El caos en las ruinas de Pisac era incontrolable. La batalla entre las fuerzas de Oricalco y los vampiros de La Muerte Plata se intensificaba, con cada lado demostrando su poder y habilidades. En el aire, el ambiente estaba cargado de la magia oscura que emanaba de los pilares activados por Vambertoken, y la energía de los rituales seguía envolviendo a todos los combatientes.
Diana, con su velocidad sobrehumana y su destreza en combate, había logrado abrir un flanco en la defensa del líder vampiro que estaba enfrentando Julián. El vampiro, que controlaba a las gárgolas y la magia arcana, se tambaleó cuando Diana irrumpió en la batalla, dándole a Julián el respiro que tanto necesitaba.
—¡Aprovecha el momento! —gritó Diana mientras esquivaba una ráfaga de magia arcana.
Julián, agotado y herido por su prolongada batalla, invocó el resto de su fuerza y fe. Aunque debilitado, canalizó todo lo que le quedaba en un golpe imbuido con el poder de la fe, un ataque directo hacia el corazón de su enemigo. La luz sagrada envolvió su puño y se estrelló contra el vampiro, desgarrando su defensa mágica y debilitándolo lo suficiente como para que Diana pudiera tomar la ofensiva.
El vampiro lanzó un grito de desesperación cuando Diana, en su forma de licántropo, cargó contra él con una velocidad y ferocidad inigualables. Con un movimiento preciso, Diana cortó al vampiro, debilitando su ya frágil cuerpo. Julián, observando que la situación estaba controlada, se dejó caer de rodillas, tomando un momento para recuperar el aliento.
—Gracias, Diana… no hubiera aguantado más —susurró Julián, respirando con dificultad.
Diana, aún en su forma de licántropo, asintió mientras su mirada se enfocaba en los otros combates. Sabía que el tiempo era esencial, y cada segundo perdido podría significar la derrota.
En otro frente, Fabián, María, Óscar, Lía, y Raúl enfrentaban a tres de los líderes de La Muerte Plata. La batalla había sido intensa, pero el combate empezaba a inclinarse a favor de Oricalco.
Uno de los líderes, el Paladín de Sangre, logró asestarle un golpe certero a Raúl, enviándolo volando hacia atrás mientras caía al suelo con un gruñido de dolor. Pero la coordinación entre Fabián, María, y los demás no se vio afectada. María levantó su mano, utilizando su clarividencia para detectar las intenciones del enemigo, mientras Fabián, con su Biblia en mano, lanzó una oración exorcista.
—¡Ad Dominum nostrum Iesum Christum te adiuro! —gritó Fabián, mientras una ola de poder divino se expandía desde él, haciendo retroceder a los enemigos con una fuerza innegable.
El líder que controlaba a los espíritus y espectros se tambaleó ante la santidad del ataque, dándole a Óscar y Lía la oportunidad de lanzarse sobre él. Óscar, con una espada brillante en mano, cortó al vampiro mientras Lía, utilizando sus habilidades de combate y magia, sellaba los ataques espirituales del enemigo.
Con una serie de golpes bien coordinados, lograron abatir a uno de los tres líderes de La Muerte Plata.
—¡Uno menos! —gritó Lía, su voz llena de determinación.
En otro lugar del campo de batalla, Ausplex estaba luchando contra una abominación. El vampiro que enfrentaba estaba completamente consumido por su sed de sangre, transformado en una bestia incontrolable. Los ataques mágicos y espirituales de Ausplex parecían inútiles contra el monstruo.
—¡Es una bestia! —gritó uno de los chamanes peruanos, mientras retrocedía en pánico.
El vampiro, ahora una máquina de matar imparable, se lanzó sobre los chamanes, desgarrando sus gargantas y alimentándose de ellos. Con cada chaman asesinado, el vampiro se volvía más fuerte y más salvaje.
Ausplex hizo todo lo posible por detenerlo, pero incluso con la ayuda de la naturaleza y la magia chamánica, la bestia era imparable.
—¡No podemos con esto! —gritó Ausplex, retrocediendo mientras la bestia devoraba a otro chamán.
La situación era desesperada, y Ausplex sabía que necesitaba ayuda si quería sobrevivir.
Mientras tanto, Vambertoken y Isaías seguían envueltos en una danza mortal. Isaías, el vampiro que Vambertoken creía haber asesinado durante la independencia de Latinoamérica, estaba de pie frente a él, revitalizado por una magia oscura y peligrosa.
—Pensé que habías muerto… —dijo Vambertoken, sus ojos brillando con furia.
Isaías sonrió con desprecio.
—La muerte es solo el principio, querido Vambertoken. Yo he sido traído de vuelta por la magia de Ragnarok. Y ahora, soy más fuerte que nunca.
Vambertoken lanzó un ataque con todo el poder a su disposición, pero Isaías, con su conocimiento de siglos y su experiencia enfrentándose a Vambertoken, logró contrarrestar cada movimiento. La lucha estaba cada vez más equilibrada, y ambos vampiros sabían que el destino de la batalla de Pisac dependía del desenlace de su combate.
Drex, mientras tanto, se encontraba junto a Tatiana, quien yacía herida. Su corazón latía con fuerza, y su mente estaba a punto de colapsar por la desesperación. Sabía que estaban perdiendo la batalla, y la única forma de ganar era recurrir al Totem.
—Tatiana… no hay otra opción. Tenemos que usarlo. Si no lo hacemos, moriremos aquí —dijo Drex, mirando a los ojos de Tatiana.
—No… no quiero que te pase nada de nuevo por ese Tótem , Drex —respondió Tatiana, con lágrimas en los ojos. Sabía que el Tótem representaba un peligro enorme, pero también sabía que no había otra salida.
Finalmente, con la voz temblando, Tatiana asintió.
—Hazlo, Drex. Usa el Tótem … pero por favor, no te pierdas en su poder.
Drex sacó el Tótem de su bolsillo, sintiendo su oscura energía fluyendo a través de él. Podía sentir cómo la bestia dentro de él comenzaba a despertar mientras sujetaba el objeto maldito. Sabía que, al usarlo, se adentraría en un territorio peligroso, pero también sabía que no tenían otra opción.
Activó el Tótem, sintiendo cómo el poder oscuro envolvía su cuerpo, dándole una fuerza y ferocidad inhumanas. Pero también sintió la creciente sed de sangre dentro de él, una sed que era difícil de controlar.
La batalla continuaba a su alrededor, y ahora, con el Tótem en sus manos, Drex estaba listo para enfrentarse a su enemigo final.
La situación en las ruinas de Pisac era crítica. Las fuerzas de Oricalco luchaban con todo lo que tenían, pero el poder de los líderes de La Muerte Plata, junto con sus refuerzos, estaba superando sus defensas. Drex y Tatiana estaban enfrentando a un vampiro maestro en magia de sangre, y ambos se encontraban en clara desventaja. Tatiana ya estaba herida y Drex, aunque había utilizado la poción de alquimia para volver a transformarse en licántropo, estaba comenzando a perder fuerza ante el poder de la magia de su oponente.
Mientras Drex y Tatiana intentaban encontrar una manera de ganar terreno, el vampiro los atacaba con su magia de sangre, debilitándolos lentamente. El tiempo se acababa, y Tatiana, aunque reticente, comenzó a darse cuenta de lo inevitable.
—No podemos derrotarlo así… —murmuró Tatiana, sintiendo la desesperación en cada palabra.
Drex, sabiendo lo que eso significaba, hizo contacto visual con ella. Ambos sabían que el único camino para salir de esta era usar el poder del Tótem, pero el medallón que Tatiana llevaba puesto todavía sellaba ese poder. Si lo rompían, Drex volvería a desatar la furia del Tótem, lo que podría ponerlo nuevamente en peligro, tal como sucedió en la Isla Encanto.
—Rompe el medallón —dijo Drex con una mirada firme, aunque dentro de él sabía que estaba jugando con su vida.
—No… no puedo. No después de lo que pasó la última vez. —Tatiana temblaba, recordando cómo Drex casi murió cuando desató el Tótem en la Isla Encanto.
El vampiro lanzó otro ataque de magia de sangre, y Drex rugió de dolor mientras su cuerpo comenzaba a fallar. Su transformación en licántropo no podía sostenerse por mucho más tiempo. Si no hacía algo, ambos morirían.
—Si no lo haces… moriremos aquí —gruñó Drex, apenas sosteniéndose en pie. Tatiana vaciló por un momento, pero sabía que Drex tenía razón. El Tótem era su única esperanza.
Con un grito desesperado y lágrimas en los ojos, Tatiana sacó el medallón y lo rompió en sus manos. El sello que contenía el poder del Tótem se desintegró, y una onda de energía oscura envolvió a Drex.
Al instante, el poder del Tótem despertó. Las marcas grabadas en el antiguo artefacto comenzaron a brillar con una luz siniestra. Drex sintió la energía fluir a través de él, mucho más fuerte que la primera vez. La bestia dentro de él se despertó completamente, y con ella, la capacidad de invocar las sombras licántropas que lo rodeaban.
Las sombras licántropas surgieron a su alrededor, más numerosas y poderosas que antes. Cada una de ellas era una extensión de la furia, el odio y la sed de sangre de Drex. Estaban allí para destruir todo a su paso.
—¡Ahora veremos quién tiene el verdadero poder! —gruñó Drex, su voz unida a la de las sombras que lo rodeaban.
Las sombras atacaron al vampiro maestro de la magia de sangre desde todos los ángulos, cortándolo y desgarrando su carne con una fuerza abrumadora. El vampiro, desconcertado por el poder que enfrentaba, intentó utilizar su magia de sangre, pero fue inútil. Las sombras no eran seres corpóreos que pudieran ser detenidos por magia convencional.
—¡No… esto no es posible! —gritó el vampiro, viéndose superado.
Drex lanzó su propio ataque, moviéndose con una velocidad y fuerza que el vampiro no pudo seguir. En un último esfuerzo desesperado, el vampiro intentó conjurar una última explosión de magia de sangre, pero fue inútil. Las sombras lo habían atrapado por completo.
Con un rugido final, Drex atravesó el pecho del vampiro, arrancando su corazón con una brutalidad que solo un licántropo desatado podía manifestar. El vampiro maestro de la magia de sangre gritó una última maldición antes de convertirse en cenizas.
Tatiana, que había estado observando, aún sostenía los fragmentos del medallón roto en su mano. Sabía que esto no había terminado. Drex había ganado, pero al costo de desatar el poder completo del Tótem. Ahora, el peligro era otro.
Drex, respirando pesadamente, comenzó a tambalearse. Aunque el vampiro había sido derrotado, Drex podía sentir cómo el Tótem exigía más. Su cuerpo estaba al borde de la destrucción. Tatiana corrió hacia él.
—Drex… —dijo, con miedo en su voz. El Tótem estaba drenando su energía, alimentándose de su sed de sangre y furia.
—Lo sé… —gruñó Drex, volviendo lentamente a su forma humana. Cada transformación le costaba más. El poder del Tótem lo estaba consumiendo desde adentro.
Pero no había tiempo para descansar. A lo lejos, el eco de las brujas gritonas y los nigromantes que reforzaban a La Muerte Plata llenaba el aire. Oricalco, aunque reforzado por Diana y los escorpiones de mercurio, todavía estaba en peligro.
Vambertoken e Isaías continuaban su feroz combate, las ruinas de Pisac temblando ante el poder de ambos vampiros milenarios. Cada golpe que intercambiaban, cada hechizo lanzado, resonaba como truenos en el aire cargado de magia oscura. Isaías, con sus profundos conocimientos de magia prohibida, estaba decidido a ver caer a Vambertoken una vez más, pero esta vez no sería una muerte temporal. Sabía que, si lograba derrotarlo, el camino hacia Paititi estaría asegurado.
El aire alrededor de ambos se volvió espeso con energía arcaica, y la pluma morada de Vambertoken brillaba, un símbolo de su antiguo pacto con los chamanes. Pero Isaías no era ajeno a ese poder; su vínculo con la magia oscura de Ragnarok le permitía mantenerse a la par con su antiguo aliado, a pesar de las heridas que ya mostraba en su cuerpo regenerado.
Isaías, con una sonrisa retorcida, se lanzó hacia Vambertoken, sus manos envueltas en energía de sangre. Al impactar, la fuerza de su golpe hizo que Vambertoken cayera de rodillas, una herida abierta en su costado, la sangre negra corriendo libremente. Pero Vambertoken no se dejaría derrotar tan fácilmente. Se levantó de nuevo, invocando a las sombras, que formaron una barrera protectora a su alrededor.
—Isaías, ya no eres más que un eco de lo que fuiste —gruñó Vambertoken, su voz cargada de desprecio—. Ni siquiera la muerte pudo darte paz.
Isaías soltó una carcajada, su risa reverberando en el aire como el eco de una pesadilla.
—La muerte me enseñó lo que realmente importa —respondió Isaías, su tono gélido—. Y ahora, gracias a Ragnarok, no volveré a caer.
Ambos vampiros chocaron de nuevo, y esta vez, la sangre voló en todas direcciones. Isaías logró herir a Vambertoken en el pecho, pero Vambertoken lo contrarrestó con una estaca espectral que atravesó el costado de Isaías. Ambos gruñeron de dolor, pero ninguno cedió.
La batalla entre ellos se volvía cada vez más brutal. Isaías, con sus poderes de necromancia, invocó espectros que intentaron envolver a Vambertoken. Pero el líder de Oricalco invocó las sombras para disiparlos, mientras continuaba atacando sin piedad.
Los pilares, que habían sido activados, empezaron a pulsar con energía mágica, envolviendo las ruinas con una luz sobrenatural. Aunque ambos sabían que el tiempo se agotaba, ninguno retrocedía.
Isaías, en un último esfuerzo, concentró toda su energía en un ataque devastador, envolviendo su cuerpo en llamas de magia oscura. Se lanzó hacia Vambertoken, dispuesto a acabar con él de una vez por todas. Pero Vambertoken, con una calma gélida, levantó su mano y conjuró una estaca espectral imbuida con el poder de los pilares.
El impacto fue ensordecedor. La estaca atravesó a Isaías, deteniéndolo en seco. Isaías cayó de rodillas, con la mirada llena de odio y sorpresa.
—Siempre fuiste arrogante, Isaías —susurró Vambertoken, su voz suave pero letal—. Y eso te ha condenado.
Isaías, debilitado, trató de levantarse, pero su cuerpo empezaba a desmoronarse. Los lazos de la magia de Ragnarok que lo mantenían con vida comenzaban a deshacerse.
—Ragnarok… nunca me abandonará —murmuró Isaías, mientras su cuerpo se desintegraba lentamente—. No es el final…
Y, con una última exhalación, Isaías desapareció en una nube de polvo y cenizas.
Vambertoken, herido y agotado, observó en silencio cómo los restos de su antiguo aliado se desvanecían en el aire. Sabía que Isaías era solo una pieza en un juego mucho más grande, pero por ahora, la amenaza de La Muerte Plata había sido sofocada.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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