El cazador de almas perdidas – Creepypasta 164. Historias de Terror
El Asalto a la Sede Principal de Ragnarok en México D.F 1
El Amanecer del Ataque. La Tensa Calma Antes de la Tormenta.
La sede de operaciones de Oricalco, ubicada en el nivel más profundo del Colegio de Wicca en la Ciudad de México, estaba en silencio. Solo se oía el suave eco de las botas militares moviéndose, y el zumbido de los equipos de comunicación. Afuera, en la superficie y los túneles cercanos, 60 escuadrones élite de Oricalco estaban ya en posición, esperando la orden para atacar la sede principal de Ragnarok, situada entre La Perla y Benito Juárez.
Tatiana, líder logística de Oricalco, estaba revisando los detalles de la misión. Óscar, Lía, y Raúl, comandantes de los escuadrones, aguardaban sus órdenes, mientras sus unidades esperaban en silencio. Sabían lo que estaba en juego. Este no era solo un ataque más: Vambertoken necesitaba un éxito rotundo antes de la boda con Asha, que se celebraría en cuatro días.
Asha Latshiktor, por su parte, estaba más enfocada en su propia imagen que en la estrategia militar. Vestida con un atuendo tan provocador y lujurioso como siempre, sus dedos acariciaban distraídamente su collar de oro, mientras repetía una y otra vez su nombre completo, probando diferentes tonos, buscando la perfección:
—Asha Latshiktor Vambertoken… —susurraba—, no, no, más profundo… Asha Latshiktor Vambertoken.
A su lado, María, la mejor clarividente de Latinoamérica, intentaba concentrarse en la inminente batalla, pero la creciente devoción de Asha por ella era cada vez más sofocante. Asha estaba fascinada con las habilidades de María, y no dejaba de pedirle que usara su don para anticipar el futuro de lo que les esperaba en los próximos minutos.
—María, querida, dime si algún idiota de Ragnarok intentará algo contra mi Seraph. —pidió Asha, su mirada penetrante pero llena de curiosidad.
María, nerviosa, cerró los ojos. Sabía que solo podía ver fragmentos del futuro en una batalla tan caótica. Pero a medida que su poder clarividente se concentraba, pudo vislumbrar un pequeño lapso: 30 segundos. En esos segundos, un destello de ataques, ráfagas de balas y cuerpos en movimiento se desplegaron frente a ella. No pudo evitar tensarse.
—No será fácil, Asha. Ragnarok está preparado. —advirtió, su voz entrecortada por la visión.
El Armamento Preparado.
Mientras tanto, Óscar, comandante de 20 escuadrones, ajustaba su equipo de combate. Como vampiro entrenado, sabía que esta batalla no sería como las otras. Llevaba un rifle de asalto cargado con balas mixtas de mercurio y plata, específicamente diseñadas para licántropos y vampiros, y una espada corta en su cinturón, lista para el combate cuerpo a cuerpo. Lía, al mando de otros 20 escuadrones, estaba equipada de manera similar, pero prefería una daga afilada, ligera y precisa, para desatar ataques rápidos y letales en espacios reducidos.
Raúl, comandante del último grupo de 20 escuadrones, revisaba el equipo de sus hombres con un enfoque frío y calculador. Aunque no era vampiro como Óscar y Lía, era un Skywalker, un ser que poseía habilidades sobrehumanas, y se destacaba por su precisión y velocidad. Su equipo estaba armado con rifles similares, pero sus habilidades le permitían moverse a una velocidad que lo hacía casi invisible para los ojos no entrenados.
En el grupo de Óscar, se encontraba Drex, el licántropo, con su fiel Chocuto —la katana corta sagrada, capaz de cortar todo a su paso—, y su pistola 9mm cargada con balas mixtas. Drex estaba en su mejor estado, gracias a la poción que Asha le había dado la noche anterior, y aunque el tótem que le otorgaba un poder sobrehumano seguía controlado por el collar de los cinco sellos que portaba Tatiana, sus sentidos y habilidades como licántropo estaban aumentados.
El Poder del Tótem y la Fe.
Drex permanecía junto a Óscar en el escuadrón, listo para el combate. Su Chocuto, la katana corta que llevaba consigo, estaba siempre al alcance de su mano. Esta arma sagrada había sido bendecida más allá de la comprensión humana, capaz de cortar no solo carne y hueso, sino también energía, espíritus y entidades demoníacas. Junto con su pistola 9mm cargada con balas mixtas de mercurio y plata, Drex era una fuerza letal en cualquier campo de batalla.
Aunque el tótem que lo fortalecía estaba parcialmente contenido por los cinco sellos de Tatiana, Drex aún podía sentir la bestia dentro de él. Su fuerza, velocidad y sentidos permanecían enormemente amplificados. Cada vez que respiraba, percibía todo a su alrededor con una claridad que ningún humano, ni siquiera los vampiros, podían igualar. Su capacidad de regeneración le daba una ventaja abrumadora, y aunque aún desconocía el poder máximo del tótem, sabía que su fuerza era algo a temer. Su papel en esta misión no era el de un simple combatiente, sino de una fuerza de destrucción controlada.
Mientras tanto, Fabián y Julián, miembros del Vaticano, se preparaban de una forma diferente. Mientras otros confiaban en armas físicas, ellos invocaban algo mucho más devastador: el poder de la fe. En su núcleo, este poder no era simplemente espiritual, era una manifestación tangible de la voluntad divina, capaz de quemar y destruir todo lo que se opusiera a la luz de Dios.
Fabián, con su Biblia en mano, no solo recitaba versículos: cada palabra que pronunciaba era una onda de energía espiritual, capaz de desgarrar las fuerzas oscuras con una intensidad inhumana. Cuando hablaba, el aire a su alrededor vibraba, y cualquier criatura sobrenatural podía sentir cómo la luz divina quemaba su esencia. No era una simple defensa; era un ataque feroz que obligaba a los seres de las tinieblas a retroceder o ser aniquilados por completo.
Julián, por su parte, canalizaba el poder celestial de una manera aún más precisa. Cada versículo que pronunciaba podía concentrarse en un rayo de pura energía divina, incinerando a los enemigos del Vaticano en segundos. Cuando enfrentaban a fuerzas superiores, Fabián y Julián podían unir sus energías, creando un campo espiritual impenetrable, una barrera que ningún ser de la oscuridad podía atravesar. Su poder no solo dañaba a lo físico, sino que destruía el alma de aquellos lo suficientemente desafortunados como para oponerse a ellos.
—El Señor es mi pastor, nada me faltará… —murmuró Fabián, y al pronunciar esas palabras, una fuerza palpable envolvió el área que los rodeaba. Los espectros, los demonios, los vampiros y los licántropos lo sentían como si la propia realidad se torciera a su alrededor, incapaces de soportar el poder de la Palabra Divina.
Julián sacó su frasco de agua bendita. Para él, era más que un símbolo de su fe. Era un arma. Cuando vertía el líquido sobre una criatura de oscuridad, el agua no solo quemaba su carne, sino que purificaba su esencia, disolviendo cualquier maldad que hubiera en su interior. La estaca de plata retráctil en su cinturón no era solo para defensa: en sus manos, cada golpe podía terminar con la existencia misma de un vampiro, dejando tras de sí nada más que cenizas y un recuerdo de lo que una vez fue.
En el campo de batalla, la combinación de las habilidades sobrenaturales de Drex y el poder de la fe de Fabián y Julián era algo temible. Donde las armas no alcanzaban, la luz de Dios quemaba. Donde las garras de Drex no llegaban, la energía espiritual de los hombres de fe proyectaba una destrucción imparable. Ragnarok no solo enfrentaría a soldados y vampiros entrenados; se enfrentarían a la manifestación del poder divino en su forma más pura y destructiva.
Los Tronos Frente a Ragnarok.
La tensa calma que rodeaba el punto logístico frente a la sede principal de Ragnarok, justo entre los barrios de La Perla y Benito Juárez, era casi irreal. Oricalco había desplegado sus fuerzas en silencio, como un depredador acechando a su presa. Cuarenta escuadrones de élite bajo el mando de Óscar y Lía aguardaban la orden de atacar, mientras veinte escuadrones adicionales, dirigidos por Raúl, mantenían su posición en puntos clave. Pero en el corazón de todo, a unos metros de la sede de Ragnarok, un espectáculo mucho más extraño se desplegaba.
Frente a la sede logística de la operación, Vambertoken y Asha se sentaron en un par de tronos preparados específicamente para ellos. Asha había insistido en que no podían observar la batalla final como simples espectadores, sino que debían hacerlo desde lo alto, como los dioses que eran. Los tronos eran impresionantes, tallados en piedra oscura, adornados con oro y rubíes que captaban la luz tenue del amanecer, proyectando destellos que reflejaban el poder y la arrogancia de sus ocupantes.
Vambertoken, vestido con su traje rojo carmesí, cruzó las piernas mientras observaba la sede de Ragnarok a lo lejos, como si se preparara para disfrutar de una obra de teatro en primera persona. Su mano descansaba casualmente sobre el brazo del trono, mientras su mirada afilada se enfocaba en el horizonte, esperando el primer movimiento.
A su lado, Asha Latshiktor, vestida con un atuendo aún más provocativo de lo habitual, parecía irradiar lujuria y poder. Su vestido, una mezcla de finas sedas casi transparentes que apenas ocultaban su piel perfecta, parecía diseñado para mostrar su perfección inmortal. La tela roja carmesí, ajustada a su figura, tenía bordados de oro que serpenteaban sobre su cuerpo como un recordatorio constante de su realeza vampírica. Los adornos en su cabeza y cuello la hacían parecer una reina babilónica, pero con una sensualidad que provocaba el pecado. Se acomodó en su trono, inclinándose hacia Vambertoken, su voz un susurro sensual.
—Mi Seraph… esto será tan placentero como lo imaginé. —Sonrió, sus labios curvándose en una sonrisa que exudaba malicia—. Ver cómo estos insignificantes seres caen ante nuestro poder… no puedo esperar a que mi nombre resuene por toda la ciudad cuando esto termine.
Vambertoken apenas la miró, pero asintió, complacido. Sabía que, para Asha, esta batalla no era más que una forma de reafirmar su supremacía. Ambos estaban completamente desconectados de la tensión palpable que invadía a los soldados de Oricalco y de la lucha interna que Tatiana y Drex estaban enfrentando.
El Encuentro de Tatiana y Drex.
A unos metros de los tronos, Tatiana caminaba con paso firme pero lleno de nerviosismo, buscando a Drex entre los escuadrones. Sabía que cada segundo contaba antes de que se desatara la tormenta. Drex estaba terminando de revisar su equipo, su rostro concentrado pero lleno de una calma inusual. A pesar de la tensión de lo que se avecinaba, la presencia de Tatiana siempre lo tranquilizaba, aunque esta vez la situación era diferente.
Tatiana se acercó rápidamente a él, sin dejar de vigilar a su alrededor, consciente de que todos los ojos estaban puestos en ellos. Cuando Drex la vio, su mirada cambió, suavizándose un poco. Se permitió un breve instante para dejar de lado la ferocidad que lo dominaba antes de una batalla.
—Tatiana… —murmuró, acercándose a ella—. No pensé que vendrías aquí, con todo lo que pasa.
Tatiana tomó su mano sin vacilar, pero su rostro delataba la angustia interna que sentía. Sabía que su control sobre el collar de los cinco sellos y el tótem sería decisivo, y que un solo error podría costarles la vida. Miró a Drex a los ojos, sabiendo que el tiempo se agotaba.
—No podía dejarte ir sin verte antes de que todo esto empiece. —Su voz temblaba levemente, pero mantuvo la calma—. Esto es demasiado grande. Quiero que sepas que pase lo que pase… estoy contigo. Siempre.
Drex la acercó más hacia él, su respiración pesada mientras la tensión y el amor se mezclaban en su interior. Sabía que dependían uno del otro más que nunca.
—Lo sé, Tatiana. Confío en ti. —murmuró, con una mezcla de fuerza y vulnerabilidad—. Hemos pasado, por tanto, y confío en que sabrás qué hacer cuando llegue el momento. Solo… no te exijas demasiado. No quiero perderte.
Tatiana asintió, apretando su mano. Sabía que la carga que llevaba sobre sus hombros no era solo suya, sino que también estaba ligada al destino de Drex y de toda la operación.
—Tú también ten cuidado. —dijo, mirándolo con intensidad—. Todo lo que pase aquí… depende de ti también. Sabes lo importante que eres.
Drex asintió, sus ojos llenos de determinación. Antes de que pudieran intercambiar más palabras, el sonido de los tambores resonó en la distancia. Era el momento. La batalla estaba a punto de comenzar.
Asha y Vambertoken, Expectantes.
Sentada en su trono, Asha sonrió mientras acariciaba con delicadeza los brazos del asiento, como si la madera y el oro respondieran a su toque. Desde su posición, podía ver cómo los soldados de Oricalco se preparaban, cómo los comandos intercambiaban palabras rápidas y calculaban cada movimiento. Era un espectáculo diseñado para su deleite.
—Mi Seraph… —susurró, mirando a Vambertoken—, me encanta cuando nuestros juguetes se preparan para entretenernos.
Vambertoken apenas levantó una ceja, complacido. Sabía que, para Asha, todo era un juego, un despliegue de poder que reafirmaba su dominio sobre el mundo vampírico.
—Disfruta, Asha. —respondió con voz tranquila—. Hoy veremos cómo nuestros planes se desenvuelven perfectamente, como siempre.
La mirada de Asha se volvió más oscura, cargada de malicia. Nada ni nadie se interpondría entre ellos y su destino.
Justo antes de que la batalla estallara, Asha lanzó una última mirada a Tatiana, su favorita. Sabía que la joven humana tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros, y Asha disfrutaba viendo cómo la presión se acumulaba. Si fallaba, sería destruida, pero si triunfaba, su recompensa sería… vivir un poco más, para el entretenimiento de Asha.
—No me falles, querida. —murmuró, casi para sí misma, mientras sonreía de manera enigmática.
La Favorita de Asha.
María, la clarividente más poderosa de Latinoamérica, se mantenía de pie, en silencio, detrás de los tronos de Vambertoken y Asha. Su presencia era como una sombra sigilosa, invisible para la mayoría, pero siempre cerca de Asha. Aunque la tensión en el aire era palpable, Asha parecía disfrutar del caos inminente. Ella observaba la preparación de sus tropas con una sonrisa que denotaba tanto crueldad como placer.
A diferencia de Tatiana, María no estaba inmersa en pensamientos de duda. Sabía que su lugar estaba al lado de Asha, quien la había elegido como su favorita, y sentía la carga de ese honor. Asha, a su manera retorcida, le había demostrado un aprecio particular que, aunque perturbador, era innegable.
Asha, desde su trono, deslizó una mirada rápida hacia María, su favorita, que había estado siguiendo cada uno de sus movimientos y deseos sin necesidad de palabras. La vampira sonrió y, con una suavidad inquietante, le dio una orden.
—María, querida, me parece que nuestra estimada Tatiana se ha distraído un poco con su… mascota. —dijo Asha, su tono cargado de una ligera burla—. Es hora de que tome su lugar al frente. ¿Por qué no la llamas? Haz que vuelva a donde pertenece.
María asintió sin decir una palabra, sintiendo la mirada penetrante de Asha sobre ella. Tomó su comunicador, que brillaba débilmente con el reflejo de las luces del lugar, y habló con un tono calmado pero firme.
—Tatiana, aquí María. —su voz era clara, resonando a través del canal del equipo táctico—. Es hora de que vuelvas a tu posición. El Archiconde está esperando que des la señal.
Tatiana y Drex, la Llamada.
Tatiana, aún de pie junto a Drex, sintió cómo el sonido del comunicador interrumpía el breve momento de calma que compartían. Sabía que los minutos que quedaban antes de que todo comenzara eran cruciales, pero también sabía que su responsabilidad como líder táctica de Oricalco no podía esperar.
Drex la miró a los ojos, comprendiendo que el tiempo de hablar se había agotado. Le dio un suave apretón en la mano antes de que Tatiana apartara la mirada hacia el comunicador. Al escuchar la voz de María, su expresión se endureció. María, la favorita de Asha, siempre estaba al tanto de todo, y su llamada era una señal clara de que Vambertoken y Asha no tolerarían más retrasos.
—Voy en camino. —respondió Tatiana por el comunicador, su voz más firme de lo que se sentía en ese momento. Colgó el dispositivo y miró a Drex una última vez.
—Cuídate. —le dijo, sabiendo que las palabras no eran suficientes para lo que estaba por venir.
—Tú también. —respondió Drex, su rostro serio, pero lleno de una determinación feroz. Sabía que la batalla que estaban a punto de enfrentar era más que una simple misión: era una prueba de todo lo que ambos habían aprendido y soportado.
Tatiana se giró rápidamente, su cuerpo lleno de tensión, y comenzó a caminar de regreso hacia el centro de operaciones, donde su presencia era requerida.
Preparativos Finales para el Ataque.
Cuando Tatiana llegó a la sede logística, encontró a Vambertoken y Asha sentados en sus tronos, observando todo como si estuvieran a punto de disfrutar del espectáculo de sus vidas. María se encontraba detrás de ellos, en su habitual silencio, con la mirada fija en la operación, pero también atenta a cada uno de los movimientos de Asha. Tatiana sintió el peso de la mirada de Asha apenas entrar en la sala.
Vambertoken, como siempre, se mantuvo tranquilo, pero su presencia era casi asfixiante. La calma antes de la tormenta. Asha, por su parte, dejó escapar una sonrisa ligera cuando Tatiana se colocó en su lugar, junto a los mapas y pantallas tácticas que delineaban el ataque a la sede de Ragnarok.
—Tatiana… —comenzó Asha con su tono suave y burlón—, me alegra verte de vuelta. Espero que todo esté bajo control con tu… mascota. —El veneno en sus palabras era apenas disimulado, pero Tatiana lo dejó pasar. No había tiempo para responder.
Tatiana asintió, intentando ignorar la sutil provocación. Sabía que, en este momento, el control táctico de los 60 escuadrones de Oricalco dependía de ella.
—Los escuadrones ya están en posición. —dijo, dirigiéndose a Vambertoken—. Óscar y Lía tienen a sus hombres listos para atacar los flancos. Raúl está preparado para el asalto frontal. Solo estamos esperando tu señal.
Vambertoken asintió, sus ojos fríos brillando con el mismo placer distante que siempre tenía antes de un ataque. A su lado, Asha observaba con un brillo en sus ojos mientras la anticipación crecía. La batalla estaba a punto de comenzar, y ambos esperaban disfrutar cada momento de destrucción.
Antes de que Vambertoken pudiera dar la orden, Asha, con su peculiar y gélido tono de voz, le dirigió una última mirada a Tatiana.
—Recuerda lo que te di anoche. —dijo, en un susurro bajo pero claro—. Asegúrate de que él esté en su mejor estado… y que tú también lo estés.
Tatiana asintió sin responder, sabiendo exactamente a qué se refería Asha. Las pociones que les había entregado la noche anterior eran cruciales para mantener el control sobre Drex y para asegurarse de que ambos estuvieran al máximo de sus capacidades.
El Inicio del Ataque.
Vambertoken se levantó lentamente de su trono, su figura imponente proyectando una sombra larga sobre el mapa táctico. Levantó una mano, como si estuviera a punto de bendecir la batalla que estaba a punto de desatarse, y con una voz tranquila pero cargada de autoridad, dio la señal.
—Que comience la ofensiva.
Los 60 escuadrones de Oricalco recibieron la orden al instante. Óscar, Lía, Raúl, y sus hombres comenzaron a moverse como una máquina bien engrasada, cada uno de ellos sabiendo exactamente lo que debía hacer.
En cuestión de segundos, las primeras detonaciones sacudieron la sede de Ragnarok, y el sonido de la batalla comenzó a resonar por todo el campo. Desde su trono, Asha sonreía mientras la primera línea de la ofensiva de Oricalco hacía su trabajo. Era como si estuviera disfrutando del espectáculo más brutal y sangriento que jamás hubiera presenciado.
—Mi Seraph… —susurró, su mirada fija en el caos que se desplegaba ante ellos—, esto es solo el comienzo.
Vambertoken no respondió, pero su mirada satisfecha lo decía todo. La batalla que ambos habían planeado estaba en marcha, y para ellos, no era más que el preludio de su gloria.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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