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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 134. Historias de Vampiros

 El Juicio del Archiconde.

La atmósfera en la sala del Consejo de Ancianos Vampíricos era densa y cargada de tensión. Vambertoken sabía que esta reunión no sería fácil, pero había llegado con una carta maestra que estaba dispuesto a jugar, aunque con precaución. No era un vampiro cualquiera, sino el Archiconde de Purga, una posición que le otorgaba tanto poder como enemigos, y hoy enfrentaba a algunos de los más peligrosos.

Sin embargo, no había llegado para defenderse de los cargos de poca efectividad. El golpe en el Canal de Panamá había sido un éxito innegable, y eso lo había utilizado como su escudo, sabiendo que la reunión terminaría girando en torno a lo que realmente quería: la liberación de Fabiola, la Bruja Roja.

Vambertoken se sentó en su lugar, observando a los miembros del consejo con una calma calculada. Entre ellos, sus padres, Zakfig y Lunwox, eran los más difíciles de manejar. Sabía que ellos serían sus principales opositores, especialmente su madre, quien rara vez mostraba flexibilidad en sus decisiones.

—Antes de que iniciemos cualquier acusación o debate sobre la efectividad de mis operaciones —dijo Vambertoken con voz clara—, quiero presentar los resultados de nuestra más reciente incursión en el Canal de Panamá.

Una serie de imágenes y datos se proyectaron ante los ojos del consejo, mostrando la precisión y el éxito de la operación. Los rostros de los ancianos se mantuvieron serios, pero Vambertoken sabía que, internamente, estaban reconociendo el logro.

—Como pueden ver, los resultados hablan por sí solos —continuó—. La Purga sigue siendo la fuerza dominante en la región, y no hemos encontrado una amenaza que no podamos neutralizar. Este golpe fue solo una muestra de lo que podemos hacer.

Zakfig y Lunwox permanecieron en silencio mientras los demás ancianos asimilaban la información. Vambertoken observó a su madre por un momento, sabiendo que el verdadero reto aún estaba por venir.

—Con estos resultados claros —añadió, girando la conversación hacia su verdadera intención—, traigo una petición formal ante el consejo.

Las miradas se intensificaron. Lunwox, quien hasta ese momento había permanecido fría e imperturbable, alzó una ceja.

—¿Una petición? —preguntó ella, con tono escéptico—. ¿Y qué crees que el consejo debe concederte después de un solo golpe exitoso?

Vambertoken sonrió levemente, anticipando la resistencia de su madre.

—No es una petición hecha a la ligera, madre —respondió, con una calma calculada—. Estoy solicitando la liberación de Fabiola, la Bruja Roja.

El consejo se removió en sus asientos, sorprendidos por la osadía de la solicitud. Fabiola, la Bruja Roja, había sido confinada en un aislamiento absoluto bajo la supervisión del Archiconde Ramírez en Colombia, un lugar donde pocos sobrevivirían mentalmente. Liberarla era una proposición arriesgada.

Lunwox fue la primera en hablar, su voz impregnada de desaprobación.

—Bajo ninguna circunstancia, Vambertoken —dijo fríamente, cruzando los brazos—. La Bruja Roja es demasiado peligrosa para ser liberada. No importa cuán exitosas hayan sido tus operaciones, no veo ninguna razón válida para permitir que una amenaza de esa magnitud vuelva a caminar entre nosotros.

Vambertoken mantuvo su postura tranquila, pero sabía que su madre no lo haría fácil.

—Entiendo tus preocupaciones —dijo, manteniendo su tono diplomático—. Pero Fabiola es un recurso invaluable. Con el debido control, podría fortalecer nuestras fuerzas de manera incalculable. Su conocimiento y habilidades superan cualquier riesgo.

Zakfig, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, se inclinó hacia adelante, su rostro pensativo.

—¿Y cómo propones mantener a raya a alguien como ella, Vambertoken? —preguntó, sus ojos fijos en los de su hijo—. No me parece que estés considerando todos los riesgos.

Vambertoken sabía que había tocado un punto delicado. No podía hablar de la conexión de Fabiola con las esmeraldas de gema y el collar de las cinco capas. Sería revelar un crimen que no estaba dispuesto a confesar. Pero había otros argumentos que podía usar para inclinar la balanza a su favor.

—Fabiola está en confinamiento porque no controló bien su poder en el pasado —admitió Vambertoken—. Pero esos tiempos han cambiado. Con el debido manejo, su poder puede ser canalizado de manera efectiva. No propongo liberarla sin más, sino ponerla bajo supervisión estricta, con un enfoque en asegurar que sus habilidades beneficien a la Purga.

Lunwox negó con la cabeza, su desaprobación cada vez más evidente.

—No importa cuán controlada esté —insistió—. Una vez fuera, su influencia podría desatar el caos. No puedo apoyar esta decisión.

La tensión en la sala era palpable. Vambertoken sabía que el tiempo se estaba agotando, pero no estaba dispuesto a rendirse. Lunwox era una opositora feroz, pero no era invencible. Necesitaba cambiar de táctica, y rápidamente.

—Mi propuesta es simple —dijo Vambertoken—. No hablo de una liberación completa e incontrolada. La Bruja Roja no estará libre para hacer lo que quiera. Será un activo bajo la supervisión directa de la Purga, monitoreada en todo momento.

Vambertoken sabía que debía ser cuidadoso con sus palabras, pero la clave para convencer al consejo no estaba en ofrecer control total, sino en ofrecer poder. Sabía que muchos de los ancianos presentes codiciaban lo que Fabiola podía aportar, incluso si no lo admitían públicamente.

—En tiempos como estos, no podemos darnos el lujo de ignorar un recurso de esa magnitud —añadió—. Si seguimos viendo a Fabiola solo como una amenaza, estamos perdiendo la oportunidad de fortalecer nuestras filas.

Lunwox abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera, uno de los ancianos intervino.

—Lo que dice Vambertoken no es del todo descabellado —dijo el anciano, su tono reflexivo—. Si se pudiera asegurar que Fabiola permanezca bajo un control estricto, podría ser un recurso invaluable.

Vambertoken no sonrió, pero en su mente sabía que el consejo estaba comenzando a considerar su propuesta. La clave era plantear la liberación como una ventaja para ellos, y no simplemente como un capricho personal.

Después de varios minutos de debate, el Consejo de Ancianos Vampíricos finalmente llegó a una decisión. Zakfig, el padre de Vambertoken, tomó la palabra en representación de los ancianos.

—Vambertoken —dijo con voz grave—, el consejo ha escuchado tu propuesta y ha deliberado. Aunque tu madre se opone firmemente a esta liberación, no podemos ignorar los méritos de tu argumento.

Vambertoken se mantuvo sereno, pero internamente sabía que había ganado terreno.

—El consejo ha decidido que evaluará más a fondo tu solicitud —continuó Zakfig—. Por ahora, no se aprobará la liberación inmediata de Fabiola, pero consideraremos los riesgos y beneficios con mayor detalle antes de tomar una decisión final.

El caso sobre la “falta de efectividad” de Vambertoken quedó cerrado sin acusaciones. Su golpe en el Canal de Panamá había sellado cualquier duda sobre sus capacidades.

Vambertoken salió de la reunión del Consejo de Ancianos Vampíricos con la misma calma que había mantenido durante todo el proceso. Aunque el consejo no había concedido inmediatamente su petición, había logrado lo que quería: poner la liberación de Fabiola sobre la mesa. Era un juego de paciencia, y Vambertoken sabía cómo jugarlo mejor que nadie.

Mientras caminaba por los oscuros pasillos del edificio, sus pasos resonaban con un eco casi ominoso. A su lado, sus fieles guardias —Óscar, Lía, Anuel y Raúl— lo seguían en silencio, como sombras que siempre estaban alerta. Óscar, en particular, se mantenía especialmente cerca. Su vínculo con Vambertoken era más profundo que el de un simple guardaespaldas; después de todo, Vambertoken lo había moldeado a su voluntad. Óscar no era más que una extensión de su poder, obediente en todos los sentidos.

—Archiconde —dijo Óscar en voz baja—, la reunión fue un éxito.

Vambertoken asintió ligeramente, con una sonrisa que apenas asomaba en sus labios.

—Lo fue —respondió con voz calmada—. Aunque mi madre se opone, ha quedado claro que incluso ella puede ser doblegada con el tiempo. Ahora es cuestión de esperar.

Lía, Anuel y Raúl se mantenían en silencio, conscientes de su rol y de la importancia de la discreción. Sabían que el Archiconde siempre tenía un plan, y su trabajo no era cuestionarlo, sino ejecutarlo cuando fuera necesario.

Vambertoken sacó su teléfono, sabiendo que era momento de ocuparse de otros asuntos. Marcó el número de Fabián, quien respondió casi de inmediato.

—Archiconde —dijo Fabián, con respeto.

—Fabián —respondió Vambertoken—, te llamo para felicitarte. Leí el artículo de la periodista del Vaticano, y debo decir que fue impecable. Has manejado la situación con la precisión que esperaba de ti.

Fabián, al otro lado de la línea, sintió un ligero escalofrío al escuchar las palabras del vampiro. Sabía que, aunque fueran palabras de felicitación, siempre había un trasfondo en lo que Vambertoken decía. Nada era casual.

—Hice lo que debía, Archiconde —respondió Fabián con humildad—. El Vaticano no tiene razones para interferir en este momento.

—Así es —dijo Vambertoken, con una leve satisfacción en su tono—. Pero recuerda, Fabián, que nuestra alianza está basada en tu capacidad para mantener todo en orden. Tu relación con María sigue siendo protegida porque cumples con lo que se te pide. No olvides lo que está en juego.

Fabián tragó saliva, sintiendo el peso de las palabras de Vambertoken. Sabía que, si en algún momento fallaba, todo lo que había construido, incluyendo su relación con María, podía desmoronarse bajo la voluntad del vampiro.

—Entiendo, Archiconde —respondió Fabián, su tono serio—. No habrá errores.

Vambertoken sonrió, complacido.

—Eso es lo que me gusta escuchar. Sabes que eres un recurso valioso para la Purga, y mientras mantengas tu estabilidad, lo seguirás siendo. Ahora, sigue con tus deberes. No olvides que todo debe mantenerse en perfecto orden.

—Lo haré, Archiconde —dijo Fabián, sabiendo que no tenía otra opción.

La llamada terminó, y Vambertoken guardó el teléfono en su bolsillo. Sabía que Fabián era útil, pero también era consciente de las debilidades de los humanos. Por eso mantenía una vigilancia constante sobre él, y por eso protegía su relación con María: el miedo era una herramienta poderosa para mantener a Fabián en la línea.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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