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El Cazador de Almas Perdidas – Creepy pasta 54.

La Sombra de las Decisiones.

La noche se cernía sobre Bogotá, pero dentro de la mente de Drex, el caos apenas estaba comenzando. Después de haber colgado la llamada con Tatiana, se quedó mirando el techo, sopesando lo que había revelado y lo que aún debía hacer. El plan de Vambertoken, en el que Julián había jugado un papel clave, empezaba a encajar, pero el precio que cada uno había pagado por sus acciones no dejaba de pesar en su mente. Sabía que al día siguiente todo podría cambiar. La Purga estaba en marcha, y Drex estaba atrapado en el centro de todo.

Antes de la madrugada, Drex se equipó con su pistola y la chokuto. La tensión era palpable desde el momento en que dejó su apartamento, y no hizo más que aumentar cuando llegó a El Salitre para encontrarse con Fabián, Julián, y Óscar. El ex vampiro, ahora humano, irradiaba una calma sorprendente, casi felicidad, a pesar de haber atravesado un proceso tan doloroso y transformador.

Drex notó cómo Fabián lanzaba miradas inquietas hacia Julián. La duda lo carcomía. Sabía que tenía que preguntar, que necesitaba respuestas, pero el momento no parecía adecuado. Drex, cansado del silencio cargado, decidió intervenir.

—Sabes, Fabián, Julián no traicionó a Vambertoken —dijo Drex, mirando a Julián con una seriedad impenetrable—. Todo estaba planeado desde el principio. El voto de no confianza, su papel en esto… Julián ha estado trabajando para Vambertoken, pero no lo hace porque quiera. No del todo.

Julián mantuvo la mirada fija en Drex, pero no dijo nada. Su rostro no mostró ni sorpresa ni molestia, solo una resignación que lo hacía parecer más viejo de lo que era. Drex sabía que el tema no podía profundizarse mientras Óscar estuviera cerca.

—Óscar, ¿cómo te sientes? —preguntó Drex, cambiando el tema con un tono más ligero.

El rostro de Óscar se iluminó con una sonrisa, aunque sus ojos mostraban rastros de agotamiento.

—No puedo mentir, duele. Pero nunca me había sentido tan vivo. Es extraño —dijo, encogiéndose de hombros—. Siento como si me hubieran liberado de algo, aunque aún no entiendo completamente qué significa todo esto.

Drex asintió, respetando la nueva vida que Óscar estaba comenzando a descubrir, a pesar de que él mismo sabía que las complicaciones no habían terminado.

Llegada a la casa de Vambertoken.

La mansión de Vambertoken los recibió con la misma frialdad con la que los grandes señores de los vampiros recibían a sus súbditos. No había emoción, solo deber. Cuando llegaron, Vambertoken apareció en la entrada como una figura envuelta en sombras, pero su voz resonó clara y controlada.

—Llévenlo dentro —ordenó, refiriéndose a Óscar.

Rápidamente, Vambertoken se adentró en la casa con Óscar, dejando a Fabián a cargo de Julián, su antiguo maestro, de organizar los asuntos con el Vaticano. Sabía que Fabián no lo había visto en muchos años, desde sus días de servicio en México. Drex notó la tensión en el rostro de Fabián, pero también el respeto latente. Sin embargo, este no era el momento para ahondar en esos recuerdos.

—Encárgate de Julián —dijo Vambertoken antes de desaparecer en los pasillos con Óscar, dejando al resto afuera, casi en el aire.

Cuando Vambertoken y Óscar desaparecieron, Drex vio su oportunidad. Miró a Tatiana, quien parecía estar ocupada con sus asuntos de Oricalco.

—Tatiana —dijo Drex, interrumpiendo su marcha—. No tomará mucho. Solo quiero decirte algo antes de que te vayas.

Tatiana lo miró, desconcertada por el tono serio en la voz de Drex. A pesar de todo, siempre había mantenido su distancia, tanto emocional como física, pero esta vez había algo diferente.

—Dime —respondió ella, cruzando los brazos y mirándolo fijamente.

Drex respiró hondo. Sabía que este era el momento adecuado, aunque no fuera el más fácil.

—No puedo olvidar a Carolina —admitió Drex, bajando la mirada por un instante antes de volver a encontrarse con los ojos de Tatiana—. Pero estoy listo para seguir adelante. Y quiero que lo sepas.

Tatiana lo miró, sus ojos entreabiertos por la sorpresa. No esperaba esa confesión, no en ese momento, no con todo lo que estaba ocurriendo alrededor. Sin embargo, había algo en la mirada de Drex que la hizo sentir vulnerable, una conexión que no había querido admitir hasta ahora.

—Drex, no sé qué decir… —respondió, su voz temblando ligeramente, algo poco común en ella.

Drex se acercó un paso más, sacando una pequeña caja de chocolates que había llevado consigo. Tatiana lo miró, confusa, pero aceptó el gesto. Antes de que pudiera decir algo más, Drex se inclinó hacia ella y, con un movimiento suave pero decidido, le dio un beso. Fue rápido, pero cargado de significado. Tatiana, por una vez, no supo qué hacer. El control que siempre había tenido sobre sí misma parecía desvanecerse por un instante.

—Nos vemos pronto —dijo Drex, dándole la oportunidad de procesar todo mientras ella seguía su camino con Oricalco.

Tatiana permaneció inmóvil por un momento antes de marcharse, con los chocolates en la mano y la mente en un torbellino.

El bar cercano.

Cuando Fabián y Julián salieron de la mansión de Vambertoken, Drex los estaba esperando. Sabía que las palabras que necesitaban ser dichas no podían pronunciarse bajo el techo del vampiro. Había demasiadas sombras, demasiados oídos atentos. Decidió que lo mejor sería llevar la conversación a otro lugar, lejos de las paredes observadoras de Vambertoken.

—Vamos a un bar cercano —dijo Drex, haciendo un gesto hacia la calle—. Necesitamos hablar, y no podemos hacerlo aquí.

Fabián y Julián asintieron, sabiendo que Drex tenía razón.

El bar que Drex eligió era discreto, un lugar frecuentado por humanos que no sabían nada de las complejidades del mundo sobrenatural que los rodeaba. Se sentaron en una mesa alejada, donde el ruido del ambiente los protegería de cualquier oído indiscreto.

Una vez sentados, Julián esperó a que el camarero se alejara antes de romper el silencio.

—Lo que dijiste antes, Drex, es cierto. He estado trabajando para Vambertoken todo este tiempo. Pero no lo hago por voluntad propia.

Fabián miró a Julián con una mezcla de sorpresa y confusión. Hasta ese momento, siempre había creído que Julián, a pesar de sus conexiones, mantenía un cierto grado de independencia.

—¿Por qué lo haces entonces? —preguntó Fabián, sus palabras cargadas de una curiosidad incómoda.

Julián soltó un suspiro pesado, como si llevara años esperando para confesar.

—Hace veinte años, mi hija enfermó. Estaba muriendo, y no había nada que los médicos ni yo pudiéramos hacer. Fue entonces cuando Vambertoken intervino. La salvó, pero a un costo. La convirtió en vampira.

El rostro de Julián se ensombreció, como si recordar esos momentos le causara más dolor del que estaba dispuesto a mostrar.

—Desde entonces, todo lo que hago es para protegerla. Si no cumplo con lo que Vambertoken me pide, ella estará en peligro. Y esa es mi condena.

Drex se mantuvo en silencio, comprendiendo la magnitud de lo que Julián acababa de decir. Vambertoken siempre había sabido cómo explotar las debilidades de los demás para su propio beneficio, y ahora estaba claro que había usado a la hija de Julián como su garantía para obtener lo que quería.

Pero Julián no había terminado.

—Y hay algo más. Cometí un pecado antes de todo esto —continuó Julián, su voz más baja, casi inaudible—. El pecado de la lujuria. Vambertoken me ayudó a encubrirlo, a salvar mi carrera en el Vaticano. Si no hubiera sido por él, lo habría perdido todo. Ahora, esa deuda sigue cobrándose.

Fabián observaba a su antiguo maestro con los ojos entrecerrados, como si estuviera tratando de comprender cómo alguien que había sido tan importante en su vida podía haber caído tan bajo. Pero antes de que pudiera responder, algo en su propio interior comenzó a removerse.

Fabián tomó un largo trago de su bebida, dejando que el alcohol quemara su garganta mientras

Fabián tomó un largo trago de su bebida, permitiendo que el calor del alcohol se extendiera por su cuerpo mientras intentaba asimilar lo que Julián acababa de confesar. Las revelaciones de su antiguo maestro lo habían afectado más de lo que esperaba. Siempre había visto a Julián como un hombre íntegro, una figura de autoridad y moral en su vida, alguien que representaba los valores de la Iglesia. Ahora, esa imagen se desmoronaba frente a él.

—Nunca imaginé que todo esto… —Fabián murmuró, su voz apenas audible—. Julián, fuiste mi maestro, me enseñaste todo lo que sé. ¿Cómo pudiste…? —Se detuvo, como si las palabras fueran insuficientes para expresar su desconcierto.

Julián, con los hombros caídos, miraba su bebida sin levantar la vista. Sabía que la decepción de Fabián era inevitable, pero no por eso dolía menos. Había pasado años cargando con esa culpa, con esa deuda que lo ataba a Vambertoken. No podía pedirle a Fabián que lo entendiera, pero tampoco podía seguir viviendo en esa mentira.

—Todos tenemos nuestras debilidades, Fabián —dijo Julián en voz baja—. Cometí errores, muchos. Y Vambertoken los usó para controlarme. Lo único que me queda es cumplir con lo que me pide para proteger a mi hija. A veces, hacer lo correcto no es una opción, solo queda hacer lo necesario.

Drex observaba en silencio, permitiendo que las palabras de Julián hicieran su efecto. Sabía que esto no se trataba solo de Julián y su hija, sino de algo mucho más profundo. Vambertoken tenía el poder de manipular a todos aquellos que caían en sus redes, usando sus pecados y debilidades en su favor. Julián no era el primero, ni sería el último, en ser arrastrado por esa marea.

El silencio en la mesa era espeso, lleno de palabras no dichas y emociones a punto de desbordarse. Finalmente, fue Fabián quien rompió la quietud, levantando su vaso y mirando a Drex.

—Todos estamos manchados, ¿verdad, Drex? —Fabián preguntó con un tono amargo—. Todos tenemos algo que nos condena, algo que hemos hecho y que nunca podremos borrar.

Drex inclinó ligeramente la cabeza. Sabía a lo que se refería Fabián. Cada uno de ellos había cometido errores, había tomado decisiones que los habían llevado hasta ese punto. Nadie era completamente inocente en el juego que se estaba desarrollando.

—Nadie está libre de culpa, Fabián —respondió Drex, con una seriedad que resonaba en el aire—. Pero lo importante es lo que hacemos con esa culpa. Podemos dejar que nos consuma o podemos usarla para ser mejores.

Fabián bajó la mirada, como si estuviera sopesando las palabras de Drex. Tomó otro sorbo de su bebida, pero esta vez, no era para ahogar su incomodidad. Era para reunir el valor para decir lo que llevaba años guardando.

—Hay algo que necesito confesar también —dijo Fabián, su voz apenas un murmullo—. Algo que he llevado conmigo durante años y que nunca he dicho en voz alta.

Drex y Julián lo miraron con atención, sabiendo que lo que estaba por decir no sería fácil.

Fabián respiró hondo antes de continuar.

—Hace muchos años, cuando todavía estaba en México, antes de que todo esto con Vambertoken y la Purga comenzara… fui llamado para realizar un exorcismo. Una mujer había sido poseída por un demonio, o al menos eso creíamos. Durante el proceso, algo salió mal. El demonio no se manifestaba, pero había algo oscuro en ella, algo que no podíamos identificar. Intentamos de todo: oraciones, agua bendita, rosarios. Nada funcionaba.

El rostro de Fabián se oscureció al recordar lo que había sucedido.

—Y entonces, en un momento de desesperación, lo hice. La estrangulé. No fue el demonio quien la mató, fui yo. La Iglesia lo encubrió, dijeron que era el demonio que la había consumido, pero yo sé la verdad. Fui yo quien le quitó la vida.

El silencio en la mesa era absoluto. Julián y Drex lo miraban sin decir una palabra, ambos procesando la gravedad de lo que Fabián acababa de confesar. El sacerdote, aquel que siempre había sido un pilar de fe y rectitud, había caído tan bajo como cualquiera de ellos. Su pecado, su culpa, lo había estado carcomiendo por dentro durante años.

Fabián se llevó las manos a la cara, incapaz de contener las lágrimas que comenzaban a correr por sus mejillas. No era solo el acto lo que lo había destrozado, sino el hecho de que lo había guardado todo ese tiempo, dejando que lo consumiera poco a poco.

—No pude salvarla —dijo Fabián, entre sollozos—. Ni a ella, ni a mí mismo.

Drex, sin decir nada, colocó una mano en el hombro de Fabián. No había palabras que pudieran aliviar ese dolor, ni redimir los pecados que cada uno de ellos había cometido. Pero en ese momento, la confesión de Fabián no era solo un acto de liberación, sino un recordatorio de que, en este mundo de sombras y sangre, nadie era inocente.

—Todos tenemos algo que cargar, Fabián —dijo Drex, su voz baja pero firme—. Pero no puedes dejar que te destruya. No somos solo lo que hemos hecho, sino lo que decidimos hacer después.

Julián, quien había estado en silencio durante la confesión de Fabián, asintió lentamente.

—Tienes razón, Drex —murmuró Julián—. Al final, lo único que nos queda es decidir cómo enfrentamos nuestras sombras.

El ambiente en la mesa cambió ligeramente. A pesar de las revelaciones, había una sensación de alivio en el aire, como si, al compartir sus pecados, cada uno hubiera liberado una pequeña parte del peso que llevaban consigo.

La noche avanzaba, y aunque las sombras seguían presentes, algo en la confesión de Fabián y en la sinceridad de Julián había permitido que, por un momento, los tres hombres encontraran un pequeño respiro en medio de la tormenta que se avecinaba.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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