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En un pueblo rodeado de montañas y bosques, vivían animales que se consideraban una gran familia. Entre ellos, había un grupo de amigos inseparables: Lucas, el zorro; Olivia, la ardilla; Max, el oso; y Mia, la cierva. Pasaban los días explorando el bosque, jugando y aprendiendo juntos, y todos en el pueblo los conocían por ser curiosos y aventureros.

Un día, mientras paseaban cerca del lago, Lucas notó algo brillante en el suelo, medio enterrado entre las hojas caídas. Al acercarse, sus ojos se abrieron de par en par al descubrir un hermoso collar de oro, adornado con piedras preciosas que destellaban bajo la luz del sol.

—¡Miren lo que encontré! —exclamó Lucas, mostrando el collar a sus amigos.

Olivia, siempre curiosa, lo examinó detenidamente.

—¡Es precioso! Debe pertenecer a alguien del pueblo. Quizás lo perdieron mientras paseaban por aquí —dijo con entusiasmo.

Max, el oso, que era conocido por ser el más fuerte y protector del grupo, miró el collar con interés.

—Podría haber sido un regalo muy especial —añadió—. Deberíamos encontrar a su dueño y devolverlo.

Mia, la cierva, asintió con la cabeza, su expresión suave reflejando su preocupación por hacer lo correcto.

—Es importante devolverlo. Alguien debe estar muy triste por haberlo perdido —dijo con firmeza.

Sin embargo, Lucas, que estaba fascinado por la belleza del collar, sintió un impulso diferente. Era tan brillante y único que, por un momento, consideró la posibilidad de guardarlo para él. “Después de todo, fui yo quien lo encontró”, pensó.

—Quizás podríamos quedárnoslo si no encontramos al dueño —sugirió Lucas, tratando de sonar casual—. Quiero decir, podríamos usarlo en nuestras aventuras, o.… tal vez guardarlo como un tesoro.

Los demás amigos se miraron entre sí, sorprendidos por la propuesta. Conocían a Lucas por ser un poco travieso, pero siempre había sido un buen amigo, honesto y leal. Esta idea era diferente de lo que esperaban de él.

—Lucas, creo que debemos intentar encontrar al dueño primero —dijo Max, con su voz profunda y seria—. Si alguien lo perdió, debemos hacer lo correcto.

Olivia, que era la más perspicaz del grupo, notó la duda en los ojos de Lucas y decidió hablar con él en privado.

—Lucas, ¿estás seguro de que no te gustaría más devolverlo? —le preguntó suavemente—. Sabes que todos confiamos en ti para tomar la decisión correcta.

Lucas, sintiendo el peso de las palabras de Olivia, se sintió incómodo. Sabía en el fondo que lo correcto era devolver el collar, pero la tentación de quedarse con algo tan hermoso lo hacía dudar.

—Sí… tienes razón, Olivia —respondió finalmente, tratando de sonreír—. Vamos a buscar al dueño.

Con esa decisión, el grupo regresó al pueblo, decidido a encontrar al propietario del collar. Preguntaron a todos los animales que encontraron en su camino, describiendo el collar y preguntando si alguien lo había perdido. Pero nadie parecía saber nada al respecto.

Después de varias horas de búsqueda infructuosa, el grupo se reunió en la plaza central del pueblo, sintiéndose un poco desanimado.

—Nadie sabe nada del collar —dijo Max, rascándose la cabeza—. ¿Qué hacemos ahora?

Mia, siempre la voz de la razón, sugirió hablar con la Señora Búho, la anciana más sabia del pueblo. Si alguien podría saber algo sobre el misterioso collar, sería ella.

—La Señora Búho siempre tiene buenos consejos. Tal vez ella pueda ayudarnos a encontrar al dueño —dijo Mia, con esperanza.

El grupo estuvo de acuerdo, y juntos se dirigieron a la colina donde vivía la Señora Búho, en una gran encina que dominaba todo el valle. Al llegar, la encontraron sentada en la entrada de su nido, disfrutando de la brisa fresca de la tarde.

—¡Buenas tardes, Señora Búho! —saludaron los cuatro amigos al unísono.

La Señora Búho, con su mirada penetrante y su voz suave, les sonrió amablemente.

—Buenas tardes, jóvenes. ¿Qué los trae hasta aquí en un día tan hermoso?

Lucas, con el collar en sus manos, dio un paso adelante y explicó cómo lo había encontrado y cómo habían intentado, sin éxito, encontrar a su dueño.

—Queremos devolverlo, pero nadie parece saber a quién pertenece —dijo Lucas, entregando el collar a la Señora Búho para que lo examinara.

La anciana búho observó el collar detenidamente, sus ojos dorados brillando con una sabiduría que solo los años podían otorgar.

—Este collar es muy antiguo y valioso —dijo finalmente—. Perteneció a una familia muy especial que vivió en este bosque hace muchos años. Pero su verdadero valor no radica en el oro o las piedras preciosas, sino en la historia y el amor que representa.

Los amigos escucharon con atención mientras la Señora Búho continuaba.

—Se dice que este collar fue un regalo de un zorro a su amada cierva, como símbolo de su amor eterno y de su promesa de siempre ser honestos el uno con el otro. Fue transmitido de generación en generación, hasta que un día, desapareció misteriosamente.

Lucas, que hasta entonces había estado luchando con su tentación de quedarse con el collar, sintió una punzada de culpa al escuchar la historia.

—Señora Búho, ¿cómo podemos encontrar al legítimo dueño? —preguntó, ahora más decidido que nunca a hacer lo correcto.

La Señora Búho sonrió con ternura, viendo la lucha interna de Lucas.

—A veces, el verdadero dueño de algo tan valioso se revela cuando mostramos nuestra honestidad. Puede que no sea fácil, pero si siguen buscando con sinceridad en sus corazones, encontrarán la respuesta.

Con esas palabras en mente, los amigos decidieron continuar su búsqueda, ahora con una renovada determinación. Lucas, especialmente, sentía una responsabilidad personal de devolver el collar, sabiendo que su deseo inicial de quedárselo no era lo correcto.

Mientras se despedían de la Señora Búho, esta les dio un último consejo.

—Recuerden, queridos jóvenes, que la honestidad no solo es devolver lo que no nos pertenece, sino también ser honestos con nosotros mismos. La verdad siempre encuentra la manera de salir a la luz.

Los amigos agradecieron a la Señora Búho y se dirigieron de nuevo al pueblo, listos para enfrentar cualquier desafío que pudiera surgir en su búsqueda por devolver el collar y hacer lo correcto.

Con la sabiduría de la Señora Búho resonando en sus corazones, Lucas, Olivia, Max y Mia regresaron al pueblo. A pesar de sus esfuerzos anteriores, aún no habían encontrado al verdadero dueño del collar, pero ahora estaban más decididos que nunca a resolver el misterio.

Decidieron organizar una reunión en la plaza central del pueblo, invitando a todos los animales para que pudieran ver el collar. Esperaban que alguien reconociera su historia o tuviera alguna pista sobre su dueño. A medida que los animales se reunían, la noticia del hallazgo del collar se extendió rápidamente, y pronto la plaza estaba llena de curiosos, todos ansiosos por ver la valiosa joya.

Lucas, sosteniendo el collar con cuidado, lo mostró a la multitud. Los animales se acercaron para observarlo de cerca, algunos murmurando en voz baja, mientras otros admiraban la belleza del objeto.

—Este collar pertenece a alguien muy especial —dijo Lucas, levantando la voz para que todos pudieran escuchar—. Hemos buscado al dueño por todo el pueblo, pero hasta ahora no hemos tenido suerte. Por favor, si alguien sabe a quién pertenece, háganoslo saber.

La multitud murmuró en respuesta, pero nadie parecía reconocer el collar. Justo cuando Lucas comenzaba a sentirse un poco desalentado, un anciano tejón, que estaba parado al fondo de la multitud, levantó la mano con lentitud.

—Yo conozco ese collar —dijo el tejón con voz temblorosa—. Pertenece a la familia de los zorros plateados. Hace muchos años, vivían en la colina cerca del río, pero desaparecieron un día sin dejar rastro. Nadie supo a dónde se fueron ni qué les pasó.

Lucas se sintió sorprendido al escuchar esto. Nunca había oído hablar de los zorros plateados, pero la idea de que el collar pudiera haber pertenecido a su propia especie lo hizo sentir aún más responsable de devolverlo.

—¿Sabes cómo podemos encontrarlos? —preguntó Lucas, con la esperanza de que el tejón tuviera alguna pista más.

El anciano tejón asintió lentamente.

—Se dice que un descendiente de los zorros plateados aún vive en las montañas al norte del pueblo. Sin embargo, es una región difícil de alcanzar, y pocos se atreven a aventurarse allí. La leyenda cuenta que el zorro que quedó es muy solitario, y que vive alejado de los demás por algún motivo que nadie conoce.

Max, que siempre estaba dispuesto a ayudar, dio un paso adelante.

—Entonces, debemos ir a las montañas y encontrar a ese zorro. Si es el verdadero dueño del collar, es nuestra responsabilidad devolvérselo.

Olivia y Mia asintieron en acuerdo, sabiendo que la tarea no sería fácil, pero que era lo correcto.

Lucas, aunque un poco nervioso ante la perspectiva de viajar a las peligrosas montañas, también estaba decidido. Sabía que esta era su oportunidad de demostrar a sus amigos y a sí mismo que podía ser honesto y hacer lo correcto, incluso cuando era difícil.

—Vamos a prepararnos para el viaje —dijo Lucas, intentando sonar más seguro de lo que se sentía—. Partiremos al amanecer.

Esa noche, los amigos se reunieron en la casa de Max para planear su viaje. Empacaron provisiones, abrigos cálidos para las frías montañas, y algunas herramientas que podrían necesitar. Sabían que el viaje sería largo y lleno de desafíos, pero también sabían que no podían dejar que el collar permaneciera sin dueño.

Cuando llegó el amanecer, el grupo estaba listo para partir. Los animales del pueblo se reunieron para despedirlos, deseándoles buena suerte y esperando su regreso seguro.

—Recuerden, jóvenes, el valor no está en no tener miedo, sino en hacer lo correcto a pesar de él —les dijo el anciano tejón antes de que partieran.

Con esas palabras en mente, los cuatro amigos comenzaron su viaje hacia las montañas al norte del pueblo. A medida que avanzaban, el paisaje se volvía cada vez más escarpado y difícil de atravesar. Los árboles altos y frondosos del bosque se transformaron en pinos esbeltos y rocas desnudas, y el aire se volvió más frío y delgado.

A pesar de las dificultades, el grupo se mantenía unido, ayudándose mutuamente en los tramos más complicados. Max usaba su fuerza para mover rocas que bloqueaban su camino, Olivia, con su agilidad, encontraba senderos ocultos entre las rocas, Mia, con su gracia natural, guiaba al grupo por los tramos más peligrosos, y Lucas, aunque luchaba con sus propios miedos, se aseguraba de que el collar estuviera siempre seguro.

Finalmente, después de varios días de viaje, llegaron a la base de la montaña más alta. Allí, escondida entre las rocas, encontraron la entrada a una cueva. Sabían que esta era la guarida del zorro solitario del que había hablado el tejón.

Con el corazón latiendo con fuerza, Lucas tomó la delantera y se acercó a la entrada de la cueva.

—¿Hola? —llamó, su voz resonando en el interior oscuro—. Somos amigos del pueblo. Hemos venido a devolver algo que creemos que te pertenece.

Por un momento, no hubo respuesta. Pero luego, desde la oscuridad de la cueva, apareció un zorro de pelaje plateado, sus ojos brillando con desconfianza.

—¿Qué quieren? —preguntó el zorro, su voz áspera por la soledad.

Lucas, con cuidado, sacó el collar de su bolsa y lo sostuvo frente al zorro.

—Encontramos este collar en el bosque —explicó—. Nos dijeron que podría pertenecer a tu familia. Queremos devolvértelo.

El zorro plateado miró el collar con una mezcla de sorpresa y nostalgia. Dio un paso adelante, y cuando vio de cerca las piedras preciosas que adornaban el collar, su expresión cambió a una de tristeza profunda.

—Este collar… —murmuró el zorro, su voz quebrándose—. Perteneció a mi madre. Pensé que lo había perdido para siempre.

Lucas y sus amigos intercambiaron miradas, sabiendo que habían hecho lo correcto al emprender el viaje. El zorro plateado, ahora con los ojos llenos de lágrimas, levantó la mirada hacia ellos.

—No sé cómo agradecerles por esto. Han traído de vuelta un pedazo de mi familia, algo que nunca pensé que volvería a ver.

Lucas, sintiendo una mezcla de alivio y satisfacción, sonrió con timidez.

—Estamos felices de haber podido ayudarte. Este collar es parte de tu historia, y no podíamos dejar que se perdiera.

El zorro plateado, movido por la honestidad y bondad de los amigos, los invitó a entrar en su cueva. Allí, compartió con ellos la historia de su familia, de cómo habían vivido en armonía en el bosque hasta que una tragedia los separó. El collar había sido un símbolo de su unidad, y perderlo había sido como perder una parte de sí mismo.

Esa noche, el zorro y los amigos se sentaron alrededor de un fuego cálido, compartiendo historias y riendo juntos. A pesar de la tristeza que había marcado su pasado, el zorro plateado encontró consuelo en la compañía de sus nuevos amigos y en el hecho de que la honestidad y el coraje de Lucas lo habían llevado a recuperar algo tan preciado.

Mientras el fuego chisporroteaba, iluminando la cueva con una luz suave, los amigos comprendieron que su viaje no solo había sido sobre devolver un objeto perdido, sino sobre encontrar el valor para hacer lo correcto, incluso cuando era difícil. Y esa lección, más que cualquier otra, era la que llevarían de vuelta al pueblo con ellos.

La mañana siguiente, después de una noche de historias y nuevas amistades, el zorro plateado, cuyo nombre era Zephyr, acompañó a Lucas y a sus amigos hasta la entrada de la cueva. Aunque había encontrado consuelo en devolver el collar a su legítimo dueño, Lucas sentía que aún había algo más que necesitaba hacer antes de regresar al pueblo.

—Zephyr, hemos aprendido mucho en este viaje —dijo Lucas con sinceridad—, pero siento que hay más en tu historia que necesitas compartir. Sabemos que el collar es importante, pero ¿por qué te fuiste del bosque? ¿Por qué vives solo aquí en las montañas?

Zephyr, quien había evitado hablar sobre su pasado más doloroso, se detuvo un momento para reflexionar. Miró a sus nuevos amigos, cuyos ojos reflejaban preocupación y curiosidad genuina.

—Hace muchos años —comenzó Zephyr, con voz suave y melancólica—, mi familia y yo vivíamos felices en el bosque cerca del pueblo. El collar fue un regalo de mi padre a mi madre, como símbolo de su amor y de la promesa de protegernos siempre. Éramos una familia unida, conocida y respetada por todos los animales del bosque.

Los amigos escuchaban atentamente mientras Zephyr continuaba.

—Pero un día, un terrible incendio arrasó nuestra parte del bosque. Mi familia y yo logramos escapar, pero todo lo que teníamos quedó destruido. Con el tiempo, mi madre cayó enferma, y aunque hicimos todo lo posible por cuidarla, no pudimos salvarla. Mi padre, devastado por su pérdida, decidió que debíamos dejar el bosque y buscar un nuevo hogar en las montañas, donde podríamos estar más seguros.

Zephyr hizo una pausa, su mirada perdida en el horizonte, recordando aquellos días de dolor y pérdida.

—Después de la muerte de mi madre, mi padre cambió. Se volvió distante y decidió que debíamos vivir en soledad, lejos de los demás. Él creía que, si nos alejábamos del mundo, podríamos protegernos de futuros dolores. Así que nos trasladamos a esta cueva, y aquí hemos vivido desde entonces. Con el tiempo, mi padre también falleció, y yo me quedé solo, sin saber cómo volver al pueblo ni cómo relacionarme con otros animales.

Lucas, Olivia, Max y Mia sintieron una profunda tristeza al escuchar la historia de Zephyr. Comprendieron que el zorro plateado no solo había perdido a su familia, sino también su conexión con el mundo exterior, viviendo en un exilio autoimpuesto por el miedo a sufrir más pérdidas.

—Zephyr, siento mucho por todo lo que has pasado —dijo Mia con ternura—, pero no tienes que vivir solo. Todos en el pueblo te recibirían con los brazos abiertos. Hay muchos animales que estarían felices de conocerte y ayudarte a sentirte parte de una comunidad nuevamente.

Max, con su habitual pragmatismo, añadió:

—La vida puede ser dura, pero no tienes que enfrentarte a ella solo. A veces, lo mejor que podemos hacer es compartir nuestras cargas con los demás.

Olivia, siempre la más optimista del grupo, sonrió y dijo:

—Y recuerda, Zephyr, que, aunque hayas perdido cosas valiosas, como el collar y tu familia, aún puedes crear nuevas historias y conexiones. La honestidad y el coraje que has mostrado al compartir tu historia son lo que te hacen fuerte, y esos son los cimientos sobre los que puedes construir una nueva vida.

Zephyr, conmovido por las palabras de sus nuevos amigos, sintió algo en su corazón que no había experimentado en mucho tiempo: esperanza. La idea de regresar al pueblo, de vivir entre otros animales y de formar nuevas amistades, lo llenaba de un renovado sentido de propósito.

—Tal vez tienen razón —dijo Zephyr, asintiendo lentamente—. No puedo cambiar el pasado, pero puedo decidir cómo vivir el presente. Quizás es hora de dejar atrás el miedo y la soledad, y volver al bosque donde pertenecí alguna vez.

Lucas, sintiendo que su misión estaba completa, sonrió con satisfacción.

—Nos encantaría que regresaras con nosotros, Zephyr. Estoy seguro de que todos en el pueblo estarán emocionados de conocerte.

Con la decisión tomada, Zephyr se unió a Lucas, Olivia, Max y Mia en su viaje de regreso al pueblo. A medida que descendían por las montañas, Zephyr sentía cómo una pesada carga se aligeraba de sus hombros. Por primera vez en años, no estaba solo.

El viaje de regreso fue más ligero y alegre. Los amigos conversaban y reían, compartiendo historias de sus aventuras y hablando de cómo podrían ayudar a Zephyr a integrarse en la vida del pueblo. A medida que se acercaban al bosque, Zephyr comenzó a recordar con cariño los lugares que había dejado atrás y se sintió emocionado por la posibilidad de redescubrir su antiguo hogar.

Cuando llegaron al pueblo, los animales se reunieron rápidamente para dar la bienvenida a los viajeros. Al principio, algunos animales estaban sorprendidos de ver a un zorro plateado, una especie que creían desaparecida, pero la calidez de Lucas, Olivia, Max y Mia ayudó a romper el hielo.

El anciano tejón, que había sido el primero en recordar la historia del collar, se acercó a Zephyr con una sonrisa amable.

—Es un honor conocerte, joven zorro —dijo el tejón—. Todos aquí hemos escuchado las historias de tu familia, y estamos felices de tenerte de vuelta.

Zephyr, conmovido por la bienvenida, agradeció a todos por su amabilidad. Sintió que, después de tanto tiempo, finalmente había encontrado un lugar al que podía llamar hogar.

En los días que siguieron, Zephyr comenzó a integrarse en la vida del pueblo. Descubrió que tenía un talento natural para contar historias, algo que había heredado de su madre, y pronto se convirtió en un narrador popular entre los jóvenes animales del bosque. Los niños se reunían alrededor de él, escuchando con fascinación las historias de su familia y las leyendas del bosque.

Lucas y sus amigos también notaron un cambio en Zephyr. El zorro, que al principio había sido reservado y solitario, ahora participaba activamente en la vida del pueblo, haciendo amigos y contribuyendo de diversas maneras. Aunque aún llevaba el collar de su madre, lo hacía no como un símbolo de dolor, sino como un recordatorio de su historia y de la importancia de la honestidad.

Un día, mientras paseaban por el bosque, Lucas y Zephyr tuvieron una conversación especial.

—Lucas, nunca podré agradecerte lo suficiente por lo que hiciste por mí —dijo Zephyr—. Al devolverme el collar, me devolviste mucho más: me devolviste la confianza, la amistad y el sentido de pertenencia.

Lucas sonrió, sabiendo que había tomado la decisión correcta desde el principio.

—Zephyr, me enseñaste algo muy importante: que la honestidad no solo es devolver lo que no nos pertenece, sino también ser honestos con nosotros mismos y enfrentar nuestros miedos. Al hacer eso, ambos hemos encontrado algo más valioso que cualquier joya.

Zephyr asintió, sintiendo una profunda gratitud hacia su joven amigo.

—La honestidad es lo que nos hace personas de bien, Lucas. Y gracias a ti, he aprendido que ser honesto conmigo mismo es lo más importante de todo.

Con esas palabras, los amigos continuaron su paseo por el bosque, sabiendo que, juntos, habían superado uno de los desafíos más grandes de sus vidas. Y mientras el sol se ponía, llenando el cielo de colores cálidos y suaves, Zephyr supo que, después de todo, había encontrado no solo un hogar, sino también una familia.

La moraleja de esta historia es que la honestidad es lo que nos hace personas de bien.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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