El cazador de almas perdidas – Creepypasta 185. Historias de Terror
La Decisión de Fabián.
El sol apenas asomaba en el horizonte cuando la sede de la Purga, situada en el edificio Stephen Gordon, cobró vida con la actividad incesante de sus miembros. La clase arcana de Tatiana había concluido, y ahora todos se encontraban reunidos en la sala de operaciones. Vambertoken, Asha, Tatiana, Julián, Fabián, María y Drex estaban listos para afrontar el día, pero había una sombra de incertidumbre flotando en el aire.
El Vaticano había tomado su decisión: Fabián, en su nuevo cargo de Maestro Caballero Santo, requería un escudero. Esta noticia no sorprendió a Vambertoken. Como descendiente de la familia Vambertoken, aliada con la Iglesia desde sus inicios, Vambertoken sabía exactamente lo que implicaba el nuevo título de Fabián. En cuanto se enteró del ascenso de Fabián, supo que este día llegaría.
Vambertoken miró a Fabián con una expresión impenetrable, pero el mensaje detrás de sus palabras era claro.
—Tienes un día —dijo con una calma peligrosa—. O encuentras la forma de corromper a este escudero, o yo me encargaré de eliminarlo. La opción que más te convenga.
Fabián sintió el peso de esas palabras como una losa sobre sus hombros. María, su amada, deseaba ayudarlo, pero el acuerdo que tenía con Asha la ataba de manos mientras estuviera bajo su servicio. Durante esos momentos, María era incapaz de moverse en contra de la voluntad de Asha, dejando a Fabián solo en esta decisión crucial.
Decidido a enfrentarse a lo que el Vaticano le había impuesto, Fabián sabía que no tenía más opción que conocer a esta nueva figura: Stephen Gordon. Si no encontraba una debilidad, Vambertoken lo mataría. Con su moral en conflicto, Fabián se preparó mentalmente para lo que vendría.
Horas después, se encontró con Stephen Gordon en una plaza discreta de Cochabamba. La impresión inicial de Fabián fue la de un hombre completamente imbuido en una mezcla peligrosa de fervor religioso y ansias de violencia. Stephen Gordon no era un simple escudero; a ojos de Fabián, era un fanático, alguien que usaba la Palabra de Dios como excusa para una cruzada personal de sangre contra lo sobrenatural.
La conversación comenzó de forma tensa, con Stephen lanzando elogios incómodos hacia Fabián.
—Es un honor servir bajo su mando, Maestro Caballero Santo —dijo Stephen, su voz llena de una devoción casi obsesiva—. He seguido sus pasos durante años. Su enfoque meticuloso, la forma en que enfrenta a cada criatura del inframundo con calma y rectitud… es inspirador.
Fabián apretó los dientes, tratando de mantener una expresión neutral. La admiración de Stephen no le resultaba agradable. El escudero no veía la lucha interna, los dilemas morales que Fabián enfrentaba cada día. Stephen solo veía una figura heroica, una máquina de purga infalible.
—Has estado mucho tiempo en la Purga —continuó Stephen, sin dejar de mirar a Fabián con una intensidad que lo incomodaba—. Pero no eres como los demás. No me sorprendería si el Vaticano te tiene en una posición más… estratégica.
Fabián sintió un escalofrío recorrer su columna. Stephen estaba cerca de la verdad, demasiado cerca. El Vaticano no sabía que Fabián era un doble agente de Vambertoken, y la lealtad de Fabián estaba completamente con su amada María. Nunca arriesgaría su vida ni su seguridad, no por la Iglesia ni por la Purga.
La mirada de Stephen se volvió aún más penetrante. —Algunos dicen que en el campo de batalla todo vale, que lo que importa es eliminar al enemigo sin importar los medios. ¿Qué piensas tú, Maestro Caballero? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para cumplir con tu deber?
Fabián notó la trampa oculta en la pregunta. Stephen buscaba algo, una confirmación, tal vez una señal de que Fabián compartía su sed de sangre y violencia. Pero Fabián no podía permitirse caer en ese juego. Mantener su fachada era esencial.
—Mi deber es claro —respondió Fabián, su voz controlada—. Cumplo con lo que se me ordena, nada más.
La sonrisa de Stephen se ensanchó, como si hubiera obtenido la respuesta que esperaba. Fabián sintió una creciente aversión por el hombre que tenía frente a él. Stephen no era solo un fanático, era un cazador ansioso de desatar violencia bajo el disfraz de la fe. Y, sin embargo, había algo más. Fabián podía ver que este hombre no era invulnerable. Tenía debilidades, aunque todavía no las conocía.
La conversación se alargó, cada palabra de Stephen reforzaba lo que Fabián ya había sospechado: este escudero no era más que un carnicero con un propósito divino autoproclamado. Pero el tiempo corría, y Fabián sabía que debía actuar rápido.
Cuando la reunión terminó, Fabián se despidió de Stephen, pero no antes de prometerse a sí mismo que encontraría una forma de manipular a este hombre antes de que Vambertoken decidiera actuar. Tenía solo un día para encontrar su debilidad, y no podía permitirse fracasar.
Mientras caminaba de regreso a la sede de la Purga, Fabián no pudo evitar sentir una creciente duda moral. ¿Podía realmente corromper a Stephen, aunque lo considerara un fanático peligroso? ¿Era eso lo que su cargo le exigía? Pero sabía que no había otra opción. Si no lo hacía, Vambertoken lo eliminaría sin pensarlo dos veces. Y Fabián jamás arriesgaría a María. Jamás.
La conversación con Stephen Gordon dejó a Fabián profundamente perturbado. Mientras regresaba a la sede de la Purga, su mente estaba sumida en un remolino de pensamientos oscuros y complejos. No podía sacudirse la sensación de que Stephen era algo mucho más peligroso de lo que aparentaba. Un hombre que no buscaba la fe, sino una excusa para desatar su violencia sin control.
Con esa idea en mente, decidió que debía hablar con Julián, un hombre que había trabajado mucho más tiempo con Vambertoken y que sabía cómo navegar las peligrosas aguas de las expectativas del vampiro. Si Julián podía ayudar a Fabián a presentar el caso correctamente, quizás convencerían a Vambertoken de que Stephen no era un verdadero hombre de fe, sino un instrumento fácil de corromper.
Fabián marcó el número de Julián y, tras unas breves palabras de cortesía, fue directo al punto.
—Este escudero… Stephen Gordon. No es lo que parece. No busca servir a Dios ni a la fe. Todo lo que quiere es una excusa para saciar su sed de sangre, para desatar una violencia que apenas puede contener. Vambertoken podría corromperlo fácilmente —dijo, su voz tensa pero contenida.
Julián escuchaba en silencio al otro lado de la línea, y aunque no dijo mucho en ese momento, acordó con Fabián que lo ayudaría a presentar la situación ante Vambertoken de la manera más favorable.
Pero después de la llamada, mientras Fabián se encontraba solo en su habitación, las dudas comenzaron a asaltarlo con una fuerza inesperada. Stephen Gordon era un hombre de poca fe, alguien cegado por su deseo de violencia, pero ¿en qué lo hacía diferente de Fabián mismo? Al confrontar a Stephen, Fabián se dio cuenta de que también era culpable, solo que su adicción no era a la sangre o a la guerra con lo sobrenatural… era a María.
Fabián se sentó en el borde de su cama, su mente cayendo en un abismo de culpa. Stephen era adicto a la guerra, él a María, y ambos se alejaban cada vez más de la luz de Dios. Se preguntaba una y otra vez: ¿qué lo diferenciaba de Stephen? ¿Era él más digno de redención por ser consciente de sus propios pecados?
“El corazón es engañoso más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”** —murmuró para sí mismo, citando Jeremías 17:9. La escritura le resonaba en el alma, como una acusación directa.
Fabián trató de buscar consuelo en la palabra de Dios, pero cuanto más lo hacía, más sentía el peso de su propia condena. Stephen buscaba la destrucción, pero él mismo había buscado el amor de María por encima de su fe, por encima de su propio sentido del deber hacia Dios.
“Porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” —se recordó, repitiendo las palabras de Romanos 3:23. ¿Cómo podía enfrentarse a Stephen cuando sabía que ambos eran igual de culpables? Stephen buscaba sangre, y él había traicionado su fe por amor. Fabián se dio cuenta de que cada vez se alejaba más de Dios, y la culpa lo corroía.
Cada vez que trataba de justificar sus acciones, otra parte de las escrituras lo refutaba. Fabián conocía demasiado bien las palabras sagradas, y ese conocimiento era tanto su arma como su condena. Por más que intentara, no encontraba paz en ellas. Era como si cada versículo que citaba para consolarse lo hundiera más en la desesperación.
“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” —murmuró, recordando las palabras de Romanos 7:19. Él no había querido traicionar su fe, pero lo había hecho. Y ahora, frente a la decisión de corromper a Stephen o verlo morir por las manos de Vambertoken, Fabián sentía que el abismo entre él y Dios era insalvable.
La crisis moral de Fabián alcanzó su punto álgido. No sabía cómo avanzar, pero sabía que no tenía opción. Aceptar la ayuda de Julián y seguir adelante con el plan era la única forma de proteger a María, de asegurar su supervivencia en el oscuro mundo en el que vivían. Sin embargo, esa decisión lo condenaba a alejarse aún más de la luz de Dios.
El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era María. Había terminado sus labores con Asha y finalmente podía hablar con él. Fabián tomó el teléfono, su mano temblorosa.
—Fabián, ¿cómo estás? —preguntó María, su voz suave, pero llena de curiosidad. Sabía que había tomado decisiones difíciles mientras ella estaba bajo el control de Asha.
Fabián respiró profundamente antes de responder. —He decidido conocer a Stephen Gordon… y creo que podría corromperlo. Pero, María… —dudó por un segundo, sintiendo el peso de la culpa aplastarlo—. Cada vez me siento más lejos de Dios.
María guardó silencio al otro lado de la línea, y aunque Fabián no lo veía, sabía que ella estaba procesando cada palabra. Ambos estaban atrapados en un mundo oscuro y retorcido, y aunque Fabián había sacrificado tanto por ella, no sabía si podría volver a sentirse digno de la redención.
—No estás solo, Fabián —dijo María finalmente, con una voz tranquila pero firme—. Siempre estaré contigo, no importa cuán lejos te sientas de Dios. Y Asha no te hará daño mientras yo esté a su lado.
Las palabras de María ofrecieron consuelo momentáneo, pero Fabián sabía que la única batalla real que enfrentaba era la que ocurría dentro de su propio corazón. ¿Cómo podía seguir adelante con la misión de Vambertoken, sabiendo que, con cada paso, se alejaba más de lo que una vez había sido?
Fabián estaba a punto de terminar la llamada con María cuando, de repente, el tono de su voz cambió. Un silencio aterrador cayó sobre la línea, y Fabián supo al instante que algo estaba mal.
—María, ¿qué ocurre? —preguntó con una mezcla de preocupación y urgencia.
María no respondió de inmediato. Sus habilidades de clarividencia, aunque siempre presentes, rara vez eran tan abrumadoras como en ese momento. Sus ojos se nublaron mientras vislumbraba un futuro terrible, una imagen clara y devastadora que la paralizó. En su visión, Stephen Gordon y Vambertoken estaban en la misma habitación. La tensión entre ellos crecía rápidamente, y Stephen, con su fanatismo, no podía soportar los comentarios de Asha. La situación se tornaba insostenible.
En el futuro que María veía, Vambertoken se volvía iracundo, su ira desatada de una manera que nadie había previsto. No solo acabaría con Stephen, sino que descargaría su furia sobre Fabián, Julián, e incluso sobre María. El vampiro, en su rabia descontrolada, mataría a todos.
Fabián escuchó la respiración entrecortada de María al otro lado de la línea.
—Fabián… —susurró finalmente, con una voz temblorosa—. Si Vambertoken y Stephen hablan en los próximos minutos… todo acabará. Vambertoken los matará a todos. Te matará a ti, a Julián, y a mí.
El corazón de Fabián se detuvo por un instante. Las palabras de María lo golpearon como un puñetazo en el pecho. Stephen lo llevaría a la muerte. Vambertoken, con su rabia descontrolada, acabaría con todos ellos. No podía permitir que eso sucediera.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Fabián, desesperado.
—Veinte minutos —respondió María, con un tono frío y sombrío—. Si no hacemos algo, todo terminará.
El pánico se apoderó de Fabián. Su mente corría a mil por hora, buscando una solución, cualquier cosa que pudiera evitar lo inevitable. La única forma de detener esto era impedir que Stephen y Vambertoken hablaran. Pero, ¿cómo hacerlo? No había tiempo. Fabián sintió que la desesperación lo ahogaba, su fe ya tambaleante se desmoronaba aún más. Había estado dispuesto a corromper a Stephen para salvar a María, pero ahora todo parecía perderse.
—No… no puedo permitir que esto ocurra, María —dijo con voz quebrada—. No puedo dejar que Vambertoken te haga daño.
Los segundos parecían alargarse, cada uno más opresivo que el anterior. Fabián sabía que el tiempo se agotaba y que la situación estaba fuera de control. Pero, ¿cómo podía enfrentarse a alguien como Vambertoken? ¿Cómo podía detener a un monstruo que podría destruirlos a todos con un solo gesto?
—Tenemos que actuar ahora —insistió María, su voz firme a pesar del miedo—. Hay que encontrar una forma de alejarlos. Si no, todo acabará.
Fabián tragó saliva, sintiendo cómo el pánico lo consumía. La presión era insoportable, y la culpa por lo que estaba a punto de suceder lo aplastaba. No podía perder a María, no después de todo lo que había sacrificado por ella.
—Lo detendré —prometió Fabián, aunque las palabras apenas le salieron de los labios—. No permitiré que Vambertoken te toque.
El reloj seguía avanzando. El destino estaba en juego, y si no encontraban una solución en los próximos minutos, todo lo que habían construido se desmoronaría. La desesperación de Fabián lo impulsó a actuar, pero ¿sería suficiente para cambiar el futuro que María había visto?
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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