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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 195. Historias de Terror

 Fe, Sabiduría y Oscuridad.

El sol apenas comenzaba a iluminar la sede de la purga en Cochabamba. Fabián caminaba con pasos pesados, arrastrado por los ecos de lo que ocurrió hace siete días. Stephen, su escudero, había muerto, y aunque el plan para encubrir su muerte estaba en marcha, algo más profundo lo atormentaba. No era el encubrimiento lo que pesaba sobre su alma, sino su fe, una fe que parecía resquebrajarse más cada día.

Al entrar en la sala, Seraph Vambertoken Latshiktor lo esperaba, acompañado de su esposa, Asha Latshiktor Vambertoken, y su aprendiz, María, que permanecía en silencio, atrapada bajo la voluntad de Asha. Fabián sabía que debía hablar del plan, pero había algo más que necesitaba enfrentar: la duda que se había alojado en lo más profundo de su ser.

Vambertoken lo miró con esa calma inquietante, su presencia era monumental, imponente. A su lado, Asha sonreía con condescendencia, saboreando el tormento de Fabián.

—Mi Seraph, —dijo Asha, acariciando el brazo de su esposo—, nuestro querido Fabián tiene algo que desea compartir contigo.

Vambertoken asintió ligeramente, sus ojos fijos en Fabián.

—Habla, Fabián —dijo el vampiro con su voz suave, pero con un peso milenario detrás—. ¿Está todo listo para el ataque falso?

Fabián tragó saliva y comenzó a hablar.

—Sí, señor. Fingiré el ataque, y Stephen caerá como un mártir. El Vaticano no dudará en aceptar su muerte. Usted podrá cerrar el caso con su influencia, con… su nombre.

Vambertoken asintió una vez más, pero su atención no estaba completamente en el plan. Sentía algo más en el aire, algo mucho más profundo. Los vampiros podían oler la duda, y Vambertoken era un maestro en detectar las fisuras en el alma humana.

—Entendido. Pero veo algo más en tu corazón, Fabián. Algo que no se refiere a este plan —dijo Vambertoken—. Dime, ¿qué es lo que realmente te atormenta?

Fabián titubeó. Sabía que no podía ocultar nada ante Vambertoken. Respiró hondo y, con una voz temblorosa, confesó:

—Señor, he perdido mi fe.

El silencio en la sala se hizo más denso. Una sonrisa leve, casi imperceptible, cruzó el rostro de Vambertoken.

—La fe… —dijo en tono reflexivo—. Ah, Fabián, la fe. ¿Crees que la fe es algo inamovible? Algo que solo vive en textos antiguos y en los corazones de los justos, ¿verdad?

Fabián asintió, sin poder encontrar las palabras adecuadas.

—”Porque sin fe es imposible agradar a Dios”, —citó Fabián de hebreos 11:6, pero las palabras sonaban huecas en su boca.

Vambertoken se inclinó hacia adelante, sus ojos penetrantes, cargados de siglos de sabiduría y de experiencias vividas desde los albores del cristianismo.

—Esa cita, Fabián, fue modificada muchas veces antes de llegar a ti —dijo Vambertoken—. ¿Sabías que la palabra ‘fe’ originalmente era ‘voluntad’? Los primeros textos de los Padres de la Iglesia lo sabían. Incluso en los evangelios apócrifos, la voluntad humana es lo que mueve al alma, no una idea abstracta. Mi padre, Zakfig Vambertoken, ayudó al mismísimo Constantino a fundar la Iglesia. Estuvimos ahí cuando se definieron las creencias que sigues hoy.

Fabián estaba estupefacto. Sabía que el vampiro poseía un conocimiento profundo de la historia religiosa, pero escucharle hablar con esa seguridad, con esa conexión directa a los hechos, era perturbador.

—Pero dime, Fabián, ¿qué es la fe para ti? ¿Es acaso un refugio o una carga? —preguntó Vambertoken—. Para mí, la fe es voluntad, la voluntad de luchar, de sobrevivir y proteger lo que amas. ¿No es por eso que sigues aquí?

Fabián tragó saliva de nuevo. Sabía que amaba a María, que luchaba por ella, pero todo lo que había creído se tambaleaba frente a las palabras del vampiro.

—La fe no está solo en Dios —continuó Vambertoken, mientras se levantaba con calma—. El Zohar mismo lo dice: “Todo lo que existe, todo lo que respira, tiene una chispa de la divinidad.” Incluso yo, un vampiro, tengo una chispa de esa luz. Pero la diferencia, Fabián, está en cómo decides usarla. ¿Lucharás por lo que amas o dejarás que las sombras te consuman?

Asha, con una sonrisa satisfecha, añadió con su característico tono condescendiente:

—Mi Seraph siempre sabe encontrar la verdad, querido Fabián. ¿No es cierto que lo que te mantiene aquí no es la fe en Dios, sino el amor por María? Tu fe ahora es el deseo de protegerla, de estar a su lado. Tal como lo haces, la fe se transforma.

María no podía intervenir. Sabía que cualquier palabra que dijera en ese momento iría en contra de la voluntad de Asha, pero su corazón se rompía al ver a Fabián luchar con esa verdad. Sin embargo, no podía evitar pensar que el vampiro tenía razón.

Fabián, casi sin fuerzas, finalmente habló.

—Señor… —dijo con voz entrecortada—, ¿es esto lo que la fe se supone que sea? Una lucha para proteger lo que amas… ¿A cualquier costo?

Vambertoken sonrió con frialdad.

—La verdadera fe es sobrevivir y luchar por lo que te da sentido, Fabián. Incluso un vampiro como yo lucha por lo que ama. Mi fe no está en un dios, sino en mi voluntad. Y mi voluntad es eterna, tal como lo es mi amor por Asha.

Asha lo miró con devoción y una chispa de oscuridad en sus ojos.

—Fabián, —dijo con dulzura, pero con una condescendencia evidente—, si quieres sobrevivir y proteger lo que amas, sigue el plan. Pero nunca olvides que, en este mundo, la fe es solo la voluntad de seguir adelante, de luchar por algo más grande que tú.

Fabián asintió lentamente. Las palabras de Vambertoken resonaban profundamente en su ser. La fe, tal como la entendía, estaba cambiando, se estaba deformando, pero tal vez, solo tal vez, podía encontrar un propósito en medio de todo esto. Su amor por María era lo único que le quedaba, y eso, ahora lo sabía, era suficiente.

Vambertoken volvió a su lugar, dejando que las palabras flotaran en el aire.

—El plan está aprobado, Fabián —dijo, con una mirada que lo perforaba—. Y recuerda: la fe no es un privilegio de los justos, sino de aquellos que tienen algo por lo que luchar. Incluso yo, un vampiro, tengo fe.

Mientras Fabián y Seraph Vambertoken Latshiktor discutían en la sede de la purga, al otro lado de Cochabamba, una batalla encarnizada se desarrollaba en las sombras. Los agentes de Oricalco, bajo el mando de Raúl y Julián, se habían movilizado para enfrentar una amenaza creciente: tres hordas de vampiros sanguijuelas. Estas criaturas, una vez humanos, habían sido corrompidas por su sed insaciable de sangre, convirtiéndose en bestias sin razón ni control. Eran pura brutalidad, cegadas por su instinto primario, y habían comenzado a infestar los barrios periféricos de la ciudad.

El equipo estaba dividido en dos frentes. Raúl, el skinwalker, lideraba a Óscar, Diana, y Anuel con diez escuadrones de Oricalco. En el otro flanco, Julián, un hombre de fe tan imponente como su poder, encabezaba el ataque con Lía, Tyrannus, y otros diez escuadrones de respaldo.

La batalla se había desencadenado con furia. Los vampiros sanguijuelas, como una ola imparable, se lanzaban contra los escuadrones de Oricalco. Aunque eran débiles individualmente, su número y ferocidad hacían que cada encuentro fuera mortal.

Raúl rugió una orden mientras su equipo se desplegaba en las calles estrechas y oscuras del barrio de Colina, un lugar que ahora parecía el escenario de una pesadilla. Los escuadrones, armados con estacas de plata y balas benditas, comenzaban a formar un perímetro de combate, disparando con precisión mientras los vampiros intentaban romper sus líneas.

—¡Oscar, a la derecha! —gritó Raúl, mientras un grupo de sanguijuelas lograba atravesar la defensa inicial.

Óscar se movió como un rayo, sus dagas cortas centelleando en la penumbra mientras cortaba a los sanguijuelas con una destreza impresionante. Su antiguo entrenamiento en la Muerte Plata se hacía evidente con cada movimiento. A pesar de la tensión que aún existía entre él y Diana, sus movimientos se sincronizaban con precisión letal. Diana, con su velocidad inhumana, atacaba en perfecta coordinación, transformándose en su forma de licántropo sin la necesidad de pociones, y despedazando a los enemigos con garras afiladas.

Anuel, en su forma humana, recitaba conjuros mientras invocaba las fuerzas de la naturaleza para proteger a su equipo. Un viento fuerte comenzó a soplar, dificultando la movilidad de los sanguijuelas y permitiendo que los soldados de Oricalco pudieran maniobrar mejor.

Pero a pesar de la destreza de Óscar y la letalidad de Diana, la cantidad abrumadora de enemigos empezaba a hacer mella en las fuerzas de la purga. Los escuadrones caían bajo la embestida, y aunque los agentes especiales mantenían la línea, la falta de la estrategia táctica que Tatiana solía proporcionar se notaba.

Del otro lado de la ciudad, Julián desplegaba su propio poder. De pie, en medio de la batalla, Julián alzó su voz en una oración antigua, sus palabras resonando con un poder casi palpable.

—”El Señor es mi pastor; nada me faltará”, —recitó con una calma imposible en medio del caos. Mientras lo hacía, un rayo de luz divina descendió sobre las hordas de vampiros, incinerando a varios a la vez. Sus gritos agonizantes resonaron mientras caían al suelo, consumidos por la luz.

Lía, usando su destreza en combate militar, se movía entre los soldados de Oricalco, lanzando sus dagas con una precisión mortal, cortando las arterias de los vampiros antes de que tuvieran tiempo de reaccionar. Tyrannus, por su parte, aún en su forma humana, utilizaba su piroquinesis para rodearse de llamas, convirtiéndose en una barrera de fuego impenetrable. A cada movimiento, las llamas danzaban a su alrededor, manteniendo a raya a los vampiros. Cuando uno de los sanguijuelas intentaba atacarlo, Tyrannus usaba su telequinesis para lanzarlos por los aires, haciéndolos arder antes de que tocaran el suelo.

Sin embargo, la relación tensa entre Óscar y Diana no pasaba desapercibida para ninguno de los miembros del equipo. Óscar, que una vez fue cazador de licántropos, ahora luchaba codo a codo con una de las más letales de su raza. Había sido Diana quien, junto con Tyrannus, había destruido gran parte de la Muerte Plata, la organización a la que Óscar perteneció.

Pero en el fragor de la batalla, el pasado parecía desvanecerse. Óscar y Diana se complementaban a la perfección. Mientras Óscar atacaba a corta distancia con sus dagas, Diana eliminaba cualquier amenaza antes de que se acercara, con su velocidad y ferocidad inigualables. Las bajas eran inevitables, pero la habilidad combinada de ambos les permitía reducir las pérdidas en su escuadrón.

El rugido de los sanguijuelas llenaba el aire mientras los agentes de Oricalco intentaban ganar terreno. Raúl, en su forma skinwalker, cambiaba de forma constantemente, adoptando figuras de criaturas poderosas para enfrentarse a los vampiros con una fuerza descomunal. Pero incluso con su liderazgo y la habilidad de los agentes, el peso de la ausencia de Tatiana se hacía sentir. La falta de una mente táctica que dirigiera el combate de manera eficiente los estaba afectando.

—¡Vamos, no caigan! ¡No podemos ceder terreno! —gritó Raúl, transformándose nuevamente para enfrentar a un grupo de sanguijuelas que se aproximaba rápidamente.

En medio de todo esto, Julián, con el sudor cubriéndole el rostro, invocó una última oración antes de lanzar un frasco de agua bendita al aire. El agua se dispersó como una nube fina y, al contacto con los vampiros, se desató una explosión de luz que barrió a decenas de ellos.

—”El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”, —citó Julián de Salmos 91:1, su voz resonando como un trueno mientras el último rayo de energía divina atravesaba el campo de batalla, impactando directamente en el corazón de la horda.

Pero las bajas seguían acumulándose. La fuerza de los agentes era evidente, pero estaban siendo sobrepasados por el número de enemigos.

De repente, un grito desgarrador resonó en el aire. Uno de los escuadrones de Oricalco había caído, masacrados por una oleada de sanguijuelas. El horror y la desesperación comenzaron a apoderarse de los agentes restantes.

Raúl y Julián intercambiaron una mirada. Sabían que, sin Tatiana, esta batalla no sería fácil. Pero también sabían que debían resistir. No podían permitirse perder.

—¡Resistan! —rugió Raúl, su voz resonando entre los disparos y los gritos—. ¡No retrocedan ni un paso más!

El equipo de Oricalco continuó luchando, pero la sensación de que algo faltaba era innegable. El vacío de Tatiana era profundo, y sin su estrategia para dirigirlos, cada golpe que recibían era más difícil de soportar.

Mientras tanto, Lía y Tyrannus peleaban espalda con espalda. Lía, con una destreza impecable, bloqueaba los ataques de los vampiros mientras lanzaba sus dagas con precisión quirúrgica. Tyrannus, cubierto en llamas, incineraba a cualquiera que se atreviera a acercarse.

Pero por más que lucharan, los vampiros seguían llegando.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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