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La batalla en las ruinas de Pisac estaba alcanzando su punto más crítico. Los siete líderes de La Muerte de Plata se desplegaron, atacando con una furia sobrenatural y mostrando todo el poder que habían acumulado a lo largo de los siglos. El cielo seguía resplandeciendo con la energía de los seis pilares activados, pero la apertura hacia Paititi aún no estaba lista. Vambertoken sabía que, a pesar de que estaban ganando terreno, la situación aún pendía de un hilo. Los líderes de La Muerte de Plata no cederían sin antes desatar toda su ira.
Julián, el maestro de la Orden del Vaticano, había estado luchando con todas sus fuerzas. Sin embargo, después de recuperar el sexto pilar, estaba gravemente debilitado. Frente a él, el líder de las gárgolas, un maestro en magia arcana, se preparaba para lanzar su ofensiva final. Las gárgolas, con sus cuerpos de piedra, se movían con una precisión mortal, sus ojos brillando con una luz azul intensa mientras volaban alrededor de Julián.
—No podrás detenerme, Julián. Esta batalla será tu final —rugió el maestro arcano, su voz resonando en el viento mientras invocaba nuevas runas en el aire.
Julián, jadeante y con heridas visibles, sabía que estaba en desventaja. Su magia sagrada, que había sido su mayor arma contra las criaturas de la oscuridad, estaba agotada. Pero no estaba solo. Anael, el druida, y varios escuadrones de Oricalco lo flanqueaban, protegiéndolo de los ataques más letales.
Anael, usando su magia celta, levantó un muro de raíces y árboles que emergieron del suelo para interceptar los ataques arcanos. Sus manos estaban cubiertas de polvo de tierra mientras canalizaba los espíritus de la naturaleza para formar una barrera mágica.
—Julián, debes resistir, ¡no estás solo! —gritó Anael mientras utilizaba su magia para fortalecer la barrera y permitirle a Julián recobrar fuerzas.
A pesar del apoyo, las gárgolas atacaban sin descanso. Era evidente que Julián estaba tomando una postura defensiva, manteniendo a raya al maestro de La Muerte de Plata con la poca energía que le quedaba. Necesitaba tiempo, pero sabía que no lo tendría si la ofensiva continuaba de esa forma.
En otra parte de las ruinas, Fabián, María, Óscar, Lía, y Raúl se enfrentaban a tres de los líderes de La Muerte de Plata. Cada uno de estos líderes poseía habilidades únicas, y la batalla se desarrollaba en múltiples frentes.
El primero, un invocador de espíritus, espectros y demonios, desató una oleada de seres sobrenaturales que se cernieron sobre el equipo de Oricalco. María, con su clarividencia, fue capaz de prever los movimientos de los espectros, guiando a Fabián en sus rezos para expulsarlos de vuelta a las sombras.
—¡Te exorcizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! —Fabián gritaba, sus palabras resonando con una fuerza sagrada que hizo que los espíritus chillaran antes de desvanecerse.
Óscar, con sus habilidades vampíricas, se lanzó hacia el líder del grupo, un experto en ilusiones y manipulaciones de la mente. Las ilusiones lo rodeaban, distorsionando la realidad a su alrededor, pero Raúl, como skinwalker, cambió de forma a un lince, utilizando sus instintos animales para detectar las pequeñas discrepancias en las ilusiones y dirigir a Óscar hacia su objetivo.
Lía, utilizando sus poderes de vampiro, atacó al líder que combatía con una magia de sangre propia de los paladines vampíricos. Sus ataques físicos eran devastadores, pero Lía no retrocedía, bloqueando con rapidez mientras buscaba una apertura.
—¡Romped su defensa! —gritó María, anticipando el momento exacto en el que el paladín vampírico dejaría una abertura.
Con una sincronización perfecta, Fabián lanzó un rezo de exorcismo, debilitando la magia de sangre que el paladín estaba usando, mientras Lía y Óscar aprovecharon para lanzar un ataque conjunto. El equipo estaba en ventaja, usando sus habilidades complementarias para neutralizar a estos líderes de La Muerte de Plata.
Mientras tanto, Drex, aún en su forma de licántropo, continuaba luchando junto a Tatiana contra uno de los líderes más poderosos de La Muerte de Plata, un maestro en el uso de la magia de sangre. El enemigo era formidable, y cada vez que Drex atacaba, su rival contrarrestaba con un hechizo de sangre que absorbía la energía vital de sus oponentes.
—¡Tatiana, cuidado! —gruñó Drex, esquivando un rayo de energía que el vampiro lanzó hacia ellos.
Tatiana, utilizando sus habilidades tácticas y clarividencia, sabía que este líder era mucho más fuerte de lo que esperaban. Cada vez que se acercaban a asestar un golpe fatal, él lograba recuperar fuerzas al alimentarse de la energía de la sangre derramada en el campo de batalla.
—No podemos seguir así. Nos está superando… —Tatiana murmuró, notando que su magia clarividente le mostraba pocas oportunidades de ataque sin que sufrieran consecuencias.
La magia de sangre del vampiro era devastadora, y por más que Drex y Tatiana lucharan, se estaban viendo superados por la constante regeneración y la letalidad de los ataques del líder vampírico. Drex sentía su fuerza licántropa disminuir con cada ataque, y Tatiana, aunque hábil en combate, también se encontraba al borde de su límite.
No muy lejos de allí, AusPlex, el chamán peruano, se enfrentaba a un vampiro que parecía haber sucumbido completamente a su sed de sangre. Este vampiro, mucho más bestial que los otros, luchaba con una furia descontrolada, atacando con una fuerza bruta que incluso sorprendía a los chamanes y a los escuadrones de Oricalco.
Pero AusPlex no estaba solo. Los chamanes peruanos, con su control sobre los elementos naturales, levantaban barreras de tierra y roca para detener los brutales ataques del vampiro, mientras que AusPlex utilizaba magia antigua para mantener a raya a la bestia. Era un combate parejo, con ambos lados midiendo sus fuerzas, pero la lucha era feroz.
—¡No caeré ante ti, bestia! —gritó AusPlex, convocando un tornado de polvo que envolvió al vampiro, impidiéndole moverse con libertad.
El vampiro, consumido por su sed de sangre, rugió y rompió el vórtice con pura fuerza, pero AusPlex y sus chamanes se mantenían firmes, decididos a detener la amenaza.
Finalmente, en lo alto de las ruinas de Pisac, Vambertoken e Isaías continuaban su combate, un duelo que había comenzado hacía más de tres siglos. Isaías, quien había sido dado por muerto, reveló que fue resucitado por un agente de Ragnarok a través de una magia oscura y prohibida.
—No deberías estar vivo, Isaías. ¡Te destruí! —rugió Vambertoken, sus ojos llenos de furia.
—La muerte no es un obstáculo para mí, Vambertoken. ¡Tu tiempo ha terminado! —respondió Isaías, mientras lanzaba una ola de energía oscura que chocó contra los escudos de energía de Vambertoken.
Los dos vampiros, ambos antiguos y poderosos, luchaban con una intensidad que sacudía las ruinas mismas. La magia que los rodeaba era tan intensa que el aire parecía vibrar, y las piedras bajo sus pies temblaban con cada impacto de sus hechizos.
El combate continuaba, pero la batalla estaba lejos de terminar. Julián, aún debilitado, tomaba una postura defensiva, sabiendo que su rival en magia arcana lo superaba. Drex y Tatiana, aunque poderosos, también estaban siendo superados por su enemigo vampírico.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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