El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 126.
Vuelta a la Purga.
Las sombras de la purga seguían creciendo, devorando todo lo que tocaban con una intensidad imparable. Para María y Fabián, el breve respiro que habían tenido tras su regreso de México se sentía casi irreal, como un espejismo en medio de un desierto de incertidumbre. El tótem, que ahora controlaba gran parte de su destino, seguía haciendo su labor, aunque ellos apenas podían percibir su verdadera influencia. Lo único que parecía cierto era que ese momento de calma no duraría mucho tiempo.
De vuelta en Panamá, la situación se tensaba más con cada hora que pasaba. Drex y Tatiana habían vuelto también, cada uno con sus propios demonios internos y externos a los que hacer frente. En el caso de Drex, la maldición del tótem empezaba a consumirlo poco a poco, aunque él, en su naturaleza de lobo solitario, intentaba mantener las apariencias. Tatiana, por su parte, sentía el mismo llamado oscuro. El tótem no discriminaba, y su poder antiguo tenía la capacidad de corroer incluso a los más fuertes, como ellos.
Pero mientras Drex y Tatiana luchaban con los efectos del tótem, Vambertoken continuaba su purga sin pausa. El vampiro no mostraba señales de debilidad ni de compasión; su plan seguía siendo ejecutado con precisión quirúrgica, y cada nuevo paso lo acercaba más a su objetivo. Ahora, con los prisioneros de Ragnarok en su poder, estaba a punto de iniciar los interrogatorios, y María jugaba un papel fundamental en esa parte del proceso.
María, la clarividente más poderosa de Latinoamérica, había logrado ofrecerle a Vambertoken visiones que le daban una ventaja estratégica incalculable. Con cada revelación, los movimientos del vampiro se volvían más calculados y eficientes. Ella había ayudado a capturar a esos diez prisioneros, quienes ahora estaban a punto de ser sometidos al interrogatorio. Vambertoken confiaba plenamente en las habilidades de María y la veía como una herramienta indispensable en sus planes de purga. Era consciente de que, sin ella, las probabilidades de éxito disminuirían considerablemente.
Fabián, por su parte, estaba envuelto en una encrucijada. Aunque trabajaba para Vambertoken desde que este había sido nombrado Archiconde Colombia casi un año atrás, había momentos en que se preguntaba si el vampiro había planeado todo desde el principio, desde la primera vez que sus caminos se cruzaron. Ahora, más que nunca, se daba cuenta de que había entrado en un juego del que no podía escapar.
Mientras Fabián reflexionaba sobre su situación, sabía que su amor por María era tanto una bendición como una maldición. Aunque la relación entre ellos era profunda, representaba un riesgo enorme. Si el Vaticano llegaba a descubrir su relación, todo el delicado plan de Vambertoken podría desmoronarse. Y, peor aún, Fabián sabía que el Vaticano lo castigaría de una manera mucho peor que cualquier otra traición imaginable.
No podían permitirse errores. No podían permitirse ser descuidados. Habían logrado evitar ser detectados hasta ahora, pero Fabián sabía que cada vez sería más difícil ocultar su relación con María. Después de todo, en las calles de México, donde Fabián había crecido, su rostro era bien conocido. Un solo desliz, una caricia o un beso en el momento equivocado, y todo podría venirse abajo. Tenían suerte de que no hubiera pasado nada… aún.
Pero la sombra del peligro no se limitaba a ellos. Óscar y Lía también estaban en la mira después del ataque a la segunda base descubierta de Ragnarok en Panamá. Aunque habían sobrevivido, la tensión entre ellos y el resto del equipo era palpable. Lía había comenzado a recuperar la cercanía con Óscar después de descubrir que él había sido parte de la Muerte Plata, una revelación que había puesto su relación en una cuerda floja. Sin embargo, ambos sabían que no podían permitirse distracciones en ese momento.
Vambertoken tenía planes para Óscar, y había solicitado que lo acompañara durante los interrogatorios de los prisioneros. El vampiro planeaba usar la historia de Óscar como una advertencia. Óscar, un antiguo vampiro de la Muerte Plata, había sido capturado por Vambertoken y llevado al Vaticano, donde fue “desconvertido” en un proceso horriblemente doloroso. Después, Vambertoken lo había vuelto a transformar en vampiro como parte de su complejo plan.
Vambertoken sabía que su presencia sería clave para hacer hablar a los prisioneros. Les mostraría lo que había sufrido Óscar, y eso sería suficiente para quebrar cualquier voluntad que les quedara. Nadie quería sufrir el mismo destino que Óscar. El terror que inspiraba Vambertoken era tal que todos acabarían confesando. El vampiro conseguía siempre lo que deseaba.
Mientras tanto, Julián observaba la situación con creciente preocupación. Aunque apoyaba la relación entre Fabián y María, sabía que no podían permitirse el lujo de cometer errores. Un solo desliz por parte de Fabián podría arruinar todo lo que habían trabajado para construir. Julián lo sabía, y también sabía que, si Vambertoken caía, todos ellos caerían con él.
Cuando Julián finalmente confrontó a Fabián sobre su comportamiento, sus palabras fueron claras y severas. Le dijo que, aunque estaba de acuerdo con su relación con María y lo apoyaría en todo, Fabián no podía permitir que sus sentimientos personales interfirieran con los planes de Vambertoken. Si algo salía mal, las consecuencias serían devastadoras para todos.
Fabián, aunque dolido por las palabras de Julián, sabía que tenía razón. No podían permitirse errores. No podían fallar. Porque si Vambertoken caía, todo el equipo caería con él, y el Vaticano no mostraría piedad.
En ese momento, Fabián se dio cuenta de la magnitud de lo que estaba en juego. No se trataba solo de su amor por María o de su lealtad a Vambertoken. Se trataba de su supervivencia y la de todos los que estaban involucrados en la purga. Sabía que debía ser más cuidadoso, más astuto, si quería salir con vida de esa situación.
El Interrogatorio de Vambertoken.
La sala de interrogatorios en el subterráneo de la base de la purga en Panamá estaba iluminada solo por la tenue luz de unas lámparas que colgaban del techo, creando sombras alargadas que parecían moverse con vida propia. Las paredes, de concreto frío y gris, reflejaban el eco de los pasos lentos y calculados de Vambertoken mientras se movía por la sala. Frente a él, encadenados a sillas de metal, se encontraban los diez prisioneros de Ragnarok, con los rostros tensos y los cuerpos claramente debilitados tras varios días de encierro.
Óscar se encontraba a su lado, de pie, silencioso, pero la sola presencia de su figura irradiaba una especie de terror silencioso entre los prisioneros. No había necesidad de palabras. La historia de lo que había ocurrido con Óscar, lo que había sufrido bajo las órdenes de Vambertoken, ya había llegado a los oídos de muchos. Su tortura en el Vaticano, su transformación y luego des transformación, se habían convertido en una advertencia que pocos podían ignorar.
Los prisioneros, que hasta hace poco eran soldados leales a Ragnarok, mantenían sus miradas fijas en el suelo, incapaces de enfrentarse a la fría y calculadora mirada de Vambertoken. Sabían que este no era un simple interrogatorio. Sabían que aquí, lo que estaba en juego era mucho más que sus vidas. El vampiro tenía un propósito, y no se detendría ante nada para conseguir lo que quería.
—Es curioso —dijo Vambertoken, su voz resonando en la sala con una calma que solo añadía más tensión—, cómo algunos de ustedes aún creen que pueden proteger secretos en una situación como esta.
Hizo una pausa, caminando lentamente frente a cada uno de los prisioneros, sus ojos brillando con un destello peligroso.
—Saben quién es él, ¿verdad? —dijo, señalando a Óscar con un movimiento lento de su mano—. Óscar, antiguo miembro de la Muerte Plata. Un vampiro leal a su causa… hasta que decidí usarlo como ejemplo de lo que ocurre cuando alguien se resiste a colaborar.
Los prisioneros no respondieron, pero sus miradas furtivas hacia Óscar traicionaban su temor. El ambiente en la sala se volvió aún más denso cuando Vambertoken se inclinó hacia uno de ellos, un hombre de rostro demacrado y ojos hundidos, y habló en un susurro que parecía resonar en cada rincón.
—Te lo enseñaré. Te mostraré lo que le hice… y lo que estoy dispuesto a hacerte.
Vambertoken se giró hacia Óscar, quien permaneció impasible. El vampiro dio un paso atrás, permitiendo que Óscar avanzara. Aunque no decía nada, la historia de su sufrimiento estaba escrita en cada línea de su rostro, en cada movimiento de su cuerpo. Se había convertido en una advertencia viviente, un recordatorio de que el destino de los prisioneros estaba en manos de Vambertoken.
—Ellos no tienen que pasar por lo que tú pasaste —dijo Vambertoken, dirigiéndose a Óscar como si los prisioneros no estuvieran presentes—. Pero eso depende de ellos.
Óscar, en silencio, asintió levemente, su mirada fija en el suelo. A pesar de haber vuelto a la vida como vampiro, los recuerdos de su tiempo en el Vaticano, siendo desconvertido, permanecían frescos. El dolor, el miedo, la desesperación… todo estaba allí, escondido en lo más profundo de su ser. Y ahora, Vambertoken utilizaba esos recuerdos para manipular a los prisioneros.
—Ustedes no son héroes —continuó Vambertoken, ahora dirigiéndose directamente a los prisioneros—. No hay honor en morir por Ragnarok. Sus líderes ya están muertos o escondidos. Todo lo que les queda es confesar y evitar que sus vidas se conviertan en una pesadilla peor de la que ya han vivido.
El silencio se hizo aún más palpable. Los prisioneros se removieron en sus asientos, algunos murmurando entre sí en voz baja. Vambertoken observaba con la paciencia de un depredador que sabía que su presa estaba a punto de ceder.
Finalmente, uno de los prisioneros, un hombre joven con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, levantó la cabeza. El sudor le perlaba la frente, y su voz temblaba cuando habló.
—No… no quiero pasar por eso —dijo, tragando saliva mientras dirigía una mirada temerosa a Óscar—. Haré lo que sea… solo por favor… no… no me hagas eso.
La confesión fue como una represa que se rompe. Uno a uno, los prisioneros comenzaron a hablar, sus voces atropelladas y llenas de miedo. Algunos lloraban, otros simplemente murmuraban nombres y lugares en un intento desesperado de evitar el destino que temían. El terror de convertirse en el siguiente “ejemplo” era demasiado para ellos.
Vambertoken observó todo con una leve sonrisa de satisfacción. Sabía que el miedo era su mejor arma, y lo había utilizado a la perfección. Con cada palabra que los prisioneros confesaban, el plan de Ragnarok se desmoronaba aún más, y la purga de Vambertoken se acercaba a su culminación.
—Anoten todo —ordenó Vambertoken a uno de los guardias cercanos—. Quiero cada detalle, cada nombre, cada ubicación. No dejaremos ningún cabo suelto.
Mientras los prisioneros continuaban confesando, Vambertoken se acercó a Óscar, su voz apenas un susurro.
—Has hecho bien —dijo, posando una mano en el hombro del vampiro—. Tu sufrimiento no ha sido en vano. Gracias a ti, pronto pondremos fin a esta guerra.
Óscar asintió, aunque en su interior el peso de su historia seguía presente. Sabía que, aunque su sacrificio había servido a los propósitos de Vambertoken, las cicatrices que llevaba, tanto físicas como emocionales, nunca desaparecerían por completo.
La Advertencia de Julián a Fabián.
Mientras todo esto ocurría en el subterráneo, en otro rincón de la base, Julián caminaba junto a Fabián, sus pasos rápidos y nerviosos mientras ambos se dirigían a una sala privada para hablar en confianza. La preocupación en el rostro de Julián era evidente, y Fabián, aunque sabía de qué se trataba la conversación, no estaba preparado para lo que iba a escuchar.
—Fabián —dijo Julián en cuanto estuvieron a solas—, tenemos que hablar en serio. Esto no es solo sobre ti y María. Es sobre lo que está en juego aquí.
Fabián lo miró, su expresión tensa. Sabía que Julián lo apoyaba, pero también sabía que no podía ignorar la realidad de su situación.
—Sé que lo que tienes con María es importante, y te apoyo —continuó Julián—, pero no puedes permitirte ningún error. Vambertoken lo ha planificado todo con precisión, y si caemos, todo caerá con nosotros. Si el Vaticano se entera de tu relación, si Vambertoken es traicionado… no solo tú, sino todos nosotros caeremos.
Fabián sintió un nudo en el estómago. Había estado tratando de ignorar esa posibilidad, pero ahora, frente a Julián, no podía evitar sentir el peso de sus palabras.
—Sé que es difícil —dijo Julián, suavizando su tono—, pero tienes que ser más cuidadoso. No solo por ti, sino por todos los que estamos involucrados en esto. No podemos fallar.
Fabián asintió, sin palabras. Sabía que Julián tenía razón. Su amor por María era real, pero también era un riesgo que no podía permitirse tomar a la ligera.
—Haré lo que sea necesario —dijo Fabián finalmente, su voz apenas un susurro—. No quiero poner en peligro todo por un error.
Julián le dio una palmada en el hombro, su expresión llena de comprensión.
—Lo sé —respondió—. Solo ten cuidado. No podemos permitirnos más errores.
Fabián asintió nuevamente, y en su interior, la determinación de proteger a María y de asegurar que los planes de Vambertoken se cumplieran sin fallos creció aún más fuerte. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que no fallaran.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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