran pueblo de Valle Verde, un lugar conocido por sus praderas verdes y su tranquilo río que serpenteaba por el valle. En el centro del pueblo, había un puente de madera que conectaba las dos orillas del río. Este puente, construido hace muchos años, había sido testigo de incontables historias: desde los juegos de los niños hasta las charlas serenas de los ancianos que paseaban a la luz del atardecer.

Sin embargo, un día, después de una tormenta que duró toda la noche, el puente quedó gravemente dañado. Una parte de las tablas se había desprendido, y algunas cuerdas que lo sostenían se veían deshilachadas y frágiles. El río, que solía ser sereno, ahora corría más rápido y con mayor fuerza, alimentado por las lluvias recientes.

Los habitantes del pueblo, preocupados, se reunieron en la plaza principal para decidir qué hacer. Había quienes pensaban que debían reparar el puente de inmediato, antes de que alguien resultara herido. Otros, sin embargo, creían que debían esperar hasta que el río volviera a su cauce normal y las lluvias cesaran por completo.

Entre los habitantes se encontraba Tomás, un niño curioso de unos diez años, con una mente despierta y un corazón valiente. Tomás siempre había admirado el puente, y las historias que su abuelo le contaba sobre su construcción y los esfuerzos que tomó levantarlo.

—No debemos precipitarnos —dijo don Antonio, el abuelo de Tomás, mientras la multitud discutía acaloradamente—. La calma nos permitirá tomar la mejor decisión.

Al escuchar estas palabras, Tomás sintió una chispa de curiosidad. Decidió ir al puente y observarlo más de cerca. Caminó hasta la orilla del río, donde las aguas rápidas golpeaban las rocas y el puente se tambaleaba levemente con el viento.

Mientras Tomás estudiaba el puente, un pato llamado Paco se le acercó. Paco era conocido en el pueblo por ser un gran observador, siempre alerta y tranquilo. Se deslizó con gracia sobre el agua y miró a Tomás con sus ojos brillantes.

—Hola, Tomás —dijo Paco con su voz suave—. ¿Qué te trae por aquí?

—Hola, Paco. Estoy tratando de entender qué es lo mejor que podemos hacer con el puente. Se ve muy mal, pero también sé que, si tomamos una decisión apresurada, podríamos empeorar las cosas.

Paco asintió con su cabeza.

—Tienes razón, joven amigo. La naturaleza nos enseña que la paciencia y la calma son fundamentales. Cuando el río está agitado, no es buen momento para cruzarlo. Pero cuando el agua se calma, todo se ve más claro.

Tomás se sentó junto al río, observando cómo las corrientes rápidas se estrellaban contra los pilares del puente. Mientras meditaba sobre las palabras de Paco, sintió la presencia de otro amigo. Era Lili, una pequeña libélula de alas resplandecientes. Lili solía volar sobre el río, disfrutando de la brisa suave y del sol cálido.

—¡Hola, Lili! —exclamó Tomás, saludándola con una sonrisa.

Lili aterrizó delicadamente en el hombro de Tomás y miró el puente con preocupación.

—Este puente ha resistido muchas tormentas, pero necesita cuidados ahora más que nunca —dijo Lili con voz melodiosa—. Sin embargo, creo que debemos esperar a que el río se calme. Solo entonces podremos ver realmente qué partes están dañadas y cómo repararlas.

Tomás asintió, tomando en cuenta lo que Lili había dicho. Decidió que era hora de regresar al pueblo y compartir sus pensamientos con los demás. Mientras caminaba de regreso, no pudo evitar notar cómo el viento soplaba con fuerza, haciendo que las ramas de los árboles se movieran de un lado a otro. Parecía que la naturaleza misma estaba de acuerdo con la idea de esperar.

Al llegar a la plaza, la discusión entre los habitantes seguía. Algunos estaban muy preocupados y querían empezar a trabajar en el puente de inmediato. Otros, en cambio, opinaban que debían esperar, aunque no todos estaban convencidos de que eso fuera lo mejor.

—Escuchen, todos —dijo Tomás con voz firme, llamando la atención de la multitud—. Hoy fui a ver el puente, y hablé con Paco y Lili. Ambos creen que deberíamos esperar a que el río se calme antes de tomar cualquier decisión.

Hubo un murmullo entre los presentes. Don Antonio, que siempre había valorado la sabiduría de los jóvenes, miró a Tomás con una sonrisa.

—Creo que Tomás tiene razón —dijo don Antonio—. Debemos ser pacientes. La calma nos permitirá tomar mejores decisiones y evitar que el daño sea mayor.

La multitud comenzó a asentir, comprendiendo que las palabras de Tomás y sus amigos animales eran sabias. Decidieron esperar un par de días, observando cómo se comportaba el río y dejando que las nubes grises se despejaran.

Tomás, satisfecho de que el pueblo había elegido actuar con calma, se sentó en la plaza, contemplando el horizonte. Sabía que habían tomado la decisión correcta, pero también entendía que era solo el comienzo. El puente aún necesitaba ser reparado, y cuando llegara el momento, el pueblo estaría listo para actuar, pero sin prisas, y con la serenidad necesaria para asegurar un buen resultado.

En su corazón, Tomás sintió que había aprendido una valiosa lección sobre la importancia de la calma, no solo para tomar decisiones difíciles, sino para enfrentar cualquier desafío que la vida pudiera presentar.

Los días pasaron, y como predijo don Antonio, el río comenzó a calmarse. Las corrientes que antes rugían ahora fluían suavemente, y las nubes grises que cubrían el cielo se habían disipado, dando paso a un cielo azul claro. El pueblo, que había esperado pacientemente, se reunió nuevamente en la plaza para discutir el siguiente paso.

Tomás, quien había visitado el puente a diario, se levantó para hablar.

—El río ya no está tan agitado —dijo con voz decidida—. Ahora es el momento de inspeccionar el puente y ver qué podemos hacer para repararlo.

La multitud asintió y, bajo la dirección de don Antonio, un grupo de voluntarios decidió ir al puente para evaluar los daños. Entre ellos estaba Pedro, un carpintero hábil, y Rosa, una ingeniera que había ayudado a diseñar varios edificios en el pueblo. Tomás, siempre curioso y dispuesto a aprender, se unió al grupo.

Al llegar al puente, Pedro comenzó a examinar las tablas de madera, golpeándolas suavemente con su martillo para ver cuáles estaban podridas y cuáles aún podían usarse. Rosa, por su parte, se inclinó para revisar las cuerdas y los pilares que sostenían el puente. Tomás observaba con atención, tomando nota de todo lo que decían.

—Las tablas en este lado del puente están muy dañadas —comentó Pedro, frunciendo el ceño—. Necesitaremos reemplazarlas por completo. Si tratamos de reutilizarlas, podría ser peligroso.

Rosa asintió, mientras estudiaba uno de los pilares.

—Y las cuerdas aquí también están bastante desgastadas —añadió—. Si intentamos reforzarlas sin cambiarlas, no creo que soporten mucho peso. Lo mejor será sustituirlas por cuerdas nuevas y más resistentes.

Tomás escuchaba atentamente, pero una preocupación comenzó a crecer en su mente. Si reemplazaban todo, necesitarían mucho material, y eso podría llevar tiempo. Mientras pensaba en esto, sintió que alguien se posaba en su hombro. Era Lili, la libélula.

—¿Qué sucede, Tomás? —le preguntó Lili, notando su inquietud.

—Estaba pensando en cómo podríamos hacer todo esto sin que tome demasiado tiempo —respondió Tomás—. Necesitamos el puente, pero también quiero asegurarme de que sea seguro.

Lili lo miró con sus grandes ojos, y luego respondió con su voz suave:

—A veces, Tomás, tomar decisiones rápidas no significa apresurarse. Podemos buscar maneras de optimizar el trabajo sin comprometer la seguridad. Quizás haya formas de hacer las reparaciones en etapas, asegurándonos de que cada parte esté completamente segura antes de pasar a la siguiente.

Tomás se quedó pensativo, y luego se dirigió a Pedro y Rosa.

—¿Hay alguna forma de reparar el puente por secciones? —les preguntó—. Tal vez podríamos comenzar con un lado, asegurarnos de que esté seguro y luego trabajar en el otro. Así podríamos usar parte del puente mientras reparamos la otra.

Pedro y Rosa intercambiaron miradas, considerando la idea. Finalmente, Pedro asintió.

—Es una buena sugerencia —dijo Pedro—. Si trabajamos por secciones, podremos avanzar de manera más eficiente, sin poner a nadie en peligro.

Rosa también estuvo de acuerdo.

—Podríamos reforzar los pilares y cambiar las cuerdas en la primera mitad del puente. Una vez que esa parte esté lista, podríamos hacer lo mismo en la otra mitad. De esta manera, nos aseguramos de que siempre haya un lado del puente que sea seguro.

Con un plan en mente, comenzaron a trabajar. Pedro y Tomás comenzaron a cortar nuevas tablas, utilizando madera que habían recogido del bosque cercano. Mientras tanto, Rosa y algunos otros voluntarios buscaron cuerdas fuertes y resistentes, que pudieran soportar el peso del puente.

Cada día, Tomás se levantaba temprano para ayudar. Aprendió a usar las herramientas con cuidado, siguiendo las instrucciones de Pedro. A medida que trabajaban, también se dio cuenta de la importancia de la calma y la paciencia. Si cortaban la madera apresuradamente, las tablas no encajarían bien, y si tensaban las cuerdas demasiado rápido, podrían romperse.

Mientras tanto, los habitantes del pueblo, que antes estaban impacientes por tener el puente reparado, comenzaron a entender la importancia de la calma. Se acercaban al lugar para ver cómo avanzaban los trabajos y, en lugar de presionar a los voluntarios, les ofrecían su apoyo y ánimos.

Un día, mientras Tomás estaba atando una de las nuevas cuerdas, Paco el pato apareció de nuevo, nadando serenamente en el río.

—Veo que el trabajo avanza bien —dijo Paco—. ¿Cómo te sientes, Tomás?

Tomás sonrió, limpiándose el sudor de la frente.

—Estoy aprendiendo mucho, Paco. Antes pensaba que todo debía hacerse rápido, pero ahora entiendo que a veces, la mejor manera de avanzar es tomarse el tiempo necesario para hacer las cosas bien.

Paco asintió, satisfecho con la respuesta de Tomás.

—El río no siempre fluye con la misma fuerza —dijo Paco—. Hay momentos en que debemos esperar, y otros en que debemos actuar. Lo importante es saber cuándo hacerlo.

Tomás reflexionó sobre las palabras de Paco mientras seguía trabajando. Poco a poco, la primera mitad del puente fue tomando forma. Las nuevas tablas estaban firmemente aseguradas, y las cuerdas, reforzadas y bien tensadas, sostenían el puente con seguridad.

Cuando la primera mitad del puente estuvo lista, los habitantes del pueblo lo cruzaron con cuidado. Todos estaban emocionados al ver los progresos, y muchos se ofrecieron a ayudar con la segunda mitad. Tomás se sintió orgulloso de lo que habían logrado, pero sabía que aún quedaba trabajo por hacer.

Rosa, que siempre había sido meticulosa en su trabajo, inspeccionó cada parte del puente antes de dar su aprobación para continuar con la siguiente fase. Su atención al detalle enseñó a Tomás la importancia de la precisión y la paciencia. Era un recordatorio constante de que la calma no significaba inactividad, sino un enfoque cuidadoso y deliberado.

Mientras comenzaban a trabajar en la segunda mitad del puente, Tomás notó que había aprendido a escuchar a los demás y a trabajar en equipo. Pedro le había enseñado a cortar la madera con precisión, y Rosa le había mostrado cómo reforzar las cuerdas para garantizar la seguridad. Pero, sobre todo, había aprendido que la calma y la paciencia eran sus mejores aliadas en cualquier tarea.

Con cada clavo que se colocaba y cada cuerda que se tensaba, Tomás sentía que no solo estaban reparando un puente, sino construyendo una nueva forma de ver el mundo. Un lugar donde las decisiones tomadas con calma y reflexión podían llevar a soluciones duraderas y seguras.

Y así, el trabajo continuó, con la certeza de que el puente, una vez reparado, no solo uniría las dos orillas del río, sino también a la comunidad que lo había construido y reparado con tanto esmero y sabiduría.

Con la primera mitad del puente terminada y funcionando correctamente, el pueblo de Valle Verde recuperó su ánimo. Los habitantes cruzaban con cuidado el puente parcialmente reparado, admirando el trabajo realizado por los voluntarios. Sin embargo, todos sabían que la tarea aún no estaba completa, y que la calma que habían demostrado hasta ahora debía seguir guiándolos.

Tomás, cada día más comprometido con la reparación del puente, no descansaba. Se levantaba temprano, trabajaba duro junto a Pedro y Rosa, y aprendía algo nuevo cada día. Mientras tanto, Lili, la libélula, y Paco, el pato, lo acompañaban, ofreciéndole sus consejos y apoyo.

A medida que comenzaban a trabajar en la segunda mitad del puente, surgió un nuevo desafío. Las lluvias habían debilitado uno de los pilares que sostenían esa parte del puente, y si no se reparaba adecuadamente, el puente entero podría colapsar. Rosa, siendo la ingeniera más experimentada, propuso un plan para reforzar el pilar antes de continuar con las reparaciones.

—Debemos asegurarnos de que este pilar sea lo suficientemente fuerte como para soportar el peso del puente y de quienes lo crucen —explicó Rosa, mostrando un dibujo de cómo podrían reforzarlo—. Pero esto requerirá más tiempo y paciencia.

Tomás miró el pilar con preocupación. Sabía que reforzarlo era crucial, pero también entendía que muchos en el pueblo dependían del puente para sus actividades diarias. La tentación de apresurar las cosas era fuerte, pero las palabras de Paco resonaron en su mente: “La calma nos permite tomar mejores decisiones”.

—Hagámoslo bien, aunque nos tome más tiempo —dijo Tomás con determinación—. No quiero que todo nuestro trabajo se arruine por no haber sido pacientes.

Pedro y Rosa asintieron, y junto con los otros voluntarios, comenzaron a trabajar en el refuerzo del pilar. Utilizaron grandes troncos de los árboles cercanos, cortados y tallados con precisión, y cuerdas gruesas que aseguraron firmemente alrededor del pilar. Cada nudo, cada golpe de martillo, se hizo con el máximo cuidado, asegurándose de que el pilar pudiera resistir cualquier eventualidad.

Los días pasaron, y el pilar, ahora fortalecido, se erguía robusto y seguro. La segunda mitad del puente estaba lista para ser reparada. Con una base sólida, los trabajos avanzaron sin contratiempos. Pedro cortaba las nuevas tablas de madera, Tomás las colocaba con precisión, y Rosa supervisaba cada paso, asegurándose de que todo estuviera en su lugar.

El sol brillaba alto en el cielo cuando, finalmente, la última tabla fue colocada. Tomás, con las manos llenas de aserrín y sudor en la frente, dio un paso atrás para admirar su trabajo. El puente, que había estado en peligro de colapsar, ahora se erguía firme y seguro, más fuerte que nunca.

Los habitantes del pueblo, que habían estado observando el progreso desde la orilla del río, estallaron en aplausos. Todos estaban emocionados y agradecidos por el esfuerzo de los voluntarios, pero sobre todo, por la lección que habían aprendido sobre la importancia de la calma y la paciencia.

—¡Lo logramos! —exclamó Tomás, alzando los brazos con alegría.

Paco, el pato, nadó hasta la orilla y miró el puente con satisfacción.

—Siempre supe que lo lograrías, Tomás —dijo Paco con una sonrisa en su voz—. Has aprendido a tomar decisiones con calma, y ese es el verdadero logro.

Lili, la libélula, revoloteó sobre el puente, admirando la nueva estructura.

—Este puente no solo es un camino sobre el río —dijo Lili—. Es un símbolo de lo que podemos lograr cuando trabajamos juntos, con paciencia y calma.

Tomás sintió una calidez en su corazón. Sabía que las palabras de sus amigos eran ciertas. El puente no solo unía las dos orillas del río, sino también a la comunidad que lo había construido. Cada clavo, cada tabla, y cada cuerda representaban el esfuerzo conjunto de un pueblo que había aprendido a confiar en la calma y la paciencia para superar sus desafíos.

Esa noche, el pueblo celebró con una gran fiesta en la plaza principal. Hubo música, comida y risas, y todos compartieron historias sobre el trabajo en el puente. Tomás se convirtió en el centro de atención, pero, en lugar de jactarse, compartió el crédito con todos los que habían contribuido al éxito del proyecto.

—Este puente es de todos nosotros —dijo Tomás, alzando su vaso de limonada en un brindis—. Gracias a cada uno de ustedes por su ayuda y por entender la importancia de la calma en momentos difíciles. ¡Salud!

Los aplausos resonaron por toda la plaza, y Tomás supo en ese momento que había crecido mucho desde que comenzó la reparación del puente. Había aprendido no solo a ser paciente, sino también a escuchar a los demás, a trabajar en equipo y a valorar el esfuerzo colectivo.

Después de la fiesta, Tomás se retiró a la orilla del río, donde Paco y Lili lo esperaban.

—Hiciste un gran trabajo, Tomás —dijo Paco—. Este puente será un legado para las generaciones futuras.

Lili se posó en el hombro de Tomás y añadió:

—Y no solo has construido un puente de madera, sino también un puente de sabiduría en tu corazón.

Tomás sonrió, mirando el puente iluminado por la luz de la luna. Sabía que, aunque el trabajo había terminado, la lección que había aprendido perduraría para siempre.

A la mañana siguiente, cuando el sol comenzó a asomar en el horizonte, Tomás cruzó el puente, escuchando el crujido familiar de las tablas bajo sus pies. Esta vez, sin embargo, no sintió temor ni preocupación, sino una profunda confianza en su capacidad para enfrentar cualquier desafío, siempre que recordara la importancia de la calma y la paciencia, aprendieron a no apresurarse para tomar decisiones.

Y así, el puente de Valle Verde se convirtió en un símbolo de fortaleza, unidad y sabiduría. Los niños del pueblo crecieron escuchando la historia de cómo Tomás y los demás lo habían reparado, y cómo habían aprendido que, en momentos de dificultad, la calma era la clave para tomar las mejores decisiones.

La moraleja de esta historia es que la calma nos permite tomar mejores decisiones.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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