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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 114.

La Verdad que Nos Consume.

El aire en la sede de la Purga estaba cargado de tensión, una especie de densidad invisible que parecía hacer que todo fuera más pesado, más oscuro. Las sombras de las ruinas del antiguo colegio de nigromancia en Panamá eran largas y profundas, pero lo que realmente oscurecía el lugar eran las mentiras y los secretos que se habían tejido entre los miembros de Oricalco. Y en el centro de todo ese caos estaban María y Tatiana.

Tatiana no era tonta. Sabía que algo estaba pasando con su hermana. Sabía que María estaba utilizando sus habilidades de clarividencia para algo más que la misión de encontrar a Ragnarok. Aunque temía conocer la verdad detrás de esos secretos, había llegado a un punto en el que estaba dispuesta a ignorarlos, siempre y cuando María la ayudara a obtener la información que necesitaban sobre Ragnarok. Todo lo que Tatiana deseaba era poner en marcha el plan de Vambertoken y comenzar cuanto antes el proceso de control del tótem de Drex. Pero para eso, necesitaba a su hermana, la María en la que siempre había confiado.

María acababa de regresar a la sede, habiendo salido en secreto del cuarto de Fabián, escondida bajo el manto de la noche. Se sentía sucia, no por lo que había pasado entre ellos, sino por el peso de las mentiras que había estado cargando durante semanas. Mientras caminaba por los pasillos, intentó calmarse, tratando de ignorar la culpa que crecía dentro de ella. Pero al doblar una esquina, se encontró cara a cara con Tatiana.

Tatiana estaba de pie, esperándola. Había estado ahí durante algún tiempo, y cuando sus miradas se encontraron, María supo que no había manera de escapar. No esta vez. No de su hermana.

—María —dijo Tatiana, su voz baja, pero cargada de una intensidad que hizo que el corazón de María se detuviera por un instante—. Tenemos que hablar.

María tragó saliva, sin poder evitar sentir cómo todo su cuerpo temblaba. No era miedo lo que sentía, sino una mezcla de vergüenza y agotamiento. Había estado evitando esta confrontación durante semanas, y ahora el peso de todo lo que había estado ocultando estaba a punto de derrumbarse sobre ella.

—Tatiana, yo… —María intentó encontrar las palabras, pero no pudo. Su voz se quebró antes de poder continuar.

Tatiana no esperó a que su hermana terminara la frase. Se acercó a ella con pasos decididos y, sin decir una palabra, tomó a María del brazo y la guió hacia una sala vacía en el extremo del pasillo. Cerró la puerta detrás de ellas y se quedó de pie, frente a María, con los brazos cruzados. El silencio entre ellas era ensordecedor, cargado de todo lo que no se había dicho.

—Sé que estás escondiendo algo —dijo Tatiana finalmente, su voz temblando de frustración y tristeza—. No soy idiota, María. Sé que no has estado usando tus habilidades para encontrar a Ragnarok. Y sé que tiene que ver con Fabián.

María apretó los labios, sus ojos llenándose de lágrimas. Había temido este momento desde que comenzó su relación clandestina con Fabián, y ahora que Tatiana lo había dicho en voz alta, ya no había forma de negarlo.

—Tatiana, lo siento… —murmuró María, las lágrimas comenzando a correr por su rostro—. No sé cómo llegamos hasta aquí. No sé cómo manejar esto. Todo se ha salido de control.

Tatiana respiró hondo, tratando de mantener la calma, pero su propia angustia estaba empezando a desbordarse.

—María, ¿qué está pasando contigo? —preguntó Tatiana, su voz más suave, pero cargada de dolor—. ¿Cómo es que hemos llegado a este punto? Somos hermanas, siempre lo hemos sido, siempre hemos confiado la una en la otra. Y ahora siento que no te reconozco.

María se derrumbó, sus lágrimas cayendo más rápido de lo que podía contenerlas. Se dejó caer en una silla cercana, cubriéndose el rostro con las manos.

—He estado viéndome con Fabián —admitió, su voz rota por el dolor—. Y lo amo, Tatiana. Lo amo de verdad. No tiene nada que ver con la magia, no tiene nada que ver con lo que hice antes. Esto es real… y eso lo hace peor, porque sé que no debería estar haciendo esto. Sé que está mal, pero no puedo detenerlo.

Tatiana sintió cómo una parte de ella se quebraba al escuchar esas palabras. Sabía que algo andaba mal con su hermana, pero no había imaginado la magnitud del problema.

—¿Cómo llegaste a esto? —preguntó, acercándose a María y arrodillándose frente a ella—. ¿Cómo te dejaste llevar por esto sabiendo el peligro que estamos enfrentando? Ragnarok está allá afuera, Drex se está consumiendo por el tótem, y tú… tú te has alejado de mí. Te has alejado de todo lo que éramos.

María levantó la vista, sus ojos rojos y llenos de arrepentimiento.

—Lo sé, lo sé… —susurró, temblando—. No quise que esto pasara, Tatiana. Pero me siento tan sola… y Fabián me hace sentir que hay algo más allá de esta oscuridad. No puedo perderlo, pero tampoco puedo seguir ocultándoselo a ti. Y eso me está matando.

Tatiana apretó los puños, su corazón palpitando con dolor. Por un momento, quiso gritar, gritarle a su hermana por haber traicionado la confianza que siempre habían compartido. Pero entonces recordó lo que ella misma había estado ocultando.

—Yo tampoco puedo más… —admitió Tatiana, su voz casi inaudible.

María la miró, sorprendida. Tatiana siempre había sido la fuerte, la inquebrantable. Verla así, vulnerable, era algo que María no había esperado.

—Drex está perdiéndose —continuó Tatiana, con las lágrimas ahora brillando en sus propios ojos—. El tótem lo está destruyendo. Cada día que pasa, lo siento más distante, más… consumido. Y yo estoy aquí, incapaz de hacer nada. Lo veo desaparecer poco a poco, y no sé cómo detenerlo. Me siento impotente.

El silencio que siguió fue abrumador, lleno de dolor compartido. Las dos hermanas, que siempre habían sido inseparables, ahora se encontraban enfrentando verdades que nunca pensaron tener que admitir.

—Nos estamos rompiendo, Tatiana —dijo María con un susurro, su voz temblorosa—. Todo lo que éramos, todo lo que hemos construido… está desmoronándose. Pero no puedo enfrentarlo sola. Te necesito. Y sé que tú también me necesitas.

Tatiana asintió, su garganta apretada por la emoción.

—Sí… te necesito —admitió, su voz temblando—. Y necesitamos ser honestas, con nosotras mismas, con Drex, con Fabián. Este juego de mentiras nos va a consumir antes que Ragnarok.

María asintió, sintiendo una mezcla de miedo y alivio. Sabía que lo que venía no sería fácil, pero ya no estaban solas. Habían vuelto a unirse, y juntas, podrían enfrentar lo que sea que viniera.

La noche había caído como un manto pesado sobre las ruinas del antiguo colegio de nigromancia en Panamá. El viento apenas susurraba entre las sombras, mientras el equipo de Oricalco intentaba organizar sus pensamientos y emociones después de días sumidos en incertidumbre. Pero no todos estaban preparados para lo que estaba por venir.

Drex caminaba de regreso hacia la sede, pero algo estaba roto dentro de él. Físicamente, estaba intacto. Ninguna herida visible marcaba su piel, pero el peso emocional de lo que acababa de hacer lo aplastaba. El rostro del joven inocente que había cazado y asesinado seguía grabado en su mente. Y el olor… el olor a sangre fresca e inocente seguía inundando sus sentidos. Cada paso lo hacía más consciente de la bestia que llevaba dentro, una bestia que él creía controlar, pero que ahora se mostraba más salvaje y peligrosa que nunca.

Había intentado detenerse. Había intentado frenar el impulso. Pero el tótem, ese maldito tótem, no lo había dejado. El poder oscuro que residía en su interior, esa conexión con la magia que alguna vez había sido su salvación, ahora era su maldición. Y el precio que estaba pagando era demasiado alto.

Cuando finalmente llegó al edificio, lo que lo recibió no fue el alivio de la familiaridad, sino el sonido ahogado de un llanto. Confundido y agotado, Drex siguió el sonido hasta encontrar la puerta de una sala entreabierta. Cuando empujó suavemente la puerta y entró, lo que vio lo dejó inmóvil.

Tatiana y María estaban allí, juntas, llorando. María, la mejor amiga de Drex, alguien que lo había conocido mucho antes de que él fuera un hombre lobo, mucho antes de que Alexia lo convirtiera en lo que era ahora. Habían compartido tantos momentos, tanto dolor, tanta lucha. Y Tatiana… la mujer a la que amaba, la persona por la que estaba dispuesto a enfrentarse a cualquier oscuridad, incluso a la suya propia.

—¿Qué… qué está pasando? —preguntó Drex, su voz más áspera de lo que esperaba. El sonido de su propia voz lo desconcertó, y supo en ese momento que no estaba preparado para lo que estaba a punto de descubrir.

Tatiana se levantó rápidamente y corrió hacia él. Su rostro estaba cubierto de lágrimas, pero también reflejaba una preocupación y una tristeza que Drex no podía descifrar.

—Drex… —comenzó a decir, pero las palabras se atoraron en su garganta—. No sé por dónde empezar. Todo está tan… mal.

Drex frunció el ceño, confundido y agotado. El cansancio de la cacería, el olor de la sangre inocente que todavía sentía en sus manos, y ahora esto. Su mente se sentía sobrecargada, incapaz de procesar todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

María, que había estado tratando de contener su llanto, se levantó lentamente. Drex la miró, y por un segundo, sintió una ola de emociones que no podía identificar. María, su amiga, estaba claramente destrozada, y eso solo añadió una capa más de peso sobre sus hombros.

—María, ¿qué te pasa? —preguntó Drex, sin poder ocultar la preocupación en su voz—. ¿Estás bien?

María lo miró, y en sus ojos Drex vio un reflejo de la misma culpa y desesperación que él había estado sintiendo. Pero lo que no entendía era por qué. ¿Qué había ocurrido mientras él estaba fuera? ¿Por qué todo parecía estar cayéndose a pedazos?

—No… no estoy bien, Drex —respondió María, su voz temblando—. Y tú tampoco lo estás, ¿verdad?

Drex sintió cómo algo se rompía dentro de él. No. No estaba bien. Nada estaba bien. Desde que había vuelto de la cacería, algo dentro de él había cambiado. Y ahora, estar allí, con las dos personas más importantes de su vida al borde del colapso, solo hacía que todo fuera aún más insoportable.

—No lo estoy —admitió Drex, bajando la cabeza—. No después de lo que pasó esta noche. No después de lo que he hecho.

Tatiana lo miró, su rostro lleno de dolor. Sabía que Drex estaba luchando contra algo que ella no podía ver, pero lo que sí podía sentir era la oscuridad que lo rodeaba. Había notado cómo el tótem lo estaba consumiendo poco a poco, cómo cada cacería lo hacía más distante, más salvaje. Y ahora, al ver la culpa en sus ojos, supo que había llegado a un punto de no retorno.

—¿Qué hiciste, Drex? —preguntó Tatiana en un susurro, temiendo la respuesta.

Drex apretó los puños, incapaz de mirarla a los ojos.

—Maté a alguien. A alguien inocente. No era un monstruo, no era un enemigo. Solo… solo un joven. Y no pude detenerme. El tótem… me obligó. No pude controlarlo.

El silencio que siguió a su confesión fue ensordecedor. María, que había estado luchando con su propia culpa, sintió una punzada en el corazón al escuchar las palabras de Drex. Él también estaba atrapado, consumido por algo que no podía controlar, al igual que ella.

Tatiana, por su parte, sintió cómo su propio corazón se rompía. Había sabido que algo andaba mal con Drex, pero escuchar lo que había hecho, lo que el tótem lo había forzado a hacer, la devastó.

—Drex… —comenzó a decir, pero no pudo continuar. Las lágrimas volvieron a llenar sus ojos.

Drex finalmente levantó la cabeza y las miró a ambas, sintiendo que el peso de sus decisiones y acciones lo aplastaba. Estaba perdiendo a Tatiana, y María, su amiga de toda la vida, también estaba destrozada. Y aunque no sabía exactamente qué estaba ocurriendo entre ellas, sentía que todo se estaba desmoronando.

—No puedo más —admitió Drex, su voz quebrándose—. No puedo seguir haciendo esto. El tótem… me está destruyendo. Y a ustedes también. Todo esto… todo lo que hemos estado ocultando, nos está destruyendo.

Tatiana lo abrazó, sintiendo que el dolor de Drex resonaba con el suyo propio. María se acercó, y las tres almas heridas se encontraron en un abrazo lleno de dolor, pero también de un reconocimiento silencioso: las mentiras que habían sostenido todo este tiempo no podían continuar. Ya no.

—Tenemos que parar —dijo Tatiana finalmente, su voz temblando—. Ya no podemos seguir así. Nos estamos destruyendo. Drex, María, yo… todos estamos siendo consumidos por lo que hemos estado ocultando. Y si no nos enfrentamos a la verdad, no será Ragnarok quien nos destruya. Seremos nosotros mismos.

Drex asintió lentamente. Sabía que Tatiana tenía razón, pero enfrentarse a esa verdad, enfrentarse a lo que había hecho y lo que estaba ocurriendo, lo aterrorizaba.

—No sé cómo hacerlo —dijo en un susurro—. No sé cómo enfrentar todo esto.

Tatiana lo miró a los ojos, su mirada llena de determinación.

—Juntos. Lo haremos juntos.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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