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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 177. Historias de Terror

El Renacer de la Purga.

Durante dos semanas, Óscar, Lía y Raúl habían estado en operaciones dispersas por distintas ciudades de México, luchando contra las fuerzas que quedaban de Ragnarok y otras amenazas menores. A pesar de sus esfuerzos, el golpe sufrido por la purga en Ciudad de México aún resonaba entre ellos, y las fuerzas de Oricalco seguían desorganizadas. Los recientes eventos de la boda del milenio vampírico, que unieron a las poderosas familias Latshiktor y Vambertoken, habían detenido momentáneamente la reagrupación de los cazadores de Oricalco.

Vambertoken, consciente de la necesidad de fortalecerse, tomó la decisión de trasladar las operaciones a Colombia, donde sus conexiones eran profundas. El Archiconde de Colombia, Ramírez, había sido regente de los licántropos antes de asumir su posición actual como el primer licántropo en el Consejo Latinoamericano de Vampiros. Ramírez había sido colocado en ese puesto con la ayuda de Vambertoken, lo que significaba que había una alianza implícita entre ambos.

Asha, siempre deseosa de impresionar a su amado Seraph, no podía contener su entusiasmo. Mientras el grupo se preparaba para el viaje a Colombia, ella aprovechó la ocasión para hacer un anuncio oficial.

—Queridos todos, —dijo con su habitual tono encantador pero peligroso— es mi placer anunciarles que, a partir de hoy, mi querida María será mi aprendiz oficial. —Los ojos de Asha se posaron en cada uno de los presentes, saboreando su satisfacción—. Estoy absolutamente fascinada por todo el potencial que veo en ella.

Vambertoken, su amado Seraph, sonrió complacido ante el anuncio. El ver a su amada Asha mostrando tanto control y liderazgo sobre su nueva aprendiz lo llenaba de satisfacción.

Mientras viajaban rumbo a Colombia, Asha, fascinada por lo que les esperaba, no podía evitar comentar su emoción por lo que estaba por ver. —Será la primera vez que vea a otro licántropo aparte de ti, querido Drex —dijo con una sonrisa traviesa mientras ojeaba el antiguo libro Atlante que llevaba consigo.

Tatiana, incómoda pero curiosa, escuchaba atentamente mientras Asha se adentraba en una historia relacionada con los licántropos. —Resulta que los licántropos fueron creados por una Bruja que intentó derrocar al Emperador Atlante de la época. Y ese Emperador Atlante era… —hizo una pausa dramática—, mi padre, Adkaj Latshiktor.

—¿Tu padre luchó contra licántropos? —preguntó Drex, incrédulo.

—Oh, sí. Me lo contó hace un tiempo —Asha respondió con ligereza—. Me habló de una guerra terrible contra un licántropo que poseía el mismo tótem que te consume, querido Drex. Fue una batalla épica, pero mi padre lo derrotó. Sin embargo, me reveló algo aún más interesante: una de las cincuenta brujas originales que crearon la maldición del licántropo sigue viva, encerrada y torturada eternamente por mi familia, los Latshiktor.

Tatiana y Drex intercambiaron miradas de preocupación. La oscuridad que rodeaba a Asha y a su linaje era algo que nunca podrían entender completamente, pero sus palabras siempre tenían un peso que hacía imposible ignorarlas.

De repente, Asha cambió de tono, volviendo a su implacable pragmatismo.

—Hablando del tótem, querido Drex, mi amado Seraph no desea retrasos en este proceso. Así que he diseñado un plan perfecto para conseguir los 350 corazones que necesitas para el ritual. —Asha sonrió con un toque de burla—. Presenté una solicitud para un reality show de supervivencia en una isla desierta. Los voluntarios estarán dispuestos a sobrevivir durante 120 horas a cambio de 100,000 dólares. Tan fácil y barato. La falta de creatividad me asombra, pero al menos conseguimos lo que necesitas, querido Drex.

Tatiana no sabía cómo reaccionar. La solución que Asha proponía era oscura, macabra, pero… efectiva. Era casi imposible no sentirse frustrada. Asha había encontrado una manera de salvar a Drex utilizando su inagotable oscuridad. Tatiana no sabía si debía estar agradecida o molesta, pero, en el fondo, lo único que importaba era salvar a Drex.

—Querida Tatiana, deberías sentirte aliviada. Yo, que tanto disfruto del caos, he decidido ayudar. Todo saldrá bien, lo verás —dijo Asha, con un tono casi burlón.

Tatiana suspiró. Había un camino delante de ellos, uno lleno de sacrificios. Pero ahora, con el respaldo de los vampiros, quizá, solo quizá, podrían salvar a Drex.

Cuando el jet privado del Archiconde Vambertoken aterrizó en Colombia, la comitiva de seguridad del Archiconde Ramírez estaba ya lista para recibir a su distinguido invitado. La tensión en el aire era palpable, ya que la reciente intervención de Asha en el Consejo de Ancianos Vampíricos estaba provocando cambios visibles. El hecho de que Ramírez, un licántropo, ocupara un puesto de poder tan relevante dentro del Consejo era algo sin precedentes. Asha no pudo evitar observar la rigurosidad de la seguridad con cierta diversión. La solemnidad de todo el evento contrastaba con la mirada burlona que mantenía mientras recordaba la historia de los licántropos que había leído en el libro Atlante.

Mientras los recibían, Drex se encontró con dos viejos conocidos: Diana y Tiranus. Los dos licántropos lo saludaron con una familiaridad que le trajo recuerdos de cacerías y batallas pasadas. Diana, una guerrera impulsiva y feroz que se entregaba plenamente a su lado bestial, preguntó casi de inmediato si podían unirse a las filas de la purga. Tiranus, más frío y calculador, observaba con su típica mirada distante, aunque Drex sabía que detrás de esa máscara había un guerrero tan implacable como el fuego que controlaba.

—Parece que Ramírez ha cambiado mucho desde que ocupa su nuevo puesto —comentó Diana con una ligera sonrisa desafiante—. Estamos cansados de la política. Queremos acción.

Drex asintió, aunque su mente estaba en otro lugar. Los recuerdos de lo que había escuchado sobre el ritual aún lo atormentaban, y la sola idea de lo que estaba a punto de hacer pesaba sobre él. Sabía que no era solo su vida la que estaba en juego, sino la de cientos de inocentes. Pero, ¿qué podía hacer? Los licántropos como Diana y Tiranus no dudaban cuando se trataba de derramar sangre. Para ellos, la moralidad no era más que una cadena que debían romper para sobrevivir.

Mientras tanto, Asha, fiel a su estilo, mantenía una postura imponente. Su mirada se posaba sobre cada detalle, observando todo como si fuera suyo. Cuando el Archiconde Ramírez finalmente los recibió, su agradecimiento hacia Vambertoken fue palpable. Sabía que la presencia del vampiro y sus conexiones eran claves para su propio poder en la región.

—Es un honor tenerte aquí, Archiconde Vambertoken. Nuestra alianza es más fuerte que nunca —dijo Ramírez con respeto, inclinando ligeramente la cabeza.

Asha, por su parte, no perdió la oportunidad de mostrar su personalidad única, lanzando sutiles comentarios sobre la facilidad de obtener corazones para Drex. La burla era evidente en sus palabras mientras explicaba el “maravilloso” plan que había concebido para conseguir los 350 corazones que Drex necesitaba para completar el ritual. Tatiana, que escuchaba en silencio, se debatía entre la gratitud y la molestia. El descaro de Asha era desconcertante, pero al mismo tiempo, esa crueldad parecía ser lo único que podía salvar a Drex.

—Debes reconocer, querida Tatiana —dijo Asha con una sonrisa maliciosa—, que a veces, las soluciones más simples son las mejores.

Tatiana no sabía si agradecer o sentirse insultada. Pero la realidad era clara: Asha, con su infinita oscuridad, había encontrado una solución al problema que ellos solos nunca habrían sido capaces de resolver.

Mientras tanto, en el Vaticano, Fabián y Julián estaban entregando su primer informe como espías dobles al servicio de Vambertoken. Pero en medio de todo, Fabián no pudo resistir la tentación y llamó a María. La conversación fue breve, pero suficiente para recordarle el abismo entre su vida actual y los votos que había traicionado. El amor prohibido, el pecado que lo consumía, lo seguía empujando hacia ella, aunque estuviera tan lejos.

Asha, de regreso en Colombia, sabía que todo estaba saliendo a la perfección.

El ambiente en la sede de Ramírez se tornó más relajado una vez finalizada la reunión. El Archiconde colombiano se despidió de Vambertoken con una sonrisa tensa pero sincera. Los lazos entre ellos eran fuertes, y sabía que, gracias a esa alianza, su poder en la región continuaría creciendo.

—A partir de ahora, cualquiera de mis fuerzas que desee unirse a la purga de Vambertoken tiene mi autorización —anunció Ramírez con voz solemne—. Es un honor trabajar codo a codo con los suyos, Archiconde.

Vambertoken, con su presencia imponente, asintió sin decir una palabra. Su mirada lo decía todo. Este era solo el comienzo de lo que ambos sabían sería una larga y fructífera alianza.

A kilómetros de distancia, en el corazón del Vaticano, Fabián y Julián estaban en medio de una situación mucho más tensa. Habían entregado sus respectivos informes, perfectamente diseñados por Vambertoken para engañar a los altos mandos de la Santa Sede. Cada palabra, cada detalle había sido calculado meticulosamente para hacer creer que el vampiro estaba siendo espiado con éxito. Pero ni Fabián ni Julián sabían los verdaderos planes de Vambertoken. Eran piezas en su juego, dobles agentes en una red de mentiras.

Fabián se encontró con Julián en una sala privada del Vaticano, un lugar que ellos dos conocían bien. Era un espacio donde solían reunirse cuando Fabián era apenas un aprendiz y Julián su maestro. El contraste entre ese pasado lleno de fe y esperanza y el presente oscuro y corrompido era abrumador.

—No sé cómo lo estamos haciendo, Julián —confesó Fabián en voz baja, mirando al suelo—. Hemos entregado los informes, hemos seguido las órdenes de Vambertoken, pero… ¿cómo seguimos rezando? ¿Cómo seguimos siendo hombres de Dios después de todo esto?

Julián, que había permanecido en silencio hasta ese momento, cruzó los brazos y suspiró pesadamente. En su mente, las imágenes de Laura, su hija, se mezclaban con las de los momentos en los que había traicionado su fe para protegerla. El poder que el vampiro ejercía sobre ellos era inmenso, inescapable.

—Fabián, no somos los mismos hombres que éramos hace años —respondió Julián con una voz más grave de lo habitual—. Hace mucho que dejamos de ser esos guerreros de luz que solíamos ser. El Vaticano nos ve como espías, pero sabemos la verdad. Estamos hundidos en algo más oscuro que el pecado, y lo hacemos por las personas que amamos. No hay más redención para nosotros, no como la que esperábamos.

Fabián alzó la mirada, con el rostro desencajado por la angustia. Sabía que Julián tenía razón, pero no era lo que quería escuchar.

—Entonces… ¿qué nos queda? —preguntó Fabián, desesperado—. ¿Qué nos queda si no podemos ni siquiera confiar en nuestras almas? Lo hago por María, tú lo haces por Laura, pero, ¿qué hay de nosotros? ¿Dónde queda nuestra fe?

Julián le puso una mano en el hombro, como solía hacerlo en sus días de maestro.

—Nos queda el deber. Nos queda proteger lo que amamos, aunque eso signifique cargar con la oscuridad. ¿La fe? La fe está allá, en el Vaticano, en los ojos de aquellos que todavía no han visto lo que nosotros hemos visto. Pero nosotros… somos herramientas ahora. Lo único que podemos hacer es cumplir con lo que se nos ha pedido.

—Herramientas… —repitió Fabián, con una mezcla de resignación y rabia en su voz—. ¿Eso somos ahora?

—Eso somos —afirmó Julián, con firmeza—. Pero mientras podamos mantener la ilusión, mientras podamos seguir aparentando ser hombres de Dios, estamos protegiendo a quienes amamos. Ese es el precio que pagamos.

El silencio que siguió fue devastador. Ambos hombres, que en otro tiempo habían sido ejemplos de fe y devoción, ahora estaban consumidos por una realidad que los superaba. Pero a pesar de todo, sabían que seguirían adelante. No había otra opción.

—Por María —susurró Fabián, como si esas dos palabras fueran lo único que lo mantenía anclado en esa vida.

—Por Laura —repitió Julián, apretando el hombro de Fabián una vez más.

Ambos hombres se quedaron en silencio, sabiendo que estaban atrapados en el mismo abismo. Sin importar cuánto rezaran, la sombra de Vambertoken siempre estaría ahí, controlando sus destinos.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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