El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 139. Historias de Vampiros
Amores Dantescos, La Cita de Sangre.
La Cima de la Estructura.
El aire de la noche aún estaba cargado con el hedor de la sangre y la muerte, los ecos de la batalla resonaban en la estructura que antes había sido el centro de operaciones de Ragnarok. Ahora, lo único que quedaba era un campo de cadáveres. En la cima de la construcción, Drex, aún en su forma de licántropo, se alzaba imponente. Su respiración era pesada, cada latido de su corazón parecía retumbar en su pecho mientras miraba a su alrededor con una furia que aún no se apagaba por completo.
Con un rugido bestial que desgarró la noche, Drex se lanzó sobre uno de los agentes caídos de Oricalco. Sus garras atravesaron el cuerpo inerte, abriendo su pecho con una facilidad brutal. Con una precisión espeluznante, arrancó el corazón ensangrentado y lo devoró de un solo bocado. El poder de la vida que arrebataba lo revitalizó, pero solo por un momento. Sus ojos, inyectados de sangre, se desvanecieron lentamente mientras la bestia dentro de él cedía. Su cuerpo se contrajo, los músculos se encogieron, y poco a poco volvió a su forma humana.
Drex, completamente exhausto, cayó de rodillas en el suelo ensangrentado, jadeando con fuerza. La transformación lo había dejado completamente agotado, pero lo que era más importante, seguía siendo consciente. Sabía lo que había hecho. Sabía a quién había matado. La bestia dentro de él había reconocido a sus aliados de Oricalco, pero en ese último momento, la sed de poder, la necesidad de corazones, lo había llevado a cruzar una línea peligrosa.
La Entrada de Vambertoken y Asha.
Desde la distancia, Vambertoken y Asha observaban con interés. Para ellos, el espectáculo aún no había terminado. La brutalidad y el caos eran solo parte de la coreografía de su interminable danza macabra.
—Es hora de un brindis, querida —dijo Vambertoken, con una sonrisa satisfecha mientras daba el primer paso hacia el campo de batalla.
Asha lo siguió, su vestido blanco impoluto deslizándose sobre el suelo cubierto de sangre como si nada pudiera tocarla. La elegancia de ambos vampiros contrastaba de manera grotesca con el escenario dantesco que los rodeaba. Cadáveres y cuerpos destrozados yacían por todas partes, y la sangre cubría el suelo como un mar oscuro y pegajoso.
—Una velada… exquisita —susurró Asha, su voz apenas un murmullo, pero cargada de un placer macabro.
Vambertoken, sin perder tiempo, se agachó junto a uno de los cuerpos de un agente de Ragnarok, aún fresco, y con un simple gesto abrió una de sus venas. La sangre brotó rápidamente, y con la elegancia que solo un vampiro milenario podría tener, llenó su copa. Asha, siguiendo el ejemplo, hizo lo mismo con otro cuerpo cercano. Ambos levantaron sus copas hacia la luna.
—Por la belleza de la eternidad —brindó Vambertoken, su sonrisa era casi enfermiza mientras la sangre resbalaba por el borde de la copa y caía al suelo.
Asha bebió con calma, sus ojos centelleando con un deleite inhumano.
—Por la perfección de esta noche —añadió ella, su voz era casi una caricia en el aire.
Para ellos, el campo de batalla era un lugar de romance, un escenario perfecto para su cita eterna. Solo los vampiros de su calibre podían ver la belleza en algo tan macabro, algo tan lleno de muerte y destrucción. Para ellos, la sangre no era un recordatorio de la vida perdida, sino un tributo a la eternidad que compartían.
La Desesperación de Tatiana.
Mientras los vampiros disfrutaban de su grotesca celebración, Tatiana se encontraba en un estado de pánico. A pesar de que la batalla había terminado, su preocupación por Drex crecía con cada segundo. Sabía lo peligroso que había sido liberar la segunda capa del Tótem, y aunque él seguía consciente, temía que el monstruo dentro de él pudiera haberse llevado algo más que solo su energía.
Tatiana corrió entre los cadáveres, sus botas salpicando sangre a cada paso. Su respiración era rápida y sus ojos buscaban desesperadamente la figura de Drex entre el caos. Cuando finalmente lo vio, de rodillas, cubierto de sangre y apenas consciente, su corazón se detuvo por un segundo. Sin pensarlo, corrió hacia él, arrodillándose a su lado.
—¡Drex! —gritó, su voz rota por la preocupación.
Drex levantó la mirada lentamente, sus ojos humanos volviendo a enfocarse en Tatiana. Estaba exhausto, pero no era el monstruo que ella temía encontrar. Aun así, la preocupación en sus ojos era palpable.
—Estoy bien… —murmuró Drex, aunque su voz apenas era un susurro.
Tatiana lo rodeó con sus brazos, apoyando su cabeza en su hombro. La sensación de alivio que recorrió su cuerpo fue abrumadora, pero sabía que esto no era el final. Cada vez que activaban el Tótem, cada vez que liberaban ese poder oscuro, algo dentro de Drex se corrompía un poco más.
La Repulsión de María.
María, por su parte, seguía de cerca de Vambertoken. Sus pasos eran lentos, calculados, mientras intentaba no perder la compostura. La escena que presenciaba era nauseabunda. La sangre, los cadáveres, y la manera en que Vambertoken y Asha se deleitaban en ese caos, disfrutando de su grotesco brindis, le revolvía el estómago.
Pero María sabía que no podía permitirse el lujo de mostrarse vulnerable. Su amor por Fabián, su necesidad de protegerlo, era lo único que la mantenía firme. Sabía que, si fallaba en esta misión, Vambertoken podría destruir todo lo que amaba. Tenía que soportarlo, tenía que aguantar esa repulsión que sentía por lo que Vambertoken representaba. Era la única manera de mantener su relación con Fabián a salvo.
—Sigue adelante —se dijo a sí misma en silencio, mientras tragaba el nudo en su garganta.
Cada vez que Vambertoken o Asha levantaban sus copas manchadas de sangre, María sentía una oleada de náuseas, pero su rostro permanecía imperturbable. No podía mostrar debilidad. No frente a ellos.
El Final de la Noche.
Vambertoken bajó su copa y miró a Asha con una sonrisa tranquila. La batalla había sido un éxito, y su “velada” había sido todo lo que esperaba. Asha, con su vestido aún impecable, lo miró de vuelta, sus ojos llenos de satisfacción.
—Creo que podemos decir que esta noche fue… inolvidable —dijo Asha, con una ligera inclinación de cabeza.
—Sin duda alguna —respondió Vambertoken, su mirada oscura y calculadora.
Mientras tanto, Tatiana seguía al lado de Drex, ayudándolo a ponerse de pie. La noche había terminado, pero el peso del Tótem y el poder oscuro que habían desatado seguía presente. Sabía que cada vez que lo usaran, cada vez que liberaran más de su poder, estarían acercándose a un punto de no retorno.
El Vals de Sangre.
La batalla había terminado. El aire seguía impregnado de muerte y descomposición, pero en el centro del campo de cadáveres, una escena contrastante se desarrollaba. Vambertoken y Asha, de pie entre los cuerpos, con sus trajes impecables, ahora comenzaban a bailar un vals como si estuvieran en el salón más prestigioso de la Europa victoriana. La luna proyectaba sombras largas mientras los dos vampiros movían sus cuerpos al unísono, girando lentamente, como si la sangre a sus pies fuera un escenario digno de su danza.
A medida que bailaban, sus manos, antes limpias, comenzaron a ensuciarse con la sangre de los caídos. Los dedos de Asha se deslizaban suavemente por las mejillas de Vambertoken, dejando rastros oscuros y húmedos, mientras sus propias manos se manchaban a propósito. Era como si el acto de ensuciarse fuera parte de su juego, una manifestación física del poder que ambos compartían.
—¿Podemos olvidarnos de aquella noche? —susurró Vambertoken, su tono suave, pero lleno de intenciones. Su mirada era oscura, pero sus palabras parecían una súplica oculta.
Asha le devolvió una mirada intensa mientras giraban, su sonrisa ligeramente torcida.
—¿Hacer de cuenta que nunca pasó? —preguntó, en un tono que era a la vez burlón y seductor.
El vampiro asintió mientras la hacía girar suavemente, sus manos manchando el vestido blanco de Asha. La vampira, quien tenía un linaje incluso más noble que el mismo Vambertoken, siempre había sido su igual en la manipulación, en la crueldad, en todo. No era una vampira que se dejara influenciar por las emociones, y eso, paradójicamente, la hacía irresistible.
—Sabes perfectamente lo que deseo —dijo Vambertoken, sus ojos nunca apartándose de los de Asha mientras continuaban bailando. Sabía que ella lo entendía mejor que nadie, y también sabía cuál sería el precio de su deseo.
—Solo hay un precio —susurró Asha con frialdad, mientras giraba una vez más—. Lo sabes, siempre lo has sabido.
El Precio de Asha.
Vambertoken sonrió, sintiendo el frío en las palabras de Asha. Ambos eran expertos en manipulación, pero también sabían que lo que compartían iba más allá del simple interés. Era una atracción fatal, basada en la brutalidad de sus almas inmortales y en la frialdad con la que veían el mundo.
—Lo que siempre me atrajo de ti, Asha —dijo Vambertoken, mientras la sostenía más cerca durante el baile—, es que nunca te dejas llevar por las emociones. Siempre eres controlada, siempre exacta.
Asha dejó escapar una pequeña risa, fría y distante, mientras su mirada se oscurecía.
—Y a mí siempre me atrajo esa brutalidad que hay en ti, Seraph —susurró, usando el nombre que solo ella podía pronunciar—. Ese amor frío, esa frialdad en la que te deleitas… es lo que siempre me ha enamorado.
Ambos vampiros se detuvieron por un momento, y el ambiente alrededor de ellos pareció volverse más denso. Vambertoken sabía cuál era el precio que Asha le impondría, pero estaba preparado para aceptarlo. Asha no era una simple vampira; ella exigía un vínculo inmortal, una conexión entre sus almas que duraría por toda la eternidad.
—¿Estás listo para ello? —preguntó Asha, inclinando ligeramente la cabeza—. Solo acepto un vínculo eterno entre nuestras almas. Si me traicionas, morirás, y lo mismo ocurrirá si yo te traiciono a ti.
Vambertoken no titubeó. Sin preocuparse por la sangre que ya manchaba su traje, se arrodilló frente a Asha y sacó de su bolsillo un anillo oscuro, con un diamante negro incrustado en su centro. En el interior del diamante, se podían ver diminutas almas atrapadas, gritando en silencio, almas que aún vivían y sufrían dentro del cristal. Vambertoken sonrió, un brillo cruel en sus ojos mientras extendía el anillo hacia Asha.
—Este es mi compromiso —dijo, su voz profunda resonando entre los cuerpos esparcidos a su alrededor—. Un vínculo inmortal entre nuestras almas, sellado con este anillo y con nuestra sangre.
Asha lo miró con una mezcla de deleite y satisfacción. Sabía que este era el momento que ambos habían estado esperando desde hacía siglos. Se acercó lentamente, y con una suavidad extraña, aceptó el anillo. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras bajaba la cabeza para sellar el pacto.
Ambos vampiros se besaron profundamente, pero no fue un beso como cualquier otro. Sus colmillos se clavaron en las lenguas del otro, y la sangre comenzó a fluir entre sus bocas, sellando así el contrato inmortal entre ellos. Era una muestra de confianza, un gesto brutal que solo dos vampiros de su nivel podían compartir. No era solo amor; era poder y lealtad, algo mucho más oscuro y profundo.
La Humanidad en la Mira.
Cuando el beso terminó, ambos vampiros se separaron, sus bocas aún manchadas de sangre. Asha se relamió los labios, disfrutando del sabor metálico mientras observaba a Vambertoken con una expresión satisfecha. Pero entonces, su mirada se desvió, y por primera vez en la noche, notó la presencia de María, la escolta humana de Vambertoken.
—¿Por qué tienes a esa… cosa —dijo con desdén, su rostro torciéndose en una mueca de asco—, como escolta personal? ¿Es que te has rebajado a ese nivel, Seraph?
Vambertoken, lejos de ofenderse, soltó una carcajada, una verdadera alegría irónica en su rostro. Había estado esperando ese momento, sabiendo que la reacción de Asha no podía ser otra.
—María es una joya —dijo Vambertoken, todavía sonriendo—. Es una clarividente, y una que ha logrado algo extraordinario. Rompió el voto de castidad de Fabián, y gracias a ella, el Vaticano sigue ciego ante mis acciones.
Asha levantó una ceja, interesada. El desdén hacia María empezó a transformarse en algo más. Un placer casi perverso ante la situación. Saber que una simple humana había contribuido a tal pecado dentro de la iglesia despertaba algo en ella.
—¿Rompió el voto de castidad? —preguntó Asha, acercándose lentamente a María—. Qué interesante. ¿Y cómo fue que lo hiciste, querida?
María, aunque con náuseas internas y completamente asqueada por la situación, respondió con voz suave pero firme.
—Fue a través de la magia de borrar recuerdos… el primer acercamiento con Fabián.
Asha sonrió ampliamente, una sonrisa que dejaba ver todos sus colmillos.
—Oh, ahora sí que me agradas —dijo, quitándole la flor negra del cabello a María—. Ya no necesitas este recordatorio. Has demostrado ser más útil de lo que esperaba.
María no dijo nada, pero el alivio y la repulsión se mezclaban en su interior. Sabía que aún estaba lejos de estar a salvo, pero por el momento, había ganado un pequeño favor en la retorcida mente de Asha.
El Conocimiento de Asha.
La alegría de Asha no hizo más que crecer mientras daba un paso atrás, mirando a Vambertoken con un destello burlón en sus ojos.
—¿De verdad pensaste que no sabía lo que planeabas? —dijo, riendo suavemente—. Ya conocía tus movimientos, Seraph. Y te diré algo más, estoy dispuesta a intervenir con el Consejo de Ancianos para que te permitan hacerte con Fabiola, la Bruja Roja.
Vambertoken levantó una ceja, sorprendido y satisfecho. Asha siempre había sido un paso adelante en la manipulación, y esto no era diferente. Sabía lo que él deseaba, y estaba dispuesta a ayudarlo. La velada, aunque macabra, había sido perfecta en todos los sentidos.
Con el pacto sellado y el apoyo de Asha garantizado, la noche llegó a su fin con ambos vampiros en control de la situación, mientras el resto del mundo seguía ignorante de las oscuras maquinaciones que se estaban desarrollando.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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