El cazador de almas perdidas – Creepypasta 175. Historias de Terror
El Peso de la Magia Atlante.
El sol apenas comenzaba a asomarse entre las montañas cuando Drex decidió que no podía cargar más con el peso de sus pensamientos en solitario. Las palabras de Asha sobre el ritual necesario para sincronizar la energía del tótem con su bestia interior resonaban sin descanso en su mente. Había algo perverso en esa decisión. ¿Cómo podía justificar la muerte de 350 personas para salvar su vida? Era una encrucijada que le atormentaba en lo más profundo de su alma.
Con las dudas aún remolinando en su cabeza, Drex tomó su teléfono y decidió hacer algo que no había hecho en mucho tiempo: llamar a Auxplex. Sabía que él era el único que podría darle una perspectiva diferente, un consejo, o al menos la calma que tanto necesitaba.
Tras unos tonos, la voz tranquila y profunda de Auxplex resonó al otro lado de la línea.
—Drex… no esperaba tu llamada tan temprano. ¿Qué ocurre, hermano?
Drex respiró hondo. Aunque había estado conversando con Tatiana durante toda la tarde y noche anteriores, las palabras no habían bastado para apaciguar la tormenta en su mente.
—Auxplex… estoy en una situación que no puedo manejar solo. He estado hablando con Tatiana, pero aún no tengo claridad. Asha nos reveló algo… sobre cómo estabilizar el tótem que me está consumiendo. Necesito tu sabiduría, hermano.
La línea permaneció en silencio por un momento, mientras Auxplex procesaba las palabras de Drex. Como líder de los chamanes del Perú, Auxplex había aprendido a escuchar con calma antes de ofrecer consejo, pero también conocía a Drex lo suficiente como para sentir la urgencia en su voz.
—Dime qué te atormenta exactamente —respondió Auxplex con suavidad, aunque su voz cargaba el peso de alguien que había visto y vivido demasiado en su vida.
—El tótem… está devorándome. Cada vez que me transformo, siento que pierdo un poco más de control. No puedo esperar mucho más sin tomar una decisión. Asha me reveló el ritual que debo realizar para estabilizarlo… y lo que exige es horrendo. Para estabilizar el tótem, debo alimentarlo con 350 corazones en 7 días. ¿Te imaginas eso, Auxplex? ¡350 vidas! —La voz de Drex temblaba al decir esas palabras—. ¿Cómo puedo decidir que mi vida vale más que la de 350 inocentes?
—Entiendo el peso que llevas —dijo Auxplex tras una pausa reflexiva—. Pero, Drex, no estás tomando esta decisión en un vacío. No estás eligiendo entre tu vida y las de 350 personas, como si tu vida no tuviera valor o no estuvieras en una lucha más grande que tú mismo. El tótem te está consumiendo. No es solo tu vida la que está en juego aquí. Si pierdes el control, serás una bestia sin razón, sin compasión, y entonces… ¿cuántas más morirían por tu descontrol?
—Pero aun así… 350 vidas. ¿Cómo podré vivir conmigo mismo después de eso? —Drex se dejó caer en una silla cercana, con la cabeza entre las manos—. Cada día me siento más como un monstruo. No quiero cruzar esa línea.
—Lo sé —replicó Auxplex con firmeza—. Has recorrido un largo camino desde que te encontré en la Patagonia, desorientado y abandonado por Asha. Desde entonces has intentado mantener el control, proteger a quienes amas… pero este camino que enfrentas es oscuro, más que cualquier otro que hayas recorrido. Te enfrentas a la bestia, a tu propia sombra, y no es algo de lo que puedas escapar.
Drex cerró los ojos mientras recordaba aquellos días en la Patagonia, recién transformado en licántropo. Había sido un desastre, una fuerza descontrolada, y Auxplex lo había guiado hacia un entendimiento más profundo de su naturaleza. Pero ahora… esto era diferente. No era solo la bestia; era el tótem. Una energía antigua y brutal que lo dominaba y lo estaba desgarrando desde dentro.
—Auxplex, ¿qué harías tú en mi lugar?
El chamán guardó silencio unos instantes, y luego habló con la calma característica de alguien acostumbrado a la espiritualidad profunda y los dilemas morales.
—No te daré una respuesta sencilla porque no la hay. Pero lo que sí sé es que, si eliges este ritual, debes hacerlo con un propósito mayor. No por ti, no por tu miedo a morir o a ser consumido, sino por aquellos que dependen de ti, por el equilibrio que puedes lograr si estabilizas ese tótem. 350 corazones… es un precio terrible. Pero lo es más si no tienes un propósito claro detrás. Hazlo por Tatiana, por tu gente, por el equilibrio que estás llamado a mantener. Y si al final del camino decides que no puedes cargar con esa culpa, entonces enfrenta las consecuencias de no hacerlo. Pero cualquiera que sea tu decisión, hazla con claridad y con todo tu corazón, Drex. Es la única forma de no perderte a ti mismo en el proceso.
Drex se quedó en silencio, asimilando las palabras de su amigo. Sabía que Auxplex tenía razón, pero el peso seguía siendo abrumador. No había respuestas fáciles. Incluso con un propósito mayor, el sacrificio que tendría que hacer era inimaginable.
—Gracias, hermano —murmuró finalmente—. Tus palabras me ayudan, pero sé que la decisión final es mía… y no será fácil.
—No lo será, Drex. Pero cualquiera que sea tu elección, no estás solo. Cuentas conmigo, y cuentas con Tatiana. El poder del tótem es inmenso, pero también lo es tu voluntad. Solo asegúrate de que lo que hagas esté alineado con quien realmente eres.
—Lo haré —respondió Drex, aunque aún con dudas en su corazón.
Sabía que el tiempo apremiaba. No podía esperar mucho más para tomar una decisión. El tótem seguiría consumiéndolo, y con cada día que pasara, la bestia ganaría más terreno dentro de él. Era una carrera contra el tiempo y contra su propia naturaleza.
Despidió la llamada con Auxplex y se quedó mirando el horizonte, el cielo despejándose a medida que el día comenzaba. Tenía que ir a la sede de operaciones de la purga, pero el peso de su decisión seguía aplastándolo.
Drex caminaba por los pasillos oscuros de la Sede Temporal de Operaciones en Ciudad de México, su mente un torbellino de emociones encontradas. La sombra de la decisión que estaba a punto de tomar pesaba sobre él como una losa. Se había pasado la noche dándole vueltas, había hablado con Tatiana, y Auxplex le había ofrecido sabias palabras. Pero todo parecía insuficiente. Era un vacío que no podía llenar. Sabía que lo que estaba a punto de hacer era terrible, algo que no podría deshacer. Y aun así, el terror a la muerte, a perder a Tatiana, a ser consumido por la bestia, lo impulsaba hacia la única opción que parecía viable, aunque fuese nefasta.
Cuando llegó al despacho de Julián, tocó suavemente la puerta y esperó. Sabía que Julián estaba lidiando con sus propios problemas, con el control de Vambertoken sobre él y, peor aún, sobre su hija. Pero en ese momento, Drex necesitaba hablar con alguien que pudiera comprender lo oscuro y abrumador de las decisiones que se enfrentaban a ellos, las decisiones que se tomaban en silencio, en la soledad de la moral corroída.
—Adelante —dijo Julián desde el otro lado de la puerta.
Drex entró, cerrando la puerta detrás de él, asegurándose de que nadie los interrumpiera. Julián levantó la vista de unos documentos que estaba revisando, y al ver la expresión en el rostro de Drex, supo de inmediato que algo pesado se cernía sobre él.
—¿Qué pasa, Drex? —preguntó con una seriedad que indicaba que ya estaba preparado para escuchar algo grave.
Drex se sentó frente a Julián, en silencio por unos momentos, como si buscara las palabras adecuadas para confesar lo que llevaba dentro. Luego, finalmente, comenzó a hablar.
—Julián, necesito hablar contigo… pero lo que te voy a decir no puede saberlo Tatiana. No todavía. —Drex hizo una pausa, la intensidad en su mirada revelaba la gravedad de lo que estaba a punto de confesar.
Julián asintió lentamente, apoyando los codos en el escritorio y entrelazando las manos, preparándose mentalmente para lo que venía.
—He hablado con Auxplex —continuó Drex—. Le conté sobre el ritual que Asha nos explicó, sobre la forma de estabilizar el tótem. Me dijo que debía tomar esta decisión por algo más grande que yo mismo, por aquellos que dependen de mí, por el equilibrio… pero la verdad, Julián, es que no puedo dejar de pensar en Tatiana. En lo que perdería si… si me consumo por el tótem o por la bestia. No puedo soportar la idea de no volver a verla, de no tenerla a mi lado. Y… —Drex hizo una pausa, tragando saliva como si las palabras le quemaran la garganta—. Y, Julián, me estoy planteando hacer el ritual. Matar a 350 personas.
Julián lo observó en silencio, sus ojos buscando algo en el rostro de Drex. Sabía lo que era enfrentarse a decisiones imposibles, a encrucijadas morales que lo desgarraban por dentro. Había vivido años bajo la sombra del control de Vambertoken, con la amenaza constante de lo que podría sucederle a su hija si se desviaba del camino que el vampiro había trazado para él. Pero lo que Drex le estaba confesando… era otra cosa. Era el peso de condenar 350 vidas para salvar la suya. Era una condena que nadie querría llevar, pero que a veces, en el mundo en el que vivían, era la única opción.
—Drex… —Julián comenzó, su voz baja y grave—. Sé por lo que estás pasando. Lo sé mejor que nadie. La presión de tomar decisiones que van en contra de todo lo que crees… es devastadora. No hay respuestas fáciles aquí. No hay caminos claros. Pero déjame preguntarte algo… —Hizo una pausa, asegurándose de que Drex estuviera escuchando con atención—. ¿Es esta decisión solo por Tatiana? ¿O es por algo más?
Drex suspiró y se llevó las manos a la cabeza, frotándose las sienes como si el peso de su propia existencia le resultara insoportable.
—Es… es todo, Julián. No es solo por ella. Es por mí, es por la maldita bestia que siento que me está devorando cada día un poco más. Es por el terror que siento a perder el control y convertirme en un monstruo… y sí, es por ella también. Porque si pierdo esta lucha, no solo perderé mi vida, perderé a Tatiana, perderé cualquier rastro de humanidad que aún queda en mí.
Julián asintió, entendiendo profundamente las palabras de Drex.
—Entiendo lo que dices —dijo con calma—. Pero 350 vidas… —Julián se inclinó hacia adelante, su voz baja y solemne—. ¿Podrás vivir con eso, Drex? Porque si haces este ritual, si tomas la vida de esas 350 personas, lo harás sabiendo que no hay vuelta atrás. No puedes justificarlo solo por miedo a la bestia o a la muerte. Tendrás que cargar con esas almas, con la culpa de lo que has hecho… y eso, hermano, es una carga que puede ser aún más pesada que cualquier maldición.
Drex lo miró, su mirada perdida, sabiendo que Julián tenía razón, pero también sabiendo que no podía quedarse inactivo mientras el tótem lo destruía desde dentro.
—¿Qué harías tú, Julián? —preguntó Drex, casi en un susurro—. Si estuvieras en mi lugar, si supieras que vas a perderte a ti mismo… ¿Qué harías?
Julián respiró hondo, y su mente retrocedió a los años que había vivido bajo el control de Vambertoken, a las decisiones que había tomado por su hija, a las vidas que había sacrificado para mantenerla a salvo.
—No sé si soy la mejor persona para darte una respuesta, Drex —respondió, finalmente—. He hecho cosas de las que me arrepiento todos los días. He tomado decisiones que me han perseguido en mis peores pesadillas. Y lo hice por mi hija… por su vida, por su futuro. Cada uno de esos actos fue como una daga en mi conciencia, pero lo hice. Porque, al final del día, la alternativa era perderla. Y no podía vivir con eso.
Julián hizo una pausa, sus ojos fijos en los de Drex.
—Si decides hacer este ritual, hazlo sabiendo que lo que pierdes es tan grande como lo que ganas. Pero si eliges no hacerlo, también tendrás que aceptar las consecuencias. Este es uno de esos momentos en los que, hagas lo que hagas, alguien perderá. Solo tú puedes decidir si estás dispuesto a vivir con el peso de esa elección.
Drex cerró los ojos, dejando que las palabras de Julián se hundieran en su mente.
—No quiero que Tatiana lo sepa —dijo, finalmente, su voz quebrada por el dolor—. No puedo dejar que ella cargue con esto. Si tomo esta decisión, será mía y solo mía.
Julián asintió lentamente, entendiendo el tormento interno de Drex. Sabía que no había respuesta fácil, pero también sabía que Drex estaba luchando una batalla que definiría su vida para siempre.
—Lo que decidas, Drex, lo llevarás contigo por el resto de tus días. No estás solo, pero esta elección… solo tú puedes hacerla.
Drex se levantó lentamente, con la mirada fija en el suelo.
—Gracias, Julián. No sé si me ayudaste a decidir… pero al menos ya no me siento tan solo en esto.
Ambos hombres se miraron en silencio, compartiendo un entendimiento tácito de la oscuridad en la que ambos estaban inmersos.
Drex salió de la reunión con Julián sintiendo una falsa seguridad, como si las palabras de su amigo hubieran colocado un vendaje temporal sobre la herida abierta de su conciencia. Pero por dentro, el peso de lo que estaba a punto de hacer seguía carcomiéndolo. Aún así, trató de convencerse de que había tomado la decisión correcta. Todo lo que importaba era salvarse, mantenerse con vida, y seguir al lado de Tatiana. Ese pensamiento lo mantenía en pie, aunque su moral se tambaleaba.
Al llegar a la sala de entrenamiento, Tatiana acababa de salir de su clase de magia arcana con Vambertoken y Asha, quien, como siempre, no se separaba de su amado Seraph. Drex se acercó a ella, forzando una sonrisa, pero la tensión en su cuerpo era evidente. Tatiana, por su parte, lo notó de inmediato. Sabía que algo estaba profundamente mal, algo más allá de la constante amenaza del tótem o de la bestia que lo devoraba por dentro.
—Drex —dijo ella suavemente, mirándolo con preocupación—. ¿Qué pasa? ¿Qué decidiste?
Él se quedó en silencio por un momento, sus ojos buscando los de Tatiana, como si intentara encontrar una razón para no romperse en ese instante. Pero al final, no pudo más. La fachada de control se desmoronó y dejó caer todo el peso de su angustia.
—No… no puedo más, Tatiana —murmuró, su voz quebrada por el dolor—. Estoy tratando de ser fuerte, pero… estoy perdiendo la batalla. La bestia… el tótem… me están devorando. Y el miedo… el miedo a perderte… —Drex hizo una pausa, cerrando los ojos para contener las lágrimas—. No quiero perderte. No quiero perderme a mí. Y.… y estoy listo. Haré el ritual.
Tatiana quedó en silencio, congelada por las palabras de Drex. Sabía lo que eso significaba. Sabía lo que implicaba ese ritual: 350 corazones, 350 vidas arrebatadas para estabilizar el tótem. Era un sacrificio inimaginable. Un horror tan grande que apenas podía comprenderlo. Y, sin embargo, mientras miraba a Drex, mientras veía el sufrimiento en sus ojos, algo dentro de ella también gritaba por salvarlo, por hacer lo que fuera necesario para tenerlo a su lado.
—Drex… —susurró ella, acercándose más a él—. Esto… esto es tan difícil… No puedo… no puedo imaginar lo que estás pasando. Pero… 350 personas. Estamos hablando de sacrificar 350 vidas. ¿De verdad estás listo para eso?
Drex asintió lentamente, aunque su expresión estaba llena de dolor.
—No lo estoy… no estoy listo para vivir con eso, pero… si no lo hago, no tendremos un futuro. Si no lo hago, me perderé para siempre, Tatiana. Me convertiré en un monstruo… y te perderé. No puedo perderte. No quiero perderte. Eres lo único que me importa.
Tatiana sintió que su corazón se rompía en dos. Amaba a Drex más que a nada en el mundo. Había pasado, por tanto, había sacrificado tanto para estar con él. La idea de perderlo, de verlo consumido por el tótem o la bestia, la aterraba más que cualquier otra cosa. Pero también estaba la otra cara de la moneda. ¿Cómo podían vivir sabiendo que habían tomado la vida de 350 personas inocentes para salvar a Drex?
Tatiana cerró los ojos, sintiendo la presión de las lágrimas formándose. No podía creer que estuviera considerando esto, pero la desesperación era más fuerte. El amor que sentía por Drex la arrastraba a una encrucijada imposible.
—Drex… —susurró, con la voz temblorosa—. Yo… yo no sé cómo vivir con esto. No sé cómo podré seguir adelante sabiendo lo que hemos hecho, pero… —Abrió los ojos y lo miró con una intensidad que le quemaba por dentro—. Te amo. Te amo tanto que no sé si podría seguir viviendo sin ti. Si hacer esto es lo único que te salvará, entonces… entonces estoy dispuesta. Haré lo que sea para salvarte, Drex. Haré lo que sea.
Drex la miró, sorprendido por sus palabras. Él también sabía lo que eso significaba. Sabía que Tatiana, a pesar de ser humana, estaba dispuesta a cargar con el peso de esa decisión, a ser cómplice de un ritual tan oscuro, solo por amor a él.
—Tatiana… —murmuró, tomando sus manos entre las suyas—. No merezco tanto. No merezco tu sacrificio, tu amor… pero si estás conmigo en esto… si podemos sobrevivir a esto juntos, tal vez podamos encontrar una manera de vivir con lo que hemos hecho.
Tatiana lo miró a los ojos, sus dedos temblorosos acariciando los suyos.
—Lo que más deseo, Drex, es que estés bien. Si eso significa que tengo que cargar con esta culpa, lo haré. No te perderé. No voy a dejar que te consuma el tótem ni la bestia. Te amo demasiado. —Hizo una pausa, mirando al suelo mientras el peso de sus palabras recaía sobre ambos—. Y si eso me hace culpable… si eso me convierte en alguien que ha cruzado una línea, entonces que así sea. Seré culpable… pero seguiré teniéndote.
Drex cerró los ojos, dejando que las lágrimas rodaran por sus mejillas. El amor incondicional de Tatiana lo atravesaba, pero también lo llenaba de una tristeza inmensa. Sabía que lo que estaban a punto de hacer los marcaría para siempre, que cargarían con esa culpa por el resto de sus vidas. Pero en ese momento, el miedo a perderse el uno al otro era más fuerte que cualquier moral o ética.
—Entonces… lo haremos —dijo finalmente, con la voz rota pero decidida—. Haremos el ritual.
La noche había caído sobre la sede temporal de la Purga en la Ciudad de México. Después de un largo día de operaciones tácticas, la oscuridad parecía envolverlo todo con un manto de silencio, pero dentro de Tatiana, el ruido de sus pensamientos y emociones era ensordecedor. Sabía lo que tenía que hacer, pero no estaba preparada para enfrentarse a ello.
—Drex, adelántate al apartamento —le dijo mientras se quitaba el equipo y lo dejaba a un lado. Su voz era suave, pero en su interior una tormenta se desataba.
—¿Estás segura? —preguntó Drex, mirándola con preocupación. No había dudas en su mente de que Tatiana cargaba con algo más, algo que no quería compartir todavía.
—Sí, solo necesito hablar con María. No tardaré.
Drex la observó por un momento, pero asintió. Sabía que forzar una conversación en ese momento no haría más que agobiarla más. Le dio un beso rápido en la frente y, sin decir nada más, se dio la vuelta y se dirigió hacia el apartamento.
Tatiana se quedó allí un momento, mirando cómo la figura de Drex se alejaba en la oscuridad. El peso de lo que estaba por hacer se sentía como una piedra aplastante sobre su pecho. Tenía miedo, pero también sabía que no había otra opción.
Caminó por los pasillos hasta encontrar a María. Estaba en la pequeña sala común de la sede, revisando algunos informes, pero su mirada parecía perdida, como si también estuviera cargando con algo que no podía soltar.
—María —llamó Tatiana suavemente desde la puerta.
María levantó la mirada, y en cuanto vio la expresión de su hermana, supo que algo estaba mal. Dejó los informes a un lado y se levantó, preocupada.
—¿Qué pasa? —preguntó con seriedad, dando unos pasos hacia ella.
Tatiana cerró la puerta detrás de ella y se acercó a María. Su respiración era tensa, sus manos temblaban ligeramente. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó aire profundamente, intentando controlar su voz, pero fue en vano.
—Necesito tu ayuda, María —susurró Tatiana, mirando a su hermana directamente a los ojos—. Y sé lo que te voy a pedir… sé lo que implica.
María frunció el ceño, claramente confundida, pero también preocupada.
—¿De qué hablas? ¿Qué es lo que necesitas? —preguntó, aunque en el fondo ya tenía una idea de lo que podría ser.
Tatiana se mordió el labio, sus ojos llenándose de una mezcla de tristeza y desesperación.
—Necesito que hables con Asha. Necesito que intercedas por mí para que me permita pedirle un favor.
María retrocedió un paso, como si las palabras de su hermana la hubieran golpeado. Sabía lo que significaba pedirle un favor a Asha. Era prácticamente una sentencia, una cadena que te ataba a su voluntad para siempre. Y sabía que, si Tatiana estaba dispuesta a llegar tan lejos, debía estar desesperada.
—Tatiana, ¿entiendes lo que me estás pidiendo? —preguntó María, con la voz quebrada. Era como si las palabras se negaran a salir de su boca, como si no quisiera escuchar lo que Tatiana tenía que decir.
Tatiana asintió, su mirada fija en los ojos de su hermana.
—Lo sé, María. Lo sé mejor que nadie. Pero no tengo otra opción —respondió con firmeza, aunque su voz se quebró al final—. Drex no puede hacer esto solo. Yo no puedo hacerlo sola. Asha es la única que puede ayudarnos a llevar a cabo el ritual. Tiene los recursos, tiene el poder. Si no lo hacemos, Drex va a perderse para siempre, y no puedo dejar que eso ocurra.
María sintió una oleada de angustia recorrer su cuerpo. Sabía lo que Asha podía hacer, y sabía que pedirle un favor a la Archicondesa no era solo un simple favor. Era un pacto, un acuerdo que no tenía escapatoria.
—¿Estás segura? —preguntó María con un susurro. —Sabes que, si Asha acepta, habrá un precio. Y ese precio no será algo que puedas pagar fácilmente. No es solo sobre Drex, Tatiana. Asha se alimenta del poder, del control. Una vez que pidas su ayuda, nunca podrás librarte de su sombra.
Tatiana asintió, apretando los puños para detener el temblor en sus manos. Su rostro estaba marcado por el cansancio y la desesperación, pero también por una determinación inquebrantable.
—Lo sé, pero ya no tengo elección. Drex no sobrevivirá sin esto, y yo no sobreviviré sin él. Si eso significa que tengo que pedirle ayuda a Asha… entonces lo haré. Lo haré por él.
María sintió un nudo en la garganta. No podía creer que su hermana, la persona que más amaba en este mundo, estuviera dispuesta a hacer algo tan peligroso, tan destructivo. Pero al mismo tiempo, sabía que no podía detenerla. Sabía que, al igual que ella estaba atrapada en la red de Asha, ahora Tatiana también estaba siendo atraída hacia ese mismo destino oscuro.
—Voy a hablar con ella —dijo finalmente, con la voz baja—. Pero, Tatiana, por favor… ten cuidado. Asha no es alguien con quien debas jugar. No dejes que te consuma.
Tatiana asintió, abrazando a su hermana con fuerza.
—Gracias, María. No sé qué haría sin ti.
María cerró los ojos, abrazándola de vuelta, pero en su interior, el miedo y la culpa se enredaban. Sabía que al interceder ante Asha, estaba llevando a su hermana a una situación de la que tal vez nunca saldría indemne.
Cuando finalmente se separaron, ambas sabían que no habría vuelta atrás.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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