El cazador de almas perdidas – Creepypasta 192. Historias de Terror
El Sublime Regreso.
Tatiana llevaba 45 minutos esperando la llamada de María. Cada segundo que pasaba era una aguja clavada en su pecho, cada tic del reloj una promesa rota. Se había dicho a sí misma que hoy no iba a sufrir como lo había hecho ese cuarto día, pero la tortura mental era inevitable. Drex estaba en la isla, cazando, y ella, aquí, completamente impotente.
Cada vez que cerraba los ojos, el miedo la envolvía, arrastrándola a imágenes de un futuro donde no había Drex, donde la bestia había ganado, donde ella estaba sola. Era un vacío oscuro, un pozo interminable en el que su mente caía, una y otra vez.
“Él va a volver”, se repetía, como si esas palabras pudieran protegerla. Pero las dudas eran feroces, una tormenta que la desgarraba desde adentro. “¿Y si no vuelve? ¿Y si esta vez es diferente? ¿Qué haré si no regresa?”
Su corazón latía desbocado, su cuerpo tenso, esperando ese maldito sonido… Y entonces, el teléfono sonó. El alivio la golpeó de inmediato, pero también lo hizo el miedo. Tomó el teléfono con manos temblorosas, su voz apenas un susurro.
—¿María?
La voz de María atravesó la línea, firme, pero suave.
—Hermana… ten fe. Cree. Él volverá. Volverá…
Las palabras flotaron en el aire como una promesa, pero también como un enigma. Tatiana se quedó congelada, el teléfono aún pegado a su oído mucho después de que María colgara. “Volverá”, decía, pero, ¿cuándo? ¿Cómo? ¿Qué significaba eso realmente?
Tatiana quería creer. Quería aferrarse a esas palabras como si fueran la cuerda que la salvaría de caer en el abismo, pero la duda era un veneno que no podía ignorar.
—Él volverá… —repitió en voz baja, pero su voz estaba llena de incertidumbre. Era imposible no pensar en la oscuridad, en el monstruo que podía regresar en lugar de Drex.
Los minutos pasaron como horas. El sonido del viento entre los árboles y los ecos lejanos de los gritos en la isla eran los únicos acompañantes de Tatiana en esa vigilia interminable. Cada sombra, cada susurro en la noche la hacía saltar. Y luego, finalmente, lo vio.
Una figura emergió de entre los árboles, bañada en sombras y sangre. El cuerpo de Drex se movía lentamente, con la misma fuerza animal que siempre había tenido, pero algo en él no estaba bien. Los ojos. Esos ojos que la miraban ya no eran los de Drex.
Tatiana sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. El terror la invadió, paralizándola. No había humanidad en esa mirada, solo la bestia. El monstruo que siempre había temido ahora estaba frente a ella, cubierto de la sangre de sus víctimas.
—No… —susurró, casi sin voz. Todo en su interior le gritaba que corriera, que huyera de la criatura que se aproximaba lentamente hacia ella. Pero Tatiana no podía moverse. No quería moverse. Su corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo, y en ese caos de miedo, una certeza oscura comenzó a florecer dentro de ella.
“Si Drex se ha ido… entonces yo también”, pensó. No podía vivir sin él. No quería vivir sin él. Si la bestia había tomado a Drex, entonces que también la tomara a ella.
Con un último respiro entrecortado, Tatiana rompió el hechizo que la mantenía inmóvil. Corrió hacia él, las lágrimas cayendo libremente por su rostro. Cada paso que daba era una despedida de su propia vida, pero no le importaba. Si ese era su final, lo aceptaba.
—Drex… —lloró, su voz quebrándose en un sollozo—. ¡Si te has ido, llévame contigo!
Saltó a sus brazos, esperando el dolor, el final, pero no llegó. En lugar de las garras de la bestia, encontró los brazos de Drex, rígidos al principio, pero luego, suavizándose. Tatiana se aferró a él, llorando en su pecho, esperando ser destrozada, pero lo que sintió fue diferente. Los brazos de Drex no la apartaron. No la atacaron.
—Tatiana… —susurró él, su voz baja, quebrada, pero humana.
Tatiana alzó la vista, sus ojos empañados por las lágrimas, y allí lo vio. Drex. Los ojos de la bestia habían desaparecido, y en su lugar, estaban los ojos del hombre que amaba. Su Drex había vuelto.
—Drex… —susurró entre lágrimas, sus manos temblorosas acariciando su rostro—. ¡Estás aquí! ¡Has vuelto!
El alivio la golpeó con una fuerza tan abrumadora que casi la derribó. Todo el miedo, todo el dolor que había estado acumulando durante los últimos días se disolvió en un torrente de felicidad pura. Era como si la oscuridad hubiera retrocedido, y en su lugar, solo quedara la luz.
Drex, aún cubierto de sangre, la sostuvo con más fuerza, sintiendo cómo el peso de lo que había estado luchando se desvanecía en el abrazo de Tatiana.
—Lo siento… —murmuró, su voz rota por el cansancio—. Casi… casi no regreso. La bestia… casi me toma.
Tatiana negó con la cabeza, aferrándose a él como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.
—No importa —sollozó—. Estás aquí. Eso es todo lo que importa. ¡Estás aquí!
Drex bajó la mirada, una mezcla de alivio y confusión en sus ojos.
—No fue como antes… —dijo lentamente, como si aún estuviera procesando lo que había ocurrido—. Siempre he sentido que la bestia me destroza al transformarme. Pero esta vez… esta vez fue diferente. No me dolió. No… no me sentí roto.
Tatiana lo miró, su corazón acelerándose. ¿Qué significaba eso? ¿Qué estaba ocurriendo?
—¿Diferente cómo? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Drex miró hacia el horizonte, su mente vagando entre las imágenes de la cacería.
—No quería volver —dijo finalmente—. No sentía la necesidad de ser humano otra vez. La bestia… no me duele ya. No me consume. Es como si… como si fuéramos uno.
Las palabras la golpearon como una bofetada. Tatiana sintió un frío helado recorrer su cuerpo. ¿Qué significaba eso? ¿Qué estaba pasando con Drex?
—¿Te estás volviendo en la bestia? —preguntó con miedo en su voz, incapaz de ocultarlo.
Drex la miró a los ojos, pero en lugar de terror o incertidumbre, había paz. Una paz que nunca había visto en él.
—No lo sé, Tatiana —dijo con voz suave—. Pero por primera vez en años, me siento… completo. No estoy roto. Y mientras estés conmigo… sé que no me perderé.
Tatiana lo miró, su corazón latiendo a toda velocidad. Quería creerle, quería aferrarse a esa promesa, pero el miedo aún la acosaba. Sin embargo, en ese momento, decidió confiar en él.
—No te perderás —repitió, su voz más firme—. No mientras yo esté aquí.
Se abrazaron de nuevo, y por primera vez en lo que parecían siglos, Tatiana sintió que todo iba a estar bien.
Tatiana aún lo sostenía, con la respiración entrecortada, el corazón martillando en su pecho. Drex, cubierto de sangre, seguía abrazándola, pero ahora había algo más que alivio en el aire. El miedo, la ansiedad, el dolor, todo se había disuelto en esa mezcla de emociones intensas. Lo que quedaba era una conexión tan fuerte, tan primordial, que el mismo aire parecía más pesado entre ellos.
Los dedos de Tatiana recorrieron su pecho, trazando un camino a través de la sangre, sintiendo el calor de su piel bajo las manchas oscuras. Drex bajó la mirada, su aliento chocando contra el suyo, ambos incapaces de romper ese contacto visual.
—Me tienes aquí —susurró él, su voz profunda y cargada de algo más que simple calma—. Y no voy a ninguna parte.
Tatiana sentía su cuerpo arder, cada fibra de su ser clamando por él, por estar cerca de él de la única manera que los haría olvidar todo lo que habían pasado. Su mano subió hacia el cuello de Drex, sus dedos manchándose con la sangre seca mientras lo miraba con una mezcla de desesperación y amor.
—Te necesito… —murmuró ella, su voz apenas un susurro.
Pero no era solo deseo. Era la necesidad profunda de fundirse con él, de saber que estaba vivo, de sentir que, después de todo, seguían siendo ellos, juntos. La lujuria surgía entre ambos, pero iba más allá del simple anhelo carnal; era una búsqueda de consuelo, de validación, de vida.
Drex la miró, entendiendo sin palabras lo que estaba ocurriendo entre ellos. Su mano subió lentamente hasta la nuca de Tatiana, sus dedos enredándose en su cabello. Lentamente la acercó a él, y cuando sus labios se encontraron, todo el dolor y el miedo que habían sentido se desbordó. El beso fue un choque, un desahogo desesperado.
—No quiero perderte nunca… —susurró Tatiana contra sus labios, con la voz rota, pero llena de una pasión indomable.
Drex la empujó suavemente contra la pared de la pequeña cabaña donde habían estado esperando. La sangre en su ropa manchaba la de ella, y ambos lo sabían, pero no les importaba. No había nada más en ese momento que ellos dos, y la presión de lo que habían superado juntos.
—No lo harás —susurró Drex, besándola de nuevo, con más fuerza esta vez.
Los dedos de Tatiana se deslizaron por el torso de Drex, sintiendo el calor de su piel bajo la sangre. El deseo, la necesidad de estar cerca de él, la abrumaba. Era como si su cuerpo estuviera reclamando lo que casi había perdido. Sentía su respiración agitada, su corazón latiendo tan rápido que pensaba que podría romperse, pero todo lo que deseaba en ese momento era más de él.
—Cada segundo que pensaba que te había perdido… —dijo ella entre besos, sus palabras atropellándose, empapadas de lágrimas y pasión—. No puedo… no quiero imaginar una vida sin ti.
Drex, cubierto de la sangre de sus presas, la miró con una intensidad que solo los licántropos conocían en el borde entre su humanidad y la bestia.
—No me perderás —repitió, y sus manos bajaron por la espalda de Tatiana, atrayéndola aún más cerca de su cuerpo.
Se sentía primitivo, crudo, como si lo que habían compartido en esos días de sufrimiento solo hubiera aumentado la urgencia de sentirse vivos. Sus labios volvieron a encontrarse, pero esta vez fue diferente. No era el beso de miedo o de alivio. Era el beso de alguien que había estado al borde del abismo y había vuelto. Tatiana podía sentir el hambre en Drex, pero también sentía su amor. Amor y deseo se entrelazaban, formando una sola corriente que los envolvía en el caos de sus emociones.
Las manos de Tatiana recorrieron su cuerpo, buscando más contacto, más cercanía. Podía sentir los músculos tensos bajo su piel, el poder que había visto liberarse durante la cacería, pero ahora era solo para ella. Drex la sostenía con la misma pasión desesperada con la que la había sostenido al principio, pero ahora no había miedo. Había vida, había hambre, pero también había amor. El amor que los había mantenido juntos todo este tiempo.
Sus labios bajaron por su cuello, dejando un rastro de calor y electricidad que la hacía estremecer. Tatiana dejó escapar un suspiro mientras sus dedos se aferraban a los hombros de Drex.
—No me dejes —pidió ella en un susurro, aunque sabía que no lo haría.
Drex la miró, y en sus ojos no había ni rastro de la bestia. Solo quedaba él. El hombre que ella amaba, el hombre que había vuelto de la oscuridad por ella.
—Nunca —dijo él con firmeza.
La urgencia aumentó entre ellos, pero seguían hablando, sus palabras mezclándose con los besos, con el contacto de sus cuerpos. Tatiana sentía cómo la tensión se desvanecía, cómo cada beso, cada caricia, los acercaba más al final de ese ciclo de dolor. Cada segundo, el deseo y el amor se entrelazaban de una manera que parecía imposible de separar.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó ella entre jadeos, sus labios apenas separándose de los suyos—. ¿Cómo volviste?
Drex sonrió levemente, su aliento agitado.
—Pensé en ti —susurró—. Eres lo único que me hizo regresar.
Esa respuesta fue suficiente para Tatiana. Ya no había nada más que decir. Ambos se sumergieron en ese momento, entregándose el uno al otro, sintiendo que, después de todo lo que habían vivido, lo que quedaba entre ellos era lo más puro y lo más real.
Y en medio de ese caos, en medio de la sangre, del deseo y de la lujuria, lo que reinaba era el amor. Un amor que los había salvado de la oscuridad, que los había traído de vuelta. Tatiana y Drex, unidos, fuertes, inquebrantables.
El aire entre ellos vibraba con una mezcla densa de lujuria y amor, una corriente incontrolable que los arrastraba a algo más profundo, más primitivo, y al mismo tiempo sublime. Tatiana, con su cuerpo pegado al de Drex, sentía cada latido de su corazón, cada respiración agitada de él, y dentro de ella, algo más comenzaba a florecer. No era solo deseo, no era solo la necesidad de estar juntos después de tanto sufrimiento. Era una conexión que trascendía lo físico. Una fusión entre dos almas que habían superado el abismo.
Los labios de Drex rozaron los de ella, pero esta vez, el beso fue más lento, más cargado de promesas silenciosas. Tatiana sintió cómo su cuerpo respondía al contacto, no solo por el deseo, sino porque en ese momento, cada parte de ella reconocía a Drex como su todo. No podía separarse de él, y no lo haría. Cada caricia, cada susurro, era un recordatorio de que seguían aquí, juntos, a pesar de la oscuridad.
Los dedos de Tatiana recorrieron el pecho de Drex, aún manchado de sangre, pero no le importaba. Ese líquido oscuro solo intensificaba la realidad de lo que estaban viviendo. Drex la miraba como si fuera lo único que importaba en el mundo, como si estuviera viendo su salvación reflejada en ella. Sus manos, fuertes pero suaves, la acariciaron, creando una corriente de energía que fluía entre ellos.
—Tatiana… —murmuró Drex, su voz baja, llena de una mezcla de admiración y devoción—. No sé cómo lo hice, pero… fue por ti.
Las palabras lo envolvían todo. Tatiana se aferró a ellas como si fueran la cuerda que la mantenía anclada a la realidad. Era por ella que había vuelto, por su amor, por su conexión inquebrantable. Ese pensamiento la llenó de una alegría tan abrumadora que las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Drex notó sus lágrimas, y con delicadeza, pasó su mano por su rostro, limpiándolas. Era un gesto tierno en medio de la intensidad que los rodeaba.
—No llores… —le susurró, acercándose aún más, sus cuerpos fundiéndose con cada respiración—. Estoy aquí. Estoy contigo. No me iré.
El toque de Drex era todo lo que Tatiana necesitaba en ese momento. Sus labios volvieron a encontrarse, y esta vez, el beso fue más profundo, cargado de una pasión que iba más allá de lo carnal. Sentía que cada vez que lo besaba, le devolvía una parte de sí misma, y con cada toque de Drex, él también le devolvía algo que había perdido.
Sus manos se deslizaron lentamente por su espalda, sintiendo el calor de su piel bajo la sangre, sintiendo la conexión que iba más allá de lo físico. Drex, a su vez, la rodeó con sus brazos, atrayéndola aún más cerca de él. El deseo seguía allí, palpable, pero ahora, estaba acompañado de algo más profundo. Era la necesidad de sentir que seguían siendo ellos, a pesar de todo lo que había pasado.
Tatiana se aferraba a él con fuerza, incapaz de contener el torrente de emociones que la recorría. Era como si su cuerpo y su alma se estuvieran fundiendo con las de Drex, como si la línea entre lo físico y lo espiritual se hubiera borrado por completo. Cada beso, cada caricia, era un acto de entrega, no solo a su amor, sino a la vida que aún les quedaba por delante.
—Te necesito… —susurró ella entre besos, su voz temblando de emoción—. No solo ahora… siempre.
Drex la miró a los ojos, su mirada llena de una promesa que no necesitaba ser dicha en palabras.
—Siempre, Tatiana —respondió, con una voz profunda, casi animal, que resonaba en su pecho—. Soy tuyo. Ahora… y para siempre.
Con ese último susurro, el control que ambos habían mantenido se desmoronó. El deseo que había estado contenida estalló en una ola que los envolvió, haciéndolos caer en un torbellino de sensaciones. Drex bajó lentamente su rostro hasta el cuello de Tatiana, besándola con suavidad, con una mezcla de devoción y lujuria. Tatiana dejó escapar un suspiro profundo, sintiendo cómo cada beso la quemaba, pero no era doloroso. Era una llama que encendía algo dentro de ella que había estado dormido durante demasiado tiempo.
Sus cuerpos se movieron juntos, lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido para ellos. Tatiana podía sentir el poder de la bestia en Drex, pero también podía sentir su humanidad. Era una mezcla perfecta de ambos, y eso era lo que hacía que el momento fuera aún más intenso. Estaba con Drex, el hombre que amaba, pero también con la bestia que había aprendido a amar.
Los gemidos de Tatiana comenzaron a salir de sus labios, suaves al principio, pero cada vez más intensos, más sincronizados con los movimientos de Drex. Sentía como si sus cuerpos estuvieran en perfecta armonía, moviéndose como uno solo, y al mismo tiempo, sus almas también se entrelazaban.
—Drex… —jadeó ella, su voz cargada de placer y emoción—. No pares… no pares.
Drex respondió con un gruñido bajo, el sonido profundo de su bestia interior resonando en su pecho, pero aún controlado, aún en sincronía con el amor que compartían. Era como si ambos estuvieran en el borde de algo mucho más grande que ellos mismos, algo que los trascendía. Tatiana sentía que estaba alcanzando un clímax no solo físico, sino emocional, como si estuviera conectando con Drex en un nivel que nunca antes había experimentado.
Sus cuerpos se tensaron al unísono, moviéndose cada vez más rápido, más profundamente, y Tatiana sintió cómo todo en su interior se liberaba en un gemido sublime, un grito de pura liberación, sincronizado con el de Drex. Era como si en ese momento hubieran roto todas las barreras que alguna vez los separaron, todas las dudas, todo el dolor. Eran uno solo, fundidos en ese instante de amor y deseo.
Tatiana sintió cómo la bestia en Drex también alcanzaba su clímax, pero no con violencia, sino con una suavidad que la sorprendió. Drex la sostuvo con firmeza, su cuerpo aún temblando por la intensidad de lo que acababan de compartir, pero en sus ojos había una claridad que nunca antes había visto.
Se quedaron así, abrazados, respirando juntos, sus cuerpos aún entrelazados, pero ahora en paz.
—Lo hemos logrado… —susurró Tatiana, con una sonrisa en los labios.
Drex la miró, aún sin palabras, pero con una mirada que lo decía todo. Habían superado lo imposible. Juntos.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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