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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 183. Historias de Terror

La Unión de los Latshiktor y Vambertoken.

Han pasado dos días desde la última reunión, y ahora, el Archiconde Seraph Vambertoken Latshiktor y su esposa Asha Latshiktor Vambertoken estaban a punto de ingresar a uno de los recintos más antiguos y sagrados del mundo vampírico: la sala del Consejo de Ancianos Vampíricos. Aquí se decidía el destino de las fuerzas más antiguas y poderosas, y ahora ambos estaban dispuestos a conseguir lo que querían: la liberación de Fabiola, la Bruja Roja.

La presión en el aire era palpable, y la escolta de Seraph y Asha —compuesta por Tatiana, Drex, María y Fabián— se mantenía tensa. El simple hecho de que hubieran traído a un licántropo, un hombre de fe, y dos humanos a este recinto sagrado ya era un insulto para muchos de los ancianos. Las miradas cargadas de desaprobación no tardaron en caer sobre ellos cuando ingresaron al vasto salón, cubierto por sombras y columnas eternas.

Los padres de Asha y Seraph, Adkaj Latshiktor, Shadki Latshiktor, Zakfig Vambertoken, y Lunwox Vambertoken, estaban presentes, ocultos en los extremos de la sala, pero su influencia y poder llenaban el aire. El Consejo de Ancianos, con más de 50 milenios de antigüedad, poseía conocimientos y habilidades tan vastas que su sola presencia imponía un respeto abrumador. Seraph y Asha, a pesar de tener “solo” 7000 y 7300 años respectivamente, sabían que caminaban entre leyendas.

Seraph Vambertoken Latshiktor, siempre desafiante, dio el primer paso hacia el centro del salón. Su figura imponente, pero controlada, reflejaba la ambición que lo guiaba. A su lado, Asha Latshiktor Vambertoken mantenía su mirada fija, segura de que el poder de ambos, como la unión de los dos linajes más poderosos, sería suficiente para inclinar la balanza a su favor.

La madre de Seraph, Lunwox Vambertoken, fue la primera en hablar, su tono lleno de firmeza y una clara resistencia a lo que estaba por discutirse.

—La solicitud que traes ante nosotros, Seraph, es más que arriesgada —dijo, sus ojos penetrantes fijos en él—. Liberar a Fabiola no solo pondrá en peligro la estabilidad del Consejo, sino que también supondrá un riesgo para nuestro mundo. Ya no controlamos a esa bruja.

Las palabras de Lunwox resonaron en la sala, y algunos de los otros ancianos asintieron, mostrando su acuerdo. Pero Asha Latshiktor Vambertoken, siempre estratégica y política, sabía que era el momento de intervenir.

—Con el debido respeto, madre, —Asha utilizó su título vampírico completo para darle más peso a sus palabras—. El poder de la Bruja Roja es inmenso, pero es precisamente por eso que debe estar bajo nuestro control. No bajo su yugo, sino como una aliada de los Latshiktor y los Vambertoken. —Hizo una pausa, mirando a los miembros del consejo con un aire de total confianza—. Juntos, mi Seraph y yo somos más que capaces de manejarla.

El salón se llenó de murmullos, y la magnitud del poder detrás de esos dos nombres no podía ser ignorada. Adkaj Latshiktor, el padre de Asha, observaba en silencio, pero una ligera sonrisa asomaba en sus labios. Sabía que su hija jugaba el juego de la política mejor que nadie.

Zakfig Vambertoken, el padre de Seraph, se mantuvo impasible, evaluando cada palabra y reacción. Pero, aunque no hablaba, su presencia imponía respeto entre los ancianos.

—Nuestra solicitud no es caprichosa —dijo finalmente Seraph Vambertoken Latshiktor, su tono medido pero inquebrantable—. Fabiola puede ser un riesgo, pero con ella bajo nuestro control, su poder servirá a nuestros propósitos. Mi Kadupul y yo hemos demostrado nuestra capacidad para enfrentar desafíos que otros temerían.

Lunwox Vambertoken no cedía fácilmente, su mirada fría se volvió aún más gélida.

—¿Y qué garantías nos ofreces de que no perderán el control? —preguntó con un tono desafiante—. Fabiola es una fuerza caótica. Su poder no es algo que pueda ser domado tan fácilmente, ni siquiera por ustedes dos.

Asha sabía que este era el momento decisivo. Su tono se volvió aún más frío y calculador.

—No estamos pidiendo, madre. El Consejo tiene que decidir si desea enfrentar el riesgo de que Fabiola caiga en las manos equivocadas o si prefiere que la Bruja Roja esté bajo la vigilancia de los nombres más poderosos de nuestro mundo: Latshiktor y Vambertoken —dijo, sus palabras llenas de un poder político indiscutible.

El silencio que siguió fue pesado. Asha había dejado claro que el Consejo ya no tenía excusas. Ellos sabían que el poder combinado de Asha Latshiktor Vambertoken y Seraph Vambertoken Latshiktor era suficiente para controlar a Fabiola. Los ancianos, a pesar de su inmenso poder y sabiduría, sabían que no podrían seguir evitando esta solicitud.

Lunwox no podía detener lo inevitable, aunque su resistencia era fuerte, no podía oponerse a la ambición y al poder que ahora veía frente a ella.

—Si Fabiola cae bajo su control, el Consejo deberá recibir algo de igual o mayor valor —dijo finalmente Lunwox, sus palabras resonando en la sala. Sabía que esta sería la única manera de justificar la liberación de la Bruja Roja. Un precio debía pagarse.

Los murmullos entre los ancianos aumentaron. Estaba claro que aceptarían, pero no sin asegurarse de que algo valioso les fuera entregado a cambio.

Asha intercambió una mirada con Seraph. Sabía que este era el momento por el que habían esperado. El Consejo podía aceptar su solicitud, pero lo harían a su manera, exigiendo una recompensa significativa por el riesgo que estaban tomando. Y aunque la discusión apenas comenzaba, tanto Asha como Seraph sabían que estaban un paso más cerca de conseguir lo que deseaban.

El poder de los Latshiktor y los Vambertoken era imparable, y el Consejo de Ancianos lo sabía.

Asha y Seraph Vambertoken Latshiktor salieron del Consejo de Ancianos Vampíricos, sus pasos firmes resonando en los vastos pasillos de mármol. La atmósfera en la sala del Consejo aún pesaba sobre ellos, pero no por las dudas o el miedo, sino por el éxtasis que ambos compartían. El poder de su unión, la alianza de los nombres Latshiktor y Vambertoken, se había demostrado una vez más. Habían conseguido lo que querían, y ahora estaban un paso más cerca de sus ambiciones.

Asha, completamente embriagada por el poder y la satisfacción de haber logrado su cometido, apenas podía contener la euforia que la invadía. Su nombre resonaba en su mente con un deleite casi orgásmico. Asha Latshiktor Vambertoken. Solo había un nombre que le producía un mayor éxtasis al pronunciar: Seraph Vambertoken Latshiktor. Su amado, su Seraph. La razón de su existencia. Todo lo que había esperado durante más de 7000 años se estaba cumpliendo.

Mientras caminaban juntos, Seraph no pudo evitar sentir el mismo deleite. Asha había demostrado nuevamente sus habilidades, no solo como su esposa, sino como su igual en la política y en la manipulación. Su astucia, su capacidad para jugar con las mentes de los demás, lo fascinaba. La veía no solo como su compañera, sino como el reflejo perfecto de su propio poder. Su Kadupul había alcanzado un nivel que lo dejaba profundamente satisfecho. El amor que sentía por ella, ese amor retorcido y enfermo que se basaba en la devoción mutua y el poder compartido, crecía con cada paso que daban juntos.

Al salir del recinto del Consejo, Asha, aún inmersa en su delirio, giró hacia su aprendiz, María. El entrenamiento de la joven había comenzado, y aunque su habilidad con la clarividencia era prometedora, Asha necesitaba resultados concretos.

Maestra, he identificado plenamente la huella espectral —dijo María con la voz firme pero llena de respeto, inclinando ligeramente la cabeza hacia Asha—. La marca del traidor separatista está clara para mí ahora.

Asha sonrió, satisfecha. Había pasado demasiado tiempo planeando esto junto a su Seraph. La anterior visita al Consejo de Ancianos Vampíricos les había permitido sembrar las semillas de su plan, y ahora, gracias a la clarividencia de María, podían empezar a cosechar. La huella espectral que había detectado su aprendiz era la clave para desenmascarar al líder separatista que se ocultaba dentro del Ministerio de Ancianos.

—Perfecto, querida María —respondió Asha, usando el título con el que siempre se refería a los demás, una mezcla de condescendencia y afecto calculado—. Sabía que no me decepcionarías.

Asha recordaba vívidamente cómo habían invadido los recuerdos del prisionero de Ragnarok, junto a su Seraph, para identificar a uno de los guardias del líder separatista. La mente del prisionero había sido difícil de penetrar, pero con su poder combinado, no había sido imposible. Ahora tenían una pista que podía cambiar el rumbo de los acontecimientos.

—Con esa huella espectral —continuó Asha—, podemos darle un rostro al anciano vampírico que lidera a los separatistas. Pronto sabremos quién es, y cuando lo hagamos… —dejó que la amenaza se deslizara en su tono, un brillo oscuro llenando sus ojos—. Será nuestro, como todo lo demás.

La voz de Asha vibraba con un poder indiscutible. Ya no había dudas ni barreras. Sabía que estaba en total control de la situación, y ese conocimiento la llenaba de un deleite enfermizo. Mi Seraph lo tendría todo, y ella se aseguraría de que ningún obstáculo se interpusiera en su camino. Había esperado 7000 años para este momento, y ahora que había llegado, no permitiría que nada ni nadie lo arruinara.

Seraph Vambertoken Latshiktor se mantenía en silencio, observando a su Kadupul con una sonrisa de aprobación. El amor que sentía por ella no se basaba en dulzura ni en simple devoción, sino en la admiración que sentía por su astucia, su capacidad para manipular, y su absoluta lealtad a sus ambiciones compartidas. Asha no solo entendía el juego, lo dominaba. Y él sabía que, juntos, podían lograr cualquier cosa.

—La Bruja Roja estará bajo nuestro control muy pronto —murmuró Seraph, sus palabras apenas audibles para los presentes. Asha asintió, su sonrisa aún más oscura. Sabía que la liberación de Fabiola, la Bruja Roja, sería un punto de inflexión en sus planes.

—Y cuando lo esté —añadió Asha—, los separatistas no tendrán donde esconderse.

El poder que fluía entre ellos era palpable. Los nombres Latshiktor y Vambertoken, unidos en una sola fuerza, eran imbatibles. Y aunque el Consejo de Ancianos Vampíricos, con sus milenios de experiencia, intentara resistir, sabían que no había excusas suficientes para detener el avance imparable de Seraph Vambertoken Latshiktor y Asha Latshiktor Vambertoken.

Asha, inmersa en su delirio de poder, dejó que el éxtasis del momento la consumiera por completo. Nada, ni siquiera el Consejo de Ancianos, podría interponerse entre ella y su sueño de ver a su amado Seraph gobernar con el poder absoluto.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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