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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 128.

El Viaje Interior de Drex.

Cuatro días habían pasado desde que el ritual había comenzado. El claro, donde se encontraban los sellos mágicos dispuestos por Vambertoken y el padre de Auxplex, estaba envuelto en un silencio ominoso. Dentro del círculo protector, en el centro mismo del ritual, Drex yacía inmóvil, en lo que parecía una meditación profunda. Sin embargo, los que sabían lo que realmente sucedía comprendían que Drex no estaba en paz, sino en una lucha feroz por su vida y su alma.

El tótem, siempre un símbolo de poder descontrolado, reposaba junto a Drex, rodeado por el collar de cinco capas y las cinco esmeraldas que debían sellar el poder de la bestia interior. El ritual era complejo y extremadamente peligroso. Drex debía enfrentar a la bestia que lo habitaba cinco veces, una por cada gema que usarían para regular el poder del tótem. Cualquier error, cualquier duda o flaqueza en su viaje interior, y Drex podría convertirse en uno de los devorados, criaturas que habían perdido el control sobre su ser y ahora eran meras bestias. Peor aún, Drex podría quedar atrapado eternamente en esa profunda meditación, consumido para siempre por la oscuridad.

Tatiana, al borde del círculo, no había dejado de vigilar a Drex ni un solo segundo desde que había comenzado el ritual. Pero la vigilia la estaba destruyendo por dentro. Sentía un dolor insoportable, y la culpa la consumía. La discusión que había tenido con Drex justo antes de que él se sumergiera en el ritual la atormentaba sin tregua.

Habían discutido por Carolina. Tatiana había tocado el tema del tótem, y Drex, con su habitual frialdad cuando algo lo hería, había reaccionado de manera dura. Tatiana, atrapada en su orgullo, le había respondido de la misma manera. Ahora, el temor de que aquellas duras palabras fueran lo último que Drex recordara antes de adentrarse en su viaje espiritual la estaba aplastando. Sentía que había perdido a Drex, y aún peor, que lo había perdido en medio de un estúpido malentendido. Cada vez que sus pensamientos regresaban a esa pelea, su corazón se rompía un poco más.

Sentada junto al círculo protector, Tatiana tenía la mirada perdida en el vacío. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero no caían. Estaba agotada física y emocionalmente, pero no podía permitirse descansar. Sentía que si cerraba los ojos, si se distraía aunque fuera un segundo, Drex podría no regresar.

Tatiana no podía apartar la mirada del cuerpo inmóvil de Drex, atrapado en su introspección, luchando por su vida y su alma. Cada minuto que pasaba la hundía más en la desesperación, y el peso de su culpa se volvía insoportable. Las palabras de la discusión que había tenido con él antes de que comenzara el ritual seguían resonando en su mente, como un eco doloroso que la atormentaba sin tregua.

Se sentía rota. ¿Y si Drex no volvía? Y peor aún: ¿Y si lo último que recordara de ella fuera su enojo y sus duras palabras sobre Carolina y el tótem? Las lágrimas luchaban por salir, pero Tatiana las mantenía contenidas, aferrándose al dolor como un castigo que sentía que merecía.

 

La Inminente Amenaza para Fabián y María.

Mientras Tatiana lidiaba con su tormento personal, María intentaba controlar su propio miedo. El inminente encuentro con la periodista del Vaticano la mantenía en un estado de ansiedad constante. La recomendación del Cardenal para condecorar a Fabián había puesto un foco de atención no deseado sobre ellos, y María no podía dejar de pensar en las terribles consecuencias si se descubrían sus secretos.

Si la periodista llegaba a sospechar algo sobre su relación clandestina con Fabián, todo lo que habían construido se vendría abajo. Sabían que tanto el Vaticano como la Purga, e incluso el Consejo de Ancianos Vampiros, no serían indulgentes si descubrían que Fabián y María no eran solo colegas, sino amantes.

María se sentía como si estuviera caminando sobre una cuerda floja, a punto de caer. La condecoración, que debía ser un honor, era una amenaza. Sabía que cualquier error durante la entrevista podría exponerlos, no solo a ellos, sino a todos los que estaban conectados con ellos.

—No sé cómo vamos a salir de esto —dijo María en voz baja, su tono cargado de temor, mientras miraba a Fabián—. Si esa periodista se entera de lo nuestro…

Fabián, siempre calmado en apariencia, tenía una mirada sombría. Él también entendía la gravedad de la situación. Sabía que el Vaticano estaba analizando cada detalle de su vida, y cualquier inconsistencia, cualquier pista de que no era quien ellos creían, podría arruinarlo todo.

—Fingiremos —dijo Fabián, intentando sonar confiado, aunque sabía que la situación era crítica—. Tú serás mi secretaria. Nadie sospechará nada.

Pero María no estaba tan segura. Podía sentir que las paredes se cerraban a su alrededor. Cada día que pasaba, cada paso que daban hacia la entrevista, aumentaba el riesgo de que su relación quedara al descubierto.

Mientras tanto, la Purga debía mantener la apariencia de estar a la ofensiva. Aunque sus mejores agentes —Drex, Tatiana, Fabián y María— estaban fuera de combate, luchando en sus propias batallas, la organización no podía permitirse mostrar signos de debilidad. Si el Consejo de Ancianos Vampiros o el Vaticano percibían que la Purga estaba perdiendo terreno contra Ragnarok, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Julián, Lía, Óscar, Anael y Raúl se encargaban de los operativos en el Canal de Panamá, persiguiendo un buque cargado de objetos mágicos que Ragnarok estaba enviando hacia China. El éxito de esta misión era crucial no solo para detener a Ragnarok, sino para demostrar que la Purga aún mantenía el control.

—No podemos permitir que el buque cruce las aguas —dijo Julián, observando los mapas que mostraban las rutas del canal—. Si esos objetos llegan a manos de Ragnarok, la balanza se inclinará peligrosamente a su favor.

Lía asintió, su expresión grave. Sabía que estaban bajo una enorme presión. No solo tenían que detener a Ragnarok, sino que debían hacerlo mientras sus aliados más poderosos estaban ausentes.

—El Consejo de Ancianos ya está sospechando —añadió Óscar—. Si perciben debilidad en nuestra ofensiva, podríamos perder su apoyo.

Los operativos en el Canal de Panamá eran peligrosos, pero no había margen para el error. Si fracasaban, no solo estarían permitiendo que Ragnarok aumentara su poder, sino que pondrían en peligro la reputación de la Purga ante los ojos del Vaticano y del Consejo Vampírico.

Al final del día, Fabián y María se sentaron juntos, lejos del claro donde Tatiana seguía vigilando a Drex. Había un silencio tenso entre ellos, pero ambos sabían que era hora de enfrentar la realidad de la situación.

—No podemos permitirnos errores —dijo Fabián, con la mandíbula apretada—. Si esa periodista sospecha algo, todo se vendrá abajo.

María, que había estado intentando mantener una fachada tranquila, no pudo evitar soltar un suspiro tembloroso.

—Lo sé —respondió en un susurro—. No estamos preparados para esto. Si nos descubren…

—No nos descubrirán —la interrumpió Fabián, tomando su mano con firmeza—. Fingiremos. Yo seré el agente perfecto del Vaticano, y tú serás mi secretaria.

María forzó una sonrisa, aunque el miedo no la abandonaba.

—Si tan solo fuera así de simple…

Fabián la miró a los ojos, su seriedad inquebrantable.

—Haremos que lo sea. No tenemos otra opción.

María asintió, sabiendo que Fabián tenía razón. Pero el miedo a ser descubiertos seguía aferrado a su pecho, recordándole que un solo paso en falso podría destruir todo lo que habían intentado construir.

Mientras tanto, María, quien había observado a su hermana en silencio durante gran parte de la tarde, decidió acercarse cuando la noche cayó completamente. Sabía que Tatiana no había dormido, que no había comido, y que cada segundo sin noticias de Drex la estaba destrozando más.

María se sentó junto a ella, dejando que el silencio reinara por unos momentos antes de hablar. Sabía que su hermana no necesitaba promesas vacías, pero tampoco podía dejarla sola en su dolor.

—Tatiana, no puedes seguir así —dijo suavemente, evitando cualquier tono de reproche. Sabía que cualquier cosa que dijera podría ser una chispa que encendiera una reacción más intensa.

Tatiana no respondió de inmediato. Sus ojos, enrojecidos por las noches sin dormir, seguían fijos en Drex, como si el simple hecho de mirar pudiera traerlo de vuelta.

—Lo arruiné, María —susurró finalmente, con la voz quebrada—. Lo empujé… Y si no vuelve… Si no vuelve, lo último que habrá escuchado de mí será esa maldita pelea.

María sintió un nudo en la garganta al escucharla. Ver a Tatiana así, tan vulnerable y consumida por la culpa, la devastaba. Sabía lo mucho que Drex significaba para ella, y cómo esta incertidumbre estaba desgarrándola por dentro.

—No puedes pensar así —respondió María, con un tono firme pero lleno de cariño—. Sabes lo que acordamos. No más secretos entre nosotras. Y lo que ocurrió con Drex… cuando despierte, lo entenderá. No eres perfecta, y él lo sabe.

Tatiana giró lentamente la cabeza para mirar a María, sus ojos llenos de una desesperación que pocas veces había dejado ver.

—¿Y si no despierta? —susurró—. ¿Y si nunca tengo la oportunidad de arreglar las cosas?

La pregunta, cargada de miedo y angustia, flotó en el aire. María tragó saliva, sintiendo el peso de las emociones de su hermana como si fueran las suyas propias. Sabía que no había garantía de que Drex saliera de ese ritual ileso, pero no podía permitir que Tatiana se desmoronara antes de tiempo.

—Escucha… —dijo María, tomando la mano de su hermana—. No sabemos qué va a pasar, pero no estás sola en esto. Estamos juntas, como siempre hemos estado. Y cuando Drex despierte, porque lo hará, tendrás la oportunidad de hablar con él, de explicarle todo. Él no te odia, Tatiana. Lo sabes.

Tatiana apretó la mano de su hermana, recordando los momentos difíciles que habían enfrentado juntas. Desde niñas, siempre habían prometido estar la una para la otra, incluso cuando las circunstancias las empujaban en direcciones opuestas.

—Lo sé… pero es difícil. Cada minuto que pasa siento que lo pierdo más.

María asintió, comprendiendo el dolor de Tatiana, pero sabiendo que su hermana era más fuerte de lo que se daba crédito.

—Eres más fuerte de lo que crees —dijo María, en un tono que dejaba entrever la hermana mayor protectora—. No te vas a derrumbar ahora. Drex necesita que seas fuerte, y yo también.

Tatiana respiró hondo, intentando estabilizarse. No estaba segura de si podría soportar la incertidumbre, pero con María a su lado, sentía que, al menos por ahora, no estaba completamente sola en el abismo que la consumía.

La noche siguió su curso, y ambas hermanas permanecieron sentadas juntas, en un silencio que no necesitaba más palabras. Sabían que el amanecer traería nuevas respuestas, pero mientras tanto, se tenían la una a la otra, como siempre lo habían hecho.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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