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‘El cazador de almas perdidas’. Creepy pasta 26

El Asalto a Mocoa Parte 3.

El Punto Álgido: La Resistencia Desesperada de la Muerte Plata.

Mientras los tres equipos de Oricalco continuaban avanzando, la Muerte Plata intensificaba su defensa. Habían llegado a un punto crítico, donde sabían que la derrota significaba el fin de su organización. Con esa desesperación en mente, lanzaron todo lo que tenían contra los equipos de Oricalco.

Drex y su equipo se encontraron atrapados en una encrucijada, rodeados por una mezcla de vampiros y hechiceros arcanos que habían esperado su llegada. Las calles estrechas de Cañaveral, que antes parecían una desventaja, ahora se habían convertido en trampas mortales, diseñadas para canalizar a los atacantes hacia emboscadas cuidadosamente preparadas.

—¡Mantengan la formación!—, ordenó Drex, consciente de que el menor error podría costarles la vida.

Jian, el monje budista, se colocó al frente, su exoesqueleto de energía brillando intensamente mientras canalizaba su poder espiritual para proteger al grupo. Detrás de él, Alexei cargó su rifle de asalto, sus ojos escaneando las sombras en busca del primer objetivo.

Los vampiros de la Muerte Plata fueron los primeros en atacar, lanzándose desde las sombras con una velocidad inhumana. Eran rápidos y letales, pero Drex y su equipo estaban preparados. Alexei disparó una ráfaga precisa de balas, cada una impactando con una puntería mortal en los puntos débiles de los vampiros, derribándolos antes de que pudieran alcanzar su objetivo.

Pero mientras los vampiros caían, los hechiceros arcanos comenzaron a entonar sus conjuros. Energía oscura se formó en el aire, tomando la forma de relámpagos y esferas de poder que fueron lanzadas hacia el equipo de Drex.

Jian, con un movimiento fluido, expandió su exoesqueleto de energía, creando una barrera que interceptó la mayoría de los ataques mágicos. El choque de energías resonó en la calle, iluminando la escena con destellos de luz azul y roja.

Drex vio su oportunidad y se lanzó hacia uno de los hechiceros arcanos, su chokuto cortando el aire con una precisión letal. El hechicero intentó defenderse, pero Drex era demasiado rápido. Su espada atravesó la defensa mágica del enemigo, cortando profundamente en su torso y dejándolo caer al suelo.

—¡Alexei, cubre el flanco izquierdo!—, gritó Drex mientras continuaba su avance.

Alexei se movió rápidamente, disparando una ráfaga de balas hacia un grupo de vampiros que intentaban rodearlos. Cada bala encontraba su objetivo, derribando a los enemigos antes de que pudieran acercarse.

Sin embargo, la situación se complicó cuando uno de los hechiceros arcanos, más poderoso que los demás, lanzó un conjuro que creó una tormenta de hielo en medio de la calle. El aire se llenó de fragmentos afilados de hielo que cortaban todo a su paso, forzando a Drex y su equipo a retroceder.

Jian, sin perder la calma, quemó otro de sus papeles consagratorios. El humo que se liberó tenía un brillo cálido, y cuando se dispersó, creó una barrera que protegió al equipo de los fragmentos de hielo, permitiéndoles avanzar nuevamente.

—¡No podemos quedarnos aquí!—, exclamó Drex, consciente de que estaban siendo acorralados.

Jian asintió, moviéndose al frente del grupo y canalizando toda su energía en un ataque ofensivo. Su exoesqueleto de energía se expandió aún más, formando una especie de lanza gigante que lanzó directamente hacia el hechicero que controlaba la tormenta de hielo. El impacto fue devastador, atravesando la defensa mágica del hechicero y clavándose en su pecho, disipando la tormenta al instante.

Con el hechicero caído, la moral del grupo enemigo comenzó a desmoronarse. Los vampiros restantes intentaron atacar con más ferocidad, pero Drex y Alexei los derribaron uno por uno, hasta que no quedó ninguno en pie.

—¡Sigan avanzando!—, ordenó Drex, sabiendo que no podían permitirse detenerse ni un segundo.

El equipo, ahora cubierto de sangre y sudor, continuó su avance a través de las calles, conscientes de que la batalla estaba lejos de terminar. A medida que se acercaban al corazón de la base de la Muerte Plata, la resistencia enemiga se volvía cada vez más feroz.

El Equipo de Diana: La Resistencia de los Vampiros Sanguijuelas.

Mientras tanto, el equipo de Diana se encontraba enfrentando una amenaza diferente pero igualmente mortal. En su avance, se encontraron con un grupo de vampiros sanguijuelas, criaturas deformes y retorcidas que habían sido convertidas en armas vivientes por la Muerte Plata.

Las sanguijuelas eran más rápidas y fuertes que los vampiros normales, pero su mayor peligro residía en su capacidad para drenar la energía vital de sus víctimas con solo un toque. Sus cuerpos estaban cubiertos de venas negras que pulsaban con energía oscura, y sus ojos brillaban con una luz siniestra.

Diana, consciente del peligro que representaban, no perdió tiempo en dar órdenes.

—Kuari, mantente a la retaguardia y protégeles la espalda—, dijo, mientras desenvainaba sus cuchillas.

Los vampiros sanguijuelas cargaron hacia el equipo con una ferocidad salvaje. Uno de ellos se lanzó directamente hacia Diana, sus garras alargadas buscando desgarrar su carne. Pero Diana era más rápida. Esquivó el ataque con un movimiento ágil y, en un solo golpe, cortó la cabeza del vampiro sanguijuela, que cayó al suelo con un chorro de sangre oscura.

Kuari, por su parte, comenzó a entonar un cántico de protección, creando una barrera espiritual que envolvió al equipo, protegiéndolos del toque letal de las sanguijuelas. Sin embargo, incluso con esta protección, sabían que no podían permitirse ser alcanzados.

Uno de los vampiros de Oricalco, viendo una oportunidad, se lanzó hacia un grupo de sanguijuelas, usando su velocidad vampírica para cortar a través de ellas con precisión mortal. Sin embargo, en su frenesí, una de las sanguijuelas logró golpearlo, drenando su energía vital en un instante. El vampiro cayó al suelo, su cuerpo marchitándose en cuestión de segundos.

—¡Maldita sea!—, exclamó Diana, mientras intentaba mantener a raya a las sanguijuelas.

Las criaturas eran persistentes, y a pesar de las bajas que estaban sufriendo, seguían avanzando, como si su única misión fuera destruir a todos los que se interpusieran en su camino.

Kuari, viendo la desesperación de la situación, cambió su cántico a uno de purificación. El humo que emanó esta vez tenía un efecto corrosivo sobre las sanguijuelas, haciendo que su piel comenzara a arder y disolverse. Las criaturas aullaron de dolor mientras intentaban retroceder, pero Diana no les dio oportunidad. Con una velocidad casi sobrehumana, se lanzó hacia ellas, sus cuchillas brillando con una luz mortal mientras cortaba a través de la carne podrida y las venas negras.

El último vampiro sanguijuela cayó al suelo, su cuerpo desintegrándose en una masa de carne quemada. Diana, respirando con dificultad, observó a su equipo. Habían perdido a uno de los suyos, pero sabían que no podían detenerse.

—Esto está lejos de terminar—, murmuró Diana, mientras limpiaba la sangre de sus cuchillas.

Kuari asintió, su rostro mostrando signos de cansancio, pero su determinación era inquebrantable.

—Debemos seguir adelante—, dijo el chamán—. La base principal está cerca. Puedo sentir la energía oscura concentrándose más adelante.

El equipo continuó su avance, cada uno consciente de que la siguiente fase de la batalla sería aún más brutal.

El Equipo de Tiranus: La Traición de la Oscuridad.

El equipo de Tiranus avanzaba con cautela, cada uno de los vampiros alerta ante cualquier signo de movimiento en las sombras. Daniel, siempre el líder experimentado, mantenía sus espadas listas, sus ojos escaneando cada rincón del oscuro callejón en el que se encontraban.

De repente, el aire se volvió helado, y Tiranus sintió una presencia oscura envolviéndolos. No era la primera vez que sentía algo así, pero esta vez era más intenso, más personal. Sin previo aviso, un grupo de hechiceros criogénicos emergió de las sombras, sus manos levantadas mientras lanzaban un hechizo de congelación masiva.

El aire alrededor del equipo de Tiranus se llenó de cristales de hielo, cada uno cortando como un cuchillo afilado. Daniel fue el primero en reaccionar, moviéndose con velocidad vampírica para esquivar los fragmentos de hielo y lanzarse hacia los hechiceros.

—¡Cuidado!—, gritó Tiranus, mientras levantaba sus manos para desatar una ráfaga de fuego.

El fuego chocó contra el hielo en el aire, creando una explosión de vapor que envolvió a ambos bandos en una niebla espesa. Los hechiceros, sin embargo, no se detuvieron. Continuaron lanzando ráfagas de hielo, creando una tormenta que amenazaba con congelar a todo el equipo en su lugar.

Uno de los vampiros del equipo de Tiranus fue alcanzado por una ráfaga de hielo antes de poder reaccionar. El hechizo lo envolvió en una capa de escarcha que se expandió rápidamente, cubriendo su cuerpo entero en cuestión de segundos. Un grito ahogado escapó de sus labios antes de quedar completamente congelado, su figura convertida en una estatua de hielo en medio del callejón.

Tiranus, viendo caer a uno de los suyos, supo que no podían permitirse seguir jugando a la defensiva. Aumentó la intensidad de sus llamas, concentrando su poder en un solo punto. El fuego que lanzó esta vez no solo combatió el hielo, sino que lo desintegró, abriendo un camino claro hacia los hechiceros criogénicos.

Daniel aprovechó el momento y, con un rugido de furia, se lanzó hacia el hechicero más cercano, sus espadas cortando el aire con una precisión mortal. El primer hechicero ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que una de las espadas de Daniel atravesara su pecho, rompiendo la concentración del conjuro y disipando la tormenta de hielo en el aire.

Los otros hechiceros intentaron retroceder, lanzando conjuros desesperados en un intento de mantener a raya al equipo de Tiranus. Pero Tiranus no les dio oportunidad. Con un gesto de su mano, desató una oleada de llamas que se extendió por el callejón, consumiendo a los hechiceros en un rugido de fuego y calor.

Uno por uno, los hechiceros cayeron, sus cuerpos reducidos a cenizas por el poder de Tiranus. Daniel se mantuvo cerca, protegiendo a su líder de cualquier ataque sorpresa mientras Tiranus completaba su asalto.

Cuando el último de los hechiceros cayó, Tiranus bajó las manos, su respiración pesada pero controlada. Miró a su equipo, observando la figura congelada de su compañero caído.

—No hay tiempo para lamentar—, dijo Daniel, su tono firme, pero con un toque de respeto por el caído—. Debemos seguir adelante. La batalla aún no ha terminado.

Tiranus asintió, sabiendo que Daniel tenía razón. Aunque habían perdido a uno de los suyos, no podían permitirse detenerse. La Muerte Plata estaba a la defensiva, pero eso solo significaba que estaban más peligrosos que nunca.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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