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Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, un lugar lleno de vida y color llamado Valle Alegre. En este hermoso valle vivían todo tipo de criaturas, cada una con sus características y habilidades únicas. Los habitantes de Valle Alegre eran conocidos por su amabilidad y su espíritu de comunidad. Sin embargo, no todos eran siempre aceptados de la misma manera.

En el centro del valle, cerca de un gran roble que todos llamaban “El Árbol del Consejo”, vivía una familia de ratones. Esta familia era muy especial, ya que cada uno de sus miembros tenía algo que lo hacía diferente. El papá ratón, Don Ratón, tenía una cola especialmente larga y rizada, lo que lo ayudaba a mantener el equilibrio mientras caminaba por las ramas del árbol. La mamá ratona, Doña Ratona, tenía unas orejas grandes y redondeadas, que le permitían escuchar los sonidos más leves del bosque.

Pero de todos los miembros de la familia, el más peculiar era su hijo, Ricardito. Ricardito era un ratón pequeño y frágil, con un pelaje blanco como la nieve y unos ojos azules que brillaban como el cielo en un día despejado. A diferencia de los otros ratones del valle, Ricardito no podía correr muy rápido ni trepar los árboles con facilidad. En cambio, tenía una habilidad muy especial: podía comprender el lenguaje de los pájaros y otros animales del bosque.

A pesar de su talento único, Ricardito no siempre era aceptado por los otros ratones de su edad. A menudo se burlaban de él por ser diferente y no participar en los juegos que implicaban correr o trepar. “¡Mira a Ricardito, el ratón que prefiere hablar con los pájaros en vez de correr con nosotros!”, decían algunos ratones, riendo y señalándolo.

Ricardito se sentía triste cada vez que esto sucedía, pero siempre encontraba consuelo en sus padres. Don Ratón y Doña Ratona le recordaban constantemente que sus diferencias eran lo que lo hacían especial. “Nunca olvides, Ricardito”, decía su padre, “que todos somos diferentes y eso es lo que hace que nuestro valle sea un lugar tan maravilloso. Acepta a los demás tal y como son, y pronto verás que ellos también te aceptarán a ti”.

Un día, mientras Ricardito paseaba cerca del río que cruzaba el valle, escuchó un suave murmullo. Era un gorrión pequeño y asustado, atrapado en una red de ramas y hojas. Ricardito, con su habilidad para entender el lenguaje de los pájaros, supo inmediatamente que el gorrión necesitaba ayuda.

“¡No te preocupes, pequeño amigo!”, dijo Ricardito con una voz suave y tranquilizadora. “Voy a ayudarte a salir de ahí”. Con mucho cuidado, el pequeño ratón comenzó a deshacer la red que mantenía atrapado al gorrión. Utilizando su aguda vista y su paciencia, Ricardito logró liberar al pájaro en poco tiempo.

“¡Gracias, gracias!”, exclamó el gorrión, revoloteando felizmente una vez que estuvo libre. “Mi nombre es Chispita, y no sé cómo agradecerte lo suficiente, Ricardito”.

“No tienes que agradecerme, Chispita”, respondió Ricardito con una sonrisa. “Estoy feliz de poder ayudar”.

A partir de ese momento, Chispita y Ricardito se convirtieron en grandes amigos. El pequeño gorrión siempre estaba cerca de Ricardito, y juntos exploraban el valle, descubriendo nuevos rincones y haciendo nuevos amigos entre los animales del bosque. Chispita también defendía a Ricardito cada vez que alguien se burlaba de él, recordándoles que todos tenían habilidades únicas y que debían respetarse mutuamente.

Un día, mientras Ricardito y Chispita estaban en el bosque, escucharon un gran alboroto. Era un grupo de ratones que habían quedado atrapados en un árbol caído después de una fuerte tormenta. El tronco del árbol bloqueaba su salida y no podían moverlo.

“¡Ricardito, necesitamos tu ayuda!”, gritó uno de los ratones atrapados. “Sabemos que puedes entender a los animales del bosque. ¿Puedes pedirle ayuda a alguien para mover este tronco?”.

Ricardito miró a Chispita, quien asintió con determinación. El pequeño ratón llamó a todos los animales del bosque con los que había hecho amistad: los castores, conocidos por su fuerza, los ciervos, que eran muy hábiles para mover objetos pesados, y los pájaros carpinteros, que podían debilitar el tronco con sus picos.

Juntos, los animales trabajaron para liberar a los ratones atrapados. Los castores y los ciervos empujaron y levantaron el tronco, mientras los pájaros carpinteros picoteaban para reducir su tamaño. En poco tiempo, los ratones estuvieron a salvo y libres nuevamente.

“¡Gracias, Ricardito!”, dijeron los ratones con gratitud. “Nos has salvado a todos”.

“Todos necesitamos ayuda en algún momento”, respondió Ricardito modestamente. “Y es importante aceptar a los demás tal y como son, porque nunca sabemos cuándo necesitaremos su ayuda o qué talentos pueden tener”.

Desde ese día, los ratones del valle comenzaron a ver a Ricardito con otros ojos. Comprendieron que sus diferencias eran su mayor fortaleza y que aceptar a los demás tal y como son hacía del Valle Alegre un lugar aún más especial.

El verano en Valle Alegre siempre traía consigo un aire de renovación y aventuras. Los días se volvían más largos y cálidos, invitando a los habitantes del valle a disfrutar del esplendor de la naturaleza. Ricardito y Chispita aprovechaban cada oportunidad para explorar, aprendiendo sobre las plantas y los animales que habitaban en el bosque.

Un día, mientras caminaban por un sendero poco transitado, se encontraron con un extraño animal. Era un erizo con púas coloridas y brillantes, algo que nunca antes habían visto en el valle. El erizo, visiblemente preocupado, estaba tratando de encontrar su camino entre la vegetación.

“Hola, soy Ricardito, y ella es mi amiga Chispita. ¿Necesitas ayuda?”, preguntó Ricardito con su habitual amabilidad.

“Hola, soy Espino”, respondió el erizo, algo tímido. “Estoy perdido y no sé cómo regresar a mi hogar. Vengo de un lugar muy lejano, y no estoy acostumbrado a este entorno”.

Ricardito y Chispita, siempre dispuestos a ayudar, se ofrecieron a guiar a Espino y presentarle a los demás habitantes del valle. Sin embargo, pronto descubrieron que no todos estaban tan dispuestos a aceptar al nuevo visitante.

Al llegar al claro donde los ratones solían reunirse, algunos murmuraban y se apartaban, observando las púas brillantes de Espino con recelo. “¿Quién es este extraño?”, preguntó uno de los ratones más viejos. “Nunca hemos visto a alguien como él”.

Espino, sintiéndose incómodo por las miradas y los susurros, intentó mantenerse en segundo plano. Ricardito, notando la situación, se acercó a los demás ratones para explicarles que Espino estaba perdido y necesitaba su ayuda para encontrar el camino de regreso a su hogar.

“Entiendo que pueda parecer diferente”, dijo Ricardito con firmeza, “pero recuerden lo que siempre nos han enseñado: debemos aceptar a los demás tal y como son. Espino necesita nuestra ayuda, y debemos estar aquí para él”.

Algunos ratones, especialmente los que ya conocían la bondad de Ricardito, asintieron en señal de acuerdo. Sin embargo, no todos estaban convencidos. “Es fácil decirlo, pero su aspecto es tan… extraño”, murmuró otro ratón.

Decidido a demostrar que Espino merecía ser aceptado, Ricardito tuvo una idea. “¿Por qué no organizamos una fiesta de bienvenida?”, sugirió. “Podemos mostrarle a Espino lo maravilloso que es nuestro valle, y quizás él también pueda enseñarnos algo nuevo”.

Con un poco de persuasión, Ricardito logró que los ratones aceptaran la idea. La noticia de la fiesta se difundió rápidamente, y pronto todos los animales del valle estaban involucrados en los preparativos. Los pájaros decoraron el claro con flores y cintas, los castores construyeron mesas y bancos con madera, y los ciervos recolectaron frutas y bayas para el festín.

El día de la fiesta, el claro estaba lleno de colores y alegría. Espino, todavía un poco nervioso, no podía creer lo que veía. “Esto es… increíble”, dijo con asombro.

A medida que la fiesta avanzaba, Espino comenzó a relajarse y a disfrutar. Los ratones, curiosos por sus púas brillantes, se acercaron para hacer preguntas y conocer más sobre él. Espino, agradecido por la oportunidad de ser aceptado, les contó historias sobre su hogar lejano, un lugar lleno de maravillas y criaturas fantásticas.

A lo largo de la tarde, los ratones y los otros animales del valle se dieron cuenta de que, aunque Espino era diferente, su presencia enriquecía su comunidad. Sus historias y experiencias eran fascinantes, y su actitud amable y respetuosa ganaba rápidamente el corazón de todos.

Sin embargo, no todo estaba resuelto. Durante la fiesta, Ricardito notó que algunos ratones más jóvenes seguían manteniendo su distancia, observando a Espino con sospecha. Uno de ellos, un ratón llamado Tito, era particularmente vocal sobre sus dudas.

“No entiendo por qué todos están tan emocionados con este extraño”, dijo Tito a sus amigos. “¿Qué pasa si trae problemas?”

Ricardito, decidido a cambiar la percepción de Tito, decidió hablar con él. “Tito, sé que Espino parece diferente, pero ¿acaso nosotros no somos también diferentes entre nosotros? Cada uno tiene algo único que ofrecer, y eso es lo que hace que nuestra comunidad sea especial”.

Tito frunció el ceño. “Pero, Ricardito, ¿cómo sabemos que no es un peligro para nosotros?”

“Entiendo tus preocupaciones”, respondió Ricardito. “Pero, ¿no crees que deberíamos darle una oportunidad? Todos merecen ser aceptados y tener la oportunidad de demostrar quiénes son realmente”.

Tito se quedó pensativo por un momento. “Supongo que podríamos intentarlo”, dijo finalmente. “Pero aún tengo mis dudas”.

Ricardito sonrió. “Eso es todo lo que pido. Dale una oportunidad, y tal vez te sorprenda”.

Durante los días siguientes, Ricardito continuó pasando tiempo con Espino, ayudándolo a adaptarse al valle. Poco a poco, los ratones más reticentes comenzaron a ver las cualidades de Espino. Tito, aunque todavía algo escéptico, empezó a acercarse más a él, intrigado por las historias y conocimientos que compartía.

Una tarde, mientras exploraban una parte del bosque que Ricardito y Chispita aún no conocían, Espino mostró su habilidad especial: podía enrollarse y rodar rápidamente por el terreno, despejando caminos entre las plantas y hojas caídas. Esta habilidad resultó ser muy útil cuando se encontraron atrapados en una maraña de enredaderas espinosas.

“¡Espino, ayúdanos!”, gritó Chispita, atrapada entre las ramas. Sin pensarlo dos veces, Espino se enrolló y comenzó a rodar, despejando el camino y liberando a Chispita y a los otros animales atrapados.

Tito, que había presenciado todo, se acercó a Espino con una nueva apreciación. “Gracias, Espino. Nos has salvado. Creo que estaba equivocado contigo”.

Espino sonrió. “No hay problema, Tito. Todos tenemos algo que aportar, y estoy feliz de poder ayudar”.

Desde ese momento, Tito y los otros ratones jóvenes comenzaron a aceptar a Espino como uno de los suyos. Comprendieron que sus diferencias no eran una amenaza, sino una oportunidad para aprender y crecer juntos. Valle Alegre se volvió un lugar aún más unido y armonioso, con cada habitante aceptando a los demás tal y como eran.

A medida que pasaban los días, la amistad entre Ricardito, Chispita y Espino se fortalecía. Los tres inseparables amigos continuaban explorando el Valle Alegre, aprendiendo unos de otros y compartiendo innumerables aventuras. La presencia de Espino había enriquecido a la comunidad, enseñando a toda una valiosa lección sobre la aceptación y la diversidad.

Sin embargo, el verano se acercaba a su fin y el clima comenzaba a cambiar. Las hojas de los árboles empezaban a tornarse doradas y los días se volvían más frescos. Espino sabía que pronto tendría que regresar a su hogar, más allá de las montañas. Aunque había encontrado un nuevo hogar en el valle, extrañaba a su familia y amigos.

Un día, mientras caminaban cerca del gran roble, Espino habló con Ricardito y Chispita sobre su partida. “Amigos, pronto será tiempo de que regrese a mi hogar”, dijo con tristeza. “Extraño a mi familia y ellos seguramente se están preocupando por mí.”

Ricardito y Chispita, aunque entristecidos por la noticia, comprendieron los sentimientos de Espino. “Te extrañaremos mucho, Espino”, dijo Chispita con lágrimas en los ojos. “Pero entendemos que necesitas regresar a tu hogar.”

“Sí, siempre serás nuestro amigo”, añadió Ricardito con una sonrisa. “Y recuerda que siempre tendrás un lugar aquí en Valle Alegre.”

El día antes de la partida de Espino, Ricardito tuvo una idea. Decidió organizar una despedida para Espino, para mostrarle cuánto significaba para todos en el valle. Los ratones, pájaros, ciervos, castores y demás animales se reunieron para planear la fiesta, queriendo hacer algo especial para su amigo.

La fiesta de despedida fue un evento magnífico. El claro donde solían reunirse estaba decorado con luces y guirnaldas hechas de hojas y flores otoñales. Había una mesa llena de deliciosos manjares, y los animales del valle estaban allí, listos para celebrar y despedirse de su amigo Espino.

Espino, emocionado y conmovido, se sintió abrumado por la calidez y el cariño que le mostraban. Durante la fiesta, los animales compartieron historias y recuerdos de las aventuras que habían vivido juntos. Espino, a su vez, les contó más sobre su hogar y les prometió que volvería a visitarlos algún día.

“Gracias a todos por hacerme sentir como en casa”, dijo Espino con la voz entrecortada por la emoción. “Nunca olvidaré la amabilidad y el cariño que me han mostrado. Siempre llevaré en mi corazón a Valle Alegre y a todos ustedes.”

La fiesta continuó con risas, canciones y bailes. Ricardito observaba todo con una mezcla de alegría y tristeza, sabiendo que su amigo estaba por partir, pero también sintiendo orgullo por lo que habían logrado juntos. La comunidad de Valle Alegre había aprendido a aceptar a los demás tal y como son, y eso era algo que nunca olvidarían.

Al día siguiente, Ricardito, Chispita y un grupo de animales acompañaron a Espino hasta el borde del valle. El camino hacia las montañas era largo y arduo, pero Espino estaba listo para emprender su viaje de regreso a casa.

“Te extrañaremos, Espino”, dijo Chispita, tratando de contener las lágrimas.

“Yo también los extrañaré”, respondió Espino. “Pero sé que nos volveremos a ver.”

Ricardito le dio a Espino una pequeña bolsa llena de provisiones para el viaje y un amuleto hecho de hojas y flores, como un recuerdo de Valle Alegre. “Para que nunca olvides a tus amigos del valle”, dijo con una sonrisa.

Espino abrazó a Ricardito y a Chispita, agradecido por todo lo que habían hecho por él. Luego, con una última mirada a sus amigos, comenzó a caminar hacia las montañas, sabiendo que siempre tendría un lugar especial en Valle Alegre.

Los días pasaron y el valle volvió a su rutina habitual, pero la presencia de Espino había dejado una marca indeleble. Los animales continuaron practicando la aceptación y la amistad, recordando la lección que habían aprendido: aceptar a los demás tal y como son.

Con el tiempo, la noticia del Valle Alegre se extendió más allá de las montañas, y otros animales comenzaron a llegar, atraídos por la fama del lugar donde todos eran bienvenidos. Ricardito y Chispita se convirtieron en embajadores de la aceptación, ayudando a los nuevos visitantes a integrarse y a sentirse como en casa.

Un día, durante la primavera siguiente, mientras Ricardito y Chispita paseaban cerca del gran roble, escucharon un murmullo familiar. Miraron hacia arriba y vieron a Espino descendiendo por el sendero, con una gran sonrisa en su rostro.

“¡Espino! ¡Has vuelto!”, exclamaron al unísono, corriendo hacia su amigo.

“Sí, he vuelto para visitar y para traer a mi familia a conocer este maravilloso lugar del que tanto les hablé”, dijo Espino, señalando hacia las montañas, donde se veían más erizos con púas coloridas.

Los habitantes del valle dieron una cálida bienvenida a la familia de Espino, mostrándoles el mismo cariño y aceptación que habían demostrado a su amigo. El regreso de Espino reafirmó los lazos de amistad y solidaridad que se habían forjado.

La moraleja de esta historia es que debemos aceptar a los demás tal y como son con sus defectos y virtudes.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. NOS VEMOS MAÑANA, CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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