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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 188. Historias de Terror

Los Preparativos del Ritual.

Cinco días habían pasado desde que Fabián buscó refugio en las palabras de Vambertoken, un acto que aún lo atormentaba. Pero en ese tiempo, la oscuridad no había disminuido, y los preparativos para el ritual que involucraba a Drex y su tótem avanzaban con una precisión aterradora. Tatiana y Drex, ambos bajo una tensión palpable, caminaban en silencio por los corredores de la base. Tatiana estaba profundamente preocupada, y Drex sabía que había llegado el momento. El ritual que los había llevado hasta este punto estaba a solo dos noches de distancia. El sacrificio de 350 corazones no podía fallar.

Se dirigían al cuarto donde normalmente Tatiana recibía sus clases de magia arcana, pero este día no habría lecciones. Asha los esperaba, y no era un encuentro cualquiera. Asha, con su estilo característico, había orquestado cada detalle de este macabro juego, uno en el que las vidas humanas serían poco más que fichas descartables.

Drex respiró hondo mientras caminaba al lado de Tatiana, su mente revuelta por la perspectiva del ritual. El plan era claro: durante siete días de la próxima fase lunar, 50 participantes serían liberados cada día en una isla desierta, un lugar olvidado en aguas internacionales. Lo que ellos no sabían era que un Drake monstruoso los aguardaba, una criatura que Asha había introducido como un peón más en su elaborada estrategia.

—Estamos cerca —murmuró Tatiana, tratando de no mostrar lo perturbada que estaba por lo que venía.

Pero Drex lo sabía. Ambos estaban al borde de algo irreversible.

Al llegar, Asha los recibió con su típica sonrisa, una mezcla de indiferencia y diversión. María, como siempre, la seguía de cerca, poco más que una sombra de lo que una vez fue. La joven clarividente estaba bajo el control absoluto de su maestra.

—Mis queridos —dijo Asha con condescendencia, mirando a ambos con una sonrisa maliciosa—, me alegra que estén aquí. Es hora de ultimar los detalles. Dos noches más y la luna llena nos ofrecerá la oportunidad de estabilizar el tótem de Drex. Pero no podemos permitir errores. Si esto falla, afectará mucho más que a tu bestia interior, querido Drex.

Tatiana tensó la mandíbula, sabiendo que los “errores” a los que se refería Asha significaban mucho más que simples consecuencias. Drex observó a la vampiresa, consciente de que sus palabras siempre llevaban una carga de veneno disfrazado de dulzura.

—Ya sabes lo que viene —continuó Asha, deslizándose alrededor de la habitación—. Cada uno de esos 50 participantes por día está destinado a morir, y tú, querido Drex, serás el ejecutor. ¿Entiendes lo que eso significa? No puedes fallar. No puedes delegar la caza a nadie más. Cada corazón debe ser arrancado por ti mismo. No importa lo bien planeado que esté este evento… sin tu intervención directa, el ritual no funcionará.

Drex asintió con pesadez. Lo sabía. El Libro Atlante había sido claro: cada licántropo debía cazar y consumir los corazones personalmente. No serviría que otra persona lo hiciera por él. Si fallaba en cualquiera de las siete noches, todo sería en vano. Y lo peor era la advertencia: la transformación podía no revertirse. Podía quedar atrapado permanentemente en su forma bestial, consciente de su humanidad, pero sin poder volver a ella.

Asha, sin perder su gesto burlón, agregó:

—Y no olvides las pociones que tendrás que usar. Solo tienes una transformación al día, pero necesitarás más de eso. Será necesario que tomes una poción para poder transformarte dos veces si no logras cazar a los 50 en la primera.

Tatiana, incapaz de contenerse más, dio un paso adelante.

—Voy contigo —dijo, su voz decidida, aunque sus ojos revelaban el miedo que intentaba ocultar—. No te dejaré hacer esto solo.

Drex negó con la cabeza, su mirada fija en el suelo.

—No… no quiero que me veas así. No quiero que veas en lo que me convierto —dijo, su voz baja, cargada de vergüenza.

Asha, viendo la escena, sonrió aún más.

—Ah, querida Tatiana, no pretenderás dejar solo a tu Drex en esta misión tan importante, ¿verdad? —dijo con tono burlón—. Yo en tu lugar no lo intentaría. Es evidente que ella ya ha decidido, querido Drex.

María, aunque dominada por la voluntad de Asha, miraba a su hermana con preocupación. Sin poder intervenir directamente, hizo lo único que podía hacer: le ofreció a Tatiana una pequeña botella de cristal.

—Son pociones para… para controlar tus emociones —dijo María en voz baja—. Asha me permitió prepararlas para ti. Tal vez te ayuden con lo que sea que esté por venir.

Tatiana tomó las pociones, agradecida, pero sabiendo que no serían suficientes para calmar el caos emocional que vendría con los días siguientes.

Asha, satisfecha con la escena, dio un paso atrás.

—Muy bien, queridos, ya he hecho mi parte. Ahora, los dejo para que decidan cómo enfrentar esto. No deben fallar, ¿entienden? Esto es esencial para los planes de mi Seraph. Y si fallan… —hizo una pausa, disfrutando del momento—, bueno, no querrán saber lo que sucederá.

Con un movimiento elegante, Asha salió de la habitación, llevándose a María consigo, dejando a Tatiana y Drex solos.

Tatiana y Drex caminaron en silencio, alejándose de la sala. Drex estaba agobiado por la carga del ritual, pero lo que más le pesaba era la presencia de Tatiana. Ella había decidido acompañarlo, y aunque sabía que no podía detenerla, deseaba con todas sus fuerzas que no lo hiciera. No quería que lo viera como la bestia que era.

Finalmente, llegaron a un lugar apartado, lejos de la mirada inquisitiva de Asha o Vambertoken.

—Tatiana… —Drex comenzó, su voz rota—. No quiero que vengas. No quiero que me veas así. Lo que voy a hacer… lo que tendré que hacer… es monstruoso.

Tatiana lo miró con lágrimas contenidas, su voz firme pero cargada de dolor.

—No te voy a dejar solo, Drex. No esta vez. Sé que esto es terrible, que es lo peor que podríamos enfrentar… pero también sé que, si me alejo, no me lo perdonaré nunca. Prefiero verte en esa oscuridad que no verte en absoluto.

Drex cerró los ojos, sintiendo que la presión en su pecho crecía. Él no quería ser esa criatura. No quería ser el monstruo que arrancaba corazones para sobrevivir. Pero no tenía otra opción. Y lo peor de todo era que, sin importar cuánto quisiera proteger a Tatiana de esa visión, no podía alejarla.

—Lo que soy… lo que me estoy convirtiendo… —Drex murmuró—. Es una maldición. He estado sobreviviendo tanto tiempo, pero no sé cuánto más puedo soportar. Tatiana, no soy un héroe. Nunca lo he sido. Solo soy un cazador. Y después de esto, no sé si quedará algo de mí que valga la pena.

Tatiana se acercó, tomando sus manos entre las suyas.

—No me importa si eres un cazador, o un monstruo, o lo que sea que pienses de ti mismo. Para mí, siempre serás Drex. Y mientras te tenga conmigo, eso es suficiente. Si caes, yo caeré contigo. —Sus ojos lo miraron con una intensidad desgarradora—. Pero no te dejaré hacerlo solo.

Drex la abrazó con fuerza, sintiendo cómo su propia resistencia emocional se desmoronaba. Sabía que, sin ella, ya habría sucumbido a la bestia. Pero al mismo tiempo, la idea de que Tatiana lo viera convertirse en lo que era, lo atormentaba.

—No quiero que me veas como el monstruo que soy… —susurró, pero Tatiana lo silenció con un beso, un gesto que transmitía más amor y comprensión de lo que las palabras podrían.

Los dos permanecieron en silencio, abrazados, sabiendo que los próximos días serían la prueba más grande a la que se enfrentarían. Y aunque el futuro era incierto, en ese momento, lo único que importaba era que estaban juntos.

Fabián aún seguía sumido en su lucha interna. Las palabras de Vambertoken no dejaban de resonar en su mente: su visión retorcida sobre la fe, su percepción sobre Dios, el amor como la única verdad. Cada pensamiento lo consumía, una espiral de dudas y desesperación de la que no podía escapar. Haber matado a su escudero, haberle mentido al Vaticano, romper sus votos… Todo lo que había jurado proteger y creer se desmoronaba frente a él.

Caminaba por los pasillos oscuros de la sede de la Purga en Cochabamba, su rostro reflejando el peso de la culpa y la confusión. No había encontrado consuelo en ningún rincón de su fe, y ahora, solo quedaba una última esperanza: Julián.

Su antiguo maestro en el Vaticano, Julián, también había sido un hombre de fe. Pero Vambertoken lo había doblegado, atándolo a su voluntad con la única moneda que podía controlar a un hombre como Julián: su hija, Laura. La protección que el vampiro otorgaba a Laura, quien estaba en el Ministerio de Vampiros Convertidos, era el precio que Julián debía pagar. Aunque era un hombre de fe, había aprendido a sobrevivir en este mundo de oscuridad al igual que Fabián. Ambos estaban sometidos a la voluntad del vampiro, y esa realidad los hacía más cercanos que nunca.

Cuando Fabián se enteró de que Julián finalmente había regresado a la sede, una mezcla de alivio y miedo lo invadió. Al fin podría recibir la guía que tanto necesitaba. Quizá, con Julián, encontraría las respuestas que tanto buscaba. Al fin y al cabo, si alguien comprendía el peso de traicionar la fe por razones que escapaban de sus manos, era él.

Entró en la sala de reuniones donde Julián lo esperaba, el mismo aire de frialdad y resignación que siempre había tenido ahora más marcado. Julián lo miró, y Fabián notó algo diferente: la chispa de fe que una vez había brillado en los ojos de su maestro parecía haber sido extinguida por completo. El hombre que ahora tenía frente a él no era el mismo del Vaticano.

Fabián —dijo Julián, su voz tranquila pero cargada de una gravedad que no podía ocultar—. Sabía que este momento llegaría. Te he visto caminar hacia este destino desde que Vambertoken te tocó por primera vez. Pero no te juzgo. Todos hemos sido empujados a la oscuridad de maneras que nunca imaginamos.

Fabián no pudo evitarlo. Las palabras de Julián lo quebraron. Todo lo que había intentado mantener bajo control durante días salió a la superficie.

—He fallado, Julián —confesó, su voz rota—. He matado a mi escudero. He mentido al Vaticano. He traicionado todo en lo que creía. No puedo… no puedo seguir así.

Julián lo observó en silencio, como si estuviera sopesando las palabras correctas para decir. Pero lo que salió de su boca fue una verdad que Fabián no estaba preparado para escuchar.

—No eres el primero, ni serás el último en traicionar tu fe por sobrevivir, Fabián. La fe no es inmutable. Se doblega ante la necesidad. Y Vambertoken… —hizo una pausa, como si el nombre del vampiro fuera un recordatorio de todo lo que había perdido—, Vambertoken sabe cómo tomar esa fe y torcerla para sus propios fines.

Fabián frunció el ceño. Aunque lo sabía en su interior, no quería aceptar que Vambertoken pudiera tener tanto poder sobre él, sobre su fe.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó Fabián—. ¿Cómo sigues sobreviviendo bajo su control, sabiendo que cada día es una traición a Dios?

Julián suspiró, el peso de la pregunta reflejado en sus ojos.

—No lo hago por mí, Fabián. Lo hago por Laura. Vambertoken la mantiene con vida, y mientras ella esté protegida, haré lo que sea necesario. Aunque eso signifique traicionar mi fe. —Lo miró directamente a los ojos—. Es lo mismo que tú haces por María. Todos tenemos algo por lo que sacrificamos nuestra verdad.

Fabián se quedó en silencio, comprendiendo que Julián tenía razón. Ambos eran hombres de fe, pero esa fe había sido sacrificada por razones más grandes que ellos. Laura era el ancla de Julián, así como María lo era para Fabián.

Pero eso no hacía las cosas más fáciles. En lugar de respuestas, solo encontraba más dudas. Vambertoken había roto sus creencias más profundas, y ahora estaba ante el hombre que alguna vez lo había guiado en su camino hacia Dios, un hombre que ahora vivía en las sombras de su antigua fe.

—No sé cómo volver —dijo Fabián, con un susurro desesperado—. No sé cómo encontrar el camino de vuelta a Dios.

Julián lo miró con tristeza.

—Tal vez nunca lo encuentres, Fabián. Tal vez esa parte de ti ya no existe. Pero lo que sí sé es que, mientras tengas algo por lo que luchar, siempre tendrás una razón para seguir adelante. Y en este momento, María es esa razón.

El silencio que siguió fue pesado. Fabián sabía que las palabras de Julián eran ciertas, pero también sabía que estaba perdiendo más de sí mismo con cada día que pasaba. Vambertoken no solo controlaba sus acciones, sino que poco a poco estaba destruyendo su alma, su esencia.

Finalmente, Julián se levantó, acercándose a Fabián y poniendo una mano en su hombro.

—Vambertoken ha roto a hombres mucho más fuertes que tú y yo. Pero eso no significa que no podamos encontrar nuestra propia manera de sobrevivir. Haz lo que necesites hacer, pero no te pierdas en su oscuridad por completo. Aún tienes algo por lo que luchar.

Con esas palabras, Julián se alejó, dejándolo solo con sus pensamientos.

Fabián sabía que tenía que encontrar una manera de reconciliar lo que quedaba de su fe con el mundo en el que ahora vivía. Y aunque no tenía respuestas, al menos tenía la certeza de que no estaba solo en su lucha.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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