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 El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 129. Historias de vampiros

El Encuentro con la Periodista del Vaticano.

El Encuentro en la Sede de la Purga.

Tres días habían pasado desde que María y Tatiana habían compartido su momento de vulnerabilidad. La situación seguía siendo tensa, pero el foco ahora estaba en Fabián. En la sede de la Purga, la espera había terminado: la periodista del Vaticano había llegado para entrevistar a Fabián sobre la condecoración. Él nunca había querido ese reconocimiento, y mucho menos la atención que traía consigo. Ahora, mientras esperaba la llegada de la periodista, su mente estaba más ocupada en encontrar una manera de pasar desapercibido que en impresionar.

María, quien aún se hacía pasar por su secretaria, lo observaba desde el otro lado del salón, inquieta por lo que estaba a punto de suceder. A pesar de todo, el papel de secretaria había sido un disfraz eficaz, pero sabía que cualquier pequeño error podría revelar lo que realmente eran.

Finalmente, la puerta se abrió y la periodista entró con paso firme. Su presencia imponía; era una mujer increíblemente bella, de esas que llamaban la atención sin esfuerzo. Llevaba una sonrisa cuidadosamente estudiada, pero sus ojos revelaban cierta impaciencia, como si ya estuviera cansada de estar allí.

—Señor Fabián, un placer —dijo con una voz que sonaba más formal que sincera, extendiendo la mano hacia él.

—El placer es mío, señorita —respondió Fabián con una ligera inclinación de cabeza, mostrándose siempre cortés y evitando cualquier indicio de incomodidad.

Desde el principio, quedó claro que la periodista no lo veía como un candidato digno para la condecoración. Su tono era condescendiente, y cada pregunta que le hacía estaba cargada de una fina ironía. Al mencionar a los otros candidatos, no podía evitar compararlos de manera favorable con Fabián, dejando en claro que tenía un favorito en mente, y él no era parte de su lista.

—Claro, algunos de los otros candidatos han demostrado una dedicación incansable a su fe y a la lucha contra los enemigos de la Iglesia. Es admirable, realmente —comentó, casi sin molestarse en ocultar su desprecio hacia Fabián.

Fabián, en lugar de resistir o intentar defenderse, optó por una estrategia completamente opuesta. Aprovechó cada oportunidad para estar de acuerdo con la periodista, reafirmando lo que ella decía, casi exagerando su posición de “no merecer” el premio.

—Tiene toda la razón. Hay muchos más dignos que yo de este honor. He hecho lo que he podido, pero realmente, mis contribuciones son pequeñas comparadas con las de los otros candidatos —respondía con una sonrisa tranquila, dejando que la periodista siguiera acumulando puntos en su contra.

María, quien había estado observando desde el fondo de la sala, sentía un nudo creciente en el estómago. No era tanto por la tensión de la entrevista, sino por la periodista misma. La forma en que se acercaba a Fabián, la naturalidad con la que interactuaba con él, y la belleza evidente de la mujer, todo ello comenzó a incomodar a María más de lo que quería admitir. Nunca había imaginado sentirse celosa o insegura respecto a Fabián. Después de todo, él era un hombre de fe, alguien que no buscaba este tipo de atención. Y, sin embargo, ahí estaba, observando cómo otra mujer, una periodista del Vaticano, se movía cerca de él con una elegancia y confianza que la hacían sentir vulnerable.

Fabián, siempre astuto, notó el cambio en el semblante de María. Sabía que ella intentaba mantenerse en su papel de secretaria, pero su incomodidad era palpable.

Mientras tanto, en el Canal de Panamá, Julián, Óscar, Anuel, Raúl, Lía y los 20 escuadrones de Oricalco se preparaban para una operación a gran escala. Habían pasado días persiguiendo pistas sobre el dichoso barco que Ragnarok estaba movilizando hacia China, pero hasta ahora, cada esfuerzo había sido en vano.

—Estamos en el límite de tiempo —dijo Julián, observando las coordenadas y rutas trazadas en el mapa del canal—. Si no encontramos ese barco pronto, perderemos la mejor oportunidad para detenerlos.

El ambiente en la operación estaba tenso. Sabían que cada minuto que pasaba sin resultados aumentaba las sospechas del Consejo de Ancianos Vampíricos y el Vaticano. Si la Purga no mostraba avances, podrían perder su posición de fuerza. Vambertoken, el archiconde de Purga, mantenía sus operaciones en secreto, moviéndose en las sombras sin que nadie supiera exactamente dónde estaba. Pero sin sus mejores agentes presentes —como Fabián y Drex—, el equipo sentía que la situación se volvía insostenible.

—No podemos fallar aquí —dijo Lía, con el ceño fruncido mientras ajustaba su equipo—. Si no logramos algo pronto, el Consejo comenzará a sospechar que estamos perdiendo el control.

La periodista finalmente terminó su entrevista, claramente desinteresada en lo que Fabián tenía que ofrecer. Había tomado algunas notas, pero era evidente que no pensaba incluirlo seriamente como candidato a la condecoración. Cuando se marchó, el alivio en la habitación fue palpable.

María y Fabián se miraron en silencio por unos momentos antes de que María dejara escapar un suspiro.

—No sé cómo soportaste eso —dijo María, todavía afectada por la presencia de la periodista—. Claramente no tiene ningún interés en darte ese premio.

—No lo quiero —respondió Fabián con una sonrisa ladeada—. Pero tenía que jugar el papel. Que ella piense que estoy de acuerdo con todo solo la aleja más de nosotros.

A pesar de la tensión que había sentido durante la entrevista, Fabián había manejado la situación de manera brillante, como siempre. Sabía cómo evitar el foco de atención y cómo esquivar problemas mayores.

Pero María no podía ignorar el malestar que sentía al ver a la periodista tan cerca de él. La inseguridad no era algo a lo que estuviera acostumbrada, y la incomodidad que le había producido la situación la había tomado por sorpresa.

—No tienes que preocuparte por ella —le dijo Fabián, al notar su incomodidad—. Sabes lo que somos, y nada va a cambiar eso.

María asintió, pero las emociones la seguían abrumando. Se sentía vulnerable, algo que no solía experimentar.

Después de pasar tiempo a solas con Fabián, María sintió la necesidad de ver a su hermana. Tatiana estaba completamente destruida, consumida por el dolor. Drex llevaba más de una semana atrapado en ese estado, y cada día que pasaba, Tatiana se hundía más en la desesperación.

Cuando María llegó al claro donde Tatiana vigilaba a Drex, la encontró sentada en el suelo, con la mirada perdida. Era difícil ver a su hermana así, tan fuerte por fuera pero tan frágil en ese momento.

—Tatiana… —comenzó María, sentándose a su lado—. ¿Cómo estás?

Tatiana no respondió de inmediato. Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño y el llanto contenido, seguían fijos en el cuerpo de Drex. Finalmente, habló en un susurro.

—No puedo más, María… siento que lo estoy perdiendo. Cada día que pasa, es como si una parte de mí desapareciera con él.

María se acercó más, tomando la mano de su hermana con fuerza. Sabía que no había palabras que pudieran calmar el dolor que Tatiana sentía, pero podía estar allí, con ella.

—No estás sola —le dijo en voz baja—. Estoy aquí contigo.

Tatiana asintió, aunque el vacío en sus ojos no desaparecía. La conexión entre ambas era profunda, y aunque María sabía que su hermana estaba destrozada, se juró que no la dejaría caer.

Ambas hermanas, consumidas por sus propias luchas, compartieron un momento de silencio en el claro, sintiendo el peso de la situación, pero encontrando un mínimo consuelo en su mutua presencia.

La noche había caído por completo, envolviendo el claro en una penumbra casi silenciosa. Tatiana estaba sentada junto a Drex, su mirada perdida en su rostro inmóvil. El viento frío hacía que las hojas susurraran suavemente, pero para ella, todo sonido parecía lejano, como si el mundo a su alrededor se desvaneciera.

—No va a despertar, María —dijo Tatiana, su voz quebrada por el cansancio y el dolor—. Lo he perdido.

María, que permanecía cerca, la observaba con compasión, pero sin perder la serenidad que le daba su clarividencia. Sabía lo que su hermana estaba pasando, pero lo que Tatiana no podía ver, María lo había visto. Su visión del futuro, ahora más fuerte que nunca desde que había encontrado el amor con Fabián, le mostraba con claridad lo que ocurriría en los próximos minutos.

Drex iba a despertar.

Sin embargo, María no interrumpió el dolor de su hermana. Sabía que Tatiana necesitaba este momento, este espacio para procesar lo que sentía antes de que las cosas cambiaran.

—No te apresures, Tatiana —dijo María en voz baja, su tono cálido y sereno—. No pienses en lo que va a pasar, solo siéntelo.

Tatiana apretó los labios, cerrando los ojos con fuerza. El dolor en su pecho era tan agudo que casi la dejaba sin aliento. Durante más de una semana, había visto cómo Drex permanecía atrapado en ese estado, y con cada día que pasaba, la esperanza de que regresara se desvanecía un poco más.

—Lo extraño tanto —susurró Tatiana, apenas capaz de contener las lágrimas—. No sé cómo seguir sin él. Y no sé si quiero hacerlo.

María la escuchaba en silencio, dándole espacio para expresar cada uno de sus miedos. Ella sabía lo que venía, pero también entendía que Tatiana necesitaba liberar toda esa angustia antes de enfrentarse a lo inevitable.

—Tienes que prepararte, Tati —le dijo con suavidad, usando ese diminutivo tan raro y reservado para los momentos más íntimos—. No te he contado esto porque sé que necesitas procesar lo que sientes… pero Drex va a volver. He visto que despierta.

Tatiana abrió los ojos de golpe, sus pupilas llenas de incredulidad.

—¿Qué? —preguntó en un murmullo casi desesperado.

María asintió, su rostro aún sereno.

—He visto el futuro. No mucho, apenas unos minutos. Pero él va a despertar, Tatiana. Y quiero que estés lista cuando lo haga.

Por un momento, el corazón de Tatiana dio un vuelco, una chispa de esperanza encendiéndose en su interior. Pero esa chispa trajo consigo un torrente de emociones que no pudo contener. Sabía que debía estar feliz, pero la realidad de todo lo que había sentido en la última semana, todo el dolor, la culpa, el miedo… todo seguía allí, latente.

María se levantó suavemente, dejando a Tatiana sola junto a Drex. Sabía que lo que venía ahora era un momento que Tatiana necesitaba vivir por sí misma.

Tatiana se quedó mirando el rostro inmóvil de Drex, sus facciones endurecidas por la lucha interna que estaba librando. Ella quería creerle a María, quería aferrarse a esa visión. Pero algo dentro de ella estaba roto. Había pasado tanto tiempo sumida en la desesperación que ya no sabía cómo sentir otra cosa.

Cerró los ojos y dejó que sus pensamientos la inundaran.

“Si realmente despierta… ¿cómo lo enfrentaré?” Tatiana se preguntaba a sí misma, sintiendo el peso de su culpa aplastarla de nuevo. “Lo último que le dije fue tan cruel, tan innecesario. ¿Qué pensará de mí cuando despierte? ¿Y si me culpa? ¿Y si nunca puede perdonarme?”

Las imágenes de la discusión volvieron a su mente con una claridad abrumadora. La forma en que ambos se habían herido, empujándose mutuamente a un abismo del que parecía no haber regreso. Las palabras que había dicho sobre Carolina, sobre el tótem… eran palabras que ahora se sentían huecas, insignificantes. Pero el daño ya estaba hecho.

“Lo he arruinado todo,” pensó, mientras las lágrimas finalmente caían, calientes y silenciosas. “Y ahora, si vuelve, no sé si seremos los mismos.”

Tatiana se dio cuenta de que tenía miedo, no solo de perder a Drex, sino de lo que encontraría cuando él regresara. ¿Podrían volver a ser como antes? ¿Podrían reparar lo que había sido roto? El dolor de la incertidumbre la atravesaba, y durante ese tiempo, solo pudo sentarse y esperar, perdida en sus propios pensamientos.

“Si despierta…” pensó, “tendré que ser fuerte. Tendré que enfrentar todo lo que siento y lo que he hecho. No puedo huir de esto.”

El tiempo parecía alargarse infinitamente. Tatiana sentía que había estado esperando toda una vida, en ese momento, junto al cuerpo inmóvil de Drex. Su corazón latía con fuerza, un torbellino de emociones que no sabía cómo controlar.

Y entonces, lo sintió.

Un pequeño movimiento. Apenas un ligero temblor en la mano de Drex, pero suficiente para hacer que el mundo de Tatiana se detuviera. Se quedó congelada, sus ojos fijos en esa mano, como si todo lo demás a su alrededor hubiera desaparecido.

—Drex… —susurró, su voz temblando con una mezcla de miedo y esperanza.

El temblor se convirtió en un movimiento más definido, y lentamente, los ojos de Drex comenzaron a abrirse. Tatiana apenas podía respirar. Las lágrimas que había estado conteniendo durante tanto tiempo brotaron con fuerza, y antes de que pudiera detenerse, se lanzó hacia él, abrazándolo con toda la desesperación acumulada de los días pasados.

—Estás aquí… —sollozó, su voz quebrándose—. Estás aquí…

Drex, aún desorientado, levantó una mano para acariciar suavemente el rostro de Tatiana, intentando comprender lo que estaba sucediendo. Sus cuerpos se encontraron, y en ese instante, todo el dolor, la culpa y la desesperación de Tatiana se desbordaron. No hubo palabras en ese momento, solo la fuerza del contacto, el alivio de saber que Drex había vuelto.

No necesitaban decirse nada. Ambos sabían lo que significaba ese momento. El beso que siguió fue suave, casi tímido al principio, pero cargado de toda la emoción contenida que ambos habían sentido durante esos días de separación. Se aferraron el uno al otro, como si temieran que la realidad los arrancara de nuevo, que este momento pudiera desvanecerse como un sueño.

Tatiana dejó escapar un gemido ahogado, sus lágrimas cayendo sobre el pecho de Drex, mientras él la sostenía con fuerza, sintiendo el peso del mundo sobre ambos, pero al mismo tiempo, el alivio de que aún estaban juntos.

Habían atravesado el abismo, y aunque sabían que todavía había mucho que resolver, en ese momento, todo lo que importaba era que habían vuelto a encontrarse.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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