El Cazador de Almas Perdidas – Creepypasta 20
El Ocaso de la Muerte Plata
La Guarida del Lobo, oculta entre las montañas que bordeaban Bogotá, estaba más viva que nunca. Los licántropos, criaturas temibles y poderosas, se preparaban para la batalla que podría definir su futuro. Drex Holcux, siempre observador y calculador, notaba cada detalle, cada movimiento en el ambiente. No era solo el instinto de cazador que lo guiaba, sino una creciente sensación de que estaban a punto de participar en un evento mayor, uno en el que las piezas del tablero habían sido movidas mucho antes de que ellos llegaran a la escena.
Vambertoken ya había dejado la Guarida del Lobo, pero no sin antes dejar un rastro de información que los dejaba más intranquilos que antes. Los hombres lobo sabían ahora que el Ministerio Vampírico en Colombia no era la única entidad afectada; casi toda Latinoamérica estaba bajo amenaza. Los separatistas, una facción que buscaba alterar el orden establecido, habían infiltrado instrumentos de poder en varios países, y la Muerte Plata, una organización de caos y destrucción, no solo tenía nexos con ellos, sino también con Ragnarok, un grupo aún más siniestro y peligroso que parecía estar surgiendo de las sombras con una fuerza imparable.
Drex sentía la tensión en el aire mientras el Regente de los Hombres Lobo, con sus facultades recientemente ampliadas por el Consejo Latinoamericano, reunía a los suyos. Vambertoken había logrado que el Consejo le otorgara poderes especiales al Regente, lo que permitía, entre otras cosas, levantar la restricción que impedía la formación de grupos superiores a seis integrantes en misiones de campo humano. Esto significaba que ahora podían desplegar una verdadera tormenta de hombres lobo sobre la Muerte Plata en Colombia, un ataque sin cuartel que buscaba erradicar la amenaza de una vez por todas.
El Regente estaba en su elemento, dirigiendo a los suyos con una autoridad incuestionable. Los licántropos se movían con la precisión y la coordinación de una fuerza militar entrenada, cada uno asumiendo su papel en la inminente batalla. Tiranus y Diana, dos de los más temibles entre ellos, recibieron órdenes de unirse a Drex en la siguiente fase de su misión: la limpieza de la Muerte Plata en Ecuador y Perú. Vambertoken, siempre calculador, se encargaría de hablar con los regentes locales para evitar conflictos, asegurando que la operación se llevara a cabo sin contratiempos.
Pero Drex no podía sacudirse la sensación de que todo esto era parte de un plan más grande, un esquema que Vambertoken había trazado mucho antes de que ellos fueran conscientes de su existencia. La mención del viejo relicario, un artefacto de gran poder que había jugado un papel crucial en eventos pasados, seguía rondando en la mente de Drex. ¿Era posible que todo esto, desde los ataques de la Muerte Plata hasta las maquinaciones en el Ministerio Vampírico, hubiera sido orquestado por Vambertoken desde el principio?
La noche era oscura, el cielo cubierto de nubes pesadas que amenazaban con desatar una tormenta en cualquier momento. La Guarida del Lobo estaba sumida en una actividad febril, con licántropos preparándose para la batalla, afilando sus armas, y ajustando su equipo. Las paredes de piedra de la guarida resonaban con el sonido de botas golpeando el suelo, el tintineo de metales y el murmullo de voces bajas, todos enfocados en la misión que tenían por delante.
Drex se movió con paso firme hacia una de las salas de comunicación de la guarida, una habitación equipada con tecnología avanzada, desde donde podía contactar a Vambertoken. Necesitaba respuestas, y las necesitaba antes de que la batalla comenzara. El vampiro había demostrado ser un maestro en la manipulación, siempre dos pasos por delante de todos los demás, y Drex no podía permitirse entrar en esta batalla sin tener al menos una idea de cuál era el verdadero juego que se estaba jugando.
Marcó el número de Vambertoken y esperó, el tono de llamada resonando en sus oídos como un eco de la incertidumbre que sentía. Finalmente, la llamada fue contestada.
—Drex—, la voz de Vambertoken era suave, casi relajada, como si estuviera en completo control de la situación—, sabía que me llamarías.
Drex apretó la mandíbula, sus ojos recorriendo la sala vacía mientras consideraba sus palabras. No había tiempo para rodeos.
—Todo esto—, comenzó, su voz firme pero controlada—, desde la vez del relicario… ¿Ha sido planeado por ti? ¿Todo lo que ha estado ocurriendo, las maquinaciones, los ataques, el caos? ¿Es parte de un plan que has estado ejecutando desde entonces?
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea, y Drex casi pudo imaginar la sonrisa en el rostro de Vambertoken.
—Ah, Drex—, dijo Vambertoken con un tono de verdadero agrado—, siempre tan sagaz. Debo admitir que es refrescante ver a alguien capaz de seguir las hebras del tapiz que estoy tejiendo. No puedo darte todas las respuestas aún, pero te prometo que tendrás una antes de que termine este ataque.
Drex sintió un escalofrío recorrer su espalda. Vambertoken no solo había anticipado su llamada, sino también sus preguntas. Era como si todo estuviera ocurriendo según un guion que solo el vampiro conocía.
—Una cosa más—, continuó Vambertoken, su tono ahora más serio—. Te recomiendo que tomes tiempo para hablar con María González después de que todo esto haya terminado. Ella ya se ha recuperado completamente, y creo que su perspectiva te será muy útil.
Drex sintió que la conexión se cortaba, dejando un silencio ensordecedor en la sala. Las palabras de Vambertoken seguían resonando en su mente, cada una cargada de implicaciones que Drex aún no podía desentrañar completamente.
Volvió al centro de la guarida, donde el Regente y los otros licántropos estaban terminando los preparativos. La sede principal de la Muerte Plata en Bogotá se encontraba en Fontibón, un barrio industrial y comercial en el suroeste de la ciudad, conocido por su laberinto de calles estrechas y bodegas abandonadas. Era el lugar perfecto para una organización clandestina como la Muerte Plata, que operaba en las sombras, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de una fachada de criminalidad común.
El Regente levantó la vista al ver a Drex entrar en la sala. Su expresión era grave, pero en sus ojos había un brillo de determinación.
—Estamos listos—, dijo el Regente, su voz resonando con autoridad—. La Muerte Plata ha estado sembrando el caos en nuestra tierra por demasiado tiempo. Es hora de que los erradiquemos de una vez por todas.
Drex asintió, sintiendo que la tensión en el aire aumentaba a medida que la hora de la verdad se acercaba. Miró a su alrededor, observando a los otros licántropos que se preparaban para la batalla. Todos ellos eran guerreros entrenados, letales en combate, pero también sabían que lo que estaba por venir no sería una simple escaramuza. Sería una guerra.
El terreno en Fontibón era complicado, un laberinto de callejones y edificios industriales abandonados que ofrecían muchos lugares para emboscadas y trampas. La Muerte Plata había elegido bien su guarida, un lugar que les daba la ventaja de conocer cada rincón y recoveco. Pero los hombres lobo también tenían sus habilidades, y esta vez iban a ser liberados sin restricciones.
El equipo de Drex estaba compuesto por Tiranus, un licántropo de gran tamaño y fuerza bruta; Diana, cuya demencia y cercanía al borde de ser Devorada la convertían en un arma de doble filo; y otros tres licántropos de confianza, cada uno de ellos seleccionado por sus habilidades únicas en combate.
La luna llena iluminaba el cielo nocturno, su luz plateada bañando las calles de Bogotá. El clima era frío, y una ligera brisa soplaba desde el este, llevando consigo el olor de la lluvia que se acercaba. La tormenta que se avecinaba parecía un presagio de la batalla que estaba a punto de desatarse.
Los hombres lobo estaban armados con un arsenal letal. Cuchillos de plata, balas especialmente diseñadas para penetrar la piel dura de sus enemigos, y un conjunto de explosivos de alta potencia que utilizarían para demoler cualquier estructura que se interpusiera en su camino. Además, cada uno de ellos llevaba una armadura ligera, lo suficientemente resistente para protegerlos en combate cuerpo a cuerpo, pero sin restringir su agilidad y velocidad.
El plan era sencillo, pero efectivo. Atacarían la sede de la Muerte Plata en tres frentes, utilizando la fuerza bruta y la velocidad para abrumar a sus enemigos antes de que estos pudieran reagruparse o pedir refuerzos. Drex lideraría el primer equipo, compuesto por Tiranus, Diana y otros dos licántropos, mientras que el Regente dirigiría el segundo grupo, que se encargaría de asegurar las salidas y evitar que alguien escapara. Un tercer grupo, compuesto por los licántropos más jóvenes, sería responsable de asegurar el perímetro exterior y eliminar cualquier amenaza que intentara ingresar o escapar durante el asalto.
Fontibón estaba sumido en un silencio inquietante cuando llegaron. Las calles estaban desiertas, las luces de los postes parpadeando intermitentemente. Los edificios, muchos de ellos en ruinas, proyectaban sombras largas y ominosas. A lo lejos, se escuchaba el ruido lejano de la actividad en otras partes de la ciudad, pero aquí, en el corazón de Fontibón, todo parecía estar esperando la tormenta que estaba por desatarse.
Drex hizo una señal a su equipo, y se movieron en silencio hacia su posición. Sabían que la Muerte Plata estaría esperando algún tipo de represalia, pero no esperaban la furia total que estaba a punto de desatarse sobre ellos.
La sede de la Muerte Plata era un edificio de varios pisos, rodeado por un alto muro de concreto. Las ventanas estaban tapiadas, y la única entrada visible era una puerta de metal fuertemente reforzada. Pero Drex sabía que las apariencias podían ser engañosas. No sería fácil entrar, y una vez dentro, sabían que estarían en el terreno de su enemigo.
Drex se acercó al muro con Tiranus y Diana a su lado. Los otros licántropos se dispersaron, tomando posiciones alrededor del perímetro. Drex sacó un pequeño dispositivo de su cinturón y lo colocó contra el muro. El dispositivo emitió un leve zumbido, y segundos después, una sección del muro se desmoronó en silencio, dejando al descubierto un túnel que se adentraba en la oscuridad.
—Vamos—, murmuró Drex, y el grupo se adentró en el túnel.
El interior era estrecho y oscuro, el aire estaba viciado y lleno de polvo. Avanzaron en silencio, sus pasos amortiguados por el suelo de tierra. A medida que se acercaban a la entrada del edificio, Drex podía sentir el aumento de la tensión en el aire. Sus instintos le gritaban que algo estaba muy mal.
Finalmente, llegaron a una puerta de metal al final del túnel. Drex hizo una señal a Tiranus, quien avanzó y, con un esfuerzo tremendo, arrancó la puerta de sus bisagras. Al otro lado, una serie de escaleras descendían hacia lo que parecía ser un sótano.
Drex tomó la delantera, moviéndose con la agilidad de un cazador. Las escaleras crujían bajo sus pies mientras descendían hacia la oscuridad. Al llegar al final, se encontraron en una amplia sala, iluminada solo por la luz tenue de una serie de velas dispuestas en un patrón extraño.
El olor a sangre era intenso, casi nauseabundo. En el centro de la sala, una figura solitaria estaba arrodillada, su cuerpo cubierto de cicatrices y heridas recientes. A su alrededor, había cuerpos, al menos una docena, todos vestidos con la ropa de los miembros de la Muerte Plata. Pero estos no estaban muertos; estaban inconscientes, sus cuerpos retorciéndose en espasmos, como si estuvieran atrapados en una pesadilla de la que no podían despertar.
La figura levantó la cabeza cuando Drex y su equipo entraron en la sala. Era un hombre, pero su rostro estaba desfigurado, su piel pálida y sus ojos inyectados en sangre. Parecía haber sido sometido a algún tipo de ritual oscuro, su cuerpo apenas sostenido por su voluntad.
—Bienvenidos—, dijo el hombre con una voz ronca, que resonó en la sala como un eco—. Los estábamos esperando.
Drex dio un paso adelante, sus ojos fijos en la figura. Podía sentir el poder oscuro que emanaba del hombre, un poder que no debía ser subestimado.
—¿Qué es esto? —preguntó Drex, manteniendo su voz firme.
El hombre soltó una carcajada que envió un escalofrío por la columna de Drex.
—Esto es solo el comienzo—, respondió el hombre—. La Muerte Plata es solo una pieza en un juego mucho más grande. Ragnarok está despertando, y cuando lo haga, todos ustedes perecerán. Este mundo será consumido por la oscuridad, y no habrá lugar para los débiles.
Diana emitió un gruñido, avanzando un paso, pero Drex levantó una mano para detenerla.
—Vambertoken sabía que vendríamos—, dijo Drex, más para sí mismo que para el hombre—. Todo esto es parte de su plan, ¿no es así?
El hombre sonrió, una sonrisa que era todo dientes y locura.
—Vambertoken…—murmuró—, él es solo una sombra en la noche. El verdadero poder está en otro lugar, y cuando el tiempo llegue, él también caerá.
Antes de que Drex pudiera reaccionar, el hombre dejó escapar un grito inhumano, y su cuerpo se retorció en un espasmo violento. La sala se llenó de una energía oscura, una fuerza que hizo que los licántropos retrocedieran instintivamente. Pero Drex se mantuvo firme, sus ojos fijos en el hombre mientras éste se desintegraba en una nube de cenizas, dejando solo un rastro de oscuridad en el aire.
Drex sintió que el suelo bajo sus pies comenzaba a vibrar, y supo que el tiempo se había acabado. La batalla estaba a punto de comenzar.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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