El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 143. Historias de Vampiros
La Purga llega a México D.F.
La Llegada a Ciudad de México.
La llegada a Ciudad de México fue un alivio para todos. Sin las excentricidades y el ambiente sofocante que Asha imponía en su hacienda, el equipo de la Purga podía respirar con más libertad. El aire en la ciudad, a pesar del caos y la vibrante energía de su vida nocturna, les daba la sensación de volver a ser dueños de sus propios destinos, aunque fuera solo temporalmente.
Vambertoken, consciente de los efectos que la presión de Asha y su comportamiento caprichoso habían tenido sobre su equipo, decidió otorgarles tres días de descanso. Estos días eran un respiro necesario antes de que retomaran las operaciones contra Ragnarok. A pesar de sus propios intereses y planes, incluso él sabía que una fuerza sobrecargada no sería eficiente.
Además, Vambertoken había prometido hablar con Asha para que, en futuras interacciones con la Purga, ella mantuviera sus excentricidades bajo control. Pero eso era algo que solo el tiempo diría si realmente iba a suceder.
Fabián y María, Aislados por el Miedo.
Mientras tanto, Fabián y María se refugiaban en un pequeño apartamento de la ciudad. La paranoia y el miedo a ser descubiertos los mantenían casi encerrados. Para Fabián, el temor de que alguien lo reconociera en un momento de intimidad con María, su amor prohibido, era asfixiante. No podían permitirse el lujo de salir como una pareja normal, ni siquiera en un lugar tan grande y anónimo como Ciudad de México.
La relación entre ambos estaba al borde del colapso. La tensión acumulada durante tanto tiempo de esconderse había creado una barrera entre ellos, algo que ni siquiera el profundo amor que compartían podía disipar por completo.
—No podemos seguir así, María —dijo Fabián, su voz cargada de frustración mientras se paseaba por el apartamento, sin atreverse a mirar a su amante a los ojos—. No podemos seguir escondidos, viviendo con miedo de que alguien nos vea. ¿Cuánto tiempo más crees que podremos soportar esto?
María, sentada en el borde de la cama, lo observaba con una mezcla de comprensión y tristeza. Sabía que él tenía razón. La vida que llevaban era insostenible, pero tampoco podían permitirse tomar decisiones apresuradas.
—Fabián, lo entiendo —respondió ella, su voz era suave pero firme—. Pero si renuncias al Vaticano, ¿qué crees que pasará? No nos dejarán en paz. No somos simplemente dos personas comunes que pueden irse y vivir una vida tranquila. Si te descubren, el Vaticano no solo nos castigará, sino que intentarán borrar todo rastro de nuestra existencia. Querrán cubrir sus propios errores.
Fabián se detuvo, la ira y la frustración grabadas en su rostro.
—¿Entonces qué hacemos? ¿Seguimos huyendo? —preguntó, casi gritando—. ¿Seguimos escondiéndonos hasta que no podamos más?
María se acercó a él y lo tomó de las manos, obligándolo a mirarla a los ojos.
—No para siempre —susurró—. Solo un poco más. Hemos pasado por tanto… No podemos rendirnos ahora. Solo tenemos que ser cuidadosos y mantener la calma. Vamos a encontrar una salida, Fabián. Pero tienes que confiar en mí.
Fabián asintió con la cabeza, aunque el dolor y el miedo aún se reflejaban en sus ojos. Sabía que María tenía razón, pero la carga de vivir en secreto los estaba consumiendo a ambos. Sin embargo, en ese momento, no había otra opción.
Drex y Tatiana – La Mañana del Engaño.
Mientras María y Fabián lidiaban con sus propios demonios, Tatiana se sumergía en su rutina de clases con Vambertoken e Ixplex. La mañana comenzaba con sus estudios en magia arcana, bajo la mirada siempre fría y calculadora del vampiro, y luego continuaba con Ixplex, quien le enseñaba los misterios de la magia pre diluviana para controlar el Tótem. Era agotador, pero Tatiana sabía que tenía que dominar esos conocimientos para proteger tanto a Drex como a sí misma.
Drex, por su parte, había decidido usar esas horas de la mañana para cazar. Aunque había prometido a Tatiana que no se arriesgaría sin avisarle, no podía evitar el impulso de mantener a raya a la bestia que llevaba dentro. Había salido temprano, justo después de que Tatiana partiera para sus lecciones, aprovechando el tiempo que tendría antes de que se reencontraran para almorzar.
Cazar lo hacía sentir en control, pero también lo llenaba de culpa. Sabía que Tatiana no le reprocharía, pero la sensación de ocultarle algo lo atormentaba. Cuando volvió al apartamento, ya pasado el mediodía, la encontró esperándolo, lista para el almuerzo que habían planeado.
Tatiana lo miró con una mezcla de curiosidad y ternura.
—¿Has salido esta mañana, verdad? —preguntó con una sonrisa suave, aunque sabía la respuesta.
Drex bajó la mirada, incapaz de mentirle.
—Lo hice —admitió con voz baja—. No quería preocuparte, pero… necesitaba hacerlo. Sentí que estaba perdiendo el control.
Tatiana no mostró enfado, sino comprensión. Se acercó a él, poniendo una mano en su rostro y levantando suavemente su barbilla para que la mirara.
—Drex, no tienes que cargar con esto solo. Estamos juntos en esto, lo prometimos —le recordó—. ¿Recuerdas lo que juramos en la Isla de Pascua?
Drex cerró los ojos un momento, recordando esa noche mágica, donde solo existían ellos dos. Era un refugio que ambos compartían, un lugar al que siempre volvían cuando el peso del mundo los agobiaba.
—Lo recuerdo —murmuró—. Prometimos que nuestro amor sería lo único que importaría, sin importar lo que pasara.
Tatiana sonrió y lo atrajo hacia ella.
—Por esta tarde, olvidemos todo lo demás. No hay Tótem, no hay Purga, solo nosotros. Hagamos que esta tarde sea como aquella noche en la Isla de Pascua, solo tú y yo.
Drex la miró, su corazón latiendo con fuerza al escuchar esas palabras. Tatiana siempre sabía cómo calmar las tormentas dentro de él. Y esa devoción mutua, ese amor sin límites, era lo que los mantenía juntos a pesar de las adversidades.
Tatiana lo besó, un beso suave al principio, pero que pronto se volvió más intenso, lleno de pasión y deseo. Era su forma de reconectar, de recordarse mutuamente que, a pesar de todo lo que sucedía a su alrededor, su amor seguía siendo lo más importante.
El Amor Renace.
La tarde avanzó lentamente, y el pequeño apartamento se convirtió en un santuario para ellos dos. Se perdieron en su propio mundo, recordando esa promesa que habían hecho, ese juramento de que no dejarían que nada ni nadie se interpusiera entre ellos.
Tatiana lo abrazó con fuerza, sus labios recorriendo la piel de Drex, como si quisiera memorizar cada parte de él. Era una entrega total, una devoción sin límites. Y Drex respondió de la misma manera, acariciando su cuerpo con una intensidad que solo podía describirse como lujuria y amor combinados.
Sus cuerpos se encontraron en una danza erótica, cada movimiento lleno de deseo y de la promesa de que, sin importar lo que sucediera, siempre se tendrían el uno al otro. En esos momentos íntimos, no había nada más que ellos dos.
Cuando finalmente cayeron agotados, sus cuerpos entrelazados en la cama, Drex miró a Tatiana a los ojos y sonrió.
—Siempre tendremos esto —dijo, su voz suave pero firme.
Tatiana acarició su mejilla, con una expresión de pura felicidad en su rostro.
—Sí, siempre.
El Reencuentro de Julián y Laura.
Julián avanzaba lentamente hacia la sala donde vería a Laura por primera vez en dos años. Su corazón, pesado por la culpa, latía con fuerza, y en cada paso, sentía el peso de sus decisiones. La sala elegida por Vambertoken era fría y oscura, un reflejo del miedo y la incertidumbre que lo embargaban.
Cuando abrió la puerta, vio a Laura de pie, tan inmóvil como una estatua. El aire entre ellos estaba cargado de una tensión tan densa que casi podía cortarse. A pesar de la palidez que ahora cubría la piel de Laura, a pesar de la frialdad que había reemplazado su energía vibrante, Julián todavía podía ver a su hija. O al menos, una parte de ella. Una parte que siempre había sido su razón de vivir.
—Papá —dijo Laura, su voz suave pero marcada por un tono que Julián no reconocía del todo.
Ese solo sonido rompió algo en el interior de Julián. En un instante, sintió cómo sus piernas cedían, y cayó de rodillas ante ella. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, y por primera vez en mucho tiempo, las dejó fluir libremente.
—Lo siento tanto… —susurró, su voz quebrada por el dolor—. No fui capaz de protegerte.
Laura lo observaba desde arriba, con una expresión imperturbable, pero en su interior, algo también se movía. Había aprendido a controlar sus emociones de una manera diferente desde que se había convertido en vampira, pero ver a su padre, un hombre siempre tan fuerte, roto frente a ella, la golpeaba de una manera que no esperaba.
El Dolor Compartido.
Laura dio un paso hacia él y se arrodilló para quedar a su altura. Colocó una mano fría sobre la de Julián, intentando transmitirle algo de consuelo, aunque su nueva naturaleza vampírica hacía que ese gesto se sintiera diferente.
—Papá —repitió, su tono más suave ahora—. No fue tu culpa. No quiero que te castigues por lo que pasó.
Julián, con el rostro hundido en sus manos, negó con la cabeza.
—Te fallé, Laura. Te fallé en el momento en que más necesitabas de mí. Y ahora… ahora eres… —Las palabras se ahogaron en su garganta.
Laura lo miró con una mezcla de ternura y compasión. A pesar de la frialdad que ahora impregnaba su alma, sabía lo que su padre estaba atravesando.
—Sí, soy diferente —dijo ella—, pero no me has perdido. Sigo aquí, papá. Puede que no sea la misma que antes, pero sigo siendo tu hija.
La Frontera entre Dos Mundos.
Julián levantó la vista, sus ojos enrojecidos por el llanto, observando el rostro de su hija. Aunque el tiempo había cambiado tanto en ella, algo permanecía intacto: el amor que compartían. Pero ahora, Laura estaba atrapada en un mundo donde la frialdad de la inmortalidad chocaba con los sentimientos que había conocido como humana.
—Es difícil, papá —confesó Laura, su voz suave pero cargada de una tristeza que había intentado reprimir—. Ser lo que soy ahora, lo que me han obligado a ser. Los vampiros… los que nacen como vampiros… ellos me ven como inferior, como si yo fuera una abominación.
Julián frunció el ceño, su dolor transformándose en ira silenciosa. No podía soportar la idea de que su hija, después de todo lo que había sufrido, fuera tratada con desprecio por otros vampiros.
—No eres inferior a nadie, Laura —dijo, su voz endurecida—. Eres mi hija, y eso nunca cambiará.
Laura esbozó una pequeña sonrisa, pero era una sonrisa cargada de resignación.
—Lo sé, papá, y lo aprecio. Pero este mundo… este mundo de vampiros es despiadado. Me ven como menos porque no nací como ellos. Pero no dejaré que me destruyan. No dejaré que me quiten lo que soy. Quiero demostrarles que los vampiros convertidos también tenemos valor.
Un Vínculo que Nunca Se Rompe.
Julián sintió una oleada de orgullo y tristeza al escuchar las palabras de su hija. La fuerza que siempre había visto en ella, incluso cuando era humana, aún estaba allí. Pero ahora, esa fortaleza debía manifestarse en un mundo que la despreciaba.
—No tienes que hacerlo sola —murmuró Julián—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti.
Laura lo miró directamente a los ojos, y por un momento, el hielo en su interior pareció derretirse un poco.
—Eso es lo que más necesito escuchar, papá —respondió, con una sonrisa leve que, aunque tenue, era sincera—. Sé que este no es el futuro que habíamos imaginado, pero no me rendiré. No dejaré que me aplasten, y tampoco dejaré que esto nos separe.
El dolor en el pecho de Julián comenzó a ceder, aunque el peso de la culpa seguía ahí. Pero saber que su hija seguía luchando, que no se había rendido, le daba un pequeño respiro.
Una Promesa de Futuro.
—Lo haremos juntos, Laura. Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos —dijo Julián, su voz más firme ahora.
Laura asintió y, por primera vez en mucho tiempo, dejó que una lágrima corriera por su mejilla. No era una lágrima de tristeza, sino una de alivio.
—Gracias, papá —susurró—. Gracias por no abandonarme. Eso es lo que me mantiene fuerte.
Ambos se abrazaron, un gesto que, aunque cargado de emociones, tenía un peso diferente ahora. Laura, aunque vampira, seguía siendo su hija, y eso era suficiente para Julián.
Cuando se separaron, Julián sintió que algo había cambiado. Había recuperado parte de lo que creía perdido. Y mientras estuviera con Laura, nada lo haría retroceder.
Un Adiós Sentido.
Julián sabía que el tiempo se agotaba. Este reencuentro no podía durar para siempre. Aunque cada segundo con Laura era un respiro, ambos sabían que sus caminos los llevarían a la oscuridad nuevamente. Laura, con su nuevo destino vampírico, tenía un lugar en ese mundo, mientras que Julián seguía siendo un hombre atrapado entre su deber y el amor incondicional por su hija.
Laura lo miró con una serena tristeza.
—Papá, sé que esto no es fácil para ti —dijo, rompiendo el silencio que ambos habían mantenido mientras compartían esos últimos momentos juntos—. Y quiero que sepas algo… Afortunadamente, mi vida no ha sido tan difícil como podría haber sido, y eso es en gran parte gracias a Vambertoken.
Julián frunció el ceño al escuchar el nombre del vampiro, el mismo que ahora tenía tanto control sobre sus vidas. Sin embargo, no podía negar lo que ella decía. Sabía que la sombra de Vambertoken, por despiadada que fuera, había protegido a Laura de un destino mucho más cruel en el despiadado mundo vampírico.
—¿Vambertoken? —preguntó Julián, con un tono neutral que intentaba ocultar sus sentimientos encontrados.
Laura asintió.
—Sí. El hecho de estar bajo su protección ha hecho que los demás vampiros no me traten tan mal como tratan a otros convertidos. Su influencia me ha permitido mantenerme a salvo, y aunque no soy igual a los nacidos vampiros, su poder ha evitado que me aplasten. Pero hay muchos más como yo, convertidos, que no tienen esa suerte. No tienen a nadie como él para protegerlos.
Julián miró a su hija, sintiendo una mezcla de alivio y frustración. Alivio porque su hija estaba relativamente a salvo, y frustración porque ese mismo alivio dependía de un ser como Vambertoken. Sin embargo, no podía negar el hecho de que el vampiro había hecho más por Laura de lo que él mismo había podido hacer en los últimos dos años.
—Voy a luchar por ellos, papá —dijo Laura, su voz llena de determinación—. No puedo soportar la idea de que otros como yo sigan siendo tratados como basura. Vambertoken me ha dado una oportunidad que muchos no tienen, pero usaré esa oportunidad para hacer algo por los demás.
Julián sintió cómo una nueva ola de orgullo y dolor lo embargaba. Ver a su hija tan fuerte, tan resuelta, lo llenaba de esperanza. Pero el hecho de que tuviera que depender de Vambertoken para mantenerse a salvo le daba un sentido de agradecimiento falso hacia el vampiro, que lo incomodaba profundamente.
Laura lo miró una última vez antes de levantarse.
—Volveremos a vernos, papá. Y cuando lo hagamos, espero que el mundo sea un poco mejor para aquellos que, como yo, fueron convertidos y olvidados.
Julián se levantó y, sin dudarlo, la abrazó fuerte, dejando que su corazón hablara más que las palabras. Ambos sabían que este adiós era temporal, pero las sombras que los rodeaban hacían que cada despedida se sintiera definitiva.
—Te cuidaré, Laura —susurró Julián—. Siempre estaré a tu lado, aunque no me veas.
Laura sonrió levemente, y con una última mirada, se dio la vuelta y se adentró en la oscuridad. El sonido de sus pasos desapareció, dejando a Julián solo en la sala, con el corazón lleno de sentimientos contradictorios.
Mientras veía desaparecer a su hija, Julián no pudo evitar sentir una punzada de agradecimiento hacia Vambertoken, aunque sabía que esa deuda algún día le costaría mucho más de lo que estaba dispuesto a pagar. Pero por ahora, mientras Laura estuviera a salvo, lo soportaría.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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