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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 145. Historias de Vampiros

 La tentación de la Oscuridad.

La Tentación del Talismán.

María y Fabián se encontraban en la pequeña sala del apartamento que habían alquilado en Ciudad de México, sumidos en una tensión palpable. La caja que contenía el talismán de sangre, regalo de Asha, descansaba sobre la mesa entre ellos como si fuera un silencioso espectador de la discusión que se avecinaba.

—Podríamos finalmente salir sin escondernos, María —dijo Fabián, con la voz apenas contenida—. Podríamos caminar de la mano, ir a cualquier lugar… sin miedo a ser reconocidos. Sin que nadie mire a cada paso que damos.

María lo miró, su corazón latiendo rápido ante la idea. Se moría por esa libertad, por dejar de sentirse atrapada en las sombras. Pero el precio… ese precio tan oscuro que implicaba el talismán, la hacía dudar.

—¿Y qué? —respondió, finalmente—. ¿Cuánto nos costaría? Ya sabes lo que implica usar este talismán. ¿Estamos dispuestos a cargar con esa culpa? Cada cinco usos, Fabián. Cada cinco veces que salgamos a la calle, una vida inocente será condenada. ¿Cómo… cómo podemos vivir con eso?

Fabián suspiró, pasándose una mano por el cabello, un gesto que siempre hacía cuando se encontraba atrapado en un dilema moral. Sabía que el precio era alto, pero la posibilidad de estar con María sin esconderse parecía tan tentadora, tan cercana.

—María, tú eres la que siempre ha jugado con la moral. Fuiste tú la que me borraba los recuerdos en esas primeras sesiones. Me hiciste olvidarlo todo hasta que te descubrí. Me condenaste a vivir en un amor que ni siquiera sabía que existía hasta que fue demasiado tarde —dijo, su voz cargada de una mezcla de dolor y reproche—. ¿Y ahora… ahora te detienes ante esto? ¿Por qué?

—¡Porque lo que hicimos no era destruir vidas, Fabián! —respondió María, su voz quebrándose—. Lo que hice fue egoísta, lo sé. Pero esto… esto es diferente. Estamos hablando de vidas humanas. No es solo magia, no es solo borrar recuerdos. Es condenar almas.

Ambos se miraron, el peso de sus palabras haciendo eco en la habitación. Era cierto que lo que María había hecho al principio había sido un error, uno que había surgido de su amor por Fabián, pero esto… esto era más oscuro, más definitivo.

—¿De qué sirve el amor si no podemos vivirlo? —preguntó Fabián, su voz baja pero cargada de emoción—. ¿De qué sirve si todo lo que hacemos es escondernos? Yo… yo ya no puedo seguir así. Estoy dispuesto a pagar el precio, María. Quiero que estemos juntos. Que seamos libres.

María cerró los ojos, sintiendo las lágrimas acumularse. Sabía que Fabián tenía razón, sabía que la vida que llevaban no era vida. Y el talismán, con todo lo que implicaba, les ofrecía una salida, una libertad que había soñado por tanto tiempo.

Finalmente, respiró hondo y abrió los ojos, encontrándose con la mirada de Fabián. Estaba resuelto. Ambos sabían que no había vuelta atrás.

—Está bien —susurró—. Usémoslo. Si esto nos permite vivir una noche juntos, si nos permite ser felices, estoy dispuesta a pecar por eso. A cargar con ese peso.

Fabián no dijo nada, pero en sus ojos brillaba el alivio y la esperanza. Se inclinó hacia ella, tomando sus manos con suavidad. El talismán descansaba entre ellos, un símbolo de lo que estaban a punto de hacer. Aunque sabían que este poder traería consigo un precio, esa noche decidieron que valía la pena.

Tatiana y Drex, la Confesión.

Mientras tanto, en otro rincón de Ciudad de México, Tatiana se encontraba en el apartamento que compartía con Drex, rebuscando entre algunas de sus cosas. Fue entonces cuando encontró las pociones que le había dado Daniel hacía ya bastante tiempo, las mismas que prometían recuperar los años de vida perdidos. Las sostuvo en la mano, observándolas con curiosidad y cierta preocupación.

—Drex —llamó, y él se giró hacia ella desde la ventana donde estaba de pie, contemplando la ciudad iluminada por la noche—. ¿Por qué no has tomado esto?

Drex miró las pociones en sus manos y luego volvió la vista al horizonte.

—No lo sé… —confesó, con una voz que llevaba una carga de cansancio profundo—. Siempre he tenido miedo de que cualquier cosa que tome… que cualquier cosa que intente, pueda descompensarme. Podría hacerme más vulnerable al tótem, o incluso a mi lado licántropo.

Tatiana caminó hasta él, poniendo una mano en su brazo, obligándolo a mirarla.

—¿De verdad piensas eso? —preguntó, con dulzura—. No eres invulnerable, Drex. No tienes que cargar con todo el peso solo. Si Daniel te dio estas pociones, es porque confía en que pueden ayudarte.

Drex la miró, sus ojos oscuros llenos de dudas. Pero el amor y la convicción en el rostro de Tatiana lo hicieron bajar las defensas, como siempre.

—Está bien —aceptó, tomando una de las pociones de sus manos—. Pero si esto me vuelve loco, será tu culpa.

Tatiana sonrió, aunque detrás de esa sonrisa se escondía el miedo de lo que podría pasar. Lo observó mientras destapaba la poción y se la llevaba a los labios. El líquido desapareció en un solo trago y, por un momento, no ocurrió nada.

Pero luego, como si un peso invisible hubiera sido levantado, Drex sintió cómo la vitalidad volvía a sus músculos, cómo el cansancio se evaporaba y una nueva energía recorría su cuerpo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Tatiana, ansiosa por una respuesta.

—Mejor —admitió Drex, sorprendido por la rapidez del efecto—. Mucho mejor.

Tatiana lo abrazó, dejando que el alivio la invadiera. Esa noche, después de tanto tiempo, pudieron permitirse una pequeña escapada por la ciudad. Caminaron juntos, como si los peligros del mundo se hubieran desvanecido por unas horas. El amor que compartían era su refugio, y esa noche decidieron vivirlo plenamente.

Al regresar al apartamento, la tensión de todo lo ocurrido, las batallas y las incertidumbres, se disipó entre ellos. Dejaron que la lujuria y la pasión tomaran el control, como tantas veces antes, enredándose en ese pequeño universo que habían creado solo para ellos dos, donde nada más importaba, donde no había ni tótems ni misiones, solo su amor.

Un Nuevo Día por Delante.

La noche se desvanecía mientras ambos disfrutaban de la intimidad, sin preocupaciones inmediatas. Tatiana, satisfecha, descansaba en los brazos de Drex, que por primera vez en mucho tiempo, se sentía rejuvenecido y en paz. Sabían que las batallas aún no habían terminado, pero por esta noche, todo parecía estar en calma.

Fabián y María, por su parte, habían decidido abrazar la libertad temporal que les ofrecía el talismán. A pesar de las dudas y los miedos, esa noche saldrían a las calles de la ciudad, juntos y sin miedo. Sabían que el precio del talismán sería alto, pero por una vez en mucho tiempo, se permitirían sentir que el mundo era suyo.

En ese instante, en diferentes puntos de la ciudad, ambos amores se entrelazaban en una promesa silenciosa: hacer lo que fuera necesario para sobrevivir, para mantener lo que más valoraban.

El Peso de las Emociones.

A pesar de que solo habían pasado tres días desde la última conversación con Laura, Julián sentía que el tiempo se dilataba como si fueran años. Estaba sentado en un parque, con el teléfono apretado contra su oído, escuchando la misma noticia de la voz de su hija. La emoción lo envolvía de nuevo, aunque trataba de mantenerse firme.

—Papá… ¡Lo hice! —exclamó Laura, su voz irradiando orgullo—. Después de hablar con Vambertoken, me confirmó que seré la directora del nuevo ministerio para vampiros convertidos.

Julián sintió un nudo formarse en su garganta. Ya conocía la noticia por boca de Vambertoken, pero oírla de su hija hacía que todo pareciera más real, más cercano. Las lágrimas comenzaron a brotar antes de que pudiera controlarlas.

—Lo sé… lo sé, Laura. Estoy tan orgulloso de ti. —La voz de Julián estaba rota, cargada de una mezcla de alegría y dolor.

Laura guardó silencio un momento, consciente de lo que esta noticia significaba para su padre. Sabía que su vida como vampira había cambiado todo, que su relación con él nunca sería la misma. Sin embargo, esta nueva responsabilidad le daba un propósito, una oportunidad para marcar la diferencia.

—Papá, sé que todo ha sido difícil… para los dos. —La voz de Laura se suavizó—. Pero quiero que sepas que no cambiaría nada. Lo que soy ahora me ha dado la fuerza para ayudar a otros. Los convertidos, como yo, necesitan apoyo, alguien que luche por ellos.

Julián intentó responder, pero las palabras se le atragantaron. Solo podía asentir, aunque sabía que su hija no lo veía. El agradecimiento hacia Vambertoken crecía dentro de él, aunque mezclado con la amarga sensación de estar atrapado en una red de manipulaciones.

—Laura, solo quiero lo mejor para ti. Si esto te hace feliz, entonces… entonces yo también lo estaré —logró decir finalmente, aunque su voz seguía temblando—. Y si Vambertoken te ha dado esta oportunidad, estoy agradecido. A pesar de todo, lo estoy.

Laura notó la tensión en la voz de su padre, pero decidió no ahondar en el tema. Sabía lo difícil que había sido para él aceptar su nueva vida como vampira, pero también entendía que Vambertoken era su única conexión segura. Sin la protección del vampiro, su vida sería mucho más complicada.

—Papá, gracias por todo lo que has hecho. Sé que no es fácil… para ti ni para mí. Pero prometo que voy a luchar por aquellos que no tienen mi suerte. No todos los convertidos cuentan con el respaldo de alguien como Vambertoken.

Julián cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente. Sabía que su hija tenía razón. Otros convertidos no tenían la misma suerte. Él también era consciente de que, si no fuera por Vambertoken, Laura habría enfrentado una existencia mucho más difícil. Y eso lo llenaba de una sensación contradictoria de gratitud y resentimiento.

—Eres fuerte, Laura. Más fuerte de lo que yo podría haber imaginado. Y sé que harás un gran trabajo. —Las palabras salieron con dificultad, pero estaban llenas de amor y orgullo—. Solo… prométeme que seguirás siendo tú. Que no perderás lo que te hace especial.

Laura sonrió, aunque la distancia entre ambos hacía que su padre no pudiera verla.

—Siempre, papá. Siempre recordaré quién soy y por qué estoy aquí. Nunca olvides que, pase lo que pase, sigo siendo tu hija.

El corazón de Julián se llenó de esperanza, aunque la tristeza de la distancia seguía latente. Sabía que, aunque ella estaba cambiada, aunque el mundo en el que vivía ahora era despiadado, Laura seguía siendo su niña. Y eso le daba fuerzas.

—Gracias, Laura. Estoy muy orgulloso de ti —susurró finalmente, con la voz casi ahogada por las emociones.

Se despidieron después de unos momentos de silencio, y Julián se quedó en el banco del parque, mirando el cielo nocturno. La luna brillaba tenuemente sobre él, y aunque el dolor de la separación seguía presente, había una luz de esperanza. A pesar de todo, su hija estaba bien. Y mientras Vambertoken mantuviera su palabra, podría verla más seguido. Eso era lo único que importaba en ese momento.

Con una respiración profunda, Julián se levantó y comenzó a caminar de regreso, sintiendo un alivio inesperado en su pecho. Aunque el vampiro controlaba gran parte de su vida, aunque era consciente de que su agradecimiento hacia él estaba manchado de manipulación, el hecho de que Laura estuviera protegida hacía que todo valiera la pena.

Mientras caminaba de regreso, Julián reflexionaba sobre la situación. Sabía que su dependencia de Vambertoken era una trampa, pero el saber que su hija estaba segura, y que tendría la oportunidad de verla más seguido, aliviaba su corazón. En un mundo tan despiadado, saber que Laura estaba protegida bajo la sombra de Vambertoken le daba un consuelo que, aunque falso, era suficiente para mantener su lealtad.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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