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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 187. Historias de Terror

La Petición Insólita.

El sol apenas había salido cuando Vambertoken, Asha, Tatiana, y María se dirigieron a la sala de comunicaciones en la sede de la Purga en Cochabamba. La clase de magia arcana entre Tatiana y Vambertoken había concluido, como siempre, con la presencia de Asha y María. Desde que Asha había entrado en la vida de Vambertoken, su influencia había reforzado su poder en la Purga.

Al llegar a la sala de comunicaciones, se dispusieron a recibir los informes de Julián y Raúl, quienes estaban al mando de las misiones de la Purga en Cochabamba. Vambertoken mantuvo una expresión fría, pero sus ojos reflejaban una clara expectativa sobre lo que vendría.

En la pantalla, las imágenes de Julián y Raúl aparecieron, ambos con rostros tensos. Julián, el veedor del Vaticano y especialista en necromancia, era el primero en hablar, su tono cargado de frustración.

Vambertoken —dijo Julián con frialdad, sin molestarse en ocultar su desprecio—, no sé qué tipo de ritual estamos enfrentando aquí, pero te aseguro que no es simple necromancia. Ni siquiera los rituales más oscuros del Vaticano se acercan a lo que hemos visto. Esto es algo más… algo que no logro entender completamente. Y eso me dice que es peligroso.

El silencio que siguió a las palabras de Julián fue inquietante. Vambertoken, con su usual calma, asintió ligeramente, reconociendo la gravedad de la situación. Si ni Julián, con su vasta experiencia, podía identificar el ritual, entonces se enfrentaban a algo mucho más profundo.

—Mantén la investigación en marcha —respondió Vambertoken con indiferencia—. Necesito más información.

Con un leve asentimiento, Julián cortó la comunicación, dejando la sala envuelta en un silencio incómodo. Asha, que había estado observando todo con una sonrisa sutil, decidió aprovechar el momento para intervenir.

—Mi Seraph —dijo con una dulzura calculada—, esta mañana, mi querida aprendiz María me hizo una petición. Dado que su clarividencia nos salvó de una tragedia anoche, pensé que sería apropiado concederle lo que pide.

Vambertoken, intrigado, arqueó una ceja. No era común que María hiciera peticiones directamente, y mucho menos que Asha la respaldara tan fácilmente.

—¿Qué podría pedir María que me incumbe a mí? —preguntó el vampiro, su tono mezclando interés y sorpresa.

Asha sonrió de manera traviesa antes de continuar.

—Parece que tu pequeña demostración de conocimientos religiosos anoche dejó a Fabián profundamente afectado. María me ha pedido que le concedas unos minutos de tu tiempo para aclarar algunas dudas de fe que él tiene.

Vambertoken no pudo evitar sonreír ante la ironía de la solicitud. Era inusual, insólito y profundamente retorcido. Precisamente por eso, le agradaba.

—Cinco minutos para hablar de fe con Fabián —reflexionó—. Esto será interesante.

La atmósfera en la sala de comunicaciones estaba cargada de tensión. Fabián apenas podía sostener la mirada de Vambertoken mientras entraba en la sala. El vampiro lo observaba con una mezcla de interés y superioridad, como un predador estudiando a su presa antes de hacer el movimiento final. Asha, María y Tatiana permanecían a un lado, en silencio, conscientes de la importancia de lo que estaba por suceder.

Vambertoken se inclinó ligeramente hacia adelante, su sonrisa llena de una calma peligrosa.

—Dime, Fabián, ¿qué te atormenta? —preguntó el vampiro con una voz tan suave que resultaba casi hipnótica.

Fabián tragó saliva, sabiendo que no podía mentir ni disfrazar su duda.

—Anoche… —comenzó, con la voz temblorosa—, cuando le diste el descanso eterno a Stephen… No entiendo cómo alguien como tú, un vampiro, puede recitar un rito sagrado con tanta… devoción.

Vambertoken dejó que las palabras de Fabián flotaran en el aire antes de responder. Cuando habló, su voz se llenó de un conocimiento profundo, antiguo, que parecía venir de los rincones más oscuros de la historia.

—Es curioso cómo los mortales asocian lo divino con la exclusividad de sus creencias. —Vambertoken comenzó a caminar lentamente por la sala, sus ojos nunca dejando los de Fabián—. Pero dime, ¿cuánto de lo que llamas sagrado ha sido manipulado, reescrito, alterado para encajar en lo que puedes comprender?

Fabián frunció el ceño, pero no pudo responder. Vambertoken continuó, disfrutando de la vulnerabilidad de su interlocutor.

—El Libro de Enoc —comenzó el vampiro, su tono didáctico—, un texto apócrifo que fue excluido de tu Biblia occidental, habla de los ángeles caídos que descendieron para enseñar a los hombres los secretos del cielo. Y por esa acción, fueron condenados. —Hizo una pausa para asegurarse de que Fabián lo seguía—. ¿Pero qué diferencia hay entre esos ángeles y yo, Fabián? Trajeron conocimiento. Yo te estoy ofreciendo lo mismo.

Fabián intentó interrumpir, pero Vambertoken levantó una mano, exigiendo silencio.

—En el Evangelio de Tomás, otro texto excluido, se dice: “Si sacáis a la luz lo que está dentro de vosotros, lo que sacáis os salvará; si no lo sacáis, os destruirá.” —Vambertoken sonrió levemente—. Lo que está dentro de ti, Fabián, es tu fe, pero esa fe es lo que te está destruyendo, porque no entiendes su verdadero propósito.

La mente de Fabián giraba en círculos. Sabía de algunos de esos textos, pero nunca había profundizado en ellos. Ahora, el vampiro los estaba usando para desarmar todo lo que él había creído.

—¿Qué… qué propósito? —preguntó Fabián, su voz rota.

Vambertoken dejó escapar una suave carcajada, como si la pregunta le pareciera ingenua.

—La felicidad, Fabián. La felicidad es el propósito de tu fe. Tu Biblia dice en 1 Juan 4:8, “Dios es amor.” Pero ese amor no es solo una idea abstracta, es la conexión con aquello que te hace feliz, aquello por lo que vale la pena luchar. En tu caso, es María.

Fabián estaba aturdido. El vampiro hablaba con una convicción que desafiaba todo lo que él había aprendido en el seminario.

—Dios es amor —repitió Vambertoken, como si las palabras tuvieran un poder especial cuando venían de su boca—, y el amor es la única verdad que importa. Todo lo demás, Fabián, es ilusión. —Hizo una pausa, luego continuó—. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” —citó Mateo 5:6—. Pero, ¿qué justicia buscas realmente? ¿La de un Dios que castiga y divide, o la justicia de un ser que lucha por lo que ama?

Fabián no sabía cómo responder. Las palabras de Vambertoken eran como un veneno, invadiendo su mente y destrozando las bases de su fe. Pero había algo en lo que decía que resonaba profundamente en él. Amaba a María más que a su fe. Era la razón por la que había hecho todo, incluso aliarse con Vambertoken.

—Incluso tú, Fabián, un hombre de fe, no has vivido por tu fe. Has vivido por María. —Vambertoken se inclinó hacia él—. “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” —Mateo 6:21—. María es tu tesoro, no Dios. ¿Y sabes qué? Eso está bien. Eso es lo más humano que tienes. Y es también lo más divino.

Fabián temblaba, su mente dividida entre el deseo de aferrarse a su antigua fe y la aceptación de la amarga verdad que Vambertoken le ofrecía.

Vambertoken dio un paso atrás, permitiendo que las palabras se asentaran en el alma de Fabián antes de continuar.

—En el Zóhar, los textos de la cábala judía, se dice que la luz y la oscuridad son parte del mismo tejido. El mal no existe en oposición a lo divino, sino como un complemento necesario. ¿No has considerado, Fabián, que tal vez incluso alguien como yo puede estar más cerca de Dios de lo que tú crees? Si la felicidad es la manifestación de la luz divina, entonces cualquier ser que tenga algo por lo que luchar puede encontrar a Dios, incluso un vampiro.

Fabián cerró los ojos, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. El vampiro había tomado cada duda que había sentido en los últimos días y la había amplificado, retorciéndola hasta convertirla en una nueva verdad. Una verdad que Fabián no sabía si podía aceptar.

—El amor, Fabián —dijo Vambertoken, en voz baja pero intensa—. El amor por María es tu única verdad. La fe es solo una herramienta que los mortales usan para dar sentido a lo que no comprenden. Pero en última instancia, todo se reduce a una cosa: vivir por lo que amas. Y en eso, tú y yo no somos tan diferentes.

Fabián sintió una lágrima correr por su mejilla. Estaba perdiendo la batalla interna. El mundo que conocía se desmoronaba frente a él, y lo único que permanecía constante era su amor por María.

Vambertoken, satisfecho con el resultado, dio un paso atrás y sonrió, un gesto que solo reforzaba la cruel ironía de la situación.

—Piensa en lo que te he dicho, Fabián. Porque al final, no será tu fe lo que te salve, sino tu amor por ella.

Fabián salió de la sala donde acababa de hablar con Vambertoken, su mente hecha pedazos. Las palabras del vampiro eran como ecos reverberando en su interior, una verdad retorcida y peligrosa que no podía ignorar. Había algo perturbadoramente atractivo en lo que Vambertoken le había dicho: el amor como la única verdad, la fe como una herramienta subjetiva, y la noción de que incluso un vampiro podría estar más cerca de Dios que él.

Fabián sentía que su fe, que una vez había sido su ancla, se desmoronaba. Cada vez que trataba de aferrarse a las enseñanzas que había seguido toda su vida, el rostro impasible de Vambertoken y sus conocimientos prohibidos lo hacían tambalear. El vampiro conocía las Escrituras mejor que él, y no solo las versiones conocidas, sino también los textos apócrifos y esotéricos que lo dejaban sin argumentos.

Pero había algo más profundo que lo atormentaba: María. El amor que sentía por ella era lo que lo había mantenido vivo, lo que lo había llevado a hacer todo lo que había hecho hasta ahora, incluso a matar. Y ahora, enfrentado a una verdad tan retorcida como la que le había presentado Vambertoken, no sabía qué hacer.

Fabián decidió buscar a Drex.

Drex Holcux, el cazador de almas y corazones, había estado al lado de Vambertoken por mucho más tiempo. Si alguien sabía cómo sobrevivir bajo la influencia de ese vampiro, era él. Pero también sabía que Drex no se veía a sí mismo como un héroe. No se engañaba con las nociones de justicia o bondad. Para Drex, todo se trataba de sobrevivir. Era un cazador, y su única ancla era Tatiana, la única persona que lo mantenía conectado a algo que se asemejaba a la humanidad.

Cuando Fabián encontró a Drex, lo abordó con una mezcla de desesperación y duda.

—Necesito hablar contigo, Drex. Después de lo que acaba de ocurrir con Vambertoken, no sé cómo procesar todo esto —confesó Fabián, su voz temblando—. ¿Cómo llevas todo esto? El tótem, el collar de los cinco sellos, el ritual de los 350 corazones… ¿Cómo sigues siendo tú mismo en medio de esta locura?

Drex lo miró en silencio por unos momentos, con la frialdad habitual que siempre lo había caracterizado.

—No lo soy —respondió finalmente—. No soy un héroe, Fabián. Nunca lo he sido. No estoy aquí para salvar el mundo ni para hacer justicia. Estoy aquí porque quiero sobrevivir. Porque, en el fondo, lo único que importa es que Tatiana siga viva. Si eso significa cazar almas, arrancar corazones o soportar el peso de esa bestia dentro de mí, entonces lo haré.

Fabián asintió, pero la respuesta lo dejó aún más confundido. Él había creído que había algo más en todo esto, alguna especie de propósito mayor. Pero Drex lo veía de manera tan fría, tan práctica, que parecía imposible de aceptar.

—Pero, ¿cómo te mantienes cuerdo? —preguntó Fabián, incapaz de detenerse—. ¿Cómo no te consumes por todo lo que haces?

Drex soltó una risa seca.

—No lo hago. La bestia dentro de mí no me deja ver más allá de mi próximo objetivo. No me engaño pensando que soy el bueno en esta historia, Fabián. Soy un cazador, y eso es todo lo que soy. No me interesa ser un héroe ni buscar redención. Lo único que me importa es que Tatiana esté a salvo. Si eso es suficiente para mí, debería ser suficiente para ti.

Fabián se quedó en silencio, asimilando las palabras de Drex. El cazador de licántropos no le estaba ofreciendo una solución, solo una verdad más cruda: la supervivencia.

—Pero el Vaticano… —Fabián comenzó, pensando en lo que había hecho con su escudero, en las mentiras que tendría que contar, en la inminente respuesta de la Iglesia—. ¿Qué hago con eso?

Drex lo miró con un brillo calculador en los ojos.

—Lanza un falso ataque sobre Vambertoken. Asegúrate de que tu escudero caiga durante ese ataque. Si haces que todo parezca un accidente, la Iglesia no tendrá motivo para sospechar de ti. Un plan sencillo, limpio y efectivo. La Iglesia se tranquilizará, Vambertoken no se verá afectado, y tú mantendrás tu posición.

Fabián lo miró, aturdido por la frialdad de la sugerencia. Un falso ataque… la idea era simple, pero brutal. Era una solución práctica, una que garantizaría su supervivencia, pero también una que lo hundiría más en la oscuridad de la manipulación que Vambertoken ya ejercía sobre él.

—¿Estás sugiriendo que use a mi escudero como carne de cañón? —preguntó Fabián, con un hilo de voz.

Drex lo miró sin ningún atisbo de emoción.

—Él es solo una herramienta, Fabián. Igual que tú, igual que yo. El Vaticano no te salvará. No lo hizo conmigo y no lo hará contigo. Tienes que tomar decisiones, aunque sean oscuras, si quieres sobrevivir en este mundo. Vambertoken te ha dado una oportunidad. Tómala.

El silencio entre ambos era casi insoportable. Fabián sabía que Drex tenía razón. Sabía que, si quería mantener a María a salvo, tendría que tomar decisiones que lo destruirían por dentro. Pero al final, como había dicho Vambertoken, el amor era la única verdad que importaba. Y María era su verdad.

Fabián asintió, su voz apenas audible cuando habló.

—Haré lo que sea necesario.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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