Historias de vampiros 147 El Vacío de la Humanidad

El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 147. Historias de Vampiros

 El vacío de la Humanidad.

La operación comenzó al amanecer.

El aire de Ciudad de México estaba cargado de humedad, mientras los equipos de la Purga se preparaban para el asalto simultáneo a las tres sedes menores de Ragnarok. El equipo liderado por Oscar y Lía se movía hacia su objetivo en la periferia, mientras Raúl, acompañado por Julián y Anuel, se desplazaba hacia la segunda sede al norte de la ciudad. Al mismo tiempo, Drex, Fabián, Tatiana y María, respaldados por 20 escuadrones de Oricalco, se dirigían hacia la tercera y última sede.

La primera luz del amanecer apenas rozaba los edificios de Ciudad de México cuando los escuadrones de la Purga se movieron hacia sus objetivos. El ambiente era tenso, la calma antes de la tormenta. Las sedes de Ragnarok se encontraban bajo asalto simultáneo en tres frentes, con Tatiana, Drex, Fabián, y María dirigiendo uno de los equipos hacia la tercera sede.

Drex avanzaba con su Chokuto en una mano y su 9mm de balas mixtas de mercurio y plata en la otra. Aunque estaba en forma humana, su condición de licántropo le otorgaba fuerza y reflejos que superaban a cualquier hombre común. Sus movimientos eran fluidos y precisos, como un depredador cazando a su presa.

Fabián, por otro lado, estaba completamente inmerso en su rol como exorcista y guerrero espiritual. Con la Biblia en una mano y su agua bendita en la otra, sus recitaciones resonaban con un poder que no provenía del plano terrenal. Al entrar en el edificio, comenzó a recitar un versículo, su voz reverberando en las paredes oscuras:

“La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Juan 1:5).

El efecto fue inmediato. Los vampiros menores y los vampiros sanguijuela que se encontraban en las primeras líneas retrocedieron, sus cuerpos empezando a temblar mientras la luz divina de Fabián los bañaba. Algunos cayeron al suelo, ardiendo desde el interior, su piel retorciéndose hasta convertirse en cenizas bajo el poder de la energía sagrada.

Drex, que disparaba su pistola con una mano, eliminaba a los vampiros que no se quemaban por la luz de Fabián. Con una velocidad y precisión sobrehumanas, cortaba el aire con su Chokuto, decapitando a sus enemigos con un solo movimiento. La sincronía entre ambos guerreros era perfecta, un equilibrio de lo divino y lo brutal.

“El Señor es mi pastor; nada me falta” (Salmo 23:1), gritó Fabián, mientras lanzaba un cántico focalizado sobre un vampiro más fuerte que intentaba resistir la embestida. Al instante, el cuerpo de la criatura se envolvió en llamas sagradas, sus gritos desgarradores resonando en toda la sede.

María y Tatiana, desde la retaguardia, observaban todo el campo de batalla. Tatiana mantenía su enfoque en Drex, su corazón acelerado al ver cómo luchaba sin el poder del tótem. Podía notar en su expresión cómo la falta del poder oscuro lo afectaba, como si anhelara la brutalidad que le confería el tótem. Sin embargo, Drex no podía permitirse distraerse; cada disparo, cada corte de su espada, eran una declaración de su fortaleza.

El combate era feroz pero breve. Con Fabián invocando la luz divina y lanzando cánticos en áreas amplias, las criaturas de la oscuridad no tuvieron oportunidad. Los escuadrones de Oricalco se movían con precisión quirúrgica, eliminando a los vampiros restantes mientras Drex y Fabián se encargaban de los enemigos más poderosos.

En un momento, Fabián se detuvo frente a un grupo de vampiros que intentaban escapar, y con una voz poderosa, recitó:

“Dios mío, hazlos como torbellinos, como tamo delante del viento. Como fuego que quema el monte, como llama que abrasa el bosque” (Salmos 83:13-14).

Un viento sobrenatural pareció llenar la sala, y al instante, las criaturas oscuras fueron envueltas por el fuego sagrado, reduciéndose a cenizas ante los ojos de todos. Fabián, con la Biblia abierta, se mantuvo firme mientras el aura divina que lo rodeaba azotaba a cualquier ser de oscuridad que quedaba en pie.

Después de la caída de los últimos vampiros, la sede quedó en un silencio inquietante. Drex, empapado en sudor y sangre, bajó lentamente su Chokuto. Sabía que el verdadero conflicto estaba ocurriendo dentro de sí mismo. La falta del poder del tótem lo estaba afectando más de lo que quería admitir. La bestia en su interior rugía por más, pero la realidad de su situación le impedía rendirse ante ese deseo.

Tatiana, acercándose lentamente, miró a Drex con preocupación. Sabía lo que estaba ocurriendo. “¿Estás bien?” le preguntó en voz baja, intentando que los demás no notaran su tensión.

Drex respiró hondo y asintió, pero luego se detuvo. “Lo extraño, Tatiana,” murmuró con voz ronca. “El poder… la brutalidad. Sin él, es como si me faltara algo, algo que necesito.”

Tatiana lo miró con tristeza, sabiendo que las palabras no serían suficientes para aliviar esa carga. “Lo sé,” dijo, “pero estamos juntos en esto. No dejaré que te consuma.”

Ambos compartieron un momento de conexión, pero rápidamente recuperaron la compostura. La operación no había terminado y no podían permitirse derrumbarse ahora. A pesar de estar rotos por dentro, mantuvieron la fachada mientras el equipo se reorganizaba para lo que seguía.

Fabián, que había estado observando a Drex, comenzó a comprender el verdadero costo de la licantropía y el impacto del tótem. La culpa lo invadió al recordar lo que le había pedido a Drex. Mientras todos se preparaban para el próximo movimiento, Fabián estaba completamente confundido, sin saber cómo enfrentaría la cacería que debía hacer con María esa misma noche. La carga emocional que había presenciado en Drex lo perseguiría durante el resto del día.