El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 180. Historias de Terror
Bajo la Sombra del Kadupul.
Había pasado solo un día desde que el equipo de la Purga había llegado a Cochabamba, pero parecía una eternidad para Fabián. La tensión entre él y María no hacía más que crecer con cada mirada, cada silencio que compartían en la pequeña sede donde se hospedaban. Desde que Fabián había regresado del Vaticano, con su reciente ascenso a doble agente y la culpa que eso le generaba, la distancia entre ellos parecía insalvable. Y ahora, saber que María se había convertido en la aprendiz de Asha por voluntad propia lo había llevado al límite.
Esa noche, la tormenta que ambos evitaban finalmente explotó. Se encontraban solos en una pequeña habitación, el aire denso de emociones contenidas.
—No puedes seguir con esto, María —la voz de Fabián rompió el silencio, cargada de frustración y desesperación. Su mirada era dura, pero en el fondo se leía algo más profundo: miedo—. Asha no te llevará a nada bueno. Lo sabes.
María cerró los ojos un momento, tragando la respuesta impulsiva que quería darle. Sabía que él lo decía por temor, pero no podía ignorar la intensidad del poder que Asha le ofrecía. Ese anhelo de ser algo más que una simple clarividente la había corroído durante tanto tiempo, y ahora tenía una salida. Finalmente, sentía que estaba a punto de alcanzar algo que nunca creyó posible.
—No entiendes… —susurró María, su voz apenas un murmullo. Pero la rabia que intentaba controlar comenzaba a bullir bajo la superficie—. No soy débil, Fabián. No lo seré más. Asha me está dando la oportunidad de ser fuerte, de dejar de depender de los demás.
Fabián dio un paso hacia ella, su rostro endurecido. —¿A qué precio, María? —sus palabras eran un latigazo—. Asha te está manipulando. No te ofrece poder, te ofrece una jaula dorada. Una que ella controla.
María se giró, sin querer ver el miedo en los ojos de Fabián, porque sabía que eso podría quebrarla. Apretó los puños, tratando de calmar el temblor que sentía por dentro. Sabía que él tenía razón, en parte. Asha era peligrosa, poderosa, y la promesa de ese poder la había cautivado de una forma que le resultaba aterradora admitir.
—¿Y qué hago entonces? —María se giró, sus ojos encendidos por la frustración—. ¿Seguir siendo la misma de siempre? ¿La que todos usan cuando necesitan respuestas, pero nunca escuchan cuando es momento de decidir? No puedo, Fabián. No quiero vivir así.
Fabián cerró los ojos un segundo, sintiendo el peso de las palabras de María, comprendiendo el dolor que llevaba dentro. Pero había algo más, algo que lo estaba destruyendo.
—No es eso lo que quiero para ti —dijo finalmente, su voz quebrándose—. Yo… tengo miedo, María. Miedo de perderte. Miedo de que Asha te consuma, de que te transforme en alguien que ya no reconozca.
María lo miró, viendo por fin lo que había detrás de la resistencia de Fabián. No era solo que él no confiara en Asha, sino que temía perderla a ella. Él estaba asustado. No por el poder de Asha, sino por lo que ese poder haría a la persona que más amaba.
Se acercó lentamente a él, sus manos temblando mientras lo tomaba por los brazos. —No me vas a perder, Fabián —susurró, sus palabras suaves, pero llenas de una intensidad que ambos compartían—. Asha me está enseñando a ser fuerte, pero eso no significa que dejaré de ser quien soy. Siempre seré tuya. Siempre nos amaremos y nos protegeremos, sin importar lo que venga. Tú lo sabes.
Fabián abrió los ojos, las lágrimas contenidas brillando en sus pupilas. La voz de María, esa promesa que le hacía, era todo lo que necesitaba escuchar. Aunque sabía que Asha tenía planes para ella, aunque sentía que estaba atrapado en una red de poder que lo ahogaba, había una cosa que lo mantenía cuerdo. El amor que ambos compartían, ese amor que ni Asha, ni Vambertoken, ni el Vaticano podían destruir.
—María… —murmuró él, su voz rota por la emoción—. Yo ya me he entregado a ti. A todo lo que eres. A lo que serás. Incluso a ellos… Asha, Vambertoken… Lo único que necesito es que estés conmigo. No me importa lo demás. No me importa lo que cueste.
María lo abrazó con fuerza, sus cuerpos temblando juntos en la oscuridad de la habitación. Sabía que el poder de Asha sobre ella era inmenso, que ya estaba atrapada en su órbita de una manera que no podía revertir. Pero también sabía que, pase lo que pase, Fabián sería su ancla. Y eso la fortalecía más que cualquier otra cosa.
—Nosotros somos lo único que importa —susurró María, acariciando su rostro, sintiendo las lágrimas de Fabián deslizarse por sus mejillas—. Pase lo que pase, siempre nos tendremos el uno al otro.
Para Fabián, esas palabras eran un bálsamo. Su vida estaba marcada por traiciones, por secretos oscuros y por decisiones que lo habían llevado al borde de su fe y de su moral. Pero María, su amor por ella, era lo único verdadero en ese caos.
Se miraron, con el dolor de los sacrificios compartidos, y en ese momento, en medio de la oscuridad y las sombras de poder que los rodeaban, renació su amor. Se quebraron juntos, pero también se reconstruyeron, más fuertes que nunca, listos para enfrentar lo que Asha y el mundo les tuviera preparado.
El aire en Sacaba, Cochabamba, estaba cargado de una calma que no correspondía a la tormenta interior que habitaba en Drex y Tatiana. Caminaban por las calles estrechas y adoquinadas, iluminadas por los débiles faroles, intentando saborear una noche que pretendía ser suya. Habían decidido alejarse del toque sombrío de la Purga, de los rituales que los aguardaban, y de la monstruosidad que estaba por cometerse para estabilizar el tótem de Drex.
Ambos sabían lo que eso implicaba. Pero no hablaban de ello. Era una verdad que preferían no enfrentar aún, como si evadirla pudiera hacerla desaparecer, aunque sabían que no era posible.
Tatiana caminaba al lado de Drex, su mano entrelazada con la de él. A pesar de la calidez de ese contacto, sentía el peso invisible de lo que estaba por venir. En cada paso, en cada suspiro compartido, se sentía el filo de la realidad que intentaban ignorar. Era como si caminaran al borde de un abismo del cual ya no podían retroceder, pero tampoco se atrevían a mirar directamente.
Drex, con la mandíbula apretada, no había pronunciado palabra en los últimos minutos. Había algo en su mirada que revelaba una lucha interna, una batalla que Tatiana conocía demasiado bien. El ritual… los 350 corazones humanos que tendría que sacrificar. Sabía lo que eso significaba para Drex, sabía lo que esa abominación le haría a su alma. Sin embargo, ambos sabían que no había otra opción. La bestia interior de Drex estaba al borde de destruirlo, y estabilizar el tótem era su única salvación.
Tatiana apretó la mano de Drex con más fuerza, queriendo transmitirle algo de la fortaleza que ella misma sentía tambalear. —Lo superaremos —murmuró, su voz apenas un susurro en el aire frío de la noche. Era más una súplica que una afirmación.
Drex no respondió al principio. Su mirada fija en el pavimento, sus pensamientos a kilómetros de distancia. A veces se preguntaba si, después de todo, él ya estaba perdido. ¿Qué quedaría de él después del ritual? Pero sabía que Tatiana estaba con él, y era esa realidad lo único que lo mantenía aferrado al borde de la cordura. Finalmente, detuvo su paso, girándose hacia ella. Sus ojos, esos que a veces parecían más de bestia que de hombre, la miraron con una intensidad que hizo que el corazón de Tatiana se apretara.
—¿Cómo seguimos adelante después de esto? —preguntó Drex en un susurro. Había desesperación en su voz, algo que rara vez permitía salir. Tatiana lo conocía lo suficiente para saber que estaba aterrorizado, aunque nunca lo admitiría abiertamente.
Tatiana lo miró, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. Sabía que no había una respuesta que pudiera ofrecerle. Porque lo que estaban a punto de hacer era imperdonable. Sin embargo, el amor que sentía por él la impulsaba a mantenerse firme, a no mostrar dudas, porque ella era lo único que mantenía a Drex aferrado a su humanidad.
—No sé cómo —admitió ella, la voz temblando—. Pero lo haremos juntos, Drex. No importa lo que venga después, siempre seremos nosotros.
Drex cerró los ojos por un momento, como si sus palabras le ofrecieran un respiro. Quería creer en eso, necesitaba hacerlo. Pero el peso de lo que iban a hacer le aplastaba el pecho. Sacrificar esas vidas humanas… aquello no lo haría un cazador de criaturas, lo convertiría en un monstruo. Y, aun así, sabía que no podía elegir otro camino. Moriría si no lo hacía. La bestia dentro de él lo devoraría por completo, lo convertiría en algo peor.
—Eres lo único que me mantiene aquí —dijo Drex finalmente, su voz ronca—. Si te pierdo… Si pierdo eso, entonces ya no soy nada.
Tatiana lo abrazó, sintiendo la dureza de su cuerpo contra el suyo, pero también su vulnerabilidad. Sabía que Drex estaba en el borde, y que solo ella podía traerlo de vuelta. Apretó el abrazo, como si con eso pudiera mantener a raya el horror que les esperaba.
—Nunca me perderás —susurró contra su pecho—. No importa lo que tengamos que hacer, siempre estaremos juntos. Incluso en la oscuridad.
Drex se quedó en silencio, pero lentamente la abrazó con más fuerza, aferrándose a ella como si fuera su única ancla. Y lo era. Sabía que el amor que compartían, aunque oscuro, era lo que lo mantenía humano. Era lo que lo hacía resistir la tentación de rendirse por completo a la bestia. Tatiana era su luz, su razón, la única que le daba sentido a todo este infierno.
El silencio volvió a caer sobre ellos, pero ya no era una barrera. Era una pausa necesaria antes del caos, una tregua que ambos sabían sería breve. Pero mientras se abrazaban en las calles vacías de Sacaba, por un momento, todo lo que importaba era que aún estaban juntos. Que aún se tenían el uno al otro, a pesar de las sombras que los rodeaban.
El amor entre ellos no solo sobrevivía, sino que florecía en la oscuridad, fortaleciéndose con cada paso que daban hacia el abismo. Sabían que el camino por delante estaba lleno de monstruosidades, pero mientras se tuvieran, ese camino no sería intransitable. Y aunque ambos se sumergían cada vez más en las sombras, la llama de su amor seguía ardiendo, más fuerte que nunca.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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