‘El cazador de almas perdidas’. Creepy pasta 21.
El Asalto a Fontibón Parte 1.
A medida que avanzaban por los oscuros y estrechos pasillos del edificio, la tensión aumentaba. Las paredes, manchadas de sangre y cubiertas de inscripciones arcanas, parecían cerrarles el paso, como si el mismo lugar estuviera en su contra. Drex, con su chokuto lista, lideraba el grupo, sus instintos de cazador agudizados hasta el límite. Cada sombra era un enemigo potencial, y el olor a muerte impregnaba el aire.
No pasó mucho tiempo antes de que se encontraran con una nueva oleada de enemigos. Esta vez, fueron recibidos por un grupo de humanos armados con pistolas 9mm, pero no eran simples humanos. Estaban entrenados, sus movimientos coordinados y precisos. Y lo que es peor, sus armas estaban cargadas con balas de plata, especialmente diseñadas para derribar a licántropos. Drex se dio cuenta de inmediato del peligro; una sola bala en el lugar correcto podría ser fatal.
El fuego cruzado comenzó en un instante. Drex se movió rápido, utilizando su agilidad y entrenamiento para evitar los disparos mientras contraatacaba con su espada. Los otros licántropos que lo acompañaban no fueron tan afortunados. Dos de ellos fueron alcanzados casi de inmediato, sus cuerpos cayendo al suelo con un sonido sordo, mientras la sangre se extendía en charcos bajo ellos. Drex no tuvo tiempo para lamentar sus pérdidas. La situación era crítica, y no podía permitirse el lujo de distraerse.
Tiranus entró en acción, su rostro mostrando una ferocidad controlada. Con un simple gesto, levantó una oleada de fuerza telequinética, desarmando a varios de los humanos y lanzándolos contra las paredes. Las pistolas cayeron al suelo con un ruido metálico, y Tiranus las hizo estallar en llamas antes de que sus propietarios pudieran recuperarlas. Los humanos intentaron reagruparse, pero Tiranus no les dio oportunidad. Manipuló el fuego con precisión, creando barreras de llamas que los atrapaban y consumían, mientras usaba su telequinesis para lanzar objetos contundentes contra ellos. El combate era un caos controlado por Tiranus, que parecía ser el mismísimo señor de la destrucción en ese momento.
Diana, por otro lado, era un torbellino de muerte. Su transformación en licántropo había incrementado su velocidad a niveles casi sobrenaturales. Se movía tan rápido que los humanos apenas podían seguirle el ritmo, y mucho menos acertarle con sus balas. Con sus cuchillas, rebanaba a sus enemigos en un abrir y cerrar de ojos, sus movimientos tan precisos como letales. Los humanos gritaban en agonía mientras Diana los destrozaba, su risa maníaca resonando en el pasillo.
Sin embargo, la resistencia de la Muerte Plata no era solo física. Un grito agudo, casi inhumano, llenó el aire, haciendo que todos se detuvieran por un segundo. Era un sonido tan penetrante que Drex sintió como si sus propios huesos vibraran. Al mirar hacia el origen del sonido, vio a una mujer parada en la entrada de una de las salas adyacentes. Su apariencia era engañosamente normal, pero sus ojos estaban llenos de una locura salvaje.
—Cuidado—, gritó Drex, pero era demasiado tarde.
La mujer, una bruja con habilidades sónicas, abrió la boca y emitió otro grito, aún más potente que el anterior. Las ondas de sonido golpearon a los licántropos como una fuerza invisible, haciéndolos tambalearse. Diana, que estaba más cerca de la bruja, fue la primera en caer, sus manos cubriéndose las orejas mientras caía de rodillas. Sus ojos, normalmente llenos de furia, ahora estaban llenos de dolor, y Drex vio con horror cómo sus pupilas comenzaban a dilatarse de manera inusual. El sonido era tan intenso que amenazaba con romper la barrera entre el control y la locura, empujando a los licántropos al borde de convertirse en Devorados.
Tiranus, aunque afectado, usó toda su fuerza de voluntad para mantenerse en pie. Con un rugido de desafío, extendió ambas manos hacia la bruja, lanzando una combinación devastadora de telequinesis y piroquinesis. El fuego envolvió a la mujer, pero antes de que las llamas pudieran consumirla, Tiranus alteró la trayectoria de los escombros circundantes, haciendo que las paredes y el techo colapsaran sobre ella. El grito se cortó abruptamente cuando una viga de metal la atravesó, silenciando su voz para siempre.
Drex se apresuró hacia Diana, que todavía estaba en el suelo, luchando contra la locura que el grito de la bruja había despertado en su interior. Sus ojos eran salvajes, y Drex pudo ver que estaba a punto de perder el control. Sin pensarlo, Drex dejó caer su chokuto y se arrodilló a su lado, colocando ambas manos en su rostro.
—¡Diana!—, gritó, tratando de penetrar el velo de locura que nublaba sus ojos—. ¡Controla la bestia, maldita sea! ¡No dejes que te consuma!
Diana soltó un gruñido bajo, su cuerpo temblando con el esfuerzo de mantenerse cuerda. Sus garras se clavaron en el suelo mientras luchaba por controlar la transformación. Drex no la soltó, manteniendo su mirada fija en la de ella, forzándola a volver.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Diana dejó escapar un suspiro tembloroso, sus ojos volviendo a la normalidad. La bestia había sido contenida, al menos por el momento.
—Estoy bien—, murmuró, aunque su voz temblaba—. Estoy bien…
Drex asintió, ayudándola a ponerse de pie. No había tiempo para descansar. La batalla continuaba, y no podían permitirse más bajas.
Avanzaron nuevamente, dejando atrás el pasillo ahora cubierto de cuerpos y sangre. Cada paso los acercaba más al corazón de la sede de la Muerte Plata, y cada vez era más claro que estaban entrando en el territorio más peligroso.
El Enemigo Oculto.
Finalmente, llegaron a una gran sala, una especie de auditorio subterráneo. Las paredes estaban adornadas con símbolos oscuros y macabros, y en el centro de la sala había un altar de piedra, manchado de sangre fresca. Pero lo que realmente capturó la atención de Drex fue la figura que estaba de pie junto al altar.
Un vampiro, alto y delgado, con una túnica negra que le caía hasta los pies. Su piel era pálida, casi translúcida, y sus ojos rojos brillaban con un poder oscuro. A su lado, un joven humano, probablemente su aprendiz, sostenía un grimorio pesado, con páginas amarillentas que parecían a punto de desintegrarse por la antigüedad.
—El Nigromante…—, susurró Tiranus, sus ojos fijos en la figura del vampiro—. Tenía que ser él.
El Nigromante sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Con un movimiento fluido, levantó una mano y comenzó a recitar un hechizo en una lengua antigua, una lengua que incluso Drex, con todo su conocimiento, no podía entender. El aire en la sala se volvió espeso, casi irrespirable, y Drex sintió cómo la temperatura descendía abruptamente.
—Deténganlo—, ordenó Drex, pero antes de que pudieran moverse, el vampiro completó su hechizo.
El suelo bajo sus pies se agitó, y de las sombras comenzaron a surgir figuras espectrales. No eran simples espectros; eran guerreros, envueltos en armaduras antiguas, con espadas y escudos que parecían hechos de un metal etéreo. Estos espectros no se movían con la torpeza de los espíritus comunes; se movían como soldados entrenados, avanzando con una precisión militar hacia los licántropos.
Drex desenvainó su chokuto, sabiendo que su espada era una de las pocas armas que podía herir a estos espectros. Sin dudarlo, se lanzó hacia adelante, su espada cortando el aire. El primer espectro intentó bloquear el ataque con su escudo, pero la hoja de Drex lo atravesó como si no existiera, cortando al espectro en dos. Sin embargo, antes de que pudiera regocijarse por la victoria, otro espectro ya estaba sobre él, su espada etérea descendiendo hacia su cabeza.
Drex se agachó, esquivando el golpe por poco, y contraatacó con un golpe lateral que cortó al espectro por la mitad. Pero los espectros seguían viniendo, y Drex supo que no podrían mantener ese ritmo por mucho tiempo.
Tiranus luchaba a su manera, utilizando su telequinesis para desarmar a los espectros, arrebatándoles sus armas y usándolas contra ellos. Pero los espectros no eran como los humanos; no se detenían por el dolor o la pérdida de una extremidad. Seguían avanzando, implacables, y Tiranus se vio obligado a combinar su telequ
Tiranus, con una furia contenida, decidió que era momento de cambiar de táctica. Aún luchando contra los espectros, cerró los ojos por un breve instante y dejó que el poder de la piroquinesis recorriera su cuerpo. Sus manos comenzaron a brillar con una luz rojiza, y pronto el calor se hizo insoportable. Con un grito gutural, extendió ambas manos hacia los espectros, desatando un torrente de llamas que envolvió a los guerreros etéreos.
El fuego no era común; estaba impregnado de la fuerza vital de Tiranus, una energía que consumía todo a su paso. Los espectros, que antes habían demostrado ser casi invencibles, comenzaron a desintegrarse bajo el poder del fuego pirocinético. Las armaduras antiguas se derritieron como cera, y los gritos de las almas atrapadas en esos cuerpos resonaron en toda la sala antes de desaparecer en la nada.
Pero la victoria fue momentánea. El Nigromante, con una calma casi despreocupada, extendió una mano y conjuró más espectros de las sombras. Estos nuevos guerreros eran diferentes, más grandes y con una presencia aún más intimidante. Al mismo tiempo, su aprendiz humano comenzó a recitar un nuevo conjuro, y las sombras en la sala se profundizaron, como si la oscuridad misma respondiera a su llamado.
Drex sabía que estaban en un punto crítico. No podrían continuar enfrentándose a oleadas interminables de espectros y al mismo tiempo lidiar con los otros enemigos que aún se escondían en las sombras de la sede de la Muerte Plata. Pero la retirada no era una opción. Debían acabar con el Nigromante y su aprendiz si querían tener alguna oportunidad de destruir la organización.
—¡Concentrémonos en el Nigromante!—, gritó Drex, tratando de que su voz atravesara el caos de la batalla.
Diana, aún tambaleante por el grito sónico de la bruja, asintió y se lanzó hacia adelante con una velocidad impresionante, su cuerpo un borrón de movimiento. Su objetivo era claro: llegar al Nigromante antes de que pudiera conjurar más espectros. Tiranus, comprendiendo la estrategia, lanzó una oleada de energía telequinética hacia el aprendiz humano, empujándolo contra una pared con una fuerza brutal. El grimorio cayó al suelo, y el aprendiz quedó inmovilizado, con el aire arrancado de sus pulmones por el impacto.
Drex, viendo la oportunidad, cargó hacia el Nigromante, su chokuto alzándose para el golpe final. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, el Nigromante levantó una barrera de sombras a su alrededor, deteniendo el avance de Drex. La espada de Drex chocó contra la barrera, produciendo chispas, pero no logró penetrarla. El Nigromante sonrió, sus ojos rojos brillando con un malicioso deleite.
—No será tan fácil, licántropo—, susurró el Nigromante, su voz un susurro en el viento oscuro que lo rodeaba.
Drex retrocedió, evaluando la situación. Necesitaban romper esa barrera, y lo necesitaban rápido. Sus ojos se encontraron con los de Tiranus, quien asintió levemente, comprendiendo lo que debía hacerse.
—¡Cúbreme!—, ordenó Drex mientras retrocedía para ganar impulso.
Tiranus extendió sus brazos hacia adelante, canalizando toda su energía en un solo punto. Las llamas a su alrededor se intensificaron, envolviendo la sala en un resplandor infernal. Con un grito de esfuerzo, desató una explosión de fuego directo hacia la barrera del Nigromante. El choque de energías fue cataclísmico. La barrera resistió por un momento, pero finalmente se rompió con una explosión de sombras que envió al Nigromante hacia atrás, tambaleándose.
Drex no perdió tiempo. Se lanzó hacia adelante con toda la velocidad que pudo reunir, su chokuto brillando con una luz mortal. En un movimiento fluido, cortó al Nigromante a la altura del torso, un golpe preciso y letal. El vampiro soltó un grito agudo antes de desintegrarse en una nube de cenizas, su poder disipándose en el aire.
El aprendiz humano, al ver caer a su maestro, intentó escapar, pero Tiranus lo detuvo con un gesto telequinético que lo levantó del suelo y lo arrojó contra el altar de piedra. El impacto fue brutal, y el joven quedó inconsciente al instante.
La sala quedó en silencio, excepto por el crepitar de las llamas que aún ardían en algunos rincones. Drex respiró hondo, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a abandonar su cuerpo. Habían logrado derrotar al Nigromante y su aprendiz, pero el precio había sido alto. Dos de sus compañeros habían caído, y Diana apenas se mantenía en pie, luchando por controlar la bestia interior que la había estado consumiendo desde el grito sónico.
—Esto no ha terminado—, dijo Drex, más para sí mismo que para los demás.
Tiranus asintió, su rostro mostrando signos de fatiga, pero sus ojos aún ardían con determinación.
—Sabes que esto era solo una parte del plan de Vambertoken, ¿verdad?—, murmuró Tiranus, su tono lleno de sospecha.
Drex no respondió de inmediato. Sabía que Tiranus tenía razón. Todo esto había sido planeado desde hace mucho tiempo, cada movimiento calculado con precisión. Y aunque habían logrado una victoria, la verdadera batalla aún estaba por venir.
—Vamos a reagruparnos—, dijo finalmente Drex—. Hay más de ellos, y no pienso dejarlos escapar.
Mientras se preparaban para moverse, un rugido resonó en los pasillos. Drex reconoció el sonido al instante: el Regente y su equipo estaban involucrados en una batalla aún más feroz en otro lugar del edificio. Sabía que el final estaba cerca, pero también sabía que sería brutal y sangriento.
—No podemos perder más tiempo—, dijo Drex, con una mirada decidida en su rostro—. El Regente nos necesita. ¡Vamos!
El grupo, disminuido, pero no derrotado, se lanzó nuevamente a las profundidades del edificio, conscientes de que lo peor estaba aún por llegar. La Muerte Plata había sido golpeada, pero no destruida. Y mientras Drex avanzaba por los pasillos oscuros, no podía sacudirse la sensación de que estaban a punto de enfrentarse a algo mucho más grande y peligroso.
La batalla estaba lejos de terminar, y el verdadero clímax aún aguardaba en las sombras.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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