El cazador de almas perdidas – Creepypasta 199. Historias de Terror
Combates Estelares en la Purga.
La atmósfera en la arena de combate de la sede de La Purga en Cochabamba estaba cargada. La tensión palpable en el aire se sentía incluso desde los rincones más oscuros del recinto. La magia, la sangre y la historia impregnaban cada rincón, y los que presenciaban el torneo sabían que el siguiente combate no era solo una cuestión de fuerza o destreza. Había mucho más en juego.
Tatiana y María, aún recomponiéndose después de su duelo feroz, observaban en silencio desde su puesto, rodeadas por el equipo de curación de la Purga, pero sin quitar la vista de la arena. Sabían que lo que estaba por suceder tendría repercusiones más allá del simple resultado del combate. Tanto Oscar como Tiranus arrastraban un pasado que los conectaba a través de sangre, odio, y una venganza no resuelta.
—Esto no será solo un combate…— murmuró Tatiana, aún sintiendo el dolor punzante en sus extremidades mientras la magia curativa hacía su trabajo.
—No…— respondió María, su mirada fija en la arena. —Esto será algo mucho más personal.
Oscar entró a la arena, su andar era lento pero decidido, como si cada paso estuviera cargado de recuerdos y rencor. Vestía su uniforme de combate, ajustado pero práctico, con las dos espadas cortas colgando de su cintura. Las empuñaduras brillaban bajo las luces, y el frío acero reflejaba la ferocidad en sus ojos. En su espalda, llevaba una escopeta cargada con balas de plata. Sabía que no sería fácil derribar a un licántropo de la talla de Tiranus, pero no era la primera vez que lo enfrentaba. Este era un combate que había anticipado durante años.
Frente a él, la figura imponente de Tiranus apareció. Alto, musculoso y con una mirada salvaje. El apodo “Tiranus” le hacía justicia, su sola presencia dominaba el espacio. Tiranus se detuvo en el centro de la arena y levantó una mano, haciendo que el aire alrededor de su cuerpo comenzara a distorsionarse. Pequeñas llamas danzaban en su piel, una advertencia de lo que estaba por venir. Pero la verdadera amenaza no era el fuego, sino el odio que compartían.
—Nunca pensé que te vería aquí, asesino de licántropos— gruñó Tiranus, su voz reverberando en todo el lugar. —Debiste morir en el Vaticano como los otros de tu escoria.
Oscar sonrió, pero no era una sonrisa amigable. Era una sonrisa que ocultaba años de lucha y dolor. —Hicimos bien nuestro trabajo…— respondió con voz baja pero firme. —Y si no fuera por nosotros, tú y los tuyos no estaríais aquí hoy, pavoneándose como si fueran intocables.
Ambos sabían que esto no era solo un combate. Era una extensión de la guerra entre la Muerte Plata y los Licántropos. Para Oscar, este enfrentamiento era la oportunidad de vengar a aquellos que cayeron bajo las garras de Tiranus y su escuadrón. Para Tiranus, era el momento de ajustar cuentas con alguien que representaba todo lo que había odiado y destruido.
El combate comenzó sin previo aviso. Oscar sacó sus espadas cortas con un movimiento fluido y se lanzó hacia adelante. Sus pasos eran precisos, calculados, buscando puntos débiles en el licántropo, pero Tiranus ya había activado su telequinesis. Antes de que Oscar pudiera siquiera acercarse, fue empujado hacia atrás, como si una fuerza invisible lo hubiera agarrado por el pecho y lo hubiera lanzado contra el suelo.
—¡No creas que podrás acercarte tan fácilmente! — gritó Tiranus, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Sus ojos brillaban con la piroquinesis, y su piel comenzaba a cubrirse de llamas.
Oscar se levantó rápidamente, sacudiendo el polvo de su uniforme. —Sabía qué harías eso…— murmuró para sí mismo. Se movió lateralmente, esquivando el siguiente ataque tele quinético que lanzó Tiranus. Sabía que no podía permitirse que el licántropo lo alcanzara. Un solo golpe en su forma licántropa podría ser devastador.
Tiranus no perdió el tiempo. Con un rugido que resonó en todo el recinto, invocó sus llamas piro quinéticas, envolviendo su cuerpo humano en un manto de fuego ardiente. Oscar lo observó por un segundo, su mente trabajando a toda velocidad. Sabía que, una vez que Tiranus se transformara en su forma licántropa recubierta de fuego, sería casi imparable.
—Es ahora o nunca…— se dijo a sí mismo.
Oscar levantó su escopeta y apuntó directamente al centro del pecho de Tiranus. Sabía que no lo mataría, pero un disparo bien colocado podría ralentizar su transformación. Disparó tres veces seguidas, las balas de plata cruzando la arena a una velocidad increíble. Dos balas impactaron en el hombro de Tiranus, pero la tercera fue desviada por la telequinesis. El licántropo soltó un rugido de dolor, pero no se detuvo. Las heridas comenzaron a sanar casi instantáneamente gracias a su regeneración.
—¡¿Eso es todo lo que tienes, vampiro?!— gritó Tiranus, su cuerpo empezando a cambiar. Sus extremidades se alargaron, su piel se cubrió de grueso pelaje, y el fuego que lo rodeaba se intensificó.
Oscar sabía que estaba en problemas. Su escopeta había sido inútil. Rápidamente la arrojó al suelo y desenfundó sus espadas cortas. Sabía que en combate cuerpo a cuerpo, su única ventaja sería su velocidad y su capacidad de infligir daño en los puntos vitales del licántropo antes de que el fuego lo consumiera. Corrió hacia Tiranus, esquivando las llamaradas que el licántropo arrojaba con furia.
El choque fue brutal. Tiranus, en su forma licántropa envuelta en llamas, era una fuerza de la naturaleza, imparable y furiosa. Oscar se lanzó hacia él con ambas espadas, cortando y apuñalando en rápidos movimientos, pero cada vez que sus espadas cortaban la carne de Tiranus, este parecía hacerse más fuerte. Las llamas se arremolinaban a su alrededor, y Oscar sentía que el calor empezaba a quemar su piel, incluso a través de su resistencia vampírica.
—¡No te dejaré salir vivo de esto! — rugió Tiranus, levantando a Oscar en el aire con su telequinesis antes de lanzarlo con fuerza contra el suelo.
Oscar gruñó de dolor, pero no se rendiría. Sabía que la clave no estaba en enfrentarse a Tiranus directamente, sino en aprovechar su propio odio, su furia… su deseo de venganza. Se levantó una vez más, sus ojos brillando con una intensidad feroz.
—Entonces… uno de los dos… morirá hoy…— dijo Oscar, sonriendo con ferocidad mientras se lanzaba de nuevo al combate, sabiendo que el próximo movimiento podría ser el último.
El combate se desató con una furia incontrolable, pero ambos sabían que el final estaba cerca.
El aire ardía con la furia de la batalla, las llamas que envolvían a Tiranus lanzaban destellos mientras Oscar, con las espadas firmes en sus manos, se preparaba para otro ataque. Ambos se detuvieron por un segundo, respirando con dificultad, pero sin mostrar signos de flaqueza. Las palabras que Oscar lanzó cortaron el silencio como una daga.
—Uno de los dos no saldrá vivo de esto —dijo, su voz llena de convicción, sabiendo que cada palabra era real. No había tregua posible entre ellos. Sus historias estaban demasiado entrelazadas, y el odio que compartían no podía ser simplemente puesto a un lado. Había que pagar una deuda de sangre.
Tiranus, con el fuego danzando alrededor de su cuerpo, soltó una carcajada oscura. Su mirada era salvaje, su bestia interna claramente disfrutando cada segundo de esta confrontación. —Te aseguro que no seré yo quien caiga, cazador. Ya destruimos a la Muerte Plata una vez, y hoy voy a acabar lo que quedó.
Ambos se lanzaron de nuevo, con una violencia que no permitía errores. Las espadas de Oscar brillaban mientras chocaban contra la barrera de fuego de Tiranus, y cada golpe parecía acercarlos más al inevitable final. Oscar aprovechaba su velocidad vampírica, moviéndose como una sombra, cortando en ángulos inesperados. Tiranus, por su parte, usaba su piroquinesis y telequinesis con precisión devastadora, desviando los ataques y lanzando explosiones de fuego que obligaban a Oscar a mantenerse en constante movimiento.
En medio del combate, Oscar vio su oportunidad. Aprovechó un leve momento en el que Tiranus lanzó una llamarada demasiado lejos y se deslizó por debajo de las llamas, sus espadas buscando la carne del licántropo. Un corte limpio y certero rozó el costado de Tiranus, pero antes de que pudiera completar el movimiento, la telequinesis del licántropo lo lanzó hacia atrás, estrellándolo contra una pared de la arena.
Tiranus se rió de nuevo, aunque su respiración era pesada. El corte en su costado sangraba, pero no le importaba. —Un buen golpe… pero no suficiente.
Oscar se levantó lentamente, su cuerpo resistiendo el impacto con la tenacidad que solo un vampiro podía tener. Sus ojos se clavaron en los de Tiranus, y por un segundo, ambos supieron que este combate no era uno que pudieran ganar sin pagar el precio más alto.
—Al final —dijo Oscar, con una sonrisa torcida—, no importa cuánto poder tengas, Tiranus. Solo uno de nosotros está preparado para morir hoy.
Tiranus rugió en respuesta, y su cuerpo comenzó a transformarse aún más, las llamas envolviéndolo completamente mientras su forma de licántropo se hacía más grande, más letal. Se estaba preparando para el golpe final, el ataque que lo consumaría todo. Oscar, consciente del peligro inminente, preparó sus espadas para el último enfrentamiento.
Ambos se lanzaron con todo lo que tenían, las llamas de Tiranus y las espadas de Oscar chocaron en una explosión de poder. Por un segundo, el mundo pareció detenerse. Ninguno de los dos cedía, pero ambos sabían que estaban a un paso de la muerte.
Y justo en el instante en que parecía que todo se iba a descontrolar, una voz resonó en la arena.
—¡Basta! —Era Tatiana, que observaba desde la distancia. Sabía que si no detenía el combate, ambos caerían. No había duda de que los dos se habían llevado al límite y, de continuar, ninguno saldría vivo.
Ambos combatientes se detuvieron, jadeando, con sus cuerpos tensos y cubiertos de heridas. Oscar miró a Tiranus con una sonrisa de cansancio. —Supongo que hoy no será el día, después de todo.
Tiranus lo miró, aún envuelto en llamas, pero con una extraña satisfacción en sus ojos. —Quizás mañana, vampiro. Quizás mañana.
Tatiana caminó hacia ellos, su presencia era firme, como siempre, mientras el resto de los miembros de Oricalco observaban en silencio. Era evidente que, aunque el combate no había tenido un vencedor, ambos habían ganado un respeto amargo el uno por el otro. Y en ese instante, todos supieron que el verdadero enemigo no era el que tenían enfrente, sino lo que les esperaba más allá de esa arena.
Diana y Lía se miraron a los ojos mientras la tensión aumentaba. El aire estaba cargado de agresividad contenida, un cruce de instintos y siglos de rencor racial. El público en la arena de la Purga estaba expectante. Ambos lados sabían lo que estaba en juego. Los licántropos y los vampiros, enemigos naturales, ahora se veían obligados a coexistir dentro de las fuerzas de Oricalco. Pero este combate no se trataba solo de destrezas, se trataba de supervivencia, de quién podía dominar al otro sin aniquilarse por completo.
Lía desenvainó rápidamente una daga de plata y desenfundó su pistola cargada con balas de plata, sabiendo que cualquier herida infligida a Diana con esas armas podría marcar una diferencia crítica en la batalla. Diana, por su parte, permanecía en su forma humana, pero la energía bestial irradiaba de cada poro de su piel, un poder contenido a punto de desatarse.
—No eres como los otros vampiros, Lía —dijo Diana, mientras sus ojos brillaban con un leve resplandor dorado—. Pero eso no cambiará el hecho de que terminarás en el suelo, igual que ellos.
Lía, con su rostro frío y calculador, respondió sin vacilar. —Lo mismo podría decirse de ti, licántropa. Pero, ¿cuánto tiempo te queda antes de que esa bestia te devore por completo?
Sin más advertencias, Lía levantó su pistola y disparó. Los disparos resonaron en el aire mientras Diana se lanzó a un lado, esquivando las balas de plata con movimientos tan rápidos y ágiles que parecían imposibles para un humano. El suelo a su alrededor estalló con las balas que impactaban, pero ninguna la tocó. Diana rodó por el suelo, se levantó de un salto y se lanzó directamente hacia Lía con una velocidad desenfrenada.
Lía desvió el ataque con su daga de plata, pero la fuerza del golpe de Diana la hizo retroceder varios metros. La vampira disparó nuevamente, esta vez buscando un punto preciso en el pecho de Diana. Pero la licántropa, en un movimiento instintivo, esquivó el proyectil por milímetros, lanzando un gruñido mientras sus músculos empezaban a hincharse con la transformación que estaba por venir.
—¡Esquivar no te salvará siempre, Diana! —gritó Lía mientras recargaba la pistola, sus ojos destellando con la furia acumulada de siglos de combate.
Diana respondió con una sonrisa que revelaba sus colmillos, su piel comenzaba a agrietarse mientras la transformación se aceleraba. Con un rugido, el cuerpo de Diana se estiró y deformó, su piel se volvió oscura y peluda, sus garras crecieron, y su forma licántropa se alzó, imponente y monstruosa.
Lía no perdió el tiempo. Sabía que enfrentarse a un licántropo completamente transformado requería precisión y estrategia. Usando su agilidad vampírica, saltó hacia atrás y disparó varias veces en dirección a Diana, buscando inmovilizarla. Diana, ahora en su forma bestial, rugió de rabia y dolor cuando una de las balas de plata impactó en su brazo izquierdo, pero eso no la detuvo.
Con una velocidad abrumadora, Diana atravesó la distancia entre ellas y lanzó un zarpazo con sus garras hacia el pecho de Lía. La vampira bloqueó el golpe con su daga de plata, pero la fuerza del ataque la hizo tambalearse hacia atrás. Lía rodó por el suelo y disparó de nuevo, buscando tiempo para recomponerse.
—No eres tan rápida como crees, vampira —dijo Diana, su voz más profunda y gutural—. Y ahora… ¡eres mía!
Diana cargó nuevamente, esta vez utilizando su fuerza descomunal para intentar inmovilizar a Lía. La vampira, con la precisión de siglos de entrenamiento, lanzó su daga directamente al hombro de Diana, clavándola profundamente. La licántropa gruñó de dolor, pero no se detuvo. En lugar de eso, levantó a Lía del suelo con una sola mano, dispuesta a estrellarla contra el suelo con toda su furia bestial.
Lía, usando sus últimas fuerzas, disparó un último tiro a quemarropa, alcanzando a Diana en el abdomen. La licántropa rugió, soltando a Lía y tambaleándose hacia atrás, pero no cayó. Su respiración era pesada, pero sus ojos seguían llenos de furia. Lía, aunque herida y sangrando, se levantó tambaleante, consciente de que, a pesar de todo, estaba en desventaja contra la fuerza bruta de su oponente.
Ambas combatientes se miraron, sabiendo que el siguiente movimiento decidiría todo. Justo cuando Diana se preparaba para lanzar el golpe final, Lía alzó su pistola una vez más. Pero antes de que cualquiera de las dos pudiera moverse, la voz de Tatiana resonó en la arena.
—¡Deténganse!
Diana y Lía, jadeantes, heridas y cubiertas de sangre, se detuvieron en seco. Ambas sabían que si el combate continuaba, una o ambas terminarían muertas. Habían llegado al límite de sus fuerzas, y la única razón por la que estaban de pie era la pura voluntad de sobrevivir.
—Esto se acaba aquí —continuó Tatiana, mirando a ambas con seriedad—. Ya hemos visto suficiente.
Diana volvió a su forma humana, sus ojos aún brillando con la adrenalina de la batalla. —Podría haberla destrozado —murmuró entre dientes, aunque sabía que el combate había sido más difícil de lo que esperaba.
Lía, recuperando el aliento, bajó su arma. —Tal vez. Pero no lo hiciste.
Ambas se miraron, sabiendo que, aunque el combate había terminado, la rivalidad entre vampiros y licántropos nunca se desvanecería del todo.
La tensión en la arena comenzó a disiparse mientras los presentes aplaudían el final del combate. Lía y Diana, aunque heridas y exhaustas, se inclinaban levemente, reconociendo que ambas habían demostrado su valía.
Pero una cosa estaba clara: esa batalla no era el final.
La atmósfera en la arena de la Purga era casi irreal. Las tensiones que hasta ese momento habían dominado los combates, poco a poco empezaban a disiparse, dejando un ambiente más ligero, aunque no menos cargado de energía. Los miembros de Oricalco, quienes apenas unas horas antes se miraban con recelo, comenzaban a mostrar signos de respeto mutuo. Pero, a pesar de todo el progreso, había una batalla que todos estaban esperando con una mezcla de temor y emoción: Drex contra Fabián.
Era un enfrentamiento que resonaba más allá de la arena. El último encuentro entre ambos había terminado con la inesperada victoria de Fabián sobre Drex, un hecho que había dejado una marca profunda en el orgullo de Drex. Nadie había esperado que un hombre de fe, armado con nada más que su Biblia, pudiera derrotar a un licántropo de la talla de Drex. Pero esa noche, todo eso iba a cambiar.
Drex se encontraba en un rincón de la arena, su mirada clavada en Fabián, que estaba al otro lado. —No usaré el poder del tótem esta vez —dijo Drex, su voz grave y llena de convicción—. Esta pelea será entre mi bestia y tu fe. Ningún objeto mágico, ningún truco.
Fabián, por su parte, se mantenía sereno. La seguridad en sus ojos era inquebrantable, algo que no solo sorprendía a Drex, sino a todos los que le observaban. Sin su Biblia a la vista, muchos en la arena se preguntaban de dónde sacaba Fabián tanta confianza.
—No la necesito —dijo Fabián, leyendo los pensamientos de Drex con una sonrisa apenas perceptible—. La fe no está en las palabras, Drex. Está aquí —y se llevó una mano al pecho—. Así que haz lo que tengas que hacer. Yo ya estoy listo.
Mientras ambos se preparaban para el combate, en la distancia, María y Tatiana, que habían compartido una intensa jornada, se apoyaban mutuamente, observando con el corazón en la garganta. La rivalidad entre las hermanas parecía haberse desvanecido en los últimos combates, y ahora se encontraban como dos almas que habían superado el conflicto y se habían unido en algo más profundo: el amor por sus respectivos compañeros.
—¿Crees que Fabián tiene una oportunidad? —preguntó Tatiana en voz baja, aunque su mirada nunca dejó de estar fija en la figura de Drex, quien ya mostraba signos de estar sincronizándose con su bestia.
María, aún débil tras la batalla con Tatiana, se cruzó de brazos y exhaló lentamente. —No lo sé. Algo en él ha cambiado. No tengo mi clarividencia ahora mismo, pero… siento que su confianza es real. Es como si hubiera recuperado algo que había perdido, algo que ni siquiera yo podía prever.
Tatiana asintió, aunque la preocupación no desaparecía de su rostro. Drex estaba más sincronizado con su bestia que nunca. Pero Fabián… había algo en él que lo hacía impredecible. Era imposible no preocuparse.
Mientras tanto, Tiranus y Oscar se cruzaron unas palabras tras su brutal enfrentamiento. Ambos aún mostraban las heridas de la batalla, pero había algo en sus miradas que había cambiado.
—Eres más fuerte de lo que pensaba —dijo Oscar, inclinando levemente la cabeza, un gesto de respeto hacia Tiranus. El licántropo, aún cubierto de algunas quemaduras piroquinéticas, simplemente asintió.
—Tú también has aprendido a cazar bien, vampiro —respondió Tiranus—. Pero aún no ha terminado. Algún día, terminaremos lo que empezamos hoy.
Oscar soltó una pequeña carcajada. —Tal vez. Pero por ahora, sobreviviré otro día. Y tú también.
Cerca de ellos, Lía y Diana también intercambiaban miradas. La vampira de nueve siglos había mostrado toda su habilidad, pero la ferocidad de Diana le había sorprendido. Ambas se sentían distintas ahora, no como enemigas, sino como rivales que habían dejado el odio ancestral en la arena.
—Eres rápida, licántropa —dijo Lía, rompiendo el silencio.
Diana, aún con los ojos ligeramente brillantes por su reciente transformación, sonrió con una mueca animal. —Y tú sabes cómo hacer daño, vampira. La próxima vez, me aseguraré de que no te escapes tan fácilmente.
Ambas se miraron, y aunque las palabras eran duras, había un respeto mutuo en sus voces. El torneo, en muchos sentidos, estaba logrando lo imposible: unir a las fuerzas de Oricalco.
Pero el momento central de la noche estaba a punto de comenzar.
Los murmullos en la arena se hicieron más intensos cuando Fabián y Drex se colocaron en el centro. La expectativa era palpable. Drex estaba listo para liberar su bestia, y aunque no tendría el poder del tótem, su fuerza natural seguía siendo descomunal. Fabián, por su parte, seguía tranquilo, como si ya supiera el resultado de la pelea antes de que comenzara.
—Drex… —murmuró Fabián, cerrando los ojos un momento antes de alzar la mirada hacia su oponente—. Vamos a terminar lo que comenzamos en Chiapas.
Drex gruñó, su bestia interior comenzando a mostrar signos de querer desatarse. Pero antes de que la pelea comenzara, ambos permanecieron quietos, midiéndose mutuamente. Era el momento que todos habían estado esperando.
El combate estaba a punto de comenzar, y no había ninguna duda: sería una pelea que nadie olvidaría.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.