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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 170. Historias de Terror

La Inminente Boda del Milenio Vampírico.

Los Vambertoken y los Latshiktor unidos.

El ambiente en la mansión donde se realizaría la boda del milenio estaba cargado de una tensión que podía sentirse en el aire. A solo 48 horas del evento más importante del mundo vampírico en milenios, la mente de Asha Latshiktor se encontraba sumida en una mezcla de emociones. Junto a ella, como siempre, estaba su favorita, María, quien, aunque intentaba mantener una postura serena, no podía ocultar el peso de la falta de Fabián. Asha, con esa habilidad innata para detectar las debilidades en los demás, observaba con satisfacción el impacto que la distancia de Fabián tenía sobre María. Había algo casi poético en ver cómo la fidelidad de su protegida humana comenzaba a quebrarse lentamente.

—Veo en tus ojos que ya entregaste la caja, María —susurró Asha, sus labios curvándose en una sonrisa llena de satisfacción—. Buen trabajo. Sabía que podía confiar en ti.

María apenas pudo esbozar una respuesta antes de que Asha continuara.

—Eres impresionante para ser una humana aún sin corromper. Tienes tanto potencial, querida… —el tono de Asha era suave, casi maternal, pero la amenaza implícita estaba siempre presente—. Podrías ser mi herramienta más poderosa.

María sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Aunque sabía que estaba siendo manipulada, algo dentro de ella la impulsaba a seguir complaciendo a Asha. La vampira era tan imponente, tan envolvente, que resultaba difícil no caer bajo su influencia.

Mientras tanto, los primeros invitados a la boda del milenio comenzaban a llegar. Y el primero en aparecer no podía ser otro que Zakfig Vambertoken, el padre de Seraph. A pesar de las tensiones que rodeaban la unión de su hijo con Asha, Zakfig veía con favor esta unión. Había algo en Asha que le recordaba a la joven apasionada que había conocido en la corte de Nabucodonosor. Y aunque el mundo había cambiado desde aquellos tiempos, el amor entre su hijo y Asha había sobrevivido de alguna manera, fortaleciendo aún más la unión de las familias Latshiktor y Vambertoken.

Zakfig ingresó al gran salón con esa presencia imponente que solo los vampiros más antiguos podían desplegar. Sus ojos se posaron en Asha, y una sonrisa casi nostálgica cruzó su rostro. Para él, esta boda era mucho más que una simple alianza política; representaba un lazo eterno que llevaría el poder de ambas familias a nuevas alturas.

—Asha —dijo Zakfig, su voz grave resonando en el salón—. Es un placer verte de nuevo.

Asha, que hasta entonces había mantenido su altanería y arrogancia intactas, pareció suavizarse al verlo. Para ella, Zakfig Vambertoken siempre había sido una figura paterna, alguien a quien, a pesar de su arrogancia, siempre había respetado profundamente. Él fue el único que había aceptado, en aquellos tiempos antiguos, su fascinación por Seraph cuando todo el mundo la ridiculizaba por rechazar a poderosos como Nabucodonosor II. De alguna manera, fue Zakfig quien permitió que ese amor enfermizo por Seraph se encendiera en su interior, y ahora, siglos después, ese amor estaba a punto de ser sellado para siempre.

—Zakfig —respondió Asha con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con emoción—. Seré tu hija para siempre en dos días. Al fin, después de tanto tiempo.

Zakfig la miró con una mezcla de nostalgia y aprobación. Él recordaba claramente ese día en la corte de Nabucodonosor, cuando presentó a su joven hijo Seraph ante los ojos de los vampiros más poderosos del mundo. Era un momento clave, donde el futuro de la familia Vambertoken se consolidaba, y fue ahí, en ese ambiente de lujo y poder, donde la chispa entre Asha y Seraph se encendió por primera vez.

Asha, con su belleza incomparable, había sido el centro de atención de la corte en esos días. Había rechazado propuestas de matrimonio de reyes y emperadores, de seres que gobernaban tierras vastas y poderosas. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Seraph, algo cambió. Aquel joven vampiro, presentado con orgullo por su padre, había capturado algo en su corazón inmortal que ni siquiera Asha podía explicar completamente. Él no era como los demás. Seraph no la adoraba como los demás lo hacían; él la trataba con indiferencia al principio, lo que solo hizo que Asha lo deseara más.

—¿Recuerdas, querida? —dijo Zakfig, interrumpiendo sus pensamientos—. Fui yo quien le dio su nombre a Seraph. Así que creo que también puedo usarlo.

Asha hizo un puchero, como una niña malcriada regañada por su padre, pero detrás de esa pequeña rabieta, se notaba el profundo respeto que sentía por Zakfig. Aunque solo ella podía llamar a su amado Seraph de esa manera, aceptaba que Zakfig, quien le dio la vida a su prometido, también tenía ese derecho.

—Está bien, Zakfig —respondió con una risa suave y despreocupada, alzando las manos como si se rindiera—. Solo porque eres tú.

Era como una pequeña concesión en el vasto mar de reglas que Asha imponía sobre su mundo. Al final del día, Zakfig Vambertoken era casi un segundo padre para ella. No solo por lo que había hecho en el pasado, sino porque, en 48 horas, se convertiría oficialmente en su suegro, sellando para siempre el vínculo que la unía a Seraph. Y ese pensamiento desbordaba de emoción a Asha, llevándola a un estado casi de éxtasis.

—He esperado este momento desde aquel día en la corte de Nabucodonosor —dijo Asha, sus ojos brillando con un fervor que parecía casi insano—. Cuando vi a Seraph por primera vez… Supe que no había nadie más para mí. Rechacé a reyes, emperadores, a los hombres más poderosos del mundo, porque él… él es mi destino.

Zakfig asintió, con un gesto de aprobación. Él había sido testigo de ese primer encuentro, de esa chispa que encendió el fuego entre ambos. Y aunque había pasado tanto tiempo desde entonces, sabía que lo que estaba a punto de suceder era algo más grande que una simple boda. Esta unión cambiaría las bases del mundo vampírico para siempre.

A medida que Asha seguía hablando, recordando aquellos momentos antiguos, su voz se volvía cada vez más suave, casi soñadora, perdida en los recuerdos de aquel primer amor enfermizo. Para ella, ese era el momento que había estado esperando durante milenios, y ahora, finalmente, estaba al alcance de sus manos.

El ambiente en la habitación estaba cargado de emociones, de viejos recuerdos y de anticipación por lo que estaba por venir. Zakfig, aunque más controlado que su futura nuera, también sentía el peso de lo que estaba por suceder. Esta no era solo una boda; era la culminación de siglos de intriga, política, poder y, en el fondo, de un amor que había resistido el paso del tiempo.

El silencio en la habitación se hizo palpable mientras Asha cerraba los ojos por un segundo, deleitándose en el éxtasis de sus propios pensamientos. Todo lo que había deseado estaba a punto de cumplirse, y pronto, muy pronto, el mundo vampírico conocería el verdadero poder de Asha Latshiktor Vambertoken y Seraph Vambertoken Latshiktor.

Zakfig observaba a su futura hija con una mezcla de admiración y precaución. Sabía lo que venía. Sabía lo que Asha y Seraph significaban juntos: un poder tan inmenso que haría temblar a todos. Pero también sabía que, en medio de todo ese caos, ellos siempre estarían unidos. Y para Zakfig, esa era la única garantía que necesitaba para confiar en lo que vendría.

En la inmensa mansión que albergaba la boda más trascendental del milenio vampírico, los ecos del pasado y el peso del poder se sentían en cada rincón. El salón principal, donde una opulencia milenaria se fusionaba con el lujo moderno, era el escenario perfecto para lo que estaba por acontecer. Tronos tallados en ébano y decorados con oro y piedras preciosas, herencia de civilizaciones antiguas, adornaban la estancia. Cada mueble, cada detalle, hablaba de la inmortalidad de sus habitantes, de la influencia que había perdurado a lo largo de milenios.

Zakfig Vambertoken, uno de los vampiros más antiguos y poderosos del mundo, estaba sentado en uno de esos tronos. A su alrededor, la atmósfera era densa, casi tangible, cargada de historia y de una autoridad que solo 58 milenios de existencia podían otorgar. Frente a él, Asha Latshiktor Vambertoken, la futura esposa de su hijo, irradiaba su característico magnetismo. Su perfección inmortal y su lujuria estaban casi desbordadas por la cercanía de la boda. Pese a su poder, Zakfig la observaba con una mezcla de condescendencia y curiosidad, consciente de que incluso ella, con toda su vanidad y crueldad, no podía evitar mostrarse más humana en su presencia.

María, casi invisible, estaba en silencio detrás de Asha. La escolta personal de Asha ya había aprendido a mezclarse con las sombras cuando el poder absoluto estaba en juego. A su alrededor, las conversaciones no la incluían, pero su clarividencia le permitía captar el peso de cada palabra, aunque en ese momento era insignificante para los titanes inmortales que la rodeaban.

La puerta del salón se abrió con suavidad, y Seraph Vambertoken, el futuro esposo de Asha, entró con paso firme pero contenido. La tensión en sus movimientos era sutil, pero estaba allí. Sabía que la conversación que estaba por venir sería de vital importancia. Sabía que enfrentarse a su padre, uno de los vampiros más antiguos que jamás hayan existido, no sería fácil.

Seraph y Zakfig se miraron, dos seres de poder inconmensurable, pero con una diferencia clara. Mientras que Seraph apenas rozaba los siete milenios, Zakfig, con más de cincuenta mil años de existencia, estaba en una liga aparte. El respeto era mutuo, pero la tensión era palpable. Seraph había planeado mucho para este momento, y Zakfig lo sabía.

Asha, desde su posición, sonrió brevemente al ver a Seraph, pero en ese instante, incluso ella sabía que esta conversación estaba más allá de sus caprichos. Este no era su juego, sino uno que se libraba entre padre e hijo. Algo que, en su propia inmortalidad, ella misma respetaba.

—Padre —rompió el silencio Seraph con un tono solemne, manteniendo la compostura—, me honra tu presencia aquí. Sabes bien lo que esta unión representa.

Zakfig lo observó con una mirada inescrutable, su rostro apenas mostrando emoción. En su interior, la calma de milenios se mantenía intacta. Sus ojos, oscuros como la historia misma, parecían analizar a Seraph, como si midiera su fuerza, su convicción.

—Seraph, hijo mío —respondió Zakfig, su voz resonando como un eco antiguo, cargado de sabiduría—, lo que estás a punto de hacer es más grande de lo que imaginas. Esta unión, este momento, es solo el inicio de algo que no puedes controlar por completo.

Seraph mantuvo la mirada, desafiante pero respetuoso.

—Lo sé, padre. He meditado sobre esto durante siglos. No es solo la unión, es lo que viene después.

Zakfig esbozó una ligera sonrisa, aunque no era una sonrisa de burla, sino más bien una de reconocimiento.

—Yo intenté lo mismo, Seraph. Hace milenios, cuando tú no eras más que un pensamiento en la eternidad. Planeé rebelarme contra el Consejo de Ancianos, y casi lo logré. Pero tú… —hizo una pausa, su mirada desviándose brevemente hacia Asha— tú tienes algo diferente. Tienes a Asha. Y con ella, tus planes pueden llegar más lejos de lo que los míos llegaron.

Asha, aunque silenciada por el respeto que le tenía a Zakfig, no pudo evitar sentirse halagada. Sabía que era una pieza crucial en todo esto, una fuerza que complementaba a Seraph de manera perfecta. En su interior, las palabras de Zakfig la llenaban de una emoción enfermiza, un éxtasis que solo podía compararse con su amor obsesivo por Seraph.

—Seraph —continuó Zakfig—, te he dejado hacer. Te he permitido crecer, conspirar, incluso planear una insurrección contra el Consejo. Porque quiero ver hasta dónde llegas. La diferencia entre nosotros no está en el poder, sino en la experiencia. Tú apenas has comenzado a entender lo que significa la inmortalidad. Yo ya lo he visto todo. Pero no te detendré. Quiero ver qué tan lejos eres capaz de llegar.

La sala quedó en silencio, un silencio cargado de tensión. Seraph sabía que esta conversación no era solo un intercambio de palabras, era una evaluación. Zakfig lo estaba poniendo a prueba, y cualquier error podría ser fatal.

—Te agradezco, padre —dijo Seraph finalmente, su voz suave pero firme—. Sé que tu paciencia no es infinita, y que la distancia entre nosotros es grande. Pero también sé que todo esto es necesario. No puedo esperar vivir siempre bajo tu sombra.

Zakfig asintió lentamente. Sabía que la rebelión de su hijo no era más que una etapa, una parte del proceso de convertirse en lo que realmente estaba destinado a ser. Y, en cierto sentido, Zakfig lo aprobaba.

—Haz lo que debas, Seraph —concedió Zakfig—. Pero recuerda que, aunque ahora estés jugando tu propio juego, yo siempre estaré un paso adelante. Es la ventaja que me otorgan 51 milenios de existencia.

Seraph asintió, aceptando el reto. Sabía que el camino que estaba por tomar no sería fácil, pero no retrocedería.

Asha, que había permanecido en silencio todo este tiempo, sintió una mezcla de orgullo y devoción por Seraph. En su mente, este era el hombre que ella había amado desde Babilonia, el hombre que estaba destinado a cambiar el mundo vampírico, y nada la emocionaba más.

—Ahora, si me disculpan —dijo Zakfig, levantándose con la misma calma con la que había llegado—, tengo asuntos que atender antes de la ceremonia.

Zakfig lanzó una última mirada a Seraph, como si le diera su bendición y advertencia al mismo tiempo, y luego salió de la sala. El peso de la conversación aún flotaba en el aire, pero la tensión había cedido. Seraph se quedó de pie, contemplando lo que acababa de suceder. Asha, fiel como siempre, se acercó a él, susurrando su nombre con un tono casi de adoración.

—Seraph… mi Seraph —dijo con una devoción que rayaba en la obsesión—. Vamos a triunfar. No importa lo que digan, somos más fuertes de lo que ellos jamás imaginarán.

Y en ese momento, María, aún en silencio, observaba todo desde las sombras, consciente de que estaba presenciando el inicio de algo mucho más grande de lo que alguna vez pudo imaginar.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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